Gérard Imbert (La sociedad informe) Posmodernidad, ambivalencia y juego con los límites.

3. Anomia, crisis de los fines, juego con los límites
El concepto de anomia, fenómeno primero estudiado por Emile Durkheim (1989 [1875]), y luego por Jean Duvignaud (1900 [1973]), se puede aplicar muy bien a las conductas sociales actuales (Imbert, 1992). La anomia es literalmente la ausencia de normas, aparece en períodos de cambio histórico, en contextos en crisis, de ruptura con los modelos. Se expresa mediante manifestaciones de desorden que reflejan una crisis de valores: el sistema normativo del que se heredado es caduco sin que el sujeto colectivo haya todavía asumido un nuevo sistema de valores. De ahí la aparición de nuevas pautas de comportamiento que cuestionan la legitimidad de las reglas sociales y pueden traducirse por manifestaciones violentas, ya sean destructivas ya sean volcadas contra el sujeto y, en última instancia, de tipo auto-destructivas o suicida.
La anomia indica una ruptura de la solidaridad, una desaparición de los puntos de referencia que traduce una crisis de la identidad social. Es una respuesta desesperada a una situación de mutación que puede desembocar en prácticas de auto-exclusión, simbólica o física, hasta llegar al suicidio. Procede, pues, de una carencia de las "fuerzas colectivas" (Durkheim), que se traduce en desagregación social y genera conductas "egoístas". Ahora bien, incluso en la visión moral que tiene Durkheim de la vida social, se admite que la anomia es, hasta cierto punto, constitutiva del estado de la sociedad.
La anomia trae consigo una suspensión de la responsabilidad social y de los códigos relacionales. El sujeto anónimo vive al margen de los derechos y deberes, ajeno a toda idea de contrato (de algo que lo implique en relación con el otro). Es a menudo un sujeto que se deja llevar por las pulsiones -el goce del momento- más que por las pasiones, por la proyección en el otro; es un sujeto que no tiene conciencia de lo público (del interés colectivo y de la opinión general) porque ha perdido el sentimiento de pertenencia a la comunidad. Es a menudo un sujeto borderline, que vive en los bordes, caracterizado por una inestabilidad emocional, propenso a cambios de estado (retomaré más adelante el análisis de este perfil de sujeto en el cine).
Las conductas anómicas aparecen en muchas manifestaciones sociales de hoy, en particular en las nuevas formas de violencia, en mayor o menor grado: delincuencia, vandalismo, conductas suicidas, asesinatos en serie, masacres o suicidios colectivos, piratería informática, hachers, y quedan reflejadas en las páginas web.

Antonio Gramsci (Odio a los indiferentes)

Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunas personas quieran que eso ocurra, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los mudos que luego sólo la espada puede contar, deja promulgar leyes que después sólo la revuelta podrá derogar, dejar subir al poder a los hombres que luego sólo un motín podrá derrocar.
La fatalidad que parece dominar la historia no es otras cosa que la apariencia ilusoria de esta indiferencia, de este absentismo. Los hechos maduran en la sombra, entre unas pocas manos, sin ningún tipo de control, que tejen la trama de la vida colectiva, y la masa ignora, porque no se preocupa. Los destinos de una época son manipulados según visiones estrechas, objetivos inmediatos, ambiciones y pasiones personales de pequeños grupos activos, y la masa de los hombres ignora, porque no se preocupa. Pero los hechos que han madurado llegan a influir; pero la tela tejida en la sombra llega a buen término: y entonces parece ser la fatalidad la que lo arrolla todo y a todos, parece que la historia no sea más que un enorme fenómeno natural, una erupción, un terremoto, del que son víctimas todos, quien queria y quien no quería, quien lo sabia y quien no lo sabía, quien había estado activo y quien era indiferente. Y este último se irrita, querría escaparse de las consecuencias, quería dejar claro que él no quería, que él no es el responsable. Algunos lloriquean compasivamente, otros maldicen obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: Si yo hubiera cumplido con mi deber, si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, mis ideas, ¿habría ocurrido lo que pasó? Pero nadie o muy pocos culpan a su propia indiferencia, a su escepticismo, a no haber ofrecido sus manos y su actividad a los grupos de ciudadanos que, precisamente para evitar ese mal, combatían, proponiéndose procurar un bien.

