Antonio Cascón Dorado (Lecciones de estoicismo) Amor, felicidad, riqueza, muerte... Las grandes enseñanzas de la filosofía antigua

AUTOANÁLISIS Y DOMINIO DE SÍ MISMO

Uno de los aspectos que más llaman la atención cuando leemos a los estoicos son sus conocimientos de psicología. Ya hemos apuntado alguno. Como en otros ámbitos, llegaron más lejos que otras escuelas. Percibimos una gran preocupación por las enfermedades del ánimo, así como notables observaciones sobre sus posibles terapias. El primer hallazgo es la existencia de una salud del espíritu que es preciso cuidar: «Teníamos conocimiento de la salud del cuerpo, por ella hemos deducido que existe también la salud propia del alma».

Leyendo a Séneca, tenemos la impresión de que intuía la existencia del subconsciente. Por ejemplo, cuando nos habla de las inquietudes nocturnas. El filósofo, liberado de las pasiones que agitan el alma, aunque esté rodeado de un inmenso alboroto, se refugia en sí mismo y se aísla del ruido externo. Sin embargo, el rico propietario que ordena el silencio absoluto en su hacienda es incapaz de conciliar el sueño: «Se revuelve de un lado a otro tratando de conseguir un ligero sueño que ataje sus inquietudes, y se lamenta de haber oído lo que en realidad no oye». En otra epístola, Séneca, endurecido en los vicios, que pretende enmendarse recibiendo instrucción filosófica. Lucilio le asegura que desea eliminar sus vicios y Séneca responde: «No lo creas. No digo que te engañe: él cree que lo desea».

Cualquier psicólogo señalaría al subconsciente como causante de que el rico hacendado oiga sonidos inexistentes y de que el vicioso amigo de Lucilio crea desear lo que en realidad no quiere. Pero no fue Séneca, sino Freud quien le puso nombres y quien intentó desarrollar adecuadamente las consecuencias individuales y sociales de un hallazgo tan decisivo. La sociedad reaccionó airada contra tal hallazgo, asustada de las consecuencias que podría acarrear, y negó la existencia del subconsciente hasta donde pudo. Solo en casos extremos, digamos terapéuticos, se admite, cuando en realidad condiciona absolutamente el comportamiento individual y social. 

Si seguimos leyendo las cartas de Séneca, encontraremos otros aciertos singulares. Por ejemplo, cuando advierte a su interlocutor sobre la imposibilidad de controlar las reacciones instintivas. Ni siquiera los más sabios pueden conseguirlo porque tales reacciones escapan al domino de la razón. Hasta el más virtuoso «se estremece ante lo imprevisto. Esto no responde al temor, sino a una sensación natural que la razón no puede controlar». O cuando descubre el comportamiento habitual de un colérico: «Observa y verás», escribe a Lucilio, «cómo los mimos individuos que ríen con gran satisfacción, en breves instantes rabian con gran violencia». O cuando defiende que la adversidad nos hace más sensatos, porque «la buena suerte y la cordura» en muchas ocasiones no se llevan bien. 

También encontramos en Epicteto un pasaje interesante cuando se refiere a los efectos que las personas están dispuestas a confesar: «Nadie reconocerá que es un insensato. Los tímidos reconocen que lo son; nadie reconocerá ser incontinente ni injusto». Están dispuestos a confesar aquello que imaginan es involuntario; pueden declararse celosos, «pero la injusticia jamás se la imaginan involuntaria». Se divierte Epicteto presentado la incongruencia humana. Y como siempre, apunta al daño que hacen las costumbres sociales, que impiden ver la realidad.    

CONTRA LA RIQUEZA, CONTRA EL PODER Y LA FAMA

Uno de los tópicos más repetidos en las obras de los escritores grecolatinos es el rechazo a la avaricia, tanto como las agrias críticas contra vanidosos y soberbios. Es evidente que, en estos puntos, las doctrinas casi coincidentes de las distintas escuelas filosóficas consiguieron calar en la conciencia de muchos escritores notables de la Antigüedad. No parece, sin embargo, que el singular esfuerzo conjunto de literatos y filósofos tuviera éxito popular excesivamente relevante. La sociedad romana en la que transcurrió la existencia de nuestros filósofos vivía, como la nuestra, «enganchada» al deseo de dinero, gloria, poder y fama.

Epicteto estaba convencido de que era imposible que los no iniciados en estudios filosóficos fueran capaces de comprender las razones que desaconsejaban el afán de tales cosas. Desde su nacimiento, el romano corriente recibía el mismo mensaje nítido y machacón que reciben nuestros hijos: había que ser tan influyente e ilustre cuanto se pudiera. De poco iba a servir el curso estoico, empeñado a su vez en demostrar que tales cosas no son bienes ni males.

EL RECHAZO DE LAA CODICIA Y DE LA AMBICIÓN

El más rico es el que no necesita nada

Epicteto exhortaba a sus discípulos a no desear lo que no tenían, que supieran rechazar el deseo de poseer lo que la fortuna no había tenido a bien concederles. Iba, incluso, un poco más allá: cuando una cosa nos era arrebatada, teníamos que devolverla con facilidad, agradecidos por el tiempo que la había usado. El deseo de riquezas y honores era propio de una mentalidad ineducada e infantil. En sus Disertaciones, compara, como ya vimos, la actitud de los adultos que se afanan por ocupar cargos con la de los niños que pelean por la nueces que se arrojaban en las celebraciones. 

Con tono burlón que caracteriza en ocasiones su discurso, narra a sus discípulos una anécdota que vivió en casa de su amo, Epafrodito. Un amigo de aquel se abrazó a sus rodillas suplicante, diciendo que estaba en la miseria porque «solo» le quedaban un millón y medio de sestercios, suma importante en aquellos tiempos. Epafrodito, en lugar de reír como lo hicieron los alumnos del filósofo, mostró su consternación por el amigo con estas palabras: «Pobre, ¿cómo te lo callabas?, ¿cómo lo soportabas?

