Peter Sloterdijk (¿Qué sucedió en el siglo XX?)

El mundo sincronizado
Aspectos filosóficos de la globalización

Señoras y señores:

Ante este círculo eminente quiero aportar algunas consideraciones a la reflexión sobre los fundamentos, un tipo de reflexión que en este caso concierne a la autodeterminación de un sector o de una rama de la economía. Intentaré hablar en el necesario e inevitable modo indirecto que ha de adoptar una contribución filosófica a un tema como este.

En lo esencial, quiero abogar en favor de situar nuestra comprensión del hecho de la globalización a mayor profundidad cultural e histórica de lo que es habitual en el ajetreo de los negocios actuales y de su difusión en los medios.  De hecho, quien afirme que la globalización no es nada nuevo tiene toda la razón: la situación actual solo se percibe con claridad cuando uno tiene presente que desde hace quinientos años los europeos están involucrados en la aventura de la globalización. No obstante, constatar esto obliga a añadir que la globalización terrestre y la huida de sus consecuencias tienen la misma edad: medio milenio entero, si consideramos el primer viaje de Colón de 1492 como el verdadero comienzo de la época de la globalización tal como la conocemos. El temor de la vieja Europa por la amplitud recién abierta del mundo se manifestó en el temor de las mentalidades agrarias y fisiocráticas frente a la industria y la economía mundial marítima emergentes. Los antiglobalización más importantes de los últimos siglos fueron personajes oceanofóbicos. En cambio, muestras fobias se dirigen hoy más bien a la Bolsa globalizada, que en cierto modo representa la prosecución del juego oceánico a otro nivel.

Mi análisis empieza a tomar el concepto de «globalización» en su núcleo etimológico con mayor seriedad de la que se produce en las discusiones públicas. Junto con los americanos, los alemanes tienen la ventaja de utilizar en esta circunstancia el concepto correcto; a saber: globalisation, a diferencia de los franceses, que hablan de mondialisation, y que es un concepto falso. En efecto se trata del globo como tal. Pero ¿qué es un globo? En principio, un globo no es otra cosa que una construcción matemática; pertenece en primer lugar, pues, a los geómetras y a los filósofos, y solo en segunda línea a los cartógrafos, a los cosmógrafos y, al final de todo, a los economistas y a los turistas. El globo no es ciertamente una patente alemana, aunque el primer ejemplar conservado de globo terráqueo, como quizá sepan, procede de manos alemanas. Está en el Museo Nacional Germano de Núremberg: un globo que en el decisivo año de 1492 fue construido según modelos portugueses por el comerciante nuremburgués Martin Behaim. Muestra el contorno precolombino de los continentes, de modo que presenta la vieja imagen ptolemaica del mundo de tres continentes, pero ya de forma correcta, es decir, en la de un planeta redondo. Por eso puede decirse que Behaim tenía razón como Colón. Descubrir América y representar el globo son, por su sentido, la misma acción en dos medios diferentes. 

En una palabra, lo que quiero indicarles es que la globalización fue en principio un asunto de matemáticos. En este sentido, asume un significado completamente diferente del que nos inclinamos a atribuirle hoy. 

[...] Entre los pioneros de la globalización terrestre temprana resalta, pues, el grupo de los proveedores de especias. Esos comerciantes a distancia son los que creyeron en la capacidad de desarrollo del paladar europeo y quienes montaron sus negocios sobre la convicción de que la modernización comienza en el paladar. El espíritu de la utopía y el empresariado son hasta ahora una y la misma cosas, pues ambos son fundaciones orales, ambos sirven a un mismo apetito que muestra a las claras su insaciabilidad. El propio Magallanes murió en Filipinas en una escaramuza innecesaria. Se perdieron varios barcos de su pequeña flota a causa de una tempestad y los amotinados, y solo una de sus fragatas que habían salido, la pequeña Victoria, regresó a España en septiembre de 1522 con dieciocho marineros casi muertos de hambre a bordo. Arribó a la ciudad portuaria de Sanlúcar de Barrameda y confirmó con su mero retorno los tremendos hechos en los que se basa toda la Modernidad: por una parte, que la Tierra puede ser rodeada en una dirección, que en consecuencia los océanos forman un contexto, están conectados, y son navegables globalmente, y, además, que el planeta entero está rodeado de una atmósfera que puede ser respirada por marineros europeos (cosa esta que no era en absoluto tan evidente antes de experimentarlo, como aparece en una consideración retrospectiva de ello). Lo que los retornados del viaje de Magallanes trajeron consigo fue un indicio, que ya no se podía ignorar, de la unidad atmosférica de la superficie terrestre y del sistema tanto de viento como de clima, que en cierta medida resulta fiable. 

