Juan Soto Ivars (La trinchera de letras) La batalla cultural contra la libertad y el conocimiento

DE IRÓNICOS Y LITERALES

[...] La imagen de la verdad que proyecta la persona crítica en su cabeza se ve acosada por los hechos y proposiciones que la discuten: la persona crítica es la que sabe hallar inteligencia y bondad en los principios del enemigo. La duda se experimenta, entonces, como una sensación estimulante; pero otras veces, incluso en la persona más razonable y flexible, se vive también esa duda como zozobra, angustia, violencia e incluso dolor. A esto se le ha llamado en psicología «disonancia cognitiva».

Pensemos con ejemplos: Se puede ser monárquico y, sin embargo, detestar las castas, reprender la herencia biológica del poder, admirar la racionalidad y la lógica de la república, sentir vergüenza por los comportamientos de los reyes e incluso admirar el alegre descaro de los republicanos. A la contra, uno puede ser republicano y preguntarse por qué algunos de los países, más desarrollados, justos y ejemplares del mundo son monarquías, o por qué España ha logrado sus mejores años con este sistema mientras decenas de repúblicas del mundo eran pasto de la arbitrariedad y la violencia.

Uno puede ser demócrata convencido y, sin embargo, por haber participado en una simple reunión de vecinos, darse cuenta de que la democracia directa sería el infierno en la tierra dado que los intereses particulares siempre llevan a las personas al conflicto; uno puede confiar en la mayoría, respetar las decisiones del pueblo soberano y, al mismo tiempo, ser consciente de que las masas, como decía Ortega y Gasset, coinciden con lo más bajo de cada individuo. O ser comunista y enfrentarse al resultado histórico de este sistema allá donde se ha implantado; o retadoramente liberal y tener que explicar las corrupciones intrínsecas a los sistemas que dan rienda suelta a la ambición; o feminista y asomarse al capítulo siguiente de este libro, etcétera.

Para hacer compatibles las distorsiones que las buenas razones contrarias dejan en la idea clave que rige nuestro sistemas de creencias, para tolerar las tachaduras de la evidencia percibida, contra la evidencia deseada, para sortear estos callejones sin salida del discurrir libre y crítico, el cerebro nos proporciona dos herramientas muy pobres: la primera es la posibilidad del cambio de opinión en contra del orgullo, un paso loable tras descubrir el propio error, sin embargo, no garantiza nada, pues nos puede conducir a nuevas ideas sometidas al mismo tormento por otras disonancias cognitivas o, peor, depositarnos en ese fanatismo tan habitual que llamamos «furia del converso». La segunda herramienta, mucho más estimulante, es la ironía.

¡Ironía! Una palabra socorrida y útil, de uso común. El diccionario español es, sin embargo, superficial con su profundidad. Allí se define como la «expresión que da a entender algo contrario o diferente de lo que se dice, generalmente como burla disimulada», y ahí se queda. Podría alguien suponer que con esa definición ya la tiene bien agarrada con un lazo, pero se equivoca. Al mínimo desliz, la ironía nos muerde el tobillo. Nos decapita. Y aunque este sea el uso corriente y así es como la gente suele pensar en ella, va a ser necesario que le demos más vueltas para entender su choque con la literalidad, fuente de tremendos conflictos en nuestra vida pública.

Que la ironía funcione a menudo como mecanismo interno del humor o pieza clave para el chiste, que se perciba en el tono de un artículo o de un monólogo mordaz, que adorne a quien quiere dárselas de listo o se vea reducida a la palanca final para burlarse de otro, todo esto, digo, lleva a una confusión habitual entre la ironía y la risa, como si la primera fuera algo que pretende despertar lo segundo. No es cierto: la ironía y la risa, que sostienen una relación estrecha y complicada como la de las hermanas, pertenecen a familias diferentes.

La risa brota del sentimiento. La ironía, de la inteligencia.

Dice Bergson que la risa puede desatarse por los estímulos más variopintos, desde la alegría a la confusión, pasando por el susto y la pena, y contrapongo yo que la ironía, en cambio, puede traspasarnos de medio a medio sin despertar en nosotros nada parecido a la carcajada, ni siquiera media sonrisa.

El solapamiento entre la risa y la ironía hace suponer que un comentario irónico busca el cachondeo. Pero la ironía sobre un asunto serio no siempre pretende burlarse. Aunque puede servir lo mismo al desaprensivo que al sensible, abandonarla a esos páramos malbarata su valor. Incluso cuando desata su efecto devastador sobre las cosas más graves, la ironía no tiene por qué buscar una carcajada. Puede ser, al contrario, el recurso que agita el pensamiento donde está dormido y despierta una reflexión original.

En 1729, Jonathan Swift se dedicó a escribir sobre un problema que tenía preocupada a la sociedad del momento: el hambre del campesino irlandés pobre bajo el yugo inflexible de los terratenientes y arrendadores. La situación era grotesca: desesperada para los campesinos y desagradable para la buena sociedad. Dado que los pobres no paraban de tener hijos, los caminos dejaban ver a niños famélicos que aparecían luego, como enjambres, suplicando comida en mercados, pueblos y ciudades. Swift era un gran hombre, autor conocido no solo por Los viajes de Gulliver, sino por The Benefit of Farting, así que en esta gravísima situación ofreció un ensayo con el giro que resolvería todo: propuso que los hijos de los pobres se convirtieran en comida.

El título completo del texto que presentó era Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres o su país, y para hacerlos útiles al público. 

El mensaje irónico precisa de un lector capaz de descodificarlo. ¿Qué pasa cuando no estamos a la altura de la ironía que nos atropella? Se produce la malinterpretación en dos niveles diferentes. El primer nivel es el más cretino: la interpretación obtusa, que haría suponer que la proposición de Swift va en serio, es decir, que el autor considera razonable y pertinente el canabalismo, dado que el texto está escrito con el estilo serio y lógico de los tratados importantes.

Pero por encima de ese lodo abisal hay otra interpretación errónea y mucho más extendida, que sería suponer que Swift actúa como un psicópata y un frívolo, que se está burlando de la tragedia por diversión o por el gusto vanidoso de escandalizar. ¡Una abominable falta de sensibilidad! ¿Por qué se carcajea Swift ante la desgracia? ¿No le conmueven las estampas de niños esqueléticos? Etcétera. En esta línea, aparecieron muchas respuestas en su tiempo, de la misma forma que hoy aparecen críticas de ese cariz para toda clase de expresiones y obras irónicas, satíricas o bufas. 

¡La intención del autor! Aquí es donde se abre el primer escollo entre literales e irónicos. Son los temibles juicios de inducción, en los que la lectura literal del tono denuncia que las intenciones de un artista, un escritor o un tuitero son ofensivas. «Si es irónico con esto, es porque se ríe de ello y, por tanto, de todos nosotros». ¡No! La ironía puede ser una forma de protesta, un grito de rabia; también un razonamiento extremo o una denuncia a la hipocresía de los que se fingen conmovidos. Incluso puede ser una forma de llanto, el brillo más sofisticado de la sensibilidad, de la herida.

Amador Fernández-Savater (Capitalismo libidinal) Antropología neoliberal, políticas del deseo, derechización del malestar

UNA VIDA SE BASTA A SÍ MISMA: 
LA REVANCHA DE LOS «VALORES DEL SUR». 

En los años 1970, el cineasta italiano Pier Paolo Pasolini propuso pensar el conflicto político como una disputa fundamentalmente antropológica: entre diferentes modos de ser, sensibilidades, ideas de felicidad. La fuerza política no es nada (no tiene ninguna fuerza) si no arraiga en un «mundo» que rivalice con el dominante en términos de formas de vida deseables

Mientras los «hombres políticos» de su tiempo (dirigentes de partido, militantes de vanguardia, teóricos críticos) miraban hacia el poder estatal como el lugar privilegiado para la transformación social (se toma el poder y desde arriba se cambia la sociedad), Pasolini advertía —con sensibilidad poética, esto es, sismográfica— que el capitalismo estaba avanzando mediante un proceso de «homologación cultural» que arruinaba los «mundos otros» (campesinos, proletarios, subproletarios) contagiando «horizontalmente» los valores y modelos de consumo: a través de la moda, la publicidad, la información, la televisión, la cultura de masas. El nuevo poder no emana, irradia o desciende desde un lugar central, sino que se propaga «indirectamente, en la vivencia, lo existencial, lo concreto».