Existen en todos los filósofos un cierto empeño en demostrar que no es pobre el que tiene poco, sino aquel que no se conforma y siempre ambiciona más. Para Musonio, la cuestión es controlar la ambición, no envilecerse con el dinero y «habituarse a necesitar poco». Para Séneca, el codicioso es un «alma enferma». Séneca, traslada una cita de Epicuro al respecto: «Para muchos haber adquirido riquezas no constituye el fin de la miseria, sino un cambio en ella». El avaro seguirá con su enfermedad, porque la codicia no surge para saciar una necesidad. De qué sirve acumular muchos dormitorios, si al final dormitorios en un solo. «No es vuestro el aposento en el que no habitáis», escribe Séneca a Lucilio.

El filósofo de Córdoba estaba convencido de que, en tiempos remotos, la concordia entre los hombres hacía posible encontrar a un pobre dentro del linaje humano. Fueron la avaricia y la ambición las que quebraron la solidaridad entre los hombres y las causantes de la pobreza. Pensaba Séneca que la codicia había provocado la disolución social e incluso convirtió en pobres a los más ricos, «pues dejaron de poseerlo todo al quererlo poseer como un bien particular».

Séneca parece apuntar a la necesidad inherente al ser humano de compartir. Algo que normalmente suele verse como un acto solidario o generoso, pero que quizá responda más a un sentimiento propio de nuestra esencia, si es verdad como pensaban los estoicos, que los hombres somos tan sociables como las abejas. Necesitamos compartir los buenos y los malos momentos y también nuestras posesiones. Quien deja de compartir castiga a los demás y se castiga a sí mismo.

El oro, la plata y el hierro arruinaron la concordia entre los hombres: metales ocultos a nuestra vista, escondidos en lugares recónditos. Un aviso de la naturaleza, indicando que sería peligroso confiárnoslos. La naturaleza puso a la vista de todos los paisajes hermosos, pero ocultó «el oro y la planta y también el hierro, que a causa de los dos primeros nunca tare paz». Parece algo más que una inteligente metáfora de Séneca, pero de nada sirvieron en su tiempo sus observaciones y todavía seguimos sin «avergonzarnos en tener en el máximo aprecio aquellos objetos que se hallaban en el lugar más bao de la tierra. En nuestros días, hemos añadido al oro y la plata, el ansioso petróleo, también oculto en los más profundo de la tierra, causa de conflictos y ruina del equilibrio ecológico. 

Escribe Séneca que la avaricia es un castigo en sí mismo; que el avaro sufre por el hecho de tener tal condición. « ¡Cuántas lágrimas!, ¡cuánta fatiga exige!» En contra de lo que pueda parecer, en numerosas ocasiones acumular ganancias puede ser el origen de nuestras desgracias. Entre los fragmentos de Musonio conservamos una anécdota reveladora en tal sentido. Al parecer el filósofo mandó que dieran mil monedas a un mendigo, de esos que se hacían pasar por filósofos. Sus discípulos le advirtieron de que se trataba de un impostor, «que no merecía nada bueno», aseguraban. Cuenta que Musonio digo sonriendo: «Entonces merece dinero». 

También se repite a lo largo del epistolado de Séneca los denuestos contra los ambiciosos, como Alejandro Magno, que «después de vencer  Darío y a los indos, se siente pobres. Busca tierras que conquistar, explora mares desconocidos». Sin embargo, como hemos comentado más arriba, en el mundo actual la ambición goza de buen cartel. Podríamos decir que los ambiciosos han sido un poco más allá: se esfuerzan en convertir en virtud lo que, sin duda, es un defecto. Es otra enfermedad, como la avaricia, porque el que posee mucho ambiciona más y nunca tiene lo suficiente.

Ya hemos hablado de Demetrio el cínico, el maestro de Séneca que daba sus charlas en una cueva. En una de sus cartas a Lucilio dice que es la compañía de este filósofo la que más le reconforta y con quien prefiere conversar. Gracias a él, a su discurso y a su ejemplo, Séneca pudo constatar que «para llegar a las riquezas el camino más corto es el menosprecio de ellas». A Demetrio nada le faltaba, porque despreciaba los bienes materiales. En realidad, pensaba que tales bienes son los que nos encadenan y esclavizan y que a cambio de conseguirlos entregamos gratuitamente nuestra libertad. Demetrio era un hombre verdaderamente libre, mucho más libre que el propio Séneca. Quizá por eso le admiraba tanto. 

Una de las señas de identidad de la filosofía cínica es la renuncia a la propiedad. Recuerda Séneca la máxima de Estilpón: «llevo conmigo todos mis bienes», máxima atribuida a distintos filósofos y literatos. Recuerdo ahora una fábula de Babrio, «El caminante y la perra», que parece aludir al filósofo cínico que viajaba de pueblo en pueblo predicando su doctrina, con la barba y el manto corto y, en ocasiones, acompañado de un perro. En el relato de Babrio el caminante le dice a la perra que prepare sus cosas porque van a ponerse en camino y esta le responde: «yo ya tengo todo; eres tú el que estás tardando». Al perro, como al filósofo cínico, no le hace falta nada para emprender la marcha. Todo lo lleva consigo.


VIAJAR Y ANDAR EXTRAVIADO

Lección: Los viajes no nos hacen siempre mejores

En evidente que cuesta manejar con alguna sabiduría los momentos de nuestra vida y que nuestro paso por ella está marcado por una más que evidente irreflexión. Tampoco somos demasiado hábiles en lo que se refiere al manejo del espacio. Es espíritu nacionalista nos domina y en cualquier ciudadano del mundo cala con facilidad el orgullo patriótico que las autoridades nos inculcan. Nada queda de esa ciudadanía que preconizaba Sócrates y sus seguidores.

Paradójicamente, frente a ese sentimiento patriótico se ha extendido en la sociedad occidental una extraña pasón viajera. Dentro de las ilusiones y esperanzas que dominan nuestra existencia, los proyectos de viaje se han convertido en el summum de los deseos. Esa pasión viajera ya en tiempos de Séneca, afectaba, claro está, a las clases más acomodadas que podían permitirse un lujo semejante, y el sabio de Córdoba se pronuncia en contra de ella en sus Epístolas. Me pregunto qué opinaría de los que ocurre hoy en nuestra sociedad, sobre todo, en la española. Tengo la impresión de que muchas personas a mi alrededor viven para viajar. Como suele ocurrir, la pasión por los viajes y la aventura surge como un capricho burgués de personas más o menos aburridas y, luego, con una propaganda bien administrada, se va extendiendo al resto de la población.

