SUPERFICIALIDAD Y PSICOLOGÍA PROFUNDA
La imagen posmoderna es una imagen cautivadora. Parece describir tendencias apreciables en el mundo contemporáneo y concederles relevancia histórica. Dada la profundidad de la tesis, no es raro que el declive del estado-nación se esté tratando como una obviedad, un hecho evidente en un mundo posmoderno de pocos hechos. La tesis proclama que el mundo de la posmodernidad viene marcado por nuevos modos de aprehensión y formas de identidad. Por desgracia, muchos analistas de la cultura contemporánea utilizan una variedad muy abstracta de la psicología. En realidad, pocos se acercan a la gente corriente para ver cómo piensan y sienten realmente los denominados sujetos de la posmodernidad (Brunt, 1992; Morley, 1992). Es una pena, porque la tesis de la posmodernidad descansa sobre presupuestos psicológicos importantes.
En las profundas tesis de la globalización se pueden diferenciar dos temas psicológicos muy distintos. Por una parte, se afirma la existencia de una nueva psique posmoderna, que difiere de la vieja psique moderna. Esta psique posmoderna se encuentra cómoda jugando con las identidades del libre mercado. Por otra parte, tenemos la psique no tan nueva (y no tan desenfadada) del nacionalismo <<acalorado>>. Se dice que la globalización está produciendo reacciones nacionalistas en las que no hay un gran espíritu de la ironía juguetona. Como se expuso en el capítulo 3, una serie de observadores que investigan sobre conflictos étnicos y el auge del neofascismo, tiene la sensación de lo reprimido: se está desatando una psicología de la identidad más antigua y más violenta.
A veces, hay cierta reticencia a llamar <<nacionalistas>> a estas identidades desatadas. Demos, el grupo de especialistas, estudio y opinión británico de izquierdas, elaboró un informe muy publicitado en el que afirmaban que <<después de la Guerra Fría, está emergiendo una nueva política>>. Esta nueva política está ganando terreno en todo el mundo: <<Tal vez la apariencia sea distinta -lengua, color, tribu, casta, clan o región-, pero la fuente subterránea es la misma: una afirmación de identidad cultural>>. El informe afirmaba específicamente que <<el tribalismo predomina en los Balcanes, Bélgica, Burundi y Belfast>> (Vicent Cable, <<Insiders and Outsiders>>, The Independent on Sunday, 24 de enero de 1994). Aunque mencionara las identidades de la <<tribu>>, la casta, la religión, etcétera, el informe no mencionaba la identidad de la nación. Se supone que la nación está en decadencia, marchitándose para alcanzar su grado cero, y que lo que está regresando es el tribalismo en lugar del nacionalismo.
Los dos temas psicológicos guardan relación directa con la afirmación de que el estado-nación está en declive. Tenemos la psicología global, que golpea a la nación desde arriba, haciendo desaparecer lealtades con el libre juego de la identidad. Y, después, tenemos la psicología acalorada de la casta o la tribu, que asesta golpes bajos al Estado con un compromiso contundente intolerante y enorme ferocidad emocional. No está claro qué relación guardan estas dos psicologías. Pero, tomadas en conjunto, parecen dejar poco espacio a ese tipo de lealtades nacionales banales que vimos enarbolar diariamente en el capítulo anterior.
Para empezar, tomemos en cuenta la psicología global. La tesis de la posmodernidad sugiere que la nueva cultura posmoderna representa un cambio de tono psíquico. Frederic Jameson señala que la cultura de finales del capitalismo posee una
<<superficialidad
>> constante, pues hoy día
<<la profundidad ha sido reemplazada por la superficie
>>. El posmodernismo a menudo alcanza esta superficialidad mediante el pastiche, que es
<<uno de los rasgos o prácticas más significativas del posmodernismo en la actualidad
>> (1991,12,
34). Según Jameson, el pastiche no es una parodia porque no tiene un motivo ulterior, ni un programa subyacente de búsqueda de certezas. En cambio, los productos posmodernistas, ya se trate de arte, ropa o gastronomía, mezclan estilos para dar lugar a un pastiche que se altera sin cesar. El resultado es una cultura que carece de puntos fijos o verdades uniformes y que habla con múltiples voces (
Bauman,1992a). Dado que esta cultura erosiona las fronteras, hay una pérdida de la sensación de localización (Giddens, 1990; Meyrowitz, 1986).