En el vestir y en los andares, en la seriedad y las sonrisas, en las gesticulaciones y los comportamientos, el poeta descifra los signos de una «mutación antropológica» en marcha: la revolución del consumo. Frenarla desde el poder político sería como tratar de contener una inundación con una manguera. No es posible imponer otros contenidos o finalidades a un mismo marco de acumulación y crecimiento.  Es más al revés: el modo de producción de consumo será el que determine los márgenes del poder político. Una civilización solo se para por otra. Son necesarios otros vestires y otros andares, otra seriedad y otras sonrisas, otra gesticulación y otros comportamientos. Otra configuración del lo humano.

La disputa política (la que no es simple juego de tronos) expresa un «desacuerdo ético» entre diferentes ideas de la vida o, mejor, de la buena vida. No ideas que flotan por ahí o se anuncian retóricamente, sino ideas prácticas encarnadas, materializadas, inscritas en los gestos y los dispositivos más cotidianos. Facebook, Uber o Airbnb son figuras del deseo, de ahí su fuerza. ¿Qué podría decirnos una mirada antropológica sobre la política? ¿Qué mundos colisionan hoy? ¿En qué desacuerdos éticos sobre la vida buena podrían aflorar acciones políticas transformadoras?

EL FRACASO DE LAS REVOLUCIONES COMUNISTAS DEL SIGLO XX

En los años setenta del siglo XX, el filósofo alemán Herbert Marcuse reflexiona junto a Jürgen Habermas y otros sobre su propia trayectoria política e intelectual. Todo comenzó con un fracaso, dice, la derrota de la revolución espartaquista de 1918-19 en Alemania.

«Yo formé parte de la última concentración de masas en la que habló Rosa Luxemburg; yo estaba en Berlín cuando Karl Liebknecht y ella fueron asesinados. Lo que quería comprender era cómo, con la presencia de unas masas auténticamente revolucionarias, pudo ser derrotada la revolución. ¿Por qué el potencial revolucionario de entonces históricamente fuera de lo común, no solo no se utilizó, sino que se echó a perder por décadas? Significativamente empecé estudiando a Freud.

La derrota de 1918-19 anticipa otro fracaso: el de las revoluciones comunistas victoriosas del siglo XX. También en ellas el potencial revolucionario de masas queda inutilizado, y el sueño colectivo de libertad y felicidad se convierte en una pesadilla de terror y esclavitud. ¿Cómo es posible?

Lo que piensa Marcuse es que las revoluciones no solo son derrotadas por fuerzas exteriores, como la represión o la cooptación de los revolucionarios, sino también por dinámicas interiores, inconscientes. Al Termidor histórico-social se le añade un «Termidor psíquico» en cuyo misterio hay que penetrar para comprender algo de la maldición recurrente de las contrarrevoluciones.

Las revoluciones comunistas del siglo XX retoman sin cuestionar el imaginario del progreso: despliegue de las fuerzas productivas, dominio de la naturaleza y fabricación de bienes de consumo. El socialismo se define como la redistribución igualitaria del progreso industrial, lo que Lenin resume en su famosa fórmula: «El comunismo son los soviets más la electricidad».

El problema, dice Marcuse, es que ese imaginario presupone ya un tipo de cuerpo. Solo el cuerpo reprimido e insatisfecho, que ha aprendido a posponer el placer y a sublimar en ideales futuros, es capaz de empujar el progreso infinito cuantitativo. Solo ese tipo de cuerpo puede experimentar la vida como trabajo sin disfrute en función de la productividad y su promesa de porvenir.

¿Cómo se «educa» ese cuerpo? Por supuesto a partir de todo tipo de violencias exteriores: las conocemos bien gracias a los trabajos de Marx, Foucault o Silvia Federici. Pero no solo. Lo que Freud le permite a Marcuse es pensar la «interiorización del poder» a través del hecho cultural mismo. 

El acceso a la cultura y el lenguaje impone a cada ser humano el sacrificio del cuerpo pulsional en favor del principio de realidad. El delegado principio de realidad en el interior de cada uno de nosotros se llama superyó. Ese vigilante interno, que tomamos como voz de la conciencia moral, trabaja por el mantenimiento de culpa y deuda, la angustia ante la más mínima transgresión, el deseo de castigo como redención.

«CUANDO EL PODER BRUTALIZA EL CUERPO, LA RESISTENCIA ASUME UNA FORMA VISCERAL»: ENTREVISTA CON ACHILLE MBEMBE 

Otro de lo conceptos importantes que aparece en sus trabajos, asociado al de «necropolítica», es el de «gobierno privado indirecto». ¿Qué puede decirnos al respecto?

Achille Mbembe: Ese concepto fue elaborado en los años 1990, en una época en la que el continente africano estaba enteramente bajo el poder del FMI y el Banco Mundial. Era un período de grandes ajustes estructurales que golpearon duramente la economía africana, de un modo similar al caso griego más recientemente: endeudamiento fuera de cualquier norma, suspensión de la soberanía nacional, delegación de todo poder soberano a instancias no democráticas, privatización de todo, y especialmente del sector público, etc. La idea de gobierno privado indirecto apunta a esa forma de gobierno de la deuda, que desarrolla por fuera de todo marco institucional una tecnología de la expropiación en países dependientes económicamente, privatizando lo común y descargando la responsabilidad de todo mal en los individuos («ha sido vuestra culpa»).

Este concepto, elaborado en el contexto del continente africano en los años 1990, ¿puede explicar tendencias globales actuales, aplicarse a otras partes del planeta? En México, por ejemplo, mucha gente sigue atentamente sus trabajos por las poderosas resonancias de sus análisis con lo que allí sucede. 

Achille Mbembe: Creo que es posible seguir pensando este concepto hoy en día a escala global. El gobierno privado indirecto a nivel mundial es un movimiento histórico de las élites que aspira, en última instancia, a abolir lo político. Destruir todo espacio y todo recurso —simbólico y material— donde sea posible pensar e imaginar qué hacer con el vínculo que nos une a los otros y a las generaciones que vienen después. Para ello, se procede a través de la lógicas de aislamiento —separación entre países, clases, individuos entre sí— y de concentración de capital allí donde se puede escapar a todo control democrático —expatriación de riquezas y capitales a paraísos fiscales desregulados, etc—. Este movimiento no puede prescindir del poder militar para asegurar su éxito: la protección de la propiedad privada y la militarización son correlativos hoy en día, hay que entenderlos como dos ámbitos de un mismo fenómeno.

La transformación del capitalismo desde los años 1970 ha favorecido cada vez más la aparición de un Estado privado, donde el poder público en el sentido clásico, que no pertenece a nadie porque pertenece a todos, ha sido progresivamente secuestrado para el beneficio de poderes privados. Hoy resulta posible comprar un Estado sin que haya gran escándalo y Estados Unidos es un buen ejemplo: las leyes se compran inyectando capitales en el mecanismo legislativo, los puestos en el Congreso se venden, etc. Esa legitimación de la corrupción al interior de los Estados occidentales vacía el sentido del Estado de Derecho y legitima el crimen en el interior mismo de las instituciones. Ya no hablamos de corrupción como una enfermedad del Estado: la corrupción es el Estado mismo y, en este sentido, ya no hay un afuera de la ley. El deteriodo del Estado de Derecho produce políticas exclusivamente depredadoras, que invalidan toda distinción entre el crimen y las instituciones.

«VOLVER A ABURRIRNOS ES LA ÚLTIMA AVENTURA POSIBLE»: 
CONVERSACIÓN CON FRANCO BERARDI, BIFO

«No es no»: cuando la ambigüedad se vuelve peligrosa

Dices en el libro que, aunque pueda sonar paradójico, el porno es el punto de llegada de una transformación puritana del mundo. 

Bifo: Como digo, creo que la relación entre los cuerpos se empobrece a causa del desplazamiento de la comunicación desde la relación empática al terreno de la comunicación conectiva. Hace poco leía un mensaje de un chico de q9 años que decía: «Desde que nací mi relación principal ha sido con autómatas sexuales que he encontrado en la red, ¿por qué he de tener relaciones sexuales con humanos? Los humanos son más brutales, menos inteligentes y menos interesantes que los autómatas». Me parece que está claro: los seres humanos están hablando con autómatas y perdiendo la capacidad de hablar con otros seres humanos. La relación entre seres humanos se ha vuelto una relación sin cortesía, sin este tipo de sabiduría especial que es el desciframiento de la ambigüedad en condiciones de empatía. El porno es justamente la sexualidad sin ambigüedad, donde la ambigüedad queda cancelada desde el comienzo. Se sabe siempre lo que va a pasar.