Es curioso observar cómo la aventura, el carácter imprevisible de cualquier viaje, ha desaparecido. No es que en el transcurso del viaje dejen de ocurrir circunstancias positivas y negativas, es más bien que el viajero, que normalmente ha hecho una inversión efectiva y económica de gran tamaño, no puede permitirse el fracaso. El factor sorpresa ha sido suprimido y todos los viajes son maravillosos por decisión de cada usuario. Este fenómeno tan absurdo es, desde luego, propio de nuestros tiempos y está en consonancia con ellos. Basta con repetir un mensaje para que este cale en las masas. Sa trata de suprimir la crítica y hacer ver que tenemos el mejor estado de cosas y que la alternativa no es posible. Lo qué sí parecía existir ya en tiempos de Séneca era un cierto escapismo de ciudadanos que creían encontrar en el viaje una solución a sus problemas reales. Otra forma de estar atareado para no hacer frente a lo que nos enoja o entristece. En varios pasajes de su obra Séneca denuncia este comportamiento. «El viaje dará a conocer pueblos, te mostrará montes y extrañas figuras. No te hará ni más bueno ni más sabio». La misión esencial del ser humano es conocer lo honesto, distinguir qué es lo necesario y lo superfluo, mientras ignoremos esto ir a cualquier lugar «no será viajar sino andar extraviado».

En realidad Séneca pensaba que viajar constantemente es un síntoma de desvarío espiritual: «Estimula la inconstancia del ánimo que se halla muy enfermo y lo vuelve más inestable y ligero». El problema fundamental del que viaja es que lleva consigo sus pasiones y sus vicios y, por tanto, «andar de acá para allá no aportará ayuda alguna». Concluye Séneca el pasaje con su habitual ironía: «Para el enfermo hay que buscar un médico, no un país». Imagino que las reflexiones de Séneca sobre los viajes tuvieron escaso éxito en su tiempo y hoy, en nuestro mundo, tendría mucho menos. Al fin y al cabo, viajar no es más que otra tarea, una forma de pasar el tiempo para evadirse de la realidad, solo que en este caso lo hacemos ocupando, además del tiempo, nuevos espacios. 

Juan Arnau (Ortega contra el racionalismo)

[...] La patología de la democracia consiste en su reclamo de la igualdad no solo ante la ley, sino también ante todo lo demás. En 1920, Ortega inicia la serie de artículos que integrarán La España invertebrada. El problema más grave del país no es el particularismo de las regiones, sino el particularismo de las clases y las instituciones. El futuro se presenta incierto. La tensión entre «la vieja y la nueva política» pervive. Urge una transformación radical del país. Ortega defiende el parlamentarismo. En 1922 muere su padre. Inicia entonces con Urgoiti un nuevo proyecto editorial: Calpe (Compañía Anónima de Publicaciones y Ediciones). Con el tiempo se asociará con la catalana Espasa para constituir Espasa Calpe, que se convertirá en una de las editoriales de referencia en España. 


TERCER MOVIMIENTO: EL TEMA DE NUESTRO TIEMPO, HACIA UNA FILOSOFÍA PROPIA.

Puesto que España carece de una sociedad, hay que crearla. La Revista de Occidente, pretende contribuir a ello. Ortega permanecerá ligado a esta publicación desde su creación, en 1922, hasta el comienzo de la Guerra Civil. Ortega es el director y su hermano Manuel lleva la contabilidad. Dos de sus discípulos ejercen de editores. La revista pone un poco de orden a la incesante producción, algo católica, del filósofo. Alrededor de la publicación se organiza una tertulia por las mañanas, antes de comer, mientras que por las tardes, poco antes de la cena, un grupo de amigos y allegados se reúnen con el filósofo, que disfruta de esas veladas. Las necesita. 

La visita de Einstein a Madrid en 1923, viene precedida del encuentro del físico alemán con los líderes del socialismo y el anarquismo barcelonés. En Madrid es recibido en el salón de ilustres de la marquesa de Villavieja. Ortega asiste a una primera conferencia en la Facultad de Ciencias, traduce otra en la Residencia de Estudiantes. La célebre institución recibirá a otros intelectuales como Paul Valéry, Max Jacob, Leo Frobenius, Paul Claudel y Madame Curie. Acompaña a Einstein a Toledo, en un viaje en el que intentan eludir el acoso de la presa. A Ortega le impresiona la reacción de Einstein ante El entierro del conde de Orgaz; o mejor, la falta de ella. Le parece un hombre demasiado circunscrito a su ciencia, sin recursos para otra cosa que no sea su violín o la física-matemática. Conversan mucho, le sorprende el desaliño del alemán y su falta de mundanidad. Elogia su física, que contiene el germen de una nueva cultura. Como veremos más adelante, Ortega es más relativista que Einstein, que vive todavía en un realismo platónico de corte medieval. Para Ortega, con Einstein, la razón pura de Descartes y Kant ha quedado reducida a lo que es: una razón instrumental, sin más. Einstein no entenderá la trascendencia filosófica de su propia teoría. Por dos motivos: porque era una racionalidad al estilo de Spinoza y porque apenas sabía filosofía (una disciplina que menosprecia).

[...] La filosofía no puede desdeñar la metáfora, pues esta es la que hace avanzar al conocimiento. Lo desconocido, lo inédito y abstracto, debe interpretarse a la luz de lo conocido. Esa es la función cognitiva de la metáfora, y Ortega es un maestro en encontrar las más luminosas. Lo que Josep Pla logra con los adjetivos él lo consigue con las metáforas. Frente a la razón pura, la razón vital: ese es el tema esencial del libro. Todavía no ha aparecido otro de sus conceptos clave, la «razón histórica». La idea fundamental de este breve tratado es el perspectivismo. La vida y el conocimiento se dan siempre en perspectiva. La verdad es una, mientras que las perspectivas son múltiples. Cada vida es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. «La razón pura debe ceder su imperio a la razón vital». La realidad radical es la vida humana. No se atreve a exponer todo lo que piensa. Teme que lo acuden de relativista. Lo que llamamos «cultura» siempre nace de un sujeto, de una perspectiva particular, de un ángulo circunstancial de la vida. No por ello hay que renunciar a la razón. La razón es una herramienta indispensable del conocimiento. Y nos dice que este debe pegarse a la vida. Ortega no tarda en matar al padre. «Los únicos reaccionarios que verdaderamente estorban son los neokantianos. Kant ha sido durante una década su casa y su prisión; por fin la logrado escapar. Se distancia de los profesores de su juventud. «La vida es tan rica en situaciones que no cabe encerrarla dentro de un único perfil moral». Ya puede volar solo. 