La superficialidad de la cultura viene acompañada de una falta de psicología de profundidad. Los lazos psicológicos se han debilitado. Jameson, por ejemplo, habla del <<ocaso de los afectos>> (1991,10,30). En lugar de un yo autónomo que invista las <<verdades>> y las <<identidades fijas>> de una fuerza emocional, tenemos un mudable sentido de un yo superficial, una <<cartografía cognitiva>> continua, en lugar de un vínculo emocional profundo con unos cuantos aspectos fijos (Jameson,1991). Si, como se ha afirmado, <<nuestra identidad se ha vuelto sinónima de las pautas de consumo>> (Miller, 1986,165), entonces los individuos ya no tienen un sentido del yo firme y centrado, sino que el consumidor posmoderno es susceptible de adquirir toda una serie de identidades. Conforme va cambiando la moda y se van llevando diferentes estilos de ropa, o conforme los nuevos productos van ingresando en el mercado y sustituyen a los viejos, así el yo va asumiendo otra identidad (Tseelon,1991). Al igual que el clima cultural de los tiempos, el yo autónomo pertenece al pasado: el individuo del mundo posmoderno <<vive ahora fragmentado, disperso y descentrado>> (Michael,1994,384; véase también Lather, 1992,1994) [...]
[...] Sin embargo, nadie es capaz de gozar de los arrebatos de la personalidad pastiche. El desapego irónico y la cambiante superficialidad del yo descentrado no logran describir al matón fascista o a quien se ocupa de hacer limpiezas étnicas, ambos de los cuales están siendo depositados por la marea en la playa del <<tribalismo>> del mundo posmoderno. Algunos autores han propuesto que hay personas que se sienten perdidas en las fluidas condiciones del mundo posmoderno: este tipo de personas se apartan psicológicamente de las condiciones fluidas del mundo posmoderno. El desmoramiento de las antiguas fronteras, la pérdida de certidumbre y el desvanecimiento de la percepción de la localidad han originado lo que Giddens (1990) denomina <<inseguridad antológica>>. Melucci (1989) cree que esta inseguridad se inscribe en la condición contemporánea, pues hoy día la persona es <<un nómada de la mente>> que vive cierta sensación de apátrida. Como propone Bauman (1992b), el ciudadano posmoderno es un nómada que deambula entre lugares inconexos.
Los desposeídos y los inseguros no pueden soportar esta condición de nómadas de la falta de patria: ellos no ven embeleso en la ambigüedad. Se ven impulsados a buscar identidades seguras, regresando con frecuencia a una fase de desarrollo anterior. Los mitos de la nación, la tribu y la religión parecen proporcionar la esperanza de una totalidad psicológica y ofrecer a la persona fragmentada y desorientada la promesa de una seguridad psíquica. Como ha dicho Julia Kristeva, <<la crisis de los valores y la fragmentación de los individuos han llegado al extremo de que ya no sepamos lo que somos y, para preservar un recuerdo de la personalidad, busquemos refugio bajo el denominador común más masivo y regresivo: los orígenes nacionales y la fe de nuestros antepasados>>. (1993,2) [...].
[...] En
El miedo a la libertad,
Fromm (1942) afirmaba que el capitalismo ha aniquilado las identidades fijas de las sociedades tradicionales. Las personas han sido liberadas para crear su propia identidad de un modo que era imposible hasta el momento. Algunas personas tienen miedo de esta libertad. Huyendo de las incertidumbres del presente, anhelan regresivamente la seguridad de una identidad sólida. Así, se ven atraídos por las simplicidades de la propaganda nacionalista y fascista.