¿Y, en este sentido, cómo lees la consigna feminista «solo sí es sí»?

Bifo: No sé si Camille Paglia es conocida en España... ¿Qué dice Camille Paglia? Antes que nada dice: yo soy barroca, soy católica y latina. Segundo: mi figura de referencia es Madonna. Y su trabajo es un trabajo de crítica al feminismo puritano, que tiene un papel fundamental, probablemente mayoritario, en la experiencia del feminismo americano. La lectura de Camille Paglia, para mí y hablando en general para las mujeres de mi generación, fue una experiencia enriquecedora. Pero en cierto momento las cosas cambiaron y la actitud de Camille paglia se hizo cada vez más minoritaria y hoy está, me parece, completamente desaparecida, al menos en Estados Unidos.

¿Por qué? ¿Es que las mujeres feministas se han vuelto acaso demasiado puritanas y moralistas? No, es que el mundo ha cambiado, el mundo ha cambiado de una manera que hace cada vez más difícil interactuar de manera ambigua y cortés. La ambigüedad se ha vuelto peligrosa porque la cortesía ha desaparecido y entonces estamos obligados a decir «sí es sí, no es no». A mí no me gusta esta banarización de la comunicación, pero a día de hoy me parece inevitable. Porque fuera de la reducción «sí-sí, no-no» se halla constantemente el peligro de la violencia. 

Si no hay ambigüedad no hay erotismo, porque el erostismo es esencialmente el fenómeno de la detección de la intención implícita en una comunicación ambigua. Pero si caen los contextos donde es posible interpretar la ambigüedad desde el placer de la relación y la empatía, entonces la única manera de entender es «sí-sí» y «no-no». La mutación actual no es solo tecnológica, sino comunicativa: la mutación de las posibilidades de interpretación ha producido un efecto de «pronografización», del panorama erótico contemporáneo. 

María Blanco González (La política del disimulo) Cómo descubrir las artimañas del poder con Mazarino

 El autor

Jules Mazarin o Giulio Mazarinni, fue un cardenal, que no sacerdote, del siglo XVII, mentor y asesor de la corona francesa, en concreto de Luis XIV, el llamado Rey Sol. Su figura y sus talentos han quedado oscurecidas ante el gran público, probablemente debido a la popularidad de Richelieu, su predecesor. A este es al que se le dedica más texto en los libros de historia y, por superficial que parezca, es conocido por su estelar aparición en los libros de mosqueteros de Dumas, y en las películas de cine y televisión que se han filmado en siglos posteriores. Para las generaciones no tan jóvenes, tú dices <<Richelieu>> y ellos piensan e los Mosqueteros, por la serie infantil de otros tiempos, en la que D´Artagnan era un perro y el cardenal un zorro. Pobre Mazarino. ¡Con lo que le costó llegar a donde llegó!.

[...] Este libro, el Breviario para políticos, escrito en latín, como era de rigor, y traducido mucho más tarde al francés y al italiano, podría interpretarse en la actualidad como una suerte de <<curso de coaching para políticos en ciernes>>, si no fuera porque el entorno de entonces y el de ahora son bien diferentes.  Actualmente, Francia es una república y, en las monarquías europeas, los reyes y reinas tienen un rol muy secundario, comparado con el que tenían las monarquías barrocas, déspotas y autoritarias. La influencia del Vaticano en los gobiernos europeos hoy es mucho menor. No existían los Estados Unidos, China o Rusia como grandes actores del equilibrio político mundial. El petróleo y la energía no eran desencadenantes de guerras o de acuerdos imposibles. Qué decir de los medios de comunicación, la producción en cadena, la logística y el comercio mundial, el desarrollo de los instrumentos financieros, la inteligencia artificial, el veloz avance de la tecnología y su inmersión, casi irreversible, en la vida cotidiana de los ciudadanos. Y, sin embargo, los consejos de Giulio son tan modernos que me servirían a mí si, efectivamente, en un brote de inconsciencia, decidiera dedicarme a la política.

Comenta Umberto Eco, en la presentación de la edición francesa del Bréviaire des politiciens, que Mazarino confecciona un retrato robot cotidiano de los políticos en general: <<Lo que tenemos aquí es un modelo de estrategia democrática, ¡para la era del absolutismo!>>.

¿Hasta qué punto eso es así? ¿Podemos reconocer los atributos y comportamientos de ese retrato robot en los políticos del siglo XXI? ¡Qué difícil es responder a esa pregunta!

En primer lugar, porque hacer una lista de las características de Mazarino como político requiere añadir sus personalidad como diplomático, como jugador de cartas, como mentor del delfín de Francia y como hombre. Y eso es mucho. 

En segundo lugar, porque la especialización de nuestra era y un sistema político basado en los partidos políticos explican que la tarea sea, más que ardua, casi imposible [...]

Mazarino y el pueblo

<<Si buscas ganarte la simpatía del pueblo, promete
personalmente a cada uno gratificaciones materiales:
eso es lo que funciona, el pueblo es indiferente a
la gloria y a los honores>> (pág. 67)*

A pesar de las victorias, Mazarino se encontró con una fuerte oposición. Recordemos que aún estamos en el siglo XVII, está culminando absolutismo en Francia y aún queda mucho para la revuelta popular que acabó con la familia real en la guillotina, a cuenta de la Revolución Francesa.

A quien tenía enfrente Mazarino era a los privilegiados. Y fueron ellos quienes se encargaron de azuzar al pueblo para que perdiera reputación y se montara el escándalo. Es el movimiento que se conoce como las dos Frondas.

La Fronda (o alzamiento) era un movimiento organizado por magistrados primero, y grandes nobles después, que señalaba los desmanes de todo tipo cometidos por Mazarino, a veces ciertos y muchas veces exagerados. Un movimiento tan fuerte que lo impulsó a exiliarse dos veces. Pero no lo suficientemente pujante como para acabar con él. Al poco de morir Richelieu y Luis XIII, con un año de diferencia, Francia era un país financieramente en ruinas a causa, entre otras cosas, del coste de la guerra de los Treinta Años, que acababa de terminar, y de la guerra contra los españoles que persistía. Además, la monarquía recortó los ingresos de los oficiales. Un cargo generaba unos ingresos conocidos como salarios. Pues bien, el poder real, en abril de 1648, abolió todos los salarios de los oficiales parlamentarios, durante cuatro años. Como consecuencia de ello, todos los oficiales de toga, de todos los tribunales soberanos (Parlamentos, Cámara de Cuentas, las Corte Fiscal y la Corte de las Monedas) unieron sus fuerzas para defender sus privilegios. Una situación muy parecida a la que se daba en Alemania, donde, como hemos visto, Mazarino apoyaba a los nobles. El karma histórico. Pero ¿dónde estaba el pueblo francés?

En primer lugar, hay que tener en cuenta que no existían gobiernos como los de ahora, Existía un poder fragmentado que enfrentaba, de un lado al Estado central, es decir, a la monarquía y, de otro, a los gobiernos locales constituidos por la nobleza de provincias y los funcionarios municipales, principalmente.

Durante los siglos XVI y XVII, en Francia, las revueltas no eran de naturaleza social, es decir, no cuestionaban la estructura de la sociedad. Eran de tipo económico y, a menudo, promovidas por los señores locales. A medida que la legislación real atentaba contra los dere4chos señoriales, las revueltas aumentaban. Y fue sobre todo bajo el reinado de Luis XIV que sucedió esto. A partir de 1635, las principales protestas se debieron a la subida de impuestos y al reclutamiento forzoso causados por la guerra de los Treinta Años. No solamente porque esquilmaba a la población. También porque reducían el poder de los nobles locales al quitarles recursos y hombres.

En ocasiones, las tasas sobre productos que se comercializaban localmente, como telas y paños, precedían a una crisis incitada por la élites sociales. En otras ocasiones, los tumultos eran consecuencia de la rivalidad de diferentes clanes, a la red clientelar vertical que existía. Al fin y al cabo, el rey estaba demasiado lejos y los campesinos se veían protegidos o abusados por los señores locales. Los lazos materiales unían al pueblo y a la élite social de manera que el señor protegía a sus paisanos de cara a las exigencias del fisco y de las levas, el reclutamiento forzoso, que ponían en peligro la percepción de la renta feudal.

