Don Amadeo Hurtado* pasa con un ademán sencillo y típicamente liberal de la suscita cuestión de Catalunya que yo quería plantearle a una vasta concepción de la política de esta hora, y con ese amor a las ideas generales y las grandes síntesis, característico del liberalismo, discurre por el panorama universal de la lucha política. Sus palabras, claras, meditadas, precisas, son algo más que una divagación. Acaso sirven mejor a nuestro intento que las anécdotas de la municipalidad.
-El triunfo de las izquierdas en Catalunya -dice- no es un fenómeno político aislado al que haya que buscar aquí explicaciones particulares ni del que puedan deducirse consecuencias puramente locales. Las izquierdas han triunfado en Catalunya por unas causas generales que en cada momento deciden el curso de la vida pública, en esta o aquella provincia, ni siquiera en tal o cual nación, sino simultáneamente en todos los pueblos que se mueven en la misma órbita espiritual. Han triunfado las izquierdas en Catalunya como han triunfado en el resto de España y como posiblemente triunfarán en Francia. Por una corriente universal de ideas y sentimientos que en determinado momento arrastra a los pueblos hacia esta o aquellas soluciones políticas. Hay que tener en cuenta que en los últimos tiempos los movimientos de opinión siguen un ritmo alterado de derecha a izquierda. Ese ritmo -y éste es el fenómeno más curioso de la época- no lo marcan las minorías que hasta aquí habían llevado la dirección de la política, sino los pueblos mismos, la masa, la gente. ¿Quién es esa gente? Se preguntará inútilmente. Es imposible personalizar a la masa; es eso: la masa, la gente que anda por la calle y llena las oficinas, los talleres, los cines y los campos de fútbol. Lo que desde luego puede asegurarse es que no se trata de la gente encuadrada en los partidos políticos y controlada por los líderes. Los hombres de los partidos podemos seguir creyendo que las masas nos siguen y que los votos que se nos otorgan los hemos conquistado con nuestras ideas. Pero no pasa de ser una vana ilusión. Hoy, ningún político tiene votos; se han acabado los incondicionales, los partidarios. Y si los hay, si subsisten las clientelas políticas, su insignificancia numérica es tal que ante la decisión de las masas no controladas nadan valen. El voto que nos concede esa muchedumbre es cada día más restringido y condicional. Es nuestro en tanto que nuestras ideas políticas se ajustan al sentimiento actual de la multitud. Y nada más.
-La política no la dirigen hoy los hombres más inteligentes, ni los mejor preparados, ni siquiera los profesionales de la táctica; son las masas, esas masas amorfas, apolíticas, imponderables, las que han tomado la dirección política de los pueblos. Es pueril buscar explicaciones al triunfo de las izquierdas en virtud de tales o cuales coaliciones electorales; se equivocan los que creen que el triunfo puede deberse a que tal o cual organización proletaria haya dado o dejado de dar la orden de votar a determinados candidatos. No son los sindicalistas ni los curas los que deciden la política; es la multitud; esa gente que pasa ahora por la calle.
-La ley constante que hasta ahora puede deducirse de esa dictadura de la muchedumbre es la de que la política ha de seguir un ritmo alterado de derecha a izquierda. Parece como si inclinándose a uno y a otro lado sucesivamente quisiera la masa lograr el equilibrio. Los hombres políticos colocados en la trayectoria de ese movimiento pendular se encuentran súbitamente elevados al poder, o bien se quedan en el vacío, cuando el péndulo oscila en dirección contraria. Es ley constante también la de que estos movimientos isócronos del péndulo se desarrollan en un lapso de tiempo no mayor ni menor de dos años. El curso de la política dictado por la masa cambia por bienios. Esos dos años son el plazo fatal que concede la multitud a los hombres políticos que arrastra en su trayectoria para que desarrollen la obra de gobierno contenida en su ideología peculiar. Lo único que se puede pedir a los gobernantes es que sepan aprovechar el plazo perentorio que la opinión les concede. Que estén preparados para gobernar y sepan utilizar al servicio de sus ideas el instrumento que el pueblo pone en sus manos.
-Antes, cuando las masas no tenían esta intervención decisiva en la política del país, eran los jefes de los partidos políticos, y en última instancia el llamado poder moderador, quienes regían los movimientos pendulares de la opinión. El mismo anhelo de equilibrio que hoy impulsa a la masa era el que antes llevaba al poder moderador a establecer el turno pacífico de los partidos. Hoy no se le tolera a ningún poder del estado que se atribuya esa función: quiere ser la masa misma quien la desempeñe. Va desde luego al fracaso quien se empeñe en orientar a la opinión en un determinado sentido desde el Ministerio de la Gobernación.
-Concebida así la mecánica política de esta ahora, es fácil contestar a la pregunta. ?Qué va a pasar en Catalunya. No pasará nada distinto de lo que pase en el resto de España. Antes de las elecciones, alguien me planteaba el problema de lo que ocurriría en Catalunya si aquí triunfaban las izquierdas y en las demás provincias las derechas. Si realmente hubiese existido esta posibilidad habría sido catastrófica, pero a mí no me preocupó un solo instante, porque me resisto intuitivamente a aceptar hipótesis absurdas. Los catalanes estamos sujetos a las mismas leyes políticas que los demás pueblos situados en nuestra órbita espiritual. Catalunya no es ni puede ser un compartimento estanco en el mundo de las ideas políticas.
-Si la multitud, siguiendo el impulso de sus reacciones, inclinaba el péndulo de la gobernación del Estado hacia la izquierda en Barcelona, análogo impulso se dejaría sentir en Madrid. La masa tiene hoy un signo izquierdista que es nuestro común denominador. No hay que hacerse ilusiones, sin embargo. Al día siguiente del triunfo de las izquierdas comenzó la inclinación del sentimiento multitudinario hacia la derecha.
* Amadeu Hurtado (1875-1950), político federalista y republicano catalán, activo periodista y escritor, desarrolló una labor muy importante en las comisiones de la Constitución de la II República española y del estatuto de Catalunya de 1932. Se vinculó a Esquerra Republicana de Catalunya por su cercanía a Francesc Macía pero abandonaría el partido en 1933 para pasar a Acció Catalana y Republicana, aunque mantuvo un activo compromiso incluso con la proclamación del Estado catalán en 1934 y contra la intervención del ejército en ese momento en Barcelona. Desde entonces se mantendrá en cargos vinculados a lo jurídico. Con la guerra se exilia a Francia brevemente y consigue volver a Barcelona poco antes de morir.