Pablo Cambronero Piqueras (La dictadura de la apatía) La progresiva e imparable domesticación de Occidente

«Esta batalla tiene consecuencias reales; cada uno de nosotros tiene un papel que jugar en la lucha por nuestro futuro». 

LA CÓMPLICE PERFECTA 
Y/O LA MEJOR COARTADA: LA GLOBALIZACIÓN

La «globalización» esa diosa ramera que promete «el oro y el moro» a todas las naciones que se hagan socias del club, ha sido la principal cómplice de la progresiva idiotización de la sociedad y, por ende, de los propios gobiernos pertenecientes a la Megafactoría Woke. Sin duda, junto al tráfico de datos e información, la globalización ha supuesto grandes oportunidades económicas (sobre todo en lo comercial) a quienes colocar sus productos en el mercado general mundial. Con la ideología no ha sido diferente, se ha globalizado la doctrina mayoritaria, y ha sido la izquierda la que más y mejor se ha adaptado a esta globalización, imponiendo en el mercado ideológico sus ideas e intereses. 

La izquierda y sus representantes, conscientes de que su mensaje tan falso como buenista cala en la sociedad, y contrariamente a lo que postulan y defienden teóricamente, ha ido colonizando el espacio de la defensa del libre comercio, ajustándose como un guante a los postulados capitalistas y llegando a enarbolar la bandera del capital, escondida en una marea de términos progres vacíos de contenido, pero que lucen grandilocuentes en vallas publicitarias. El rendimiento que han sacado a la globalización ha sido enorme pues, gracias a ella, han ensalzado muchos de sus postulados y los han convertido en verdades universales mundialmente reconocidas y defendidas, dejando arrinconadas en espacios minúsculos a quienes intentaron subirse a ese mismo carro desde postulados liberales. 

En Europa hemos vivido nuestra propia pequeña globalización, que se materializó hace ya lustros en la denominada Unión Europea. La Unión solo fue, es y seguirá siendo un negocio; al principio, indisimuladamente económico y comercial, que resultaba enormemente lucrativo para las antiguas naciones del continente, para después intentar dotarse de una moralidad normativa difícil de cuadrar e imposible de imponer a Estados que tienen más ego que dinero. Europa empezó como una diosa ramera y, en manos de la Factoría Woke, ha terminado siendo una barata meretriz al servicio de los postulados de la Factoría Woke, materializada ya por escrito en la Agenda 2030, su biblia.

Pero el mundo es muy grande y los casi ocho mil millones de humanos no son socios de este movimiento, aunque si están influidos por la actividad de la empresa más grande del planeta y, no siéndoles rentable su actividad, la toleran con tragaderas infinitas. Es por esa rentabilidad (para unos pocos) que el sistema continúa en pie y creciendo, pues nadie duda de que todos los mantras woke serían eliminados de un plumazo si no fueran enormemente lucrativos para países poderosos como China, India, Estados Unidos, Rusia y sus naciones dependientes. Mantener las incoherencias del propio sistema, tales como la NO exigencia de férreos postulados climáticos a los países más contaminantes (entre ellos China, productor de todo lo que compulsivamente consumimos en Occidente), u obviar las flagrantes vulneraciones de derechos humanos (consideradas postulados inamovibles woke) de muchas naciones que «surten» de recursos energéticos al resto de los países que, agradecidos, obvian esos «nimios detalles sin importancia», supone admitir la esencia incoherente y contradictoria del propio sistema y admitir, de facto, la estupidez supina del grueso de población que no cuestiona lo que le viene impuesto, por dejadez o por incapacidad crítica. 

Curioso es ver cómo naciones consideradas inferiores moralmente como China o India se han dado perfecta cuenta de la supina candidez de Occidente y, con ese subterfugio, han conseguido obviar las memeces woke y convertirse en países poderosos capaces de decidir el destino del mundo. Y, demás, el wokismo ha procurado una suerte de impunidad a todo lo que ejecuten estos países productores, a pesar de que prácticamente vulneran todas las órdenes que imponen al resto de las naciones. La Megafactoría Woke no está carente de hipocresía y sufre de demagogia patológica crónica. 