A causa de la revuelta a la economía de subsistencia, especialmente en las localidades más empobrecidas, debido a la debilidad del comercio, parte de la nobleza se vio obligada a volver a vivir al campo o cerca del pueblo. Esta situación terminó con Luis XIV, que construyó Versalles y obligó a los nobles de alta cuna a residir allí. 

¿Qué tenía que ver Mazarino con todo esto? A partir de su llegada a París, resultaba mucho más fácil atribuir la causa de todos los males a ese italiano ostentoso que se paseaba por la corte y aconsejaba a Richelieu, a la reina y al rey. La revuelta, de ese modo, era, sobre todo, una respuesta a una supuesta <<agresión>> dirigida por un extraño a la comunidad. Por supuesto, se creía ciegamente en la bondad del Rey, pero se desconfiaba de los malos consejeros, especialmente si no eran compatriotas.

El pueblo tuvo que quedarse muy sorprendido a la muerte de Mazarino, cuando, aconsejado por él, el rey decidió que no hubiera primer ministro, y se empeñó en centralizar el poder, gastas en guerras y empobrecer, aún más, a los campesinos, de la mano de su ministro de finanzas, Jean François Colbert, francés de pura cepa. Tal vez algunos echara de menos a Mazarino. 

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Si buscas ganarte la simpatía del pueblo, promete personalmente a cada uno gratificaciones materiales: eso es lo que funciona, el pueblo es indiferente ala gloria y a los honores.  

Si un inferior te invita a su mesa, acepta y no te permitas ni una crítica; muestra a todos una cortesía impecable. Pero cuando estéis relajados hablando, mantén una pizca de gravedad en tu tono.

Evita, a menos que estén de acuerdo, apropiarte de cualquier cosa que le pertenezca, y si se quejan de su suerte muéstrate compasivo.

Si varios bandos solicitan tu protección, reparte cuidadosamente tus favores entre todos ellos.

Si no puedes evitar la crítica a determinadas personas, no critiques nunca su falta de competencia o de juicio. Afirma, por ejemplo, que sus proyectos, sus iniciativas, son siempre dignos de encomio. Hazles notar, sin embargo, los graves problemas a los que se enfrentan o el elevado coste de lo que pretenden,

Conviértete en defensor de las libertades del pueblo.

Observa atentamente al hombre que quieres que sea tu amigo. ¿Tiene pasiones? ¿Tiene armas? ¿Es sabio? ¿Es clemente y sincero?

Intercede ante tu señor en favor de otro solo excepcionalmente: si obtienes de él un favor para otro será como si lo hubieras reclamado para ti, o sea que conviene no solicitarlo con demasiada frecuencia y así reservar sus favores para ti. En ningún caso desveles secretos que él te haya confiado porque perderías sus estima. Si te ordena cometer un crimen, intenta ganar tiempo y busca la manera de esquivarlo (por ejemplo, simulando una enfermedad, o argumentando que te han robado los caballos...)

Trata como amigos a los sirvientes de aquel cuya amistad pretendes. Podrás comprarlos más fácilmente si algún día traicionan a su señor.

Sea cual sea el método que hayas empleado para obtener el favor de alguien, utilízalo también para conservarlo. Si, por ejemplo, le has hecho numerosos favores, tendrás que seguir prestándoselos sin parar para mantener su favor y no perderlo.

Roberto Vannacci (El mundo al revés) Todos contra todos

Nota del autor

Esta obra representa una forma de libre expresión del pensamiento y pone de manifiesto las opiniones personales del autor. Por tanto, no interpreta posiciones institucionales o que puedan atribuirse a otras organizaciones del Estado o del Gobierno.

Se lectura está recomendada a un público adulto y maduro, capaz de comprender los temas propuestos sin desnaturalizarlos, interpretarlos parcialmente o sesgados, comprometiendo así su correcta expresión y sentido original.

El autor no se hará responsable de las posibles interpretaciones erróneas del texto y se desvincula, desde este mismo momento, de cualquier tipo de actos ilícitos que puedan derivarse del mismo.


EL ECOLOGÍSMO

[...] Al final, considerando lo absurdo de las reivindicaciones ecológicas, las estrategias del no y la práctica ausencia de propuestas alternativas surge una duda legítima: ¿no será que el ambientalismo y la ecología ideológica son solo una pantalla y una máscara para ocultar el deseo de subversión total del sistema que hasta ahora ha permitido el bienestar, el progreso, el desarrollo y la prosperidad? ¿Es que los auténticos marxistas, aquellos que querrían comunizar el mundo y equilibrar la sociedad no se han rendido aún ante la dramática derrota de esta ideología que, a los largo del siglo XX, demostró ser un fracaso y ahora utiliza el espectro de la ecología y el ambientalismo en su función anticapitalista? ¿Es que la considerada justicia climática serviría como un alter ego del régimen de terror para intentar debilitar los cimientos sobre los que se ha desarrollado la acomodada sociedad occidental moderna?

Si se tuviera en cuenta esta duda, se explicarían muchas cosas.

LA SOCIEDAD MULTICULTURAL Y MULTIÉTNICA

«Un mundo compuesto por múltiples civilizaciones es un mundo que no pertenece a ninguna civilización y está desprovisto de su propio núcleo cultural constitutivo. La historia muestra que ninguna nación así constituida puede perdurar mucho tiempo como nación cohesiva».

(Samuel P. Huntington)

Mi sociedad me gusta, esa en la que he nacido, vivido y por la cual mi abuelo, que nació en 1898 y que, al alistarse con 16 años, luchó en la Primera y Segunda Guerra Mundial, y en la guerra civil española. Seguramente podría enriquecerse, pero es mejor que muchas otras. Me gustan las libertades individuales, el Estado de derecho, la libertad de expresión, la idea de poder triunfar en base a las propias capacidades, la igualdad ante la justicia, el bienestar que hemos alcanzado y los avances que hemos conseguido. Me gusta su cocina, el olor a pan recién hecho por las mañanas y las campanas que resuenan los domingo. Respeto otras culturas, no quiero cambiarlas, a veces las aprecio y sé valorar algunos rasgos agradables y positivos, pero no las reemplazaría por la mía. Tampoco quiero que nadie se meta con mi sociedad. Considero mi cultura un regalo que nuestros antepasados nos han transmitido con esmero y que debemos guardar celosamente. Si, porque quizá (ingenuamente y engañándome un poco) creo que por mis venas corre una gota de sangre de Eneas, Rómulo, Julio César, Dante, Fibonacci, Juan y Lorenzo de Medici, Leonardo da Vinci, Miquel Ángel y Galileo, Paolo Ruffini, Mazzini y Garibaldi. No debería sorprenderle que haya retrocedido tanto en el tiempo. Durante mi adolescencia, mientras leía un libro sobre Aníbal, tuve una increíble revelación: el autor, el brillante Gianni Granzotto, afirmaba: «Sesenta abuelos nos separan hoy de Aníbal. Solo sesenta abuelos. Todos podrían estar e esa habitación que es la memoria, cosedora del tiempo». Y este hermoso ejemplo me permite resaltar que la cultura de una población y la época a la que pertenece son parámetros íntimamente ligados entre sí. Es cierto que la cultura es un producto histórico, está en constante evolución y se enriquece día a día con los cambios, pero también es cierto que esas mínimas correcciones de última hora tienen un impacto insignificante en lo que se ha cristalizado en 5000 años de historia. Los fanáticos de la cultura de la cancelación, que quisieran borrar la historia y las tradiciones milenarias, deberían tenerlo muy presente. 

Aunque tenemos una segunda generación de italianos con ojos almendrados, el arroz cantonés y los rollitos de primavera no forman parte de la cocina ni la tradición nacional. Paola Egonu tiene ciudadanía italiana, pero es evidente que sus rasgos faciales no representan la italianidad que se puede vislumbrar en todos los frescos, cuadros y estatuas que han llegado hasta nuestros días desde la época de los etruscos; aunque haya portadores de un pasaporte italiano rezando en las mezquitas, esto no borra 2000 años de cristianismo. La sociedad cambia y la cultura también, pero cada población tiene el derecho (y también el deber) de proteger sus orígenes y sus tradiciones de los desvíos y distorsiones que los desvirtúan. 

