¿Y si la realidad fuese una mierda de la que resulta imposible escapar?
El consumo de opiáceos, alucinógenos o psicoanalépticos derivados de sustancias naturales o sintetizadas artificialmente y consumidos de muy distintas formas creció desproporcionadamente en los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Volvió a hacerlo al final de la Guerra del Vietnam y otra vez en los años ochenta del siglo XX. El desastre provocado por las drogas en aquella década de los ochenta fue causado en buena medida por el crack —una variante de la cocaína mezclada con bicarbonato sódico que era barata, extraordinariamente adictiva y muy popular en los barrios marginales—, pero también contribuyeron la cocaína y opiáceos como la heroína. De las urbes americanas saltó a todo el mundo provocando una catástrofe que se llevó por delante a buena parte de una generación, como bien sabemos en España.
Los que ronden o superen los cincuenta y los que, aun teniendo menor edad, mantengan su admiración por algunos de los muchos cantantes o artistas en general que sucumbieron en la epidemia de drogas de finales de los ochenta recordarán los rostros degradados, desdentados, demacrados...
Entonces, y aunque muchos conocían los efectos devastadores de estas sustancias, en consumo de drogas quedó ligado a una cierta forma de diversión, a una «filosofía de vida»m a las corrientes de izquierdas, a la rebeldía y a la transgresión sexual. Fue a partir de aquella experiencia cuando las autoridades sanitarias de un buen número de países empezaron a crear una cultura antidroga a través de la educación, en los centros sanitarios y en los medios de comunicación, con programas públicos de gran calado.
[...] En Estados Unidos, por ir al centro y origen del terremoto, las muertes por sobredosis de aquellos años se acercaron peligrosamente a la barrera psicológica de las 10.000 anuales. Pues bien: en 2016 las estadísticas feederales indican que esta cifra ascendió por encima de 63.000 y el último estudio del Center for Disease Control and Prevention contabiliza 72.237 en 2017. Los datos de 2018 apuntan a que el número de muertes se ha estabilizado o incluso decrecido ligeramente en los Estados con estadísticas más altas, mientras que en otros que históricamente tendían a tener cifras más bajas, como Nebraska, las muertes han aumentado cerca de un 50%. Tenemos que pensar que en los Estados Unidos las muertes por accidentes automovilísticos son muy inferiores (cerca de 40.000 en 2017), mientras que las ocasionadas por armas de fuego rondan las 34.000.
[...] McDonell muestra cómo se comportan y afrontan la cotidianidad un grupo de adolescentes de la alta burguesía de Manhattan. No son afroamericanos que se comunican en jerga y pasan horas aburridos en los bancos de los parques, ni intelectuales ardientes como los miembros de la generación beat. Son chavales perfectamente integrados, diríamos que los hijos de la élite de la sociedad neoyorquina, futuros hombres y mujeres de éxito que se esfuerzan en asegurar las estupendas calificaciones que les llevarán a ser aceptados en universidades de renombre. No quieren defraudar a sus padres, todos ellos graduados en Yale, Harvard, Columbia, Cornell o Princeton y soportan para ello un día a día de tensión y sacrificio. Después, cuando de vez en cuando pueden salir de esa vida localizada y tener un fin de semana «loco», o empiezan las vacaciones, se lanzan como vampiros sedientos en la noche para recuperar el tiempo perdido, ese tiempo en el que se les obliga a competir pero—desde su punto de vista—no a vivir. Cuando al fin tienen la posibilidad de escapar se arrastran frenéticamente a fiestas sin control abundantemente regadas con alcohol, todo tipo de drogas (cuando más novedosas y de diseño mejor) y sexo salvaje y sin restricciones.
No es que todos los jóvenes se comporten de esta manera, pero esta mentalidad, se llegue más o menos lejos en la búsqueda desenfrenada y brutal de sensaciones límite, es ya habitual. De hecho, según los datos de la Encuesta Nacional de Salud y Uso de Drogas, cerca de un 10% de los mayores de 12 años que residen en Estados Unidos toman algún tipo de droga ilegal de manera no esporádica, incluyendo en las estadísticas sustancias populares como la marihuana, el hachís y similares, que son las puertas habituales de la drogadicción.
La raíz del problema se encuentra, por lo tanto, en considerar que la vida normal, la habitual, la que la sociedad prescribe como apetecible o incluso como inevitable, no es suficiente y, de hecho, si fuese la única vida, no se podría soportar.
La vida virtual
La pasón por la vida se transforma en cierto momento en hastío y la lucha contra el aburrimiento o, mejor, la ansiedad por usar el tiempo de forma significativa, se convierte en el problema decisivo de la existencias.
Usualmente este fenómeno se explica apelando a ciertas crisis existenciales, a la omnipresencia del mercado y del consumo, a la presión laboral, a la despersonalización de las relaciones o al individualismo que prima en las sociedades contemporáneas, etc. Y no es todo eso no sea síntoma. De hecho, lo es de una manera o de otra, como causa o como síntoma. Sin embargo, también hay que añadir que en la actualidad, al menos en los países más desarrollados, gozamos de mayores oportunidades, bienestar, comodidad, lujos y placeres. Los índices de seguridad, salud y libertad son incomparables a los que se tenían en épocas pasadas o a los que existen en las zonas más desfavorecidas del planeta. No parece justificado, por lo tanto, que se registre tanta amargura, tanta depresión, que se extienda la melancolía y el deseo generalizado y perentorio de escapar con frecuencia de la rutina ya sea de forma temporal (el turismo o el consumo) o de manera más decisiva, cambiando de pareja, de residencia o de estilo de vida.
Usualmente este fenómeno se explica apelando a ciertas crisis existenciales, a la omnipresencia del mercado y del consumo, a la presión laboral, a la despersonalización de las relaciones o al individualismo que prima en las sociedades contemporáneas, etc. Y no es todo eso no sea síntoma. De hecho, lo es de una manera o de otra, como causa o como síntoma. Sin embargo, también hay que añadir que en la actualidad, al menos en los países más desarrollados, gozamos de mayores oportunidades, bienestar, comodidad, lujos y placeres. Los índices de seguridad, salud y libertad son incomparables a los que se tenían en épocas pasadas o a los que existen en las zonas más desfavorecidas del planeta. No parece justificado, por lo tanto, que se registre tanta amargura, tanta depresión, que se extienda la melancolía y el deseo generalizado y perentorio de escapar con frecuencia de la rutina ya sea de forma temporal (el turismo o el consumo) o de manera más decisiva, cambiando de pareja, de residencia o de estilo de vida.
¿Qué es lo que nos está pasando?
Lo que nos está pasando es algo sencillo, pero ha provocado y sigue provocando la transformación completa de nuestras sociedades. El hecho es que hemos dejado de creer en cualquier sentido de la vida humana que, ligado al pasado y proyectado hacia el futuro, exija vivir de una manera concreta, sea lo que sea aquello en lo que consista dicha concreción.
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