Alain Badiou y Marcel Gauchet (¿Qué hacer?) El capitalismo, el comunismo y el futuro de la democracia.

Marcel Gauchet
M.G.: ¡Pero usted mantiene, sin embargo, el marco general planteado por él! Sigue razonando en los términos de un anticapitalismo sumario y se refiere a «soluciones» que son las de la tradición marxista más elemental, en primer lugar la apropiación colectiva de los medios de producción. Por mi parte, estimo que hay que liquidar definitivamente la herencia de Marx. Hacer de su pensamiento un manifiesto para el presente y el futuro no nos llevará a ningún lado. De ese modo no se hace más que alimentar la impotencia política actual. Según usted, conviene volver a la pureza de la idea comunista del siglo XIX, y apuesta que ella puede todavía tener pertenencia y eficacia en el contexto contemporáneo. Ésa es una esperanza desmesurada, si no una mistificación filosófica. El marxismo, en efecto, explica muy pero que muy mal el capitalismo mundializado que estamos viviendo, y peor aún la adhesión que puede suscitar incluso en sus aspectos más repugnantes. No serán imprecaciones morales las que nos saquen de él.

Alain Badiou 
A.B.: Usted me sorprende, porque declara una guerra sin cuartel al capitalismo actual, pero sin darle un cuestionamiento frontal. Mi conclusión es que, en definitiva, a pesar de sus reservas, lo acepta. Se resigna a vivir en este mundo que, sin embargo, le disgusta. Su posición me parece cercana a la del historiador François Furet, En El pasado de una ilusión, su muy discutible balance de la experiencia soviética, escribe estas líneas instructivas: «La idea de otra sociedad se ha tornado casi imposible de pensar y, además, en el mundo de nuestros días, nadie propone sobre el tema ni siquiera el esbozo de un nuevo concepto. Hemos aquí, condenados a vivir en el mundo en que vivimos». Conocí a Furet cuando era comunista, de modo que esta carga poscomunista me resulta algo así como un síntoma de renegación melancólica. En sustancia, Furet dice que deberíamos aceptar la sociedad liberal tal cual es, que hay que vivir en el mundo tal cual es, aunque nos desespere. Pero aguarde: ¡es evidente que la sociedad es lo que es! Francamente, ¡no es un gran descubrimiento! Todas las renuncias, todos los abandonos, aducen como pretexto la «realidad», el mundo «tal cual es». No puedo admitir que se bloquee de ese modo el futuro, que jamás prometió nada a nadie ni impuso nada de nada. Esta visión tautológica de las cosas —lo único que hay es la realidad, y la elección es: o el mundo liberal y capitalista, o el mundo liberal y capitalista...— extenúa, agota el régimen de los futuros posibles. Defender esta visión de las cosas es una grave responsabilidad y usted, Marcel Gauchet, la defiende. Hoy necesitamos más que nunca una ampliación de los futuros posibles. Hay que tener el coraje de sustraerse a la custodia de las cosas impuesta por la oligarquía económica, que dicta y determina todo lo que puede o no llevarse a cabo. Ahora bien, sólo se puede hacer si se enuncia la posibilidad de lo que todo el mundo o casi todo el mundo juzga imposible;  si se sostiene que otra cosa es pensable y realmente experimentable: el comunismo, hoy. ¿Cómo puede usted imaginar que va a cambiar la situación actual sin una idea global y fuerte, sin una concepción de la sociedad y del mundo implacablemente diferente?

[...] M.G.: ¡Parecería que sí! Es muy importante trazarla con claridad... Nuestra discrepancia no se refiere a la necesidad de cambiar el curso actual de las cosas: de transformar el mundo, habría dicho Marx. Concierne a la cuestión decisiva del «cómo». ¡Cómo hacer? ¡Como hacerlo para salir de la calamitosa coyuntura en que nos encontramos? Para usted hay que salir radicalmente del capitalismo, lo cual supone pasar a su contrario, el comunismo. Yo opongo a ese proyecto, que creo definitivamente condenado, un sentido de la prudencia que se alimenta de las lecciones del pasado. Pero esta prudencia debe conjugarse con la mayor de las audacias. En este caso, la audacia consiste en afirmar que es posible, no romper definitivamente con el capital, sino simplemente un control político de la economía. Creo que podemos llegar a embridar el capitalismo, quebrar su dominación hoy indiscutible, y hacerlo dentro del modelo democrático. Un modelo que es imperioso reinventar en profundidad, pero que debe mantenerse cueste lo que cueste. En síntesis, tengo confianza en las posibilidades ofrecidas por la propia democracia: posibilidades extremadamente grandes y que usted se equivoca en pasar por alto.

La línea del frente se ha trazado con claridad. Señor Badiou, ¿las democracias son capaces de hacer frente a ese desafío y recuperar la iniciativa sobre el capitalismo?

A.B.: Si hablamos de la forma democrática moderna, esto es, la democracia parlamentaria, temo que ese proyecto no sea realizable. Señor Gauchet, al desear mantener esa forma usted subestima un aspecto decisivo que lleva su propuesta a un callejón sin salida: la democracia representativa está constitutivamente bajo la autoridad del capital. 

[...] M.G.: Sí, eso es lo que sostengo, y los totalitarismos no volverán más. ¡Están muertos! Los hemos dejado atrás, porque la fuente que los alimentaba ha desaparecido. El combustible que les permitía renacer se evaporó definitivamente. ¡Lo cual no quiere decir que en el futuro ya no tengamos otra cosa que regímenes agradables! La barbarie puede asumir otros rostros. No obstante, felicitémonos: el terrible asunto del siglo XX está acabado. Yo reclamo la disolución de los grupos antitotalitarios. Su activismo fue saludable, pero ahora es tiempo de cambiar de nombre. Ya no es el sujeto el que debe exigir nuestra atención y nuestro compromiso.

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