En el otoño de 1923, Alfonso XIII acepta la dimisión del Gobierno constitucional de García Prieto y le encarga a Miguel Primo de Rivera la formación de un Gobierno militar. El dictador presenta su régimen como provisional y purgativo. Urgoiti y Ortega ven con buenos ojos la renovación del poder político, creen que puede dar un golpe de gracia a la vieja política y abrir un nuevo período liberal. El Sol inicia una campaña para educar al nuevo Gobierno militar. A pesar de la condescendencia inicial, las críticas de Ortega a la dictadura son rotundas. El nuevo Gobierno debe acabar con la vieja política y el caciquismo. Unamuno es más contundente en su oposición a Primo de Rivera y sufre por ello la persecución y el destierro a Fuerteventura; después huye y se exilia en Francia. Ortega recibe críticas tanto de la derecha como de la izquierda. Las encaja deportivamente, como síntoma de que se halla en el buen camino. 
La Sierra de Guadarrama es para Ortega lugar de retiro y fuente de inspiración. El filósofo ronda los cuarenta. Ha cogido unos kilos y su aspecto responde a una mezcla de labrador y senador romano. El rostro arrugado, lleno de surcos; la amplia calvicie sobre unos ojos claros y penetrantes. Parece mayor de lo que es. La sonrisa y la carcajada son en él frecuentes. Hay fotos deliciosas que lo muestran serio y pícaro al mismo tiempo. En especial una con Heidegger donde se aprecia la vitalidad honesta del madrileño y la mirada ladina del alemán. Se aficiona al cine mudo y a los automóviles. Se relaciona con la aristocracia. En ocasiones cede al esnobismo, aunque no juega al golf y dice evitar los salones. Mantiene una relación estrecha con el duque de Alba; intercambian libros, cartas, conversan y salen juntos de excursión. Es coqueto com las mujeres, pero al mismo tiempo, un gran promotor de su educación. Se declara pésimo lector de novelas, porque no tiene paciencia.

Arnau, Juan (Historia de la imaginación)

Carlo M. Cipolla (Las leyes fundamentales de la estupidez humana)

 La humanidad se encuentra —y sobre esto el acuerdo es unánime— en un estado deplorable. Ahora bien, no se trata de ninguna novedad. Si uno se atreve a mirar hacia atrás, se da cuenta de que siempre ha estado en una situación deplorable. El pesado fardo de desdichas y miserias que los seres humanos deben soportar, ya sea como individuos o como miembros de la sociedad organizada, es básicamente el resultado del modo extremadamente improbable —y me atrevería a decir estúpido— como fue organizarla la vida desde sus comienzos.

Desde Darwin sabemos que compartimos nuestro origen con las otras especies del reino animal, y todas las especies —ya sea se sabe— desde el gusanillo al elefante tienen que soportar sus dosis cotidianas de tribulaciones, temores, frustraciones, penas y adversidades. Los seres humanos, sin embargo, poseen el privilegio de tener que cargar un peso añadido, una dosis extra de tribulaciones cotidianas, provocadas por un grupo de personas que pertenecen al propio género humano. Este grupo es mucho más poderosos que la Mafia, o que el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista. Se trata de un grupo no organizado, que no se rige por ninguna ley, que no tiene jefe, ni presidente, ni estatuto, pero que consigue, no obstante, actuar en perfecta sintonía, como si estuviese guiado por una mano invisible, de tal modo que las actividades de cada uno de sus miembros contribuyen poderosamente a reforzar y ampliar la eficacia de la actividad de todos los demás miembros. La naturaleza, el carácter y el comportamiento de los miembros de este grupo constituyen el tema de las páginas que siguen.

Es preciso subrayar a este respecto que este ensayo no es ni producto del cinismo ni un ejercicio derrotismo social —no más de cuanto pueda serlo un libro de microbiología—. Las páginas que siguen son, de hecho, el resultado de un esfuerzo constructivo por investigar, conocer y, por lo tanto, posiblemente neutralizar, una de las más poderosas y oscuras fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana.

La primera Ley Fundamental de la estupidez humana afirma sin ambigüedad que:

Siempre e inevitablemente cada uno de nostros subestima el número de individuos estúpidos qye circulan por el mundo.

A primera vista la afirmación puede parecer trivial, o más bien obvia, o poco generosa, o quizá las tres cosas a la vez. Sin embargo, un examen más atento revela de lleno la auténtica veracidad de esta afirmación. Por muy alta que sea la estimación cuantitativa que uno haga de la estupidez humana, siempre quedan estúpidos, de un modo repetido y recurrente, debido a que:

a) personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan después, de repente, inequívoca e irremediablemente estúpidas.

b) día tras día, con una monotonía incesante, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen de improviso e inesperadamente en los lugares y en los momentos menos oportunos.

La Primera Ley Fundamental impide la atribución de un valor numérico a la fracción de personas estúpidas respecto del total de la población: cualquier estimación numérica resultaría ser una subestimación. Por ello en las páginas que siguen se designará la cuota de personas estúpidas en el seno de una población con el símbolo ε




[...] Como ocurre con todas las criaturas humanas, también los estúpidos influyen obre otras personas con intensidad muy diferente. Algunos estúpidos causan normalmente sólo perjuicios limitados, pero hay otros que llegan a ocasionar daños terribles, no ya a uno o dos individuos, sino a comunidades o sociedades enteras. La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende de dos factores principales. Antes que nada depende del factor genético. Algunos individuos heredan dosis considerables del gen de la estupidez, y gracias a tal herencia pertenecen, desde su nacimiento, a la elite de su grupo. El segundo factor que determina el potencial de una persona estúpida procede de la posición de poder o de autoridad que ocupa en la sociedad. Entre los burócratas, generales, políticos y jefes de Estado se encuentran el más exquisito porcentaje ε de individuos fundamentalmente estúpidos cuya capacidad de hacer daño al prójimo ha sido (o es) peligrosamente potencial por la posición de poder que han ocupado (u ocupan). ¡Ah!, y no nos olvidemos de los prelados.