En Italia tenemos McDonald´s desde hace más de cincuenta años, y millones de italianos comen sus productos, pero nadie se atreve a declarar que los sándwiches con hamburguesas y kétchup forman parte de nuestra gastronomía. Y considero justo que Vissani, o cualquier otro virtuoso culinario, se subleve cuando se aplican variaciones arbitrarias y exóticas a una de las grandes expresiones del arte nacional. Del mismo modo, por mucho qye crezca el porcentaje de extranjeros o de ciudadanos italianos «adquiridos», hacer la distinción entre lo que pertenece a la cultura nacional y lo que es importado es una muestra de protección de un patrimonio cultural milenario, y no de patriotismo inútil o xenofobia. 

LA NUEVA CIUDAD

«El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio».

Italo Calvino, Las Ciudades invisibles, Einaudi, 1972.

[...] Si soy fontanero, cristalero, electricista o albañil y con mi furgoneta, que también representa mi actividad comercial, tengo que conducir por la ciudad y aparcar el coche para llegar a los clientes, ¿Cómo lo hago? La furgoneta contamina y está prohibida; el estacionamiento cuesta un dineral; las calles se han peatonalizado y los carriles bici han invadido las áreas de estacionamiento. La ciudad se ha vuelto una pesadilla y estoy obligado a marcharme. En lugar de todos esos artesanos y pequeños empresarios será ocupado por grandes empresas que contratarán, por el salario mínimo, a los distintos profesionales con contratos de aprendiz o de corta duración, y que podrán dotarles de cientos de triciclos y monovolúmenes eléctricos, y disponer de un amplio servicio de mantenimiento y recarga. Los que trabajan para estas empresas, al igual que que lo que ocurre con los repartidores, serán principalmente inmigrantes de países pobres que se conformarán con salarios bajos, malas condiciones de vida, desplazamientos desde barrios dormitorio y largas jornadas laborales. Por lo tanto, se realizará exactamente lo contrario de la tan mencionada redistribución de la riqueza, tan querida por la izquierda, matando a la empresa privada y hundiendo los salarios. Ya hemos visto esta dinámica en muchos otros sectores.

En cambio, si soy soltero y de buena clase social, todo va a ir mejor. Compré un Tesla poniéndolo a nombre de mi empresa y aprovechando todas las ventajas. Vivo en un loft en el centro con un gran garaje. Instalé paneles solares en mi tejado porque no necesito el descuento en la factura, sino que puedo pagar con mis propios fondos ay aprovechar las ventajas previstas, siendo fiscalmente capaz. Aprovechando el autoconsumo de energía producida por el sol, ahorro también en combustible. Trabajo cerca de casa, ya que vivo en el centro y puedo desplazarme en bicicleta, que también es eléctrica y la guardo en el garaje junto al coche, lo que favorece mi look moderno y progresista. Pero si quiero evitar cualquier percance, cojo un taxi, y quizá le paso la factura a la empresa.

[...] Según el instituto francés, el París que persigue la revolución ecológica se convierte en una ciudad para privilegiados, como son los solteros, ejecutivos, trabajadores bien pagados del mundo de la moda, el espectáculo, el arte, la salud, la educación y la cultura. No mucha gente se casa en la Ciudad de las Luces, y los que lo hacen, se unen a otro funcionario/ejecutivo y forman un hogar acomodado. Paraíso para los ricos, pero a la vez infierno para las familias con hijos, albañiles, obreros y trabajadores de fábricas, provenientes de las clases medio-bajas, y de todo aquel que para ir a trabajar necesita utilizar un vehículo. Ni siquiera los ancianos salen bien parados, ya que no pueden beneficiarse de la movilidad eco de las bicicletas y patinetas, y se encuentran con un transporte público cada vez más abarrotado e ineficaz. El modelo clásico del parisino moderno, muy bien representado por la popular serie Emily en París, es la minoría de los pijos, que en francés se llamarían Bourgeois-Bohème. Una especie de representantes acomodados de la burguesía, muy proclive a la socialización y a las ideas de la izquierda pero con una cuenta bancaria bien nutrida, que exalta el patrimonio cultural más que el material, y que vive en un bonito piso en los barrios más de moda y alternativos de una gran ciudad. Como nuestros radical-chic, prefiere practicar yoga y meditación antes que hacer jogging e ir al gimnasio; come quinoa y alimentos bio (aunque tenga que pagar el doble); visita museos, desfiles de moda y salas de exposiciones en lugar de fábricas, talleres y obras. Puede permitirse una movilidad ecológica, la última bicicleta eléctrica de seis mil euros, el loft green y el recinto exterior para depositar la basura.

Al mismo tiempo, sin embargo, los ciudadanos de las clases medias-bajas están peor, tienen que pagar mucho más que antes por servicios que son de poca utilidad o a los que no pueden acceder. Tienen que sustituir su vehículo, o simplemente venderlo y prescindir de él. Están obligados a pagar un precio más alto por el transporte público; sus impuestos por la vivienda se incrementan para financiar la transición ecológica de los centros urbanos; muchos de los lugares que solían frecuentar se vuelven inaccesibles debido a las restricciones a la movilidad privada y el tiempo desmesurado que se tarda en llegar. 

Peter Sloterdijk (Gris) El color de la contemporaniedad

La llegada a la política de jóvenes inexpertos no cambia en nada la edad del mundo, sino que, por el contrario, solo lo acerca aún más a zonas de peligro.

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No se necesita teoría alguna del totalitarismo para comprender la constelación Lenin-Mussolini, actual en el invierno de 1922. Una teoría así plantearía los fenómenos en falsas alturas. No fue el transfondo ideológico lo determinante para los sistemas «totalitarios», en la fase de su instauración práctica. En ambos casos, aquello con lo que se llevó adelante el secuestro de un Estado por una camarilla numéricamente diminuta y sus funcionarios ahormados al «partido» fue solo la consecuencia brutal, o bien la brutalidad consecuente. Si la «ideología» estaba en juego en este caso, se trataba de la destrucción del lenguaje cotidiano y su superposición por sistemas de frases ineludibles. Marcel Mauss encontró —con qué gusto se diría: inolvidablemente— la clave cuando, en su comentario a la conferencia de Élie Halévy del 28 de noviembre de 1936 «La era de las tiranías», puso el acento en el principio soreliano de «minoría activa», cuyo modo de ser caracterizó como el de un «complot permanente»: «Pero la formación del partido comunista ha quedado como la de una secta secreta, y su organismo más esencial, la GPU (policía secreta), ha quedado como la punta de ataque de una asociación secreta». 

Quien no tome suficientemente en serio este diagnóstico no se dará cuenta de qué es lo que hay que entender por el nombre de «política» hasta hoy en Rusia (y en numerosos otros Estados de la conspiración permanente, sobre todo, en China). Los sucesos acaecidos en Irán tras la instauración del Estado islámico en 1979 hablan en lo esencial el mismo lenguaje, solo que en Irán se llama «VEVAK» lo que en el caso ruso al principio se denominaba «Checa» y más tarde «GPU« o «KGB».

Lo que desde el punto de vista político dio que pensar ya en principio fue la aparición de la figura que hoy se discute nuevamente bajo el código «herradura», aunque la mayoría de las veces con acentos falsos. Se basa en observaciones que eran oportunas para poner en resonancia los elementos isomorfos del fascismo negro con los del rojo. Los efectos de eco en el ámbito negro-rojo hablan por sí mismos. Quien contemple a vista de pájaro el siglo XX no puede evitar percibir de golpe las analogías: ambos movimientos se entregaron a un futurismo sin límites, da igual si proveía de un centro de fuerza biológico popularmente definido, sobre todo la «raza» localmente dominante, o del fantasma de la unión de los proletariados de todo el mundo, vástagos que no poseen nada excepto su fuerza de trabajo. Su elemento común desde el principio fue un dinamismo agresivo. Ambos sistemas de Gobierno estaban implantados con tanto acento ejecutivo que la voluntad de mando en ellos podía alcanzar en poco tiempo fuerza de ley. La clásica división de poderes fue degradada a una decoración irónicamente mantenida. En ambos polos del espectro antidemocrático se sabía qué poco esfuerzo cuesta y qué fácil es hacer que un Parlamento, a cuyos miembros no les son indiferentes las cuestiones de la subsistencia, obedezca perrunamente las órdenes de su señor. Además, se podía uno atener, tanto en una parte como en la otra, a los valores de experiencia útiles para las dictaduras, según los cuales un tanto por ciento de una población basta para contagiarles a casi todos los demás ciudadanos el miedo y el horror. Ese efecto fue producido encargando a policías especiales ocuparse del «orden»; preferiblemente haciendo visitas sin previo aviso en las primeras horas de la mañana a los «sospechosos», tanto los habituales como a los no habituales. A ambos sistemas les era común el reconocimiento de que una escoria en uniforme se puede reclutar más fácilmente que cualquier otro cuerpo de funcionarios estatales (una idea sin la que tampoco hoy puede entenderse algo siquiera de las circunstancias rusas, bielorrusas, sirias, iraquíes, pakistaníes, etc). El cinismo sin límites caracterizaba en ambos polos la atmósfera política; tanto en Moscú como en Roma era evidente que ninguno de los ideales ruidosamente proclamados opondría resistencia alguna ya al primer intento de instrumentalización. 