[...] El capital globalizado es el dinero que para rentabilizarse necesita dar la vuelta entera a la Tierra. Esta observación ya refleja una verdad del siglo XVI temprano. Es difícil sobrestimar la importancia de este hecho. En este contexto quiero contarles una anécdota que no solo expresa el carácter caótico de la globalización temprana, sino que también resulta apropiada para rebatir una tesis que se escucha a menudo: que la economía mundial, solo en los últimos veinte años, ha entrado en el remolino de los movimientos especulativos de dinero. 

[...] Para terminar mis consideraciones, quisiera añadir algunas observaciones muy generales sobre las consecuencias sociopsicológicas de la globalización, tal como se muestran por ejemplo en las oleadas de migrantes. Se trata de hecho de una crisis, de una crisis sociopsicológica y de una crisis de forma de vida, de cierta profundidad. Pues no es fácil transformar seres humanos nacionales en seres humanos posnacionales. Bajo seres humanos «nacionales» entiendo un carácter social surgido en Europa durante los últimos doscientos años, y con el que se ha convertido en segunda naturaleza la vida en las formas del Estado nacional. Se trata de personas que experimentan su país y su nación como un contenedor de paredes fuertes, la mayoría de las veces monolingüe, autóctono, vernáculo, como gustaba decir a Ivan Illich; de gentes que se sienten en casa en su terruño y comprometidas con una forma local de vida y que no se da sino allí, y en ninguna otra parte. Cuando a caracteres de este tipo se les exige de repente, de la noche a la mañana, que atiendan a los buscadores de asilo, que han dinamitado su contenedor, como parte consecuente de la globalización, hay que respetar que en principio respondan con cierto titubeo. 

Déjenme, señoras y señores, cerrar estas consideraciones y sugerencias con la tesis de que hoy vivimos en una dramática crisis de reformateo. Pues lo que la llamada globalización hace con las personas en los Estados nacionales es, en el fondo, reorientarnos desde una sociedad de paredes fuertes —también se podría decir desde una sociedad de containers cerrados—, a una forma de vida que puede caracterizarse con la expresión «de paredes especialmente estrechas». Dicho de otra forma, entramos en una era en las que las fronteras débiles y las paredes permeables se convertirán en la característica definitoria de los sistemas sociales. 

[...] Vemos cómo partes de la población responden a ese tema delicado de un modo que como mejor puede describirse es desde una óptica alergológica o inminológica. Tales reacciones han de tomarse en serio porque en un amplio frente de lo que se trata hoy es de reprogramar el comportamiento inmunológico del ser humano, desde la orientación a una amplia protección estatal a la orientación a la autoprotección y autocuidado. Mientras los seres humanos en el tradicional estado protector omnicompetente esperaban de sus aportaciones de orden y asistencia, es realista para el futuro apostar progresivamente por aportaciones propias a la autoinmunización. Cada vez hay más personas que comprenden que ya nadie va a hacer por ellos lo que no consigan ellos mismos. Se puede pronosticar que los problemas inmunológicos en el sentido más amplio de la palabra, han de tratarse en el futuro menos a nivel colectivo que a nivel individual. Esto es lo que llena a la sociedad del presente de gran intranquilidad respecto a sus condiciones futuras. Por lo que concierne a la esfera política en su totalidad, tanto mejor cumplirá sus tareas en las nuevas condiciones del mundo de paredes finas cuanto más consiga distanciarse de las sobreexigencias que proyectará sobre ella una sociedad utópica agitada.

Sloterdijk, Peter (Gris) El color de la contemporaneidad

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