La pregunta que a menudo se plantean las personas razonables es cómo es posible que estas personas estúpidas lleguen a alcanzar posiciones de poder o de autoridad.

Las clases y las catas (tanto laicas como eclesiásticas) fueron las instituciones sociales que permitieron un flujo constante de personas estúpidas a puestos de poder en la mayoría de las sociedades preindustriales. En el mundo industrial moderno, las clases y las castas van perdiendo cada vez más su importancia. Pero en lugar de las clases y las castas lo ocupan hoy los partidos políticos, la burocracia y la democracia. En el seno de un sistema democrático, las elecciones generales son un instrumento de gran eficacia para asegurar el mantenimiento estable de la fracción  ε entre los poderosos. Hay que recordar que, según la Segunda Ley, la fracción ε de personas que votan son estúpidas, y las elecciones les brindan una magnífica ocasión de perjudicar a todos los demás, sin obtener ningún beneficio a cambio de su acción. Estas personas cumplen su objetivo, contribuyendo al mantenimiento del nivel ε de estúpidos entre las personas que están en el poder. 




[...] No hay que asombrarse de que las personas incautas, es decir, las que en nuestro sistema se sitúan en el área H, generalmente no reconozcan la peligrosidad de las personas estúpidas. El hecho no representa sino una manifestación más de su falta de previsión. Pero lo que resulta verdaderamente sorprendente es que tampoco las personas inteligentes ni las malvadas consiguen muchas veces reconocer el poder devastador y destructor de la estupidez. Es extremadamente difícil explicar por qué sucede esto. Se puede tan sólo formular la hipótesis de que a menudo tanto los inteligentes como los malvados, cuando son abordados por individuos estúpidos, cometen el error de abandonarse a sentimientos de autocomplacencia y desprecio, en vez de segregar inmediatamente cantidades mayores de adrenalina y preparar la defensa. 

Generalmente, se tiende incluso a creer que una persona estúpida sólo se hace daño a sí misma, pero esto significa que se está confundiendo la estupidez con la candidez. A veces hasta se puede caer en la tentación de asociarse con un individuo estúpido con el objeto de utilizarlo en provecho propio. Tal maniobra no puede tener más que efectos desastrosos porque: a) está basada en la total incomprensión de la naturaleza esencial de la estupidez y b) da a la persona estúpida oportunidad de desarrollar posteriormente sus capacidades. Uno puede hacerse la ilusión de que está manipulando a una persona estúpida y, hasta cierto punto, puede que incluso lo consiga. Pero debido al comportamiento errático del estúpido, no se pueden prever todas sus acciones y reacciones, y muy pronto uno se verá arruinado y destruido por sus imprevisibles acciones.

Todo esto aparece claramente sintetizado en la Cuarta Ley Fundamental, que afirme que: 

Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.


Feliz Navidad 2024


Pascal Bruckner (Vivir en zapatillas) Sobre la renuncia al mundo en la actualidad

 La prohibición de viajar

«Todas las desgracias de los hombres provienen de no saber quedarse quietos en su habitación», decía Pascal. Y proseguía: «De ahí que los hombres les guste tanto el ruido y el movimiento, de ahí viene que la prisión sea un suplicio tan terrible. De ahí viene que el placer de la soledad sea una cosa tan incomprensible». Se le podría replicar que todas las desgracias en los años por venir provendrán, probablemente, de no querer salir más de su habitación. Lo que los amenazará entonces será menos el virus que la inacción, menos el riesgo de caer enfermo que morir de aburrimiento. Por mucho que le pese a Pascal, la diversión es esencial, la trivialidad vital, el viaje indispensable, y sin estor entreactos que interrumpen lo cotidiano, la existencia se asemejaría a una penitencia: entre la meditación sobre la miseria del hombre sin Dios y la distracción hay un tercer término que Pascal, hombre del Antiguo Régimen, no podía concebir: la acción y el trabajo. 
Dos palabras caracterizan nuestra situación actual: el impedimento y la complicación. ¿Por qué hacerlo simple cuando se puede hacer complicado? Lo que era fácil se ha convertido en complejo y lo que era difícil se ha convertido en casi imposible. Beber un café en el avión o en una terraza requería, hasta hace poco, un certificado; comprar una barra de pan, una mascarilla; hacer las compras largas filas de espera como en la URSS de la Guerra Fría. Viajar al extranjero siempre significa encontrarse con una montaña de obstáculos si no se está en regla, por no hablar de la obtención de un pasaporte. Los flujos de viajeros están sometidos a condiciones drásticas que cesan de agravarse. El ámbito de lo prohibido se ha ampliado hasta un punto inconcebible y no se aprecia una vuelta atrás. Sin olvidar los formularios online, los justificantes, los tests obligatorios, los innombrables códigos QR. El COVI-19 no habrá sido más que una etapa en el aumento del control de la vida cotidiana y del desplazamiento de las personas. Hagamos lo que hagamos, algo siempre está mal. A lo largo de dos años, Francia habrá manifestado un auténtico genio tragicómico para desarrollar un dédalo burocrático de prohibiciones, restricciones, permisos restringidos y obstáculos facultativos con un lujo de léxico, una inventiva para que las jergas que hará las delicias de los lingüistas. No ha sido la única en este delirio, y pocas naciones se han librado de la pesadilla administrativa, sobre China, que la ha llevado hasta un punto de abominación único. Pese a todo, no hemos caído en una dictadura, como lo han proclamado con demasiada rapidez algunos espíritus desorientados: hemos sufrido los tumbos de una improvisación embarullada y, en este ámbito, las democracias han demostrado, a pesar de todo, su flexibilidad y su superioridad sobre las autocracias. Pero se ha tenido la prueba de que los ciudadanos consentían el sacrificio de ciertas libertades a favor de su seguridad. Frente a esta situación, solo hay una salida razonable: quedarse en casa. Siempre habrá mil motivos para evitar a hombres y mujeres a esconderse en una agujero bajo la tutela bienhechora del Estado: las diez plagas de Egipto caen sobre una humanidad demasiado temerosa en el norte, demasiado desprovista en el sur. Abrir la puerta se convertirá en un acto altamente peligroso: es toda la ambigüedad de la cerradura que hace girar para entrar en casa o que se cierra con doble llave para no dejar que penetre el exterior. La ampliación desmesurada del espacio doméstico se corresponde con el encogimiento del espacio público. Habrá que limitar entonces nuestras posesiones, nuestras ambiciones, nuestros desplazamientos: el hombre del futuro será el hombre disminuido, el cual irá a la par de la relidad aumentada por lo virtual. Existir será restar. El primer confinamiento tenía la novedad de lo inédito, casi pintoresco en su brutalidad. Prometía ser breve. Los siguientes han adquirido la apariencia de profecía autocumplida. ¿Será ese el rostro de nuestro futuro? ¿Moldearían el mundo de mañana? ¿Censura, distancia, desconfianza, aumento de la reglamentaciones. 