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Al hacer balance político de la historia de las pesadillas que se convirtieron en realidad —de la existencia transitoria real tanto de un Estado NSDAP (1933-1945) como de un Estado PCUS (1922-1991), por no hablar aquí de sus satélites—, se impone al observador el juicio de que un Estado secuestrado por una secta que actúa en forma de partido constituye la forma suprema de criminalidad organizada, aunque la mayoría de las veces disimulada bajo formas correctas; una idea que ya aparece en la sentencia del padre de la Iglesia san Agustín (354-430), según la cual, si falla la administración de justicia, los Estados (regna) no son otra cosa que grandes cuevas de ladrones. Que la toma como rehén del Estado por una pandilla autolegitimadora se anuncie o se manifieste la mayoría de las veces por un socavamiento de la justicia no es una idea con la que pudiera contentarse nadie. 

Si tenemos en cuanta que de los 193 Estados actuales reunidos en la Organización de las Naciones Unidas apenas un tercio, incluso siendo magnánimos a la hora de contar, podrían considerarse democracias, mientras que el resto habrían de considerarse la mitad de ellos sistemas autoritarios, dictaduras constitucionales, y la otra mitad como economías de clan y sistemas de bandas estabilizadas a corto y medio plazo, camufladas bajo forma de Estado, entonces se entiende que las caídas del Tercer Reich en 1945 y de la Unión Soviética en 1991 no supusieron preludios de la expansión global de los Estados de derecho, ni siquiera de los Estados democráticos desde el punto de vista civil y social. Desde que el fenómeno de la mafia ha conseguido visibilidad pública, se sabe en qué medida sindicatos criminales siguen en ocasiones sus propias leyes inmanentes de bandas. El honor criminal no es que sea nada y la obstinación ideológica no tiene por qué ser siempre quimérica. Pero, si el fenómeno de la Unión Soviética no hubiera aparecido en el escenario mundial, no se habría observado nunca que, caso único bajo el cielo de la historia, ha habido una mafia de forma estatal con clásicos junto con servicios secretos que instruían diligencias contra todo, excepto contra sí mismos. 

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Implicaría minusvalorar la expresión «zona gris» si se quisiera limitarla a fenómenos de confusiones temporales o crónicas a consecuencia de fracasadas configuraciones de Estado. Manifestaciones de zonas grises en general constituyen un complejo de procesos alejados de los procedimientos legales. Aparecen donde el sueño de regularización solo se fija pasajeramente sobre corrientes de las cosas que suceden. Lo referente a las zonas grises constituye una dimensión geográfica y moral de un alcance que elude las mediciones mucho más que el trabajo en negro, el fraude fiscal, el falseamiento en los seguros y el contrabando de armas. Ello suministra, junto a los acostumbrados discursos realistas y triviales sobre los «terrenos» de los hechos y los «fundamentos» de los negocios, la metáfora más fuerte y más usada para las excrecencias del espacio de posibilidades que aparecen política, moral, estética, jurídica. ecológica, biológica y genéricamente en las zonas marginales de los campos regulares de acción; abarca lo semioficial, lo semicocido, lo semiverdadero, lo semisilencioso, lo semicriminal; en una palabra, todo aquello que se adhiere a lo real como envés atenuado: una economía sumergida del ser.

Las zonas grises se hacen notar cuando el orden falla sin que se quisiera el caos. Ningún mapa de zonas de conflicto, ningún altas de guerras civiles, ningún léxico de déficits consigue abarcar el reino de las zonas grises, y ninguna de las acostumbradas imágenes del mundo lo capta. A los historiadores de los imperios les es común la inclinación a pasar por alto la existencia y extensión de lo peculiar de las zonas grises a pesar de que el concepto usual para ello de «periferia» les señala la dirección. Ningún Ministerio de Asuntos Exteriores sabe realmente lo que sucede ahí fuera, donde las irregularidades campan a sus anchas. Más de cien semianarquías paraestatales bajo banderas se incuban en sí mismas en el planeta, por regla general ignoradas por el mundo que tienen alrededor, en la penumbra de conflictos más llamativos, fijadas a medio plazo entre el balanceo de valores de corrupción crecientes y menguantes. Incluso el cosmopolita más complaciente se cansa en algún momento lo suficiente como para arrojar el manto de bening neglect sobre zonas de las que saber demasiado respeto a sus situaciones solo conlleva conciencia infeliz, es decir, estrés mental sin opciones de acción. Con extraña naturalidad se toman las acostumbradas noticias procedentes de las zonas grises arraigadas: se lucha tan seriamente como se puede contra el tráfico mundial de drogas, pero se ve florecer las mercancías tóxicas tanto en rutas principales como en las apartadas; se mantiene en alto la apariencia de limitar el tráfico de armas y, no obstante, el volumen del negocio con medios para matar seres humanos crece año a año en tramas claras u oscuras hasta convertirse en una zona especialmente boom de la economía mundial; se quiere proteger a animales salvajes y solo puede oponerse a las internacionales de furtivos y carniceros una miserable cantidad de guardabosques y veterinarios, cuya contribución al bien consiste sobre todo en poder impedir de oficio y con insuficiente presupuesto algo peor aún. 

Puede ser que los que pertenecemos a la especie Homo sapiens hayamos asimilado el shock cosmológico que se siguió hace quinientos años del «giro copernicano», si es que siquiera algunos valientes miembros de ella han permitido alguna vez que les afecta. Pero nadie puede saber cómo soportarían ahora el sobresalto cuando una globografía inusual demostrara que la mancha de las zonas grises representa la estructura espacial más amplia de la tierra: el país de todos los países, no representado en ningún globo, no desplegado por ningún mapa, no colonizado por vía de comunicación alguna, no encandilado por ninguna United Greyzones Organization bajo la apariencia de un esfuerzo de regulación; la Pangea de lo irregular regular. El globo virtual de las zonas grises no muestra los países y mares tal como se los conoce política, geográfica y climatográficamente por los atlas usuales y las nuevas conectografías. Esboza continentes a partir de superposiciones de energías parciales, de las que ninguna es lo suficientemente fuerte como para vencer a ninguna lo bastante resignada como para entregar las armas. Perfila regiones sin hegemonía, sin justicia y sin resarcimientos; presenta mundos intermedios de infiltración, permeabilidad y aglutinaciones; sigue las corrientes de resentimientos estratégicamente dirigidos y noticias falsas. Sus ámbitos más oscuros son archipiélagos de casinos apartados, penitenciarías degradadas, catacumbas no visitadas de morbosidad crónica. Si los seres humanos se definen en los autodenunciados de las naciones que marcan el tono como portadores de derechos inalienables, tendrían que hacer valer, como cuasi ciudadanos del universo de las zonas grises, su derecho no reconocido a obtener pasaportes para moverse en terrenos equívocos. Sobre el éxito y el fracaso deciden en las zonas grises gremios casuales compuestos por comisarios, proyectistas y eminencias grises que casualmente está allí cuando se resuelven los asuntos oscuros. Según la ley marcial de las circunstancias, el «de alguna manera» crea siempre nuevas soluciones que a veces se condensan en rutinas. Lo que entonces puede significar todavía «realidad» se parece más al jazz que a una pieza que sigue notas, y como único precedente puede recurrirse al continuum de un insaciable mudding through

Sloterdijk, Peter (Temperamentos filosóficos) De Platón a Foucault
Sloterdijk, Peter (Fiscalizad voluntaria y responsabilidad ciudadana)
Sloterdijk, Peter (Muerte aparente en el pensar) Sobre la filosofía y...
Sloterdijk, Peter (El desprecio de las masas) Ensayo sobre las luchas...
Sloterdijk, Peter (¿Qué sucedió en el siglo XX?)