Antonio García-Trevijano (El discurso de la República) Del hecho nacional a la conciencia de España.

La demagogia cultural de la posmodernidad tiene como finalidad hacer que pase desapercibida la ausencia de democrátia política o hacerla indeseable. La nivelación cultural exige el rebajamiento de los conocimientos, de la información y del gusto. Pero los signos de los tiempos ya no permiten lazar el alarido legionario de <<¡muerta la inteligencia!>>. Ahora es más gratificante, y con ello se consigue lo mismo, gritar <<¡viva la creatividad y el diseño!>>. Sobre todo desde que ciertos lingüistas han convencido de que el niño infante y el adulto más retrasado, por el solo hecho de articular con sentido una pequeña frase oral que antes no ha oído, están dotados de un talento creador tan maravilloso como el de los grandes genios que admiramos. Pero qué diseño nacional cabe en una sociedad dominada por clases pasivas subvencionadas?
Debe ser por esto por lo que el Estado español se ha puesto en vanguardia para convencer a las masas juveniles en paro, o en promesa social de estarlo, del enorme talento artístico y valor democrático que desprenden sus <<movidas>> populares. Y mucho más trascendente aún: para difundir a través de pomposos ministerios de cultura, contratada como mercancía a serios intelectuales y alegres comunicadores sociales, el igualitario papel cultural que desarrolla en la sociedad cada oficio, cada persona, sea cual sea el nivel de sus conocimientos y de su criterio del gusto.
Del mismo modo que la libertad (política) fue sacrificada en el consenso de la transición a las libertades (civiles), la cultura (civilizada) ha sido despedazada por la posmodernidad en una infinidad de culturas (gremiales y nacionalistas). Los síntomas de regresión cultural a los valores estéticos y a la regionalización de la Edad Media son evidentes. Lo pequeño es lo bello; la autonomía cultural, una patria; la política, un feudo.


Niko Kazantzakis (Alexis Zorba el griego)

Tres días, cuatro días, cinco días transcurrieron: ninguna noticia hubo de Zorba.
El sexto, me llegó de Candía una carta de varias páginas, un verdadero pastel. Venía escrita en papel rosa perfumado y ostentaba en un ángulo un corazón atravesado por una fecha.
La conservé con cuidado y la copio ahora sin alterar los giros amanerados que contenía en abundancia. Sólo corregí las encantadoras faltas de ortografía, pues Zorba empuñaba la pluma como si fuera un pico, golpeando con fuerza, razón porla cual el papel aparecía desgarrado en varias partes o con grandes borrones de tinta.
"Querido patrón, señor capitalista:
"Tomo la pluma para preguntarte si gozas de buena salud. Nosotros aquí, también nos hallamos bien ¡gracias a Dios!.
"En lo que a mí respecta, hace tiempo comprendí que no vine a este mundo como un caballo o un buey. Solamente a los animales les está consentido que vivan para comer. Para evitar el susodicho reproche, yo me forjo día y noche diferentes obligaciones, arriesgo el pan por una idea, vuelvo del revés los refranes y me digo: Más valen cien pájaros volando que uno en la mano.
"Muchos son patriotas sin que les cueste. Yo no soy patriota, no lo soy aun cuando me perjudique. Muchos creen el el Paraíso y permiten que sus asnos se metan en los feraces campos del cielo. Yo no tengo asno, soy libre; no temo al infierno, donde mi asno moriría, ni espero en el Paraíso, donde se hartaría de trébol. Soy ignorante como una ostra; no sé expresar las cosas; pero tú, patrón, me entiendes.
"Muchos han tenido miedo de la vanidad de las cosas; yo he vencido al miedo. Muchos reflexionan; yo no tengo necesidad de reflexionar. No me regocija el bien, ni me aflige el mal. Si me dicen que los griegos conquistaron Constantinopla para mí es lo mismo que si me dijeran que los turcos se apoderaron de Atenas.
"Si estas tontería que te escribo te indican que he caído en plana chochera, dímelo, por favor, en tu próxima. Por de pronto, recorro las tiendas de Candía en busca del cable adecuado  me regodeo. "¿De qué te ríes amigo? me preguntan. Pero ¿cómo explicárselo? Yo me rio porque de repente, mientras tiendo la mano para verificar si es bueno el cable, pienso en qué es el hombre, para qué está en la superficie de la tierra, para qué sirve... En mi opinión, para nada. Todas las cosas dan lo mismo: que tenga mujer, o que no la tenga; que sea honrado, o que no lo sea; que sea bajá o mozo de cordel. Sólo hay diferencia entre estar vivo y estar muerto. Si el diablo o Dios me llaman a sí (¿de diré, patrón, que mucho me temo que Dios y el diablo sean uno?) reventaré, me convertiré en osamenta hedionda, apestaré y la gente se verá obligada a sepultarme en un hoyo de cuatro pies de profundidad para no quedar asfixiada.
" A propósito, tengo que confesarte, patrón, una cosa que me da miedo, la única, y que no me deja en paz ni de día ni de noche: la cosa que me da miedo, patrón, es la vejez ¡presérvenos el cielo de ella! La muerte no es nada, un ¡puff! y la candela se apaga. Pero la vejez es vergonzosa.