Desde hace más de dos años somos «Platón en bata» (Levinas a propósito de Oblómov), disertando sobre la eficacia de las vacunas, la «conspiración» de los grandes laboratorios, las mentiras de nuestros gobernantes, los peligros de la vida colectiva. Hay cierta dulzura en el internamiento e incluso un placer en la vida restringida, que nos recuerda, como veremos, la larga tradición del monaquismo occidental; la celda del monje más las redes sociales. Esta voluptuosidad del cascarón se nos aparece adornada con las virtudes de la resistencia al cambio climático, a la inseguridad, a los peligros del mundo. La vida en el interior en lugar de la vida interior. De ahora en adelante es imperativo mantener la inmovilidad del vegetal para no exponerse o producir una huella de carbono demasiado grande. La Tierra se vuelve de nuevo inmensa, es decir, prohibida. El mundo se encierra, recorrer el mundo con la mochila y en autostop se convierte a partir de ahora en una utopía. El confinamiento supuso el encogimiento del espacio y la dilatación del tiempo. El posconfinamiento es lo contrario: las distancias aumentan de forma exponencial. Atravesar las fronteras constituye todavía una hazaña, una carrera de obstáculos agotadora. El prójimo se ha vuelto lejano y lo lejano inaccesible.

Las tres ces: la caverna, la celda, el cuarto

Al escribir el mito de la caverna, Platón estableció un decorado mental que no deja de obsesionar a la conciencia occidental. Unos hombres están encadenados en una caverna, el rostro bloqueado frente a un muro sin poder girar la cabeza. No ven más que los reflejos de una hoguera encendida detrás de ellos sobre una altura y las sombras de otros hombres que pasean por un camino. Los prisioneros toman estas sombras por la única realidad y las consideran más reales que la claridad de la que provienen. Si se obligara mediante la fuerza a contemplar la luz a uno de esos cautivos, a conocer la verdad, se sentiría deslumbrado e «incluso ciego» y querría regresar urgentemente a la caverna para recuperar la calmante penumbra. Solo los más atrevidos, los más audaces, son capaces de alejarse de las ilusiones de la caverna y contemplar el cielo estrellado, el sol, los astros. Pero ya no podrán volver a descender después entre el pueblo de los cautivos, compartir sus errores y acostumbrarse de nuevo a la oscuridad. Para Sócrates, que expone este mito a Glauco, la caverna es una figuración del mundo sensible, propenso al error, mientras que el cielo encarna el mundo inteligible del bien y lo bello. Quien pasa de la contemplación divina a las cosas despreciablemente humanas tendrá muchas dificultades para disertar con los seres groseros que son la presa de la falsedad. Sócrates deduce de ello que los prisioneros de la caverna tienen necesidad de ser educados para poder elevarse poco a poco al conocimiento y a la contemplación de las ideas puras. El pequeño número de elegidos que han visto lo verdadero y bueno deben volver a descender entre los cautivos para enseñarles la virtud. Estos seres elegidos son los filósofos que regresan a la «morada común» para iluminar a sus conciudadanos. La humanidad vive en el claroscuro y solo la filosofía puede convertirla a la luz, que es la morada del ser.
Esta alegoría no solo es la base de la filosofía europea y su idealismo; nos interesa por la riqueza simbólica. ¿Cómo no ver que el mito se ha invertido? Porque entretanto hemos habilitado nuestras cavernas con todos los instrumentos del confort moderno. Hemos hecho de la clausura no el lugar de la tinieblas, sino al contrario, el de la protección y la salud. La caverna es ahora la esfera auténtica, mientras que el mundo exterior y sus reflejos, en oleadas continuas en nuestras pantallas, ponen de manifiesto la violencia y el salvajismo. Desde el siglo XVIII, en Europa, la vida privada se ha convertido en el santuario en el que se construye el hombre moderno, disfruta de sus seres cercanos y de su familia y decide sobre su destino. Ya no oponemos el mundo de los fenómenos , perecederos, al de las esencias inmutables, sino el espacio público al espacio privado. Cada época tiene una concepción diferente de la circulación del uno al otro, pero ese ir y venir sigue siendo fundamental. Para vivir en el mundo, el hombre debe tener un espacio en el que refugiarse, descansar, protegerse. De manera f¡dramática, Enmanuel Kant, tal vez porque vivía en una época de gran inseguridad, escribió: «La casa, el domicilio es el único escudo contra el horror de la nada, de la noche y del origen oscuro: encierra en sus muros todo lo que la humanidad ha recogido pacientemente en los siglos de los siglos (...) Su libertad se amplifica en lo estable y en lo cerrado y no en lo abierto y en el infinito. Estar en casa es reconocer la lentitud de la vida y el placer de la meditación inmóvil (...) La identidad del hombre es, por lo tanto, el que no tiene hogar ni lugar, y por tanto no tiene ni fe ni ley, condensa en él toda la angustia del vagabundo». 

Bruckner, Pascal (La euforia perfecta) Sobre el deber de ser...
Bruckner, Pascal (La tiranía de la penitencia) Ensayo sobre el ...

