No es esa la única vez que uno encuentra en las páginas de Tocqueville un pasaje que podría parecer visionario: es posible que esa forma de forzar la mirada hacia delante para imaginar escenarios incluso aventurados y fantasiosos fuera un método de pensamiento típico de él, una especie de experimento mental llevado al extremo. En un Estado cada vez más centralizado -imagina Tocqueville- el <<soberano>>, a fuerza de concentrar en sí mismo todos los poderes, llegaría a injerirse en todos los asuntos, incluso en los aspectos menudos de la vida privada de los ciudadanos:
si el despotismo llegara a establecerse entre las naciones democráticas de nuestros días [...] se extendería más, sería más benigno, y degradaría a los hombres sin atormentarlos.
Ahora bien, el régimen esbozado con alarma por Tocqueville se ha materializado plenamente hoy en día, pero con una diferencia respecto a la previsión: el puesto del <<soberano absoluto>> no lo ocupa el rey (como él temía), sino un ente inmaterial e invisible. Es una entidad que no tiene cuerpo ni domicilio postal, que no reside en ningún lugar sino que tiene una sede difusa, porque está formada por todos aquellos que gobiernan la cultura de masas del planeta: en suma, por lo que denominaré <<el Monstruo Amable>>, es decir, el paradigma de la cultura de masas de la Neoderecha.
Más adelante se lee:
El tipo de opresión por el que están amenazados los pueblos democráticos no se asemejará a nada lo que que la ha precedido en el mundo; nuestros contemporáneos no lograrían encontrar una imagen suya en sus recuerdos. Busco en vano dentro de mí mismo una expresión que reproduzca exactamente la idea que me hago de ella, y que la encierre. Los antiguos nombres de despotismo y tiranía no son adecuados. La cosa es nueva, y por tanto es necesario hacer un esfuerzo para definirla, dado que no consigo denominarla.
¿De qué índole es el despotismo al que Tocqueville se aproxima con tanta alarma que no consigue encontrar analogías plausibles en la historia ni términos adecuados en el idioma? Su rasgo principal consistirá en el hecho de que desagradará a los hombres <<sin atormentarlos>>, no les hará sufrir, sino que por el contrario dará a cada uno de ellos la impresión de que están mejor. He aqui sus efectos:
Veo una multitud innumerable de hombres similares e iguales que dan vueltas sin tregua sobre sí mismos para procurarse pequeños placeres vulgares con los que dan satisfacción a su alma. Cada uno de ellos, considerado aparte, es como ajeno al destino de todos los demás: sus hijos y sus amigos forman para él toda la especie humana; en cuanto al resto de sus conciudadanos, los tiene al lado pero no los ve; los toca pero no los siente; no existe más que en sí mismo y para sí mismo, y aunque siempre le queda una familia, por lo menos puede decirse que ya no tiene patria.
A espaldas de los individuos
se eleva un poder inmenso y tutelar, que únicamente se encarga de garantizar su disfrute y de velar por su suerte. Es absoluto, minucioso, regular, previsor y amable. Se parecería a la potestad paterna, si, como esta, aspirara a preparar a los hombres para la edad viril; pero por el contrario este busca únicamente fijarlos irrevocablemente en la infancia; quiere que los ciudadanos lo pasen bien, siempre y cuando no piensen en otra cosa que en pasárselo bien. Trabaja de buena gana por su felicidad, pero quiere ser el único agente y el árbitro exclusivo de ella; se preocupa por su seguridad, prevé y les asegura sus necesidades, les facilita sus placeres, lleva sus principales asuntos, dirige su industria, regula sus sucesiones, reparte su herencia...
De este modo, el soberano
hace menos útil y más raro el empleo del libre albedrío; [...] no quiebra las voluntades: las ablanda, las pliega y las dirige; raramente obliga a actuar: se opone sin cesar a que se actúe; no destruye: impide nacer; no destruye: perturba, comprime, enerva, apaga, atonta y finalmente reduce a todas las naciones a ser tan solo un rebaño de animales tímidos e industriosos, del que el gobierno es el pastor.
Este cuadro evoca de una forma asombrosa el mundo de la modernidad, donde enormes masas heterodirigidas son inducidas al consumo incesante en vez de a la austeridad, al buen humor y a la diversión forzosos en vez de al descanso, a la sumisión satisfecha en vez de a la prática de la libertad. Esta última oposición entre sumisión y libertad no debe parecer sorprendente: la libertad es costosa, reivindicarla no es algo instintivo; puede resultar cómodo compensarla con una dosis de sometimiento.
Por lo demás, ya Tocqueville señalaba que
nuestros contemporáneos se ven incesantemente combatidos por dos pasiones opuestas: advierten la necesidad de ser dirigidos y de permanecer libres. Al no poder destruir ni uno ni otro de estos instintos contrapuestos, se esfuerzan por satisfacer ambos en el mismo momento.
Este es el fondo descrito en la <<profecía>>. Voy a intentar trasladarlo a nuestro mundo para ilustrar con su ayuda algunos rasgos de la modernidad dominada por el Monstruo Amable.
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