Javier Benegas (La ideología invisible) Claves del nuevo totalitarismo que infecta a las sociedades occidentales

UNA CRISIS DE IDENTIDAD

Una mujer habla en la televisión, dice estar soltera y no tener hijos. Se queja amargamente, pero no por su soltería ni por no haber podido alumbra todavía una nueva vida. Su desesperación va por otros derroteros, exactamente en sentido contrario. Dice sentirse presionada por la sociedad para ser madre. Y que, al no serlo, lleva sobre sus hombros la pesada carga del reproche social. Al escucharla, otra mujer que está en el plató se muestra afectada por su testimonio. Decide tomar partido y afirma con gesto circunspecto que ella es madre de dos hijos. Y añade: "La verdad es que ahora me planteo si los tuve por decisión propia o porque fui presionada para tenerlos". Otra participante en el programa se muestra sorprendida y en desacuerdo con los dos testimonios anteriores: "Yo también soy madre", dice "y lo soy porque quise, libremente. No siento nada de lo que decís".

¿Es cierto que, en la actualidad, la sociedad actúa sobre nosotros imponiéndonos un cometido y cortando nuestras elecciones? Quizá en el pasado fue así, pero ¿en nuestro tiempo? Que alguien se sienta compelido a ser padre o madre es algo estrictamente íntimo, no algo impuesto. Lo mismo que casarse ya no es imprescindible, tampoco lo es ser padre o madre. De hecho, cada vez más sujetos optan por vivir solos, sin asumir compromisos. Y muchos que los asumieron terminan poniendo fin a sus matrimonios con normalidad; en numerosos casos, con la esperanza de realizarse de una manera diferente, buscando no ya rehacer su vida sino construir una vida distinta, radicalmente distinta. Que existan determinadas prevalencias, más mujeres que quieren ser madres que mujeres que no quieran serlo, por ejemplo, no implica la existencia de una presión social. De hecho, en sociedades con una larga tradición en políticas públicas que inciden en la supresión de los roles tradicionales, facilitando a los sujetos la completa independencia personal, estos roles no sólo prevalecen, sino que incluso parecen fortalecerse. Esto no significa que nada haya cambiado. Hoy existen formas distintas de familia que compiten con la familia tradicional, incluso la opción de no formar una familia se ha normalizado. Sin embargo, los ingenieros sociales consideran una anomalía que una gran proporción de personas no elijan estas nuevas alternativas, como si los roles tradicionales fueran perjudiciales, y celebran cualquier avance estadístico en el rechazo de las formas tradicionales de relación.


IDENTITARISMO

Tal vez la mujer que al principio de esta pieza decía sentirse presionada para asumir el rol de madre estaba expresando una falta de identidad. Quiere ser ella misma pero no sabe cómo porque no sabe quién es dentro de ese contexto más amplio que llamamos sociedad. Y para reafirmarse se opone al estereotipo de madre. Así, aunque siga sin saber quién es, puede al menos descartar quién no es.

Esta falta de identidad no es algo que le suceda sólo a la mujer con la que ilustro este capítulo, diríase que muchos sujetos parecen afrontar una crisis existencial que se manifiesta mediante la búsqueda desesperada de identidades alternativas a las que equivocadamente consideran identidades impuestas. Tal actitud puede manifestarse en el rechazo a la maternidad, a la identidad sexual o, incluso, a la identidad de especie (preferir ser un animal en vez de una persona), o también en el rechazo a la identidad relacionada con la edad, porque el sujeto no se siente conforme con la fecha de nacimiento que figura en su carné de identidad. Estas serían las expresiones más llamativas, pero también podemos añadir, por ejemplo, la emergencia de los particularismo locales, que consisten en convertir una mera demarcación administrativa en una identidad colectiva, esto es, los nacionalismo, que automáticamente conferiría al sujeto unas cualidades deseables y superiores a las del resto. 