Hella S. Haasse (Un gusto a almendras amargas)

Cuando no anda por ahí en la valle, lo que más le gusta es acurrucarse en una esquina, en el quicio de la puerta, escuchando los sonidos de fuera, participando de manera intuitiva el trajín y el remolino dela vida de ese mar de casas. Aún sin ver nada, tan sólo por los olores que percibe, o por el viento que acaricia la piel, es capaz de adivinar la hora del día, o lo que ocurre en las callejas, y sabe si se trata de algo cotidiano o inusual.
Se limpia la dentadura, hurgándose con el palillo, se desenreda los nudos del pelo. A veces se limita a sentarse en silencio, con los brazos cruzados, abrazándose los hombros. Cuando sopla el viento sobre el Tíber y lleva consigo un olor a campo abierto, le vienen en mente recuerdos fugaces del suelo bajo el acueducto chamuscado por las fogatas, del niño que hubo que enterrar allí, de la rapiña y la prostitución bajo el humo de Roma.
El día de la entrada del emperador Honorio (la taberna de Apicio hasta los topes desde el amanecer), mientras está friendo pescado, encorvada tras el hornillo en el pequeño recinto maloliente y lleno de humareda, el enano -seguido de Balco- viene a decirle maliciosamente que Pílades está en la taberna con un hombre que se han encontrado por el camino:
- Para ti, querida, para que bailes con él, un joven bellísimo, no te creas, podríais representar a Eros y Psique, a Venus y Adonis...
- Largo de aquí, si no queréis que os escalde vivos con el aceite hirviendo...
Pero tan pronto como casa las sardinas de la sartén, va tras los otros, limpiándose las manos en la túnica, sacudiendo el pelo grasiento, hasta que le quedan los mechones delante y dos detrás.

Günther Anders (La obsolescencia del hombre) Sobre la destrucción de la vida en la época de la tercera revolución industrial