Como ven, la laxitud de las exigencias de cumplimiento de las normas a determinadas naciones habla de la propia perversión del sistema. No hay un régimen moral exigible universalmente, solo intereses de dominación y provechos eminentemente económicos que han de verse satisfechos inexorablemente. Si por el camino perdemos derechos y hasta no pocas vida, es el precio que hay que pagar por mantener «nuestra (su) comodidad». La globalización afecta especialmente a la forma de actuación de la Factoría Woke, Supone, de facto, el franquiciado nacional de todos los postulados ideados en aquellos aquelarres de la extrema izquierda (Grupo de Puebla).

En definitiva, la globalización, cuyas «maravillas» económicas y de progreso ha supuesto para muchos elevar su nivel de vida al infinito, supone claramente una idiotización general impuesta en Occidente en favor del crecimiento exponencial de Oriente. Ese crecimiento de Oriente se ha producido con una sistemática vulneración de derechos humanos, que es tolerable por el propio sistema. De esta tesitura se genera una advertencia necesaria: «El crecimiento exponencial de Oriente es inversamente proporcional a la comodidad de Occidente; a pesar de que ahora somos los principales consumidores de sus interminables productos, empezaremos muy pronto a ver la inversión del sistema, y subir es muy fácil, pero bajar no se baja: se cae, y duele». 


LA ABSOLESCENCIA PROGRAMADA
DE LA MODERACIÓN

Hasta aquí el diagnóstico de la patología, aunque insistiré en ello. Mucho se ha escrito sobre la batalla cultural que se está librando (y perdiendo por el bando aliado) en muchos campos: en el terminológico, en el ideológico, en el del pensamiento, en los de la expresión oral y escrita... Nos han impuesto un modo de vida válido (y la condena de uno inválido); formas correctas de relacionarnos socialmente, de comer o de ayunar, de respirar, de nacer y de morir. Así de avaros son los totalitarios woke, y están ganando ante el sueño profundo de una población inmóvil, tanto de quienes somos conscientes de nuestro absurdo sometimiento como, principalmente, de quienes pasan de todo, pues «se la suda».

Como ya he demostrado, la dimensión de lo impuesto es mundial, con pequeños conatos de resistencia en naciones y territorios que automáticamente pasan aser denominados por el consenso progre «fascistas», contra los que hay que luchar, incluso sacándolos de organismos internacionales o condenándolos por delitos que jamás cometieron. En España la variable de ese fascismo virtual es «facha», y es ahí donde nos ubicamos cada día más ciudadanos, concretamente todos los que dudamos, criticamos, analizamos o no repetimos como papagayos los mantras establecidos. 

Las reuniones internacionales se han convertido en sectarios instrumentos en los que se crean instrumentos para que las ideas establecidas no peligren por la propia existencia de no dóciles o críticos. Los G7, G20, G77 y cualquier otro que se inventen muestran a las claras que la mayoría woke va a imponer sus postulados cueste lo que cueste. No en vano, viven de ello miles de personas, y no viven precisamente mal.

De esos aquelarres mundiales salen declaraciones apocalípticas, alarmas internacionales de las que solo pueden librarnos los superhéroes que ostentan los gobiernos más poderosos, ya sean de corte liberal o progresista. Estos gobiernos mantienen un consenso aprovechado porque una cosa son los discursos políticos y otra muy diferente es «hacer daño» en las formas de supervivencia de todos ellos. Con las cosas de comer no se juega, aunque sea imponiendo políticas del pan para hoy y hambre para mañana. 

Los sistemas establecidos son bastantes sencillos. Ya hemos hablado de la ejecutada implantación de mecanismos de control social, con un marcado y simple plan de subvencionismo popular, teniendo siempre activa una amenaza de cualquier tipo de apocalipsis que mantendrá en tensión y dependiente del pueblo llano; todo ello aderezado con una agenda mediática potente que no deje espacio alguno a voz crítica alguna. Solo con eso, ya puedes establecer tu propio sistema dictatorial ideológico y, dicho sea de paso, tu propio modo de vida económicamente sostenibles para ti y los tuyos. La guinda del pastel solo puede ponerla la desidia social, la desgana generalizada, el conformismo patológico, y así está sucediendo. Nos la suda prácticamente todo lo importante, lo que dirige realmente nuestras vidas presentes y futuras. Nos ubicamos y centramos los marcos mentales que nos ponen ante los ojos para idiotizarnos [...]

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