Gabriel Amengual, Gabriel Magalhães, Francesc Torralba (El humanismo europeo) Nuestras raíces

Francesc Torralba
Reverencia, aceptación y humildad óntica

Escribe la filósofa judía Hannah Arendt (1906-1975): "Este hombre futuro —que los científicos fabricarán antes de un siglo, según afirman— parece estar poseído por una revelación contra la existencia humana tal y como se nos ha dado, gratuito don que no procede de ninguna parte (materialmente hablando), que desea cambiar, por así decirlo, por algo hecho por él mismo. No existe ninguna razón para dudar de nuestra capacidad para alcanzar este cambio, de la misma forma que tampoco hay ninguna duda de nuestra capacidad actual para destruir toda la vida orgánica de la Tierra. La única cuestión que se plantea es si queremos o no utilizar nuestros conocimientos científicos y técnicos en este sentido y esta cuestión no se puede decidir por medios científicos; se trata de un problema político de primer orden y por lo tanto no se puede dejar la decisión en manos de científicos o políticos profesionales". 

La filósofa judía anticipa una crítica al transhumanismo que es pertinente recoger. Siguiendo su intuición, se puede definir esta ideología como una rebelión contra el don. El don es lo que hemos recibido sin merecerlo, se refiere tanto a las cualidades tangibles como a las intangibles. Es lo que nos ha sido dado gratuitamente, sin buscarlo intencionadamente. El primer don es el mismos hecho de existir. Nadie decide existir, ni tampoco la naturaleza genética de su ser. Se encuentra existiendo, pudiendo no haber existido nunca. Incluso en el caso de que los progenitores le hayan alterado biotecnológicamente, el recién nacido no ha elegido existir, ni tampoco las cualidades que determinan su fenotipo. El transhumanismo tiene como horizonte de referencia transformar el don recibido, cambiarlo y modificarlo según la propia voluntad. 

[...] Escribe Michael Sandel (1953): "Algunos creen que Dios es la fuente de la vida, y que la reverencia por la vida es una forma de gratitud hacia Dios, pero no es necesario mantener esta creencia para valorar la vida como un don o para sentir la reverencia hacia ella. Se habla comúnmente del don de un atleta, o de un músico, sin presuponer que el talento en cuestión proceda de Dios. Significa simplemente que el talento en cuestión no es obra plenamente del atleta o del músico; no importa si tiene que agradecerlo a la naturaleza, a la fortuna o a Dios: sigue siendo un don que está más allá de su control".

Según la filosofía del don que bosqueja Michael Sandel (1953), uno de los pensadores norteamericanos más críticos con el transhumanismo, el don tiene que ser acogido, cultivado y, finalmente , objeto de gratitud. El primer momento es la acogida, la aceptación de los que nos ha sido dado. Por ello, hay que tomar conciencia, darse cuenta y ser capaz de identificar los talentos escondidos. El segundo momento es el del cultivo, el trabajo sobre uno mismo, la ejercitación de los dones recibidos mediante la educación y el esfuerzo, y finalmente, adviene el tercer momento, que es el agradecimiento por todo lo recibido. Este agradecimiento exige dar lo recibido a la comunidad humana. 

Los ideólogos transhumanistas, en cambio, consideran que cada ser humano, es libre de recibir o no el don; de aceptarlo o rehusarlo. Parten de la convicción de que cada ser humano tiene derecho a aspirar a los dones que el otro ha recibido por naturaleza y que, mediante la alteración biotecnológica, puede aspirar a los mismos bienes que el otro. Nadie está condenado a soportar sus limitaciones, ni a tener envidia al comparar los dones que él ha recibido con los que los demás han recibido. Cualifican la filosofía del don como una moral de renuncia y de pasividad, como una actitud retrógrada y conservadora que pone límites a los deseos de transcender de todo ser humano y que se inspira en la mística del sacrificio y de la resignación. El transhumanismo se presenta como un movimiento contra esta actitud de resignación y de aceptación estoica. 

Otra característica que subraya Michael Sandel (1953) en su polémico ensayo Contra la perfección, es la noción de vulnerabilidad. El don recibido es vulnerable, frágil, de tal manera que si no es objeto de cuidado se puede estropear. La vulnerabilidad es una dimensión constitutiva de la condición humana. La posibilidad de ser herido es inherente al ser humano. A su modo de ver no hay vida sin vulnerabilidad. Sin anhelo de una vida ajena al sufrimiento, a la enfermedad, al fracaso, al sufrimiento, en último caso, a la muerte, es un anhelo que está en el corazón de todo ser humano, pero solamente puede permanecer como anhelo, porque el ser humano es constitutivamente vulnerable, finito, frágil, lábil.

[...] La tecnología, debidamente utilizada, puede mejorar la calidad de existencia de las personas y hacer más confortable sus vidas y sus quehaceres en el mundo; también pude prevenir y paliar ciertos sufrimientos; pero también genera nuevos males, nuevos sufrimientos, nuevas vulnerabilidades y riesgos. Tiene, como la propia condición humana, una naturaleza dialéctica. Los tecnólatras solamente cantan las grandezas del progreso tecnológico, pero olvidan los peajes que hay que pagar. 

En este debate, una de las cuestiones más difíciles de discernir es la distinción cualitativa entre el ser humano y la máquina. En el siglo XX el tema central de la antropología era determinar la diferencia substantiva entre el ser humano y la bestia en un contexto caracterizado por los postdarwinismos, mientras que en el siglo XXI, el debate ha derivado hacia el dueto hombre-máquina.

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