¿No se transformará la humanidad en un único colosal y global proletariado lumpen? E incluso si llegara a conseguir -cosa del todo improbable- conservar la actual sociedad del bienestar mediante la reestructuración total del sistema social, ¿en qué van a ocuparse los millones de personas de la mañana a la tarde? Es irrisorio creer que se pueda responder a esta pregunta con propuestas de educación popular. ¿No estarán, desamparados, expuestos al océano del tiempo libre? La pregunta: "Qué tenemos que hacer?", que los mejores hombres del siglo pasado y inicios del XX trataban de responder, será sustituida por ésta:" En que hemos de ocuparnos nosotros y nuestros semejantes?" Dudo y rechazo que los millones puedan llenar el océano tiempo vació con diversión, "formación", deporte o sexo. Y no porque yo sea un fanático, intransigente y envidioso, de la ética del trabajo; nada más lejos de mí predicar, levantando el dedo índice, que sólo merecer vivir quines se ganan la vida con su trabajo. Lo que creo es que el hombre no puede vivir sin trabajo, que se condenó una vez; que es incapaz de estar divirtiéndose around the clok. Los consejos de quines ya no podían soportar las miserias de la humanidad, se llamen Tolstoi o Lenin, son obsoletos frente a la situación completamente nueva de la humanidad: también ellos ya son obsoletos. La pregunta ya no es cómo se reparten justamente los frutos del trabajo, sino cómo hacen soportable las consecuencias del no trabajo. Por repugnante que suene la expresión "diseño del tiempo libre" -desconfio de la palabra "diseño"; forma parte de la lista negra de palabras proscritas- al menos el término "tiempo libre" muestra de qué se trata hoy. Naturalmente, tampoco tengo una respuesta.
Buenos tiempo aquellos en que los "tomadores de trabajo" llamados trabajadores (que por supuesto jamás tenían la libertad de tomarse su trabajo ( eran tenidos y considerados como tales, pues el paro que ahora se anuncia hará que parezca inocuo el de hace cincuenta años. Si se piensa que ya aquel paro fue una de las causas principales del nacionalsocialismo, uno no tendrá ánimo para imaginar lo que producirá este paro que ya nos amenaza. No es en absoluto imposible que los hornos de gas de Auschwitz (económicamente absurdos por entonces) sean los modelos para la "superación" del hecho de que, en comparación con las condiciones de trabajo, haya demasiados hombres.

Jordi Gracia (El intelectual melancólico)

El melancólico moderno en casa
Lo imagina uno en estado contemplativo, a medio camino entre Anthony Hopkins en Lo que queda del dia y Jovellanos retratado por Goya con la mejilla sobre la mano: la melancolía es un timbre del aire o un cristal turbio de vaho. La imperfección se se ha adueñado de la vida como la luz muerta va quedándose atrapada en el interior de los domicilios imperceptiblemente envejecidos, sin los cortinajes espejos y oscuros de hace cien años pero con un mismo efecto taciturno. Los lomos de los libros -encuadernados en piel y detalles dorados, como ya nadie hace- retienen la oscuridad porque la luz no rebota en ellos: si siquiera bajo el esplendor del mediodía entra la claridad en despachos nimbados por las notas de Schubert enfermo o un Béla Bartók crepuscular.
Se siente protagonista de un final prematuro, como si la sorpresa de la edad hubiera entrado en casa para desarmarlo y desconyuntarlo sin fuerzas para rebelarse. Se le pone la mirada vidriosa y patética de Aschenbach encarnado a Dirck Bogarde cuando sigue con la vista en la línea del mar los movimientos pueriles y huecos del Tadzio asexuado de Muerte en Venecia. Venecia o París, o Viena o Berlín, son una secreta memoria fabulosa porque en ella leyeron el artificio de la melancolía cuando todavía no eran melancólicos, cuando disfrutaban de la melancolía como fábrica ajena y no como mortificación biográfica. Las notas del Mesías de Haendel o la densidad exaltante de Bach han dejado de ser ensalmos vivos porque ya son sólo el formidable testimonio de la impotencia: sueñan como testigos de una intensidad perdida o tan amortiguada que ya parece el acompañamiento de fondo del desamparo.

Zygmund Bauman (Daños colaterales) Desigualdades sociales en la era global

LA SUERTE Y LA INDIVIDUALIZACION DE LOS REMEDIOS

La idea moderna de ingeniería social basó su veracidad en la presuposición de que existían "reglas de profundidad", aún indómitas, desconocidas o mal entendidas, que serían traídas a la superficie gracias al trabajo de la razón; leyes férreas que gobernaban la naturaleza, y que ordenarían y regularizarían la vida humana una vez que se quitaran de su ánimo las contingencias que causaban perturbaciones. Sin embargo, alrededor del último medio siglo se ha puesto en cuestión, y en duda creciente, la mismísima existencia de "leyes férreas", así como la plausibilidad de cadenas ininterrumpidas de causa y efecto (en realidad, la capacidad de concebirlas). comenzamos a entender que la contingencia, el azar, el capricho, la ambigüedad y la irregularidad no son producto de grandes errores ocasionales y rectificables en principio, sino rasgos inalienables de toda existencia, y por ende también inextirpables de la vida social e individual de los seres humanos. Las ciencias naturales y las ciencias humanas parecen converger por una vez en opiniones notablemente similares sobre la modalidad existencial de sus respectivos objetos. Es como si el tren del pensamiento científico en su totalidad hubiera cambiado de dirección bajo el impacto de cambios drásticos en la experiencia, las prácticas y las ambiciones de la vida humana...