Laurent Vidal (Los lentos) La resistencia a la aceleración de nuestro mundo del siglo XV a la actualidad

 LA ERA MECÁNICA

«Si nos pidieran que calificáramos la época en la que vivimos con un solo nombre, estaríamos tentados de llamarla la Era Mecánica». El autor de esta reflexión, fechada en 1829, es el novelista inglés Thomas Carlyle. Y aclara que «el propio ser humano se ha vuelto mecánico, tanto en la cabeza y el corazón como en las manos». También el poeta alemán Heinrich Heine realiza un diagnóstico similar cuando habla de «la victoria de las artes mecánicas sobre el espíritu» y de «la transformación del hombre en un instrumento». Para estos eruditos, la era mecánica somete el cuerpo y la mente de los individuos a un ritmo antinatural. Y aunque su hostilidad romántica los empuje a una lectura tan circunspecta de la evolución del tiempo, la búsqueda de un léxico destinado a pensar el nuevo mundo, surgido del famoso «torbellino social», está en consonancia con la de muchos otros pensadores y científicos preocupados por forjar nuevas herramientas para describir y comprender lo vivo (en general) y lo social (en particular).

Esta episteme moderna, por utilizar la terminología de Michel Foucault, se caracteriza por la elaboración de nuevos objetos de conocimiento y su aprehensión a partir de un enfoque distinto: la clasificación. En el ámbito de las ciencias de la vida, por ejemplo, se trata de clasificar las diferentes formas de vida según diversos criterios, entre ellos el del ritmo: «en torno al año 1800 —señala Jean-Claude Schmitt— los naturalistas y los botánicos introdujeron la noción de ritmo en el pensamiento científico de su época. En la lógica de lo vivo, esta cuestión pasó a concernir a todos y cada uno de los aspectos de la naturaleza humana y del hombre en sociedad». El médico y botánico sueco Carlos Linneo ya había abierto este camino cuando, en la décima edición de su Sistema natural, propuso clasificar la humanidad en cuatro tipos de personas. Para ello recurre a criterios morales y físicos, pero también rítmicos: describe al amerindio (hoy diríamos al amerindio) como obstinado y colérico (lo imaginamos irritable), al asiático como melancólico (apático, en definitiva), al europeo como sanguíneo (impetuoso) y al africano como flemático, indolente y perezoso.

Aunque volveremos a esta última analogía, cabe señalar que, después de los indios del Nuevo Mundo, esta noción de indolencia se asocia ahora a un nuevo continente (África), lo cual resultará importante para las nuevas colonizaciones, y a un color de piel (el negro) que se encuentra en América y Europa tanto como en África, herencia de la trata de la esclavitud. De cualquier modo, el tercer continente bañado por las aguas del Atlántico, que hasta ahora había permanecido en un segundo plano o había sido ignorado, aparece en el gran escenario donde está a punto de repetirse el drama de la discriminación social a través del ritmo adaptado a los criterios de la era de la revoluciones y de la era mecánica.

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Como telón de fondo, hay que imaginar el eco, cada día más presente, de esta cadencia mecánica, cuyo campo de acción no deja de aumentar, hasta el punto de querer imponer su ritmo a todas las actividades humanas. Y, en primer plano, la gran novedad de la época es el surgimiento de un nuevo actor decidido a no quedar relegado al papel del antiguo coro: el pueblo.

En el caso de Francia, el pueblo logró imponerse gracias a una ruptura del ritmo: mientras la monarquía convoca los Estados Generales para adoptar medidas financieras destinadas a reducir el déficit, los diputados del tercer estado se negaron a responder al requerimiento de urgencia. Querían resolver primero los procedimientos de votación. Por eso, frente a la prontitud decretada para las decisiones económicas (en su discurso inaugural, el ministro Necker consideró que la quiebra del Estado era solo cuestión de días), muchos diputados del tercer estado utilizaron la ralentización como arma política. «No hay peligro en tomarse algo de tiempo», reconoció Jean Joseph Mounier, «¡No ha llegado el momento»!, exclamó d'Antraigues. Por su parte, Boissy d'Anglas no dudó en adoptar un tono profético: «Pensad que trabajáis para los siglos futuros y no temáis consumir unos instantes en el espera, aunque sea inútil. Los partidos apresurados y violentos alimentan la debilidad, pero quienes ostentan mucho poder también tienen la ventaja de retrasar el instante en que deben desplegarlo».  De este modo, al invertir el ritmo impuesto por el discurso de la necesidad, comenzó la tomar del poder por parte del pueblo. 

Esta es la razón de que, en estos tiempos modernos donde el compás de la vida social procede del roce y la confrontación de una multitud de ritmos, la gran preocupación de los poderes sea la restauración de un tejido social viable. Para ello, se vuelve primordial comprender las sociedades que se perfilan en estos tiempos revolucionarios. Aunque tradicionalmente se le atribuye a Auguste Comte la creación del término «sociología», es muy posible que fuera el abate Sieyès, autor del célebre folleto ¿Qué es el tercer estado?, quien, en 1780, acuñara ese neologismo. Para él, se trataría de un «arte social que se ocupa de disponer a los hombres entre sí de la manera más favorable para todos». En cualquier caso, esta fisiología social —la que podemos asociar el nombre de Sant-Simon, preocupado por el futuro de «la clase más numerosa y más pobre— es hija de su tiempo, marcada por la misma preocupación clasificatoria que las demás ramas del saber. ¿cuál es el lugar de cada uno en estas nuevas sociedades y, en particular, el del pueblo, «esta inmensa muchedumbre de instrumentos bípedos que solo poseen manos de poco provecho y un alma absorta»?

¿Es de extrañar entonces que la terminología utilizada para describir la nueva organización de las sociedades y, en particular, sus jerarquías se inspire en metáforas que remiten ante todo a un registro espacial? Se trata de definir el lugar, es decir, la posición de cada uno. Tomemos como ejemplo el sustantivo «proletariado», que Rousseau había vuelto a poner de actualidad en su Contrato social y que se utiliza con frecuencia en los discursos revolucionarios. Según el lingüista y romanista Antonino Pagliaro, esta palabra latina, utilizada en Roma para designar a la clase más pobre, exenta de impuestos, tiene su origen en un término de la lengua rural, protelum, que se refiere a una fila de bestias de carga: «Utilizada por las lenguas romances, la forma proletaria permite remontar a un protelarius más antiguo que, por metátesis consonántica, habría evolucionado hasta proletarius. Parece que, en su acepción original este nombre se aplicaba a cualquier individuo que se desplazaba de un sitio a otro, es decir, al emigrante. El proletario como desplazado o alguien que va de un lugar a otro. La hipótesis del fundamento espacial es seductora. Más aún cuando sucede lo mismo con «marginado» (que está en o al margen), «dominado» (donde encontramos el domus latino, la casa) y «subordinado» (construido en torno al prefijo sub, debajo). De sustantivo en sustantivo, se perfila la idea de que las desigualdades sociales de los tiempos modernos son el resultado de fenómenos determinados por el espacio y podríamos decir que, en una época de migración rural hacia las ciudades industriales y las metrópolis, esa lectura conformaría el imaginario de las políticas sociales. Además, la palabra francesa inegalité (desigualdad) procede del término latín inaequalis, compuesto por el prefijo in y la palabra aequalis, deriva de aequus, uno de cuyos significados es «superficie plana».

