Juan Milián (¡Liberaos!) El fracaso de la política de la indignación y el retorno de la responsabilidad

  Verdad

La politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neuman acuñó el concepto «espiral del silencio» y citó al clásico Alexis de Tocqueville para recordarnos que la persona «teme el aislamiento más que el error». No siempre decimos lo que pensamos, sino lo que creemos que gustará más, o molestará menos, a nuestros interlocutores. Las encuestas necesitan «cocina« porque se oculta la intención real de voto o se muestran opiniones más acordes con la corrección política que a lo que se piensa realmente. De alguna manera tendemos a buscar la aprobación de los otros, ya que el instinto de supervivencia nos advierte de la posibilidad de quedarnos marginados e indefensos. Repetir eslóganes es fácil, pero defender la verdad es lo correcto.

Algunas ideologías de poder, como el nacionalismo o el populismo, conocen esta tendencia humana a silenciarse ante la mayoría y la aprovechan. Por esta razón, su comunicación es apabullante, intimidante. Intentan que el discrepante se sienta en minoría, aunque en realidad no lo esté. Hablan de «la voluntad del pueblo» o de la «gente» para autoproclamarse portavoces de toda la sociedad y no ser cuestionados, para que el que piense diferente se calle y, poco a poco, pase de la discreta disidencia a una cómoda adaptación. Muchos callaron en Catalunya ante el procés separatista por miedo a la exclusión social, y no pocos se hicieron pasar por acérrimos independentistas porque así obtenían algún tipo de prebenda. También muchos disimulan en las facultades o en los medios de comunicación para no generar problemas. De este modo, la opinión pública va perdiendo pluralismo y la sociedad se va cerrando. Las versiones oficiales se imponen. Se convierten en dogma. La espiral del silencio a veces atrapa a sus propios promotores. Entre los protagonistas del procés nadie tuvo el valor suficiente para reconocer públicamente que iban directos al precipicio. En las sociedades atrapadas por estas espirales, aparecen los dobles discursos. Los políticos dicen cosas diferentes en público y en privado. La política se aleja de la verdad hasta que, al final, colisiona estrepitosamente con la realidad. Algunos políticos se habrían ahorrado graves problemas personales si hubieran leído las advertencias de Francesc Cambó: «Amb el règim del solenci vénen sempre les més grans sorpresas» [Con el régimen del silencio siempre vienen las más grandes sorpresas]. 

La libertad os hará libres. Liberarse es enfrentarse a las mentiras. Es el sano escepticismo: no creer cualquier información por el simple hecho de que venga de tus líderes políticos. Pero no nos convirtamos en cínicos. La verdad existe, aunque algunos políticos se dediquen a inundar sus hemerotecas de mentiras, medias verdades y exageraciones. Buscan que no creamos en nada. Que nos volvamos cínicos y votemos arrastrados por la indignación o el odio. Quieren una sociedad relativista, que devalúe la importancia de la verdad. George Orwell nos avisó: los enemigos de la democracia pretenden destruir el concepto de veracidad. No es sólo porque, como escribió Tocqueville, «una idea falsa, pero clara y precisa, tendrá siempre más fuerza en el mundo que una idea verdadera y compleja», es porque realmente buscan embarrar el terreno de juego políticos para que seamos incapaces de distinguir los hechos, y que ante un tsunami de mentiras nos resignemos y abandonemos agostados la lucha por la verdad y, por la tanto, por la libertad. No son pocos los que disculpan las mentiras de sus líderes, o porque sus intenciones son percibidas como buenas o porque son argucias para engañar al adversario. Se equivoca. Los fines no justifican los medios. Si no hay honestidad, no hay confianza. Y sino hay confianza, la sociedad se quiebra. La verdad científica fue el motor de la civilización. La mentira es el arma de los bárbaros. 

La filosofía posmoderna de los Michel Foucault, Jacques Derrida o Jean-François Lyotard contribuyó decisivamente a formar un ambiente intelectual relativista y, por consiguiente, a una política de la posverdad, es decir, una política que considera que la verdad no importa. Más tarde, las nuevas tecnologías de la información se convertían en auténticas autopistas para las mentiras. El mundo digital facilita la difusión de las falsedades a una velocidad inaudita. La hipérbole reina en las redes sociales. Importa la intensidad emocional, no la exactitud de los hechos expuestos. Se retuitea como muchos seguidores aplauden a su lider, por la subida de tono de su voz no por el contenido de sus palabras. Pero en las redes sociales existe un salto cuantitativo; a diferencia de un mitin político, aquí son millones los que divulgan falsedades. En un escenario tan complicado para la verdad, también cabe preguntarse si el periodismo está cumpliendo su misión, si está desenmascarando las falsas simplificaciones del populismo o si está colaborando con la repetición de la mentira oficial de turno. 

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