LA HISTORIA NATURAL DE LA MALDAD

El día 16 de marzo de 1945, cuando la Alemania nazi ya estaba de rodillas y no quedaban dudas con respecto al pronto final de la guerra, Arthur "Bombardero" Harris, envió 225 bombarderos Lancaster y 11 aviones Mosquito con órdenes de descargar 289 toneladas de explosivos y 573 toneladas de sustancias incendiarias sobre Würzburg, una ciudad de tamaño medio, con 107 mil habitantes, rica en historia y tesoros artísticos pero pobre en industria. Entre las 9:20 y las 9:37 de la noche, unos 5 mil habitantes (de los cuales el 66% eran mujeres y el 14% eran niños) perdieron la vida, mientras se incendiaban 21 mil viviendas: sólo 6 mil residentes seguían teniendo un techo sobre la cabeza una vez que los aviones se habían retirado. Hemann Knell, quien calculó estas cifras luego de un escrupuloso escrutinio de los archivos, se preguntaba por qué se eligió destruir una ciudad carente de toda importancia estratégica (opinión confirmada, aunque de forma indirecta, por la total omisión de su nombre en la historia oficial de la Real Fuerza Aérea, donde se enumeran meticulosamente todos los logros de esta institución militar, incluso los más insignificantes). Una vez que hubo examinado la totalidad de las causas alternativas concebibles, descartando una por una, Knell se quedó con la única respuesta sensata a su pregunta: que a principios de 1945, Arthur Harris y Carl Spaatz (el comandante de las Fuerza Aérea estadounidense en Gran Bretaña e Italia), se habían quedado son blancos para atacar.

El bombardeo progresó según los,planes, sin consideración alguna del cambio en la situación militar. La destrucción de ciudades alemanas continuó hasta fines de abril. Al parecer, una vez que se había puesto en marcha el aparato militar ya no había forma de detenerlo. Tenía vida propia. Estaban todos los equipos y todos los soldados al alcance de la mano. Seguramente fue por eso que Harris decidió atacar Würzburg.

Pero... por qué Würzburg y no cualquier otro lugar? Sólo por razones de conveniencia. Tal como se había advertido en previas misiones de reconocimiento, "la ciudad era fácilmente localizable con los medios electrónicos disponibles en aquella época". Y se hallaba a distancia suficiente de las fuerzas aliadas en avance como para reducir la amenaza de un nuevo "fuego amigo" (es decir, un bombardeo de las tropas propias). En otras palabras, la ciudad era un "blanco fácil y exento de riesgos". He ahí el error involuntario e inadvertido que había cometido Würzburg, un error imperdonable para cualquier blanco de ataque una vez que "se había puesto en marcha el aparato militar"...
En la violencia nazi, Una genealogía europea, Enzo Traverso propone el concepto del "potencial de barbarie" de la civilización moderna. En su estudio dedicado a la violencia nazi, llega a la conclusión de que las atrocidades de impronta nazi fueron excepcionales sólo en el sentido de que sintetizaron numerosos medios de esclavización y aniquilación ya puestos a prueba, aunque por separado, en la historia de la civilización occidental.

Las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki prueban que los pereceres opuestos a la Ilustración no son condiciones necesarias de la masacre tecnológica. Las dos bombas atómicas, como los campos de exterminio nazis, fueron elementos del "proceso civilizatorio", manifestaciones de uno de sus potenciales, uno de sus rostros y una de sus posibles ramificaciones.

Treverso concluye su exploración con la advertencia de que no existe fundamento alguno para excluir la posibilidad de que aparezcan otras síntesis en el futuro: síntesis no menos sanguinarias que la de los nazis. A fin de cuentas, la Europa civilizada y liberal del siglo XX demostró ser un laboratorio de violencia. Por mi parte, agregaría que no hay señales de que ese laboratorio haya cerrado sus puertas o cesado sus operaciones en los albores del siglo XXI.


Zygmunt Bauman (Modernidad y Holocausto)

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