Alejo Schapire (El secuestro de Occidente)

 La víctima imposible

Nunca se había visto nada así. Existían crónicas, testimonios escritos, grabados, investigaciones históricas, arqueológicas, recuerdos que se transmitían de generación en generación y forman parte de una memoria milenaria. Pero esta era la primera vez que un grupo de hombres organizados documentaban y difundían la matanza, mutilación y secuestro de más de un millar de civiles mientras perpetraban la peor masacre de judíos desde la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de los nazis, que buscaron desde el primer momento borrar los rastros de sus crímenes, conscientes de lo que su exposición podía implicar para la opinión internacional y la psiquis de los propios alemanes, aquí la barbarie se exhibía, buscaba inundar orgullosa todas las pantallas del mundo. "Papá, te estoy hablando desde el teléfono de una mujer judía. La maté a ella y a su esposo. Maté a diez con mis propias manos. "Papá, ¡diez con mis propias manos!", alardeaba un palestino desde el kibutz de Mefalsin en línea con sus padres, que lo congratulaban desde Gaza.

El pogromo del 7 de octubre de 2023 en el sur de Israel fue llevado a cabo en un clima de euforia pornográfica, una orgía sangrienta de violencia contra civiles (bebés, mujeres, ancianos supervivientes del Holocausto) transmitida en tiempo real por sus propios autores. Vientres de embarazadas abiertos, fetos extirpados y destruidos, bebés calcinados, violaciones frente a familiares, decapitaciones con palas, jóvenes desgarradas y con la pelvis destruida por los abusos, talones cortados para impedir su huida, cuerpos de jovencitas vejados, desnudos y desarticulados paseados en camionetas como trofeos de guerra al grito de "Alá es grande". La imaginación y la religión, puestas al servicio de un proyecto de destrucción macabra. Un horros que se jacta y se regodea en el espejo.

Para quienes están familiarizados con las cíclicas olas de violencia en la región, el esquema suele ser el siguiente: lanzamiento de morteros desde la Franja de Gaza contra civiles israelís y respuesta armada del Estado hebreo. A veces, la lluvia de misiles palestinos continúa, e Israel replicas con más bombardeos, incluso con una incursión militar terrestre. Es recién a partir de la reacción israelí que la prensa internacional empieza a poner en portada la crisis como si fuese el inicio y llega la condena del mundo. La Unión Europea se dice deeply concerned (profundamente preocupada) y pide "proporcionalidad"; Estados Unidos ejerce su veto en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que busca condenar a Israel, explicando que la única democracia en la región está en su legítimo derecho a defenderse cuando matan a sus ciudadanos. Entonces empiezan las manifestaciones propalestinas en las calles europeas y se registra un nuevo pico de ataques antisemitas en el Viejo Continente, hasta que, con el correr de los días, a veces semanas, la tensión vuelve a bajar esperando el inicio de un nuevo ciclo.

Pero esta vez no fue así.

La masacre del 7 de octubre, precedida por una larga y minuciosa planificación, fue el peor ataque sufrido por Israel desde la creación del Estado en 1948 y representa el mayor atentado terrorista en muertes per cápita de que se tiene registro. Proporcionalmente, es como si entre 40.000 y 50.000 estadounidenses hubiesen sido asesinados el 11 de septiembre de 2001. El elaborado plan de Hamás incluyó el uso de drones, la apertura de treinta brechas a la seguridad israelí, combatientes por mar y aire, explosivos y el ingreso por tierra de más de mil hombres armados, tanto con ropa de combate como varones de civil, en bicicleta e incluso con muletas, decididos a violar y matar a la mayor cantidad de judíos posibles [...].
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De las bibliotecas al quirófano

Así como la existencia y puesta en práctica de la teoría de género empezó a cobrar notoriedad con la objeción a los contenidos educativos por parte de padres -a veces nucleados en organizaciones parentales como Moms for Liberty o No Left Turn in Education-, el debate escaló a otro peldaño cuando la discusión pasó a los tratamientos y las operaciones para "reasignación de género".

En 2017 en Estados Unidos, se habían registrado 15.172 diagnósticos de "disforia de género" en niños de entre 6 y 17 años. En 2021, esta cifra trepó a 42.167. La disforia de género se define como el malestar causado por una discrepancia entre la identidad de género de una persona y la que se le asignó al nacer, apunta el informe de Komodo Health Inc., citado por la agencia de noticias Reuters. Merecería detenerse en esa expresión que se ha impuesto como una evidencia recientemente en distintos idiomas: "Asignación de género", como si lo que ha hecho la mayor parte de la humanidad en el planeta a través de las culturas y las épocas de golpe fuese el mero capricho arbitrario del personal médico que determina una identidad como se reparten al azar caramelos surtidos. Pero si la identidad sexual material de los genitales pasa a ser una mera anécdota que puede adaptarse a la "verdadera" identidad "de género", se entiende que esta realidad biológica sea tratada como el anacronismo de una burocracia que tarda en adaptarse a la neolengua.

El documento añade que, en 2017, 633 niños habían recibido bloqueadores de la pubertad químicos. En 2021, pasaban a ser 1.390. "Al suprimir las hormonas sexuales, los medicamentos bloqueadores de la pubertad detienen la aparición de las características sexuales secundarias, como el desarrollo de los senos y la menstruación en los adolescentes asignados al sexo femenino al nacer. En los varones de nacimiento, los fármacos inhiben el desarrollo de una voz grave y de la nuez de Adán, así como el crecimiento del vello facial y corporal. También limita el crecimiento de los genitales". Al uso de los fármacos, que pueden provocar esterilidad, se le suman operaciones quirúrgicas como la mastectomía o, en cuanto a los genitales, la falectomía (quitar el pene), la orquiectomía (extirpación de testículos) y la vaginoplastia (construcción de vagina). El fenómeno va a seguir en ascenso, auguran los analistas financieros.

"El mercado de la cirugía de reasignación de sexo en Estados Unidos crecerá 125,78 millones de dólares entre 2022 y 2027, con una tasa interanual del 10,84% durante el periodo de previsión", estima la empresa de investigación y asesoramiento tecnológico Technarvio. El estudio subraya, empero, uno de los obstáculos a este negocio. "Los efectos secundarios de las operaciones de reasignación de sexo son un desafío importante que frena el crecimiento del mercado".