Federico Rampini (El suicidio occidental) El error de revisar nuestra historia y cancelar nuestros valores

 El Nuevo Paganismo: el ecologismo como religión

[...] El aspecto religioso es importante para comprender el suicidio de Occidente. Como ocurrió con la caída del Imperio romano, el hundimiento de una civilización va acompañado de la transición de una religión a otra. El cristianismo atraviesa una profunda crisis en casi todo Occidente y, entre las generaciones más jóvenes, la práctica de la liturgia cristiana es minoritaria. El vacío de creencias, valores y rituales lo llena ese Nuevo Paganismo que es el ecologismo. Es una vuelta al panteísmo de los hombres primitivos: Dios está en todas partes, Dios es todo, Dios es la naturaleza. El auge del Nuevo Paganismo se viene preparando al menos desde los años sesenta, con fenómenos como la filosofía New Age en California, los «hijos de las flores», la concesión de una importancia extrema a la salud, la atracción por las religiones ateas del Extremo Oriente o por las creencias astrales de los antiguos mayas. En dos mil años de historia, el cristianismo ya había sufrido grandes crisis y experimentado ataques importantes por parte de la Ilustración en los siglos XVIII y XIX y del comunismo en el siglo XX. La última ofensiva, que podría ser la decisiva, recupera una religión naturalista entre cuyos antepasados recientes figura el Romanticismo alemán y posteriormente el nazismo. A Greta Thunberg le ofendería que compararan su ideología con la de Adolf Hitler, pero algunas similitudes son indiscutibles. A diferencia del fascismo, que formó una alianza con la Iglesia católica, el nazismo era fundamentalmente ateo y naturalista, y buscaba inspiración en religiones panteístas ancestrales, las tradiciones de las tribus germánicas antes de la conversión al cristianismo. El suicidio de Occidente pasa a ser una realidad cuando una civilización culta y refinada decide seguir las profecías de una adolescente como Greta, la nueva sacerdotisa pagana del culto a la Madre Naturaleza. Y que quede claro que la chica sueca no tiene la culpa: como tantos de nosotros cuando éramos adolescentes, se siente atraída por las utopías. Está dotada de una inteligencia fuera de lo común y tiene carácter y carisma. Pero es el entorno adulto que la rodea el que la ha convertido en una Juana de Arco moderna, una santa laica a la que adorar. El panteísmo y el paganismo tenían sus doncellas sacerdotisas, oráculos capaces de leer la voluntad de los dioses a partir de oscuras señales. Como la Sibila de Cumas, sacerdotisa del culto al dios Sol y a la diosa Luna en los pueblos itálicos prerromanos, o la Pitia, sacerdotisa griega del culto a Apolo en Delfos.

Debido a su naturaleza religiosa, es lógico que el ecologismo radical adopte tonos apocalípticos, anuncie el fin del mundo y exija arrepentimiento, sacrificio y expiación: son todos ellos ingredientes típicos de un movimiento basado en la fe, mágico y para nada racional que apela a emociones profundas.

[...] Mientras los sermones de Greta Thunberg y sus jóvenes secuaces son recogidos con veneración acrítica por los medios de comunicación occidentales, no tienen ninguna visibilidad en Pekín. ¿Qué significado y qué consecuencias tiene la ausencia de una Greta en China? La superpotencia más contaminante del planeta está gobernada por un régimen que deja poco margen de autonomía a la sociedad civil. Xi Jinping recela de las organizaciones no gubernamentales (ONG), y en los últimos años el espacios para los movimientos ecologistas chinos se han restringido todavía más. Esto significa que, en la lucha contra el cambio climático, Xi puede proclamar sus buenas intenciones ante la comunidad internacional, pero tiene pocas cuentas que rendir en casa. No existen ni los verdes ni una prensa libre y las protestas populares ante las catástrofes medioambientales se reprimen o se canalizan rígidamente dentro de las estructuras del partido Comunista. 

[...] La primacía del Partido Comunista y la subordinación de la sociedad civil no son las únicas razones por las que no existe una Greta china. Un líder como Xi, comunista y confuciano al mismo tiempo, observa el «fenómeno Greta» como una de las perversiones occidentales, una confirmación palmaria de nuestra decadencia. La autoridad que los medios de comunicación occidentales confieren al ecologismo adolescente es inaceptable en un país de tradiciones confucianas. En la cultura china, es a los ancianos a quienes hay que escuchar y respetar, su sabiduría es un valor y en las relaciones jerárquicas la edad es un factor significativo. Desde el punto de vista chino, «el mundo salvado por los niños» no es sólo un espejismo del culto occidental a la juventud: peor aún, es una alucinación peligrosa. Un mundo gobernado por niños, más que una Utopía feliz, corre el riesgo de parecerse a El señor de las moscas, la novela distópica de William Golding en la que, en el grupo de adolescentes que acaban en una isla desierta, resurgen las pulsiones más feroces de la barbarie adulta.

La historia de la propia China, las revoluciones alentadas por los jóvenes se asocian con el caos, la violencia y el derramamiento de sangre. El último ejemplo forma parte de la historia del Partido Comunista: como ya hemos visto, en la Revolución Cultural, el viejo Mao Zedong, para consolidar su poder, azuzó a los jóvenes contra sus profesores y padres. Una generación entera dejó de estudiar y se cerraron las universidades. La Guardia Roja fue un fenómeno generacional, contemporáneo del mayo de q1968 parisino pero mucho más violento, una verdadera guerra civil. Causó unos traumas tan terribles que, en la era postmaoísta, otra revolución juvenil, la protesta de la plaza Tiananmen (1989), fue sofocada brutalmente y se equiparó a esos jóvenes con los guardias rojos. Que en occidente se idolatre a los jóvenes para Xi es una señal inequívoca de que nuestra civilización se encuentra en una decadencia terminal e irreversible. 

La alergia de Xi al culto occidental a la juventud también pone de manifiesto la inmensa distancia existente entre el pragmatismo de quien tiene que gestionar la transición energética de 1. 400 millones de personas y la huida hacia adelante de las utopías ecologistas en los países ricos. Xi cree de verdad en las energías renovables, hasta el punto de que su apoyo a la industria de paneles fotovoltaicos, ha acabado con muchos competidores occidentales y ha permitido a China dominar el sector de la energía solar. También es número uno en turbinas eólicas. Aspira a alcanzar el dominio mundial en coches eléctricos, en baterías y en componentes esenciales para su producción, incluidos los minerales raros. Tiene el mayor parque nuclear del mundo y lo considera una fuente renovable de pleno derecho. En 2021, Xi se encontró entre la espada y la pared, debido al auge de las exportaciones chinas al resto del mundo, y se dio cuenta de que el cierre de un gran numero de minas de carbón había sido prematuro. Ante la disyuntiva entre desempleo y contaminación, optó por una solución a corto plazo y las reabrió, para que así las fábricas que estaban amenazadas por apagones pudiesen funcionar. Xi no aceptaría el reproche de una hipotética Greta china. Tiene que equilibrar su compromiso con el medio ambiente con la realidad energética actual y las tecnologías existentes. China es cada vez menos una nación emergente y cada vez más una nación avanzada, pero no ha olvidado que se muere más de hambre que de contaminación. Todo el sur del planeta se fija en el modelo chino y se da cuenta de que prohibir el carbón apresuradamente tendría unos costes humanos inasumibles.

[...] El hilo conductor que une muchos de los cambios de valores del Occidente contemporáneo no es el progreso —una noción desprovista de raíces históricas— sino el individualismo. Todas las nuevas reglas sobre las relaciones entre sexos (o sobre la libertad de no elegir un sexo concreto), la identidad étnica, las relaciones entre jóvenes y adultos y la procreación son coherentes con la concesión a cada individuo de la máxima libertad para actuar según sus propios deseos. La legitimación del consumo masivo de drogas a partir de los años sesenta fue un signo claro del ascenso de una mentalidad hedonista, basada en la búsqueda del placer sin ningún tipo de inhibición, que ha seguido ganando terreno. La única limitación es la tecnología, y ésta evoluciona abriendo continuamente nuevas posibilidades, por ejemplo en el ámbito de la reproducción. Pero Delsol ve aquí una contradicción: ese Nuevo Paganismo que es el ecologismo pone de repente un límite feroz a nuestras libertades cuando trata de la naturaleza. Se pueden hacer pedazos la institución de la familia, las distinciones entre los roles sexuales, el respeto por los ancianos o por el patrimonio cultural de Occidente. Pero no se puede talar un árbol. «La pasión por la naturaleza», escribe la estudiosa de las religiones, «nos hace aceptar todo lo que rechaza el individualismo omnipotente, es decir, la responsabilidad personal, el deber para con las generaciones futuras y la comunidad. La nueva religión pagana impone una inversión completa de los valores respecto al cristianismo y promete la desintegración social, excepto cuando interviene la Diosa Madre, que exige sacrificios despiadados. Ella sí tiene derecho a detener el progreso con «p» minúsculas —económico, tecnológico— y a imponer un retorno a formas de vida premodernas. Como el velero de Greta.

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