Sean cuales sean, todos estos ejemplos sirven para apuntar un fenómeno que se manifiesta con intensidad en las sociedades occidentales: el Identitarismo. Cuando el sujeto no es capaz por sí mismo de desarrollar una identidad propia, particular y exclusiva o, en su defecto, no se siente conforme con las que los demás le reconocen, el identitarismo le proporciona una variedad de alternativas, de identidades colectivas, prefabricadas y simplificadas, entre las que puede escoger. De esta forma, una simple característica común como el sexo, la homosexualidad, residir en una demarcación administrativa, ser vegano, etc, puede servir para crear identidades colectivas que suplanten a la identidad individual, mucho más compleja, que el sujeto debería construir gradualmente, por sí mismo, a lo largo de su vida, mediante sus aciones y sus relaciones. Pero ¿por qué los sujetos tienen cada vez más problemas para desarrollar una identidad propia? ¿Y por qué lo que debería ser un proceso natural parece estar convirtiéndose en un problema existencial?


LA SOCIEDAD DE MASAS

Una de las causas podría ser el surgimiento de las sociedades de masas. En este tipo de sociedades, a los sujetos les resulta más complicado entablar relaciones estables y cercanas. El número de personas con las que convive a diario o se tiene algún tipo de contacto es tan elevado que el cerebro humano no puede memorizar a todos los sujetos y crear un entorno de relación reconocible. Todas las personas, excepto las más próximas, resultan extrañas y, a su vez, el propio sujeto es un extraño para los demás. Puesto que la identidad es en buena medida lo que los demás reflejan de nosotros mismos, esto supone un problema para el conocimiento.

Pero las sociedades de masas no son un fenómeno nuevo, tienen ya cierta antigüedad. En cambio, el problema de la identidad es bastante nuevo, o al menos su manifestación como un problema existencial extendido sí lo es. Ocurre que los inconvenientes que suponía la sociedad de masas para establecer entornos de reconocimiento mutuo eran paliados hasta no hace mucho por la existencia de marcos de entendimiento común. Por masificada que estuviera una sociedad, sus miembros compartían convenciones, tenían unas costumbres y cultura comunes y, en definitiva, sentían que formaban parte de una comunidad con unas características fácilmente reconocibles. Pero el proceso de globalización y la creciente burocratización de la política, con su ingeniería social, han ido poco a poco diluyendo ese marco común y sustituyéndolo por nuevas reglas que muchas personas les resultan extrañas. Reglas, que además, cambian constantemente de forma vertiginosa. Así, la globalización, y la consiguiente necesidad de apertura y agregación, por ejemplo, ha terminado por poner en cuestión una de las instituciones más reconocibles para el ciudadano occidental: el Estado nación. En este sentido, la contradicción más evidente relacionada directamente con la pérdida de la identidad es la que afecta al mismo tiempo a procesos de unificación y agregación, como es el caso de la unidad europea, y de fractura particularista, como la reivindicación de las identidades locales, que reúsan pertenecer a contextos más amplios. En consecuencia, a la uniformización general, promocionada a través de unos medios de comunicación que difunde a escala global los mismos modelos, se contraponen particularismo cada vez más beligerantes. 

En cuanto al fenómeno de la burocratización, éste ha convertido los asuntos públicos en materia reservada sobre la que sólo una élite convenientemente acreditada parece ser competente. La política ha dejado de ser un asunto público para pasar a ser una actividad exclusiva de un determinado tipo de expertos, donde la ideología se transmuta en gestión y las reglas cambian de firma caprichosa. De un día para otro, un hábito, una costumbre o una práctica común pude ser identificada como perjudicial o negativa, y decretarse su erradicación desde el poder.

Quizás sea que ambos procesos, la globalización y la burocratización, están generando en los individuos incertidumbre, pero, sobre todo, desconexión y desarraigo. Una pérdida de ubicación, de falta de encaje que se traduce en la sensación de vértigo hacia el futuro. ¿Cómo desarrollar la propia identidad si no es posible comprender el entorno al que uno supuestamente pertenece? 

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