Los procesos quirúrgicos irreversibles, la consecuente esterilización, y la incapacidad de amantar o alcanzar el orgasmo, dificultades para orinar, tener que tomar medicación de por vida, sin mencionar las eventuales secuelas psicológicas en caso de arrepentimiento de quienes buscan "destransicionar" no son detalles, sobre todo cuando se trata de menores que deben tomar decisiones definitivas para sus vidas en un período de dudas, experimentación y fluctuaciones propias de la edad. Que tales cambios terminantes sean resueltos bajo una influencia de la militancia de docentes y organizaciones, que incluyen al personal médico, a veces a espaldas y sin el acuerdo de los padres, da lugar a situaciones dramáticas. No es difícil imaginar la magnitud del problema de la irreversibilidad cuando "al menos media docena de estudios médicos demuestran que entre el 61% y el 98% de los niños que representan trastornos relacionados con el sexo se reconciliaron con su sexo natal antes de la edad adulta.

Schapire, Alejo (La traición progresista)

Mariano Sigman - Santiago Bilinkis (Artificial) La nueva inteligencia y el contorno de lo humano

La moral de un algoritmo

¿Es real el peligro?

En el último tramo de este libro, la ciencia empieza a mezclarse de forma definitiva con la ciencia ficción. Llegamos a Metrópolis, Solaris, Terminator, Mad Max, Her, Ex Maquina, 2001: Odisea del espacio... Es el momento de preguntarnos por la utopías, las distopías y el apocalipsis: ¿pueden las máquinas y la IA convertirse en una amenaza para nuestra especie? Justamente la ciencia ficción ha sido el laboratorio en el que exploramos este universo de posibilidades, creando escenarios en los que ordenadores superinteligentes adquieren autonomía e intentan (por diferentes razones) aniquilar a la humanidad. Ahora ya no es una película: muchas personas que más entienden de IA hace un tiempo que nos advierten sobre el riesgo que esta tecnología implica para nuestra existencia en los años venideros.

En mayo de 2023, muchos de los referentes mundiales en el tema firmaron una declaración conjunta que consiste en una sola oración: <<Mitigar el riesgo de extinción por causa de la IA debe ser una prioridad global, a la altura de otros riesgos como las pandemias y la guerra nuclear>>. La frase llama la atención por lo contundente, pero también por lo escueta. Subraya tanto el consenso acerca del peligro existente, como la imposibilidad de trasladar la preocupación a acciones concretas por la dificultad que plantea ponerse de acuerdo sobre qué forma podría tomar ese peligro y qué medidas podríamos adoptar para protegernos.

A muchas personas, la mera posibilidad de que la humanidad pueda extinguirse en los próximos años por causa de la IA les parece un despropósito, una de las fantasías del cine catastrófico. ¿Cómo podría una máquina hacernos semejante daño? Si eso fuese una amenaza real, ¿no podríamos simplemente apagarla? Pero lo más probable es que una IA tan avanzada como para ser peligrosa no residiría en un solo ordenador, sino que está distribuida en fragmentos en una red deslocalizada para la que no habrá un interruptor de apagado general. O, más bien, serán las inteligencias de esa red las que lo controlen. Apagar una inteligencia artificial de esa red se parecerá más a erradicar un virus que a apagar la luz. El mayor peligro de todos quizá sea pecar de ingenuos. El riesgo es real. Y desentenderlo o subestimarlo no hace más que amplificarlo.

Muchos sostienen, por ejemplo, que es imposible que generemos una inteligencia que supere nuestra propia capacidad. Pero, por más que creamos que la inteligencia es el rasgo más definitorio de nuestra especie, no somos el pináculo de nada. Pudimos idear y fabricar dispositivos que levantan miles de veces más peso que nosotros, artefactos capaces de volar y cruzar océanos y continentes o llevarnos a la luna. Si hemos podido construir máquinas con la capacidad de superarnos en todos estos aspectos, ¿por qué no sería posible fabricar otras que superen nuestra inteligencia general?

La IA es una tecnología muy diferente de todas las que hemos inventado hasta ahora. En primer lugar, por el método que usamos para construirla. Para hacer, por ejemplo, la bomba atómica, debemos primero entender de manera muy precisa el proceso de fisión nuclear. ¿Cómo desatar a voluntad una reacción en cadena? ¿De qué manera se detiene? Al lanzar la primera bomba sobre Hiroshima, el gobierno de los Estados Unidos podía delimitar la extensión del hongo nuclear. Su efecto, tremendamente destructivo y nocivo, había sido estimado con bastante precisión.

A la IA, en cambio, estamos llegando por un camino muy distinto. No logramos entender aún los mecanismos que dan origen a la inteligencia biológica, y muchísimo menos a la conciencia. Es como si estuviésemos fabricando una bomba nuclear con una compresión muy precaria de la física del núcleo y de las partículas elementarles. Y así, la explosión de esta <<bomba de inteligencia>> puede extenderse en formas que nos son casi imposibles de pronosticar. La IA es un experimento en tiempo real en el que participa, con o sin consentimiento, toda la población mundial. Ya vimos como el GPT fue un experimento que desarrolló habilidades que ni siquiera sus creadores fueron capaces de imaginar. La inteligencia artificial sale de la circularidad previsible de las máquinas y se inserta, de pleno, en lo imprevisible, en lo que siempre ha sido territorio de la polis, el lugar más selecto del devenir humano.

Una inteligencia no es una herramienta inerte, como un avión o una bomba. Por su propia naturaleza, es dinámica y puede tener agencia. Puede aprender sin que nadie le enseñe, es capaz de planificar y establecer metas intermedias para alcanzar los fines que persigue, tiene la posibilidad de tomar decisiones que tienen un efecto real sobre el mundo y sobre su propia estructura y podría, eventualmente, realizar copias idénticas o modificadas de sí misma. Aun sin serlo, reúne casi todas las condiciones de un ser vivo: es un ente con intención, que trabaja activamente y consume energía para lograr un objetico con cierta planificación. También tiene personalidad; dos instancias de una misma IA, con ligeros cambios arbitrarios en sus parámetros pueden dar lugar a ideas y comportamientos muy distintos. Una inteligencia artificial puede programarse a sí misma, y reproducirse. Podría incluso tener <<sexo digital>>, combinándose con otras inteligencias para mezclar sus identidades.

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