Rüdiger Safranski (Ser único) Un desafío existencial

A la sombra de la época de las masas

«Ya vuestro número es una profanación», escribió Stefan George.

Georg Simmel y Max Weber habían tomado como pauta a Stefan George, el artista individual; Ricarda Huch marcó distancias con él; pero los tres estaban dispuestos a aceptar el reto que plantea el fenómeno de masas y de lo masivo. Simmel con el postulado de la «ley individual», Max Weber con su teoría de la racionalización y con el «demonio interior» y Ricarda Huch mediante su crítica de la «despersonalización».

La época de las masas había empezando realmente, impulsada por el desarrollo industrial. Las ciudades crecieron con una rapidez nunca alcanzada en el pasado; se produjeron inauditas concentraciones de seres humanos en los lugares de trabajo y en los barrios de viviendas. Los trenes y la motorización condujeron a un aumento explosivo del tráfico. Y los medios de comunicación técnica —radio, prensa, teléfono— se desarrollaron con suma rapidez en el primer tercio del siglo XX y empezaron a penetrar la vida cotidiana. Se diseña una nueva cualidad de la conexión reticular.

Siempre se había vivido en sociedad, y ya pronto se había difundido la sospecha de que eso no le sienta especialmente bien al individuo, por más que, como es natural, está abocado a la sociedad. Ya Solón dijo que cada ateniense particular es por lo general una zorra astuta, pero si tuvieran juntos varios de ellos serían tontos como ovejas o peligrosos como animales de rapiña. 

Si esto ya tiene validez para relaciones sociales que podemos abarcar con nuestra mirada, la tiene tanto más para las masas anónimas, que en el siglo XIX entran en el escenario social. De este fenómeno históricamente nuevo surge algo seductor y a la vez amenazador. Baudelaire, Poe y Maupassant fueron los primeros que describieron de manera impresionante esa ambivalencia. Baudelaire escribe:

El paseante solitario y pensativo saca de esta comunidad que lo abarca todo una embriaguez sorprendente. El que fácilmente se desposa con la masa, conoce los disfrutes febriles que al egoísta, cerrado como una maleta, y al indolente, encerrado como una ostra, les son prohibidos para siempre [...].

[...] La masa necesita un caudillo, un «hipnotizador», del que parte el influjo. Pero también de la masa misma sale una fuerte acción, que contagia a los miembros entre sí con los efectos hipnóticos. El resultado recibe en Le Bon el nombre de «encantamiento», que se produce mediante la subyugación de un caudillo por el efecto de la comunidad de contagio. Así se saca a la vida el «alma de la masa», cuyas peculiaridades describe Le Bon. Ella está dominada por imágenes. Las dudas le son ajenas, y se entrega tan solo a sentimientos con una dirección inequívoca, con fuertes polarizaciones: bien y mal, nosotros y los otros, amigos y enemigos. Busca chivos expiatorios y es receptiva para teorías conspiratorias de todo tipo. No conoce la duda de sí misma. Vive envuelta en fantasmas y no puede soportar mucha realidad, pero demuestra también que el delirio puede tener fuerza de producir realidades. El alma de las masas es conservadora, depende de lo acostumbrado y está llena de miedo a lo nuevo. Está dominada por el pasado, no por el futuro.

Normalmente, en la masa, el individuo se hunde por debajo de su nivel intelectual y moral, pero, según Le Bon, a veces también es impulsado más allá de sí mismos hasta llegar al propio sacrificio: «Verdaderamente no es la utilidad propia la que condujo a las masas a tantas guerras, que eran incomprensibles para su entendimiento, y en las que se dejó masacrar con facilidad, como las alondras que son hipnotizadas mediante el espejo del cazador» [...].

[...] Masa y poder va mucho más allá de los trabajos anteriores sobre la psicología de las masas. Canetti se convirtió en arqueólogo y etnólogo de los instintos de las masas y diseñó toda una morfología de las maneras de formarse estas: las masas fugitivas, la masa lenta de las procesiones y los desfiles, las masas paralizadas y meditativas en la iglesia y en los conciertos, cuando los congregados pueden de manera sustitutiva cantar o aplaudir; las masas en el ring excitante de las arenas y en otras plazas, sin olvidar las masas invisibles de los muertos y las masas imaginarias en la fantasía y en los medios de comunicación. Canetti describe cómo el individuo se transforma en medio de esos acontecimientos masivos. Sobre la llamada «masa de acoso», especialmente actual hoy bajo la forma de linchamiento digital (los «Shitstorms)», escribe:

Un asesinato sin peligro, permitido, recomendado y compartido con muchos otros es irresistible para la gran mayoría de los hombres. Sobre esto hemos de decir que la amenaza de muerte, bajo la cual se hallan todos los hombres y que siempre está presente bajo algún revestimiento, aunque no esté sometida a examen de manera continua, convierte en necesidad la desviación de la muerte a otros. La formación de masas de acoso concuerda con este ejemplo.

En la masa, bajo el poder de contagio y la protección del anonimato, el hombre es capaz de hacer cosas que él nunca haría como individuo. ¿Cómo se llega a esto? Los clásicos de la psicología de las masas suponen una aspiración profundamente radicada a disolverse en la masa. Para Canetti, en cambio, lo primario no es la aspiración a la fusión, sino la separación, o sea, el afianzamiento en la singularidad, la defensa de los propios límites, y el miedo al contacto extraño. «Todas las distancias que los hombres han creado en torno a ellos están dictadas por este miedo al contacto».

Hay necesidad de estas distancias, pero también se sufre por causa de ellas, por esta diferencia de rangos, de posesión, de formas de conducta reglamentadas, de etiquetas. »El hombre se congela y se muere de sed en sus distancias». Solamente en la masa el hombre puede «ser redimido» de este miedo al contacto que está en la base de los esfuerzos de las distancias. El miedo al contacto se trueca en su contrario, en el placer de fundirse con la masa. «Entonces de pronto todo se desarrolla» como dentro de un cuerpo.

Cuando el hombre se libera de la carga de ser un individuo, la masa misma se convierte en sujeto que actúa. De ahí se sigue todo lo demás. Tan pronto como se establece la masa, quiere constar de más elementos. El impulso a crecer se convierte en su propiedad más importante. Mientras ella crece y se extiende es una «masa abierta», que no respeta ningún límite. Por eso en el tumulto se rompe y destruye todo lo que pertenece al límite, así los cristales de las ventanas y las puertas, o lo que recuerda los límites, como los recipientes o las actas. En los límites se incluye también los órdenes de rango, las jerarquías, todo el sistema cultural de las distancias entre los hombres. También estos límites desaparecen cuando la excitación de las masas se difunde, como si fuera fuego.

El fuego no se limita a estar realmente en juego en las excitaciones de las masas, puede entenderse también como símbolo de la dinámica de lo masivo en general.

Él [el fuego] es igual en todas partes, se expande con rapidez a su alrededor, es contagioso e insaciable; puede surgir en todas partes, de manera muy súbita, es de muchos tipos; es destructor; tiene un enemigo; se extingue [...]. Todas estas propiedades son las de la masa.

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