La Ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro. Uno es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!, he aquí el lema de la Ilustración.
La idea de una minoría de edad o inmadurez «autoculpable» es el eje en torno al cual gira la revolución de Kant. En los animales, la madurez es el resultado de un desarrollo natural. Un pájaro aprende a volar de forma inevitable, un guepardo adquiere velocidad, y así ocurre con todos los animales: mientras no se lo impidan influjos externos, crecen de manera natural hasta convertirse en representantes maduros de su especie. En cambio, para los seres humanos, la madurez tiene otro significado. En su caso, va ligada a asumir responsabilidades, un logro que depende de la capacidad de pensar de forma independiente y que no es en absoluto evidente en sí mismo. Los adultos sanos, a aveces, fracasan en este sentido. Las sociedades pueden fomentar o dificultar que las personas piensen por sí mismas. Desarrollar las propias capacidades humanas no es una consecuencia natural de la existencia humana, sino una tarea tanto individual como colectiva.
Al situar el concepto de mayoría de edad en el centro del ensayo de 1784, Kant convirtió la pregunta «¿Qué es el hombre?» en la clave para responder a la pregunta «¿Qué es la Ilustración?». Y al demostrar que la mayoría de edad humana depende de la responsabilidad, no nos dijo realmente qué son las personas, sino, sobre todo, qué no son. No son criaturas de la naturaleza. El ser humano no puede entenderse como especie biológica ni como concepto zoológico, histórico, antropológico o sociológico. Y ni siquiera la ciencia darwiniana reduciría a la humanidad a una evolución ciega; creer que podría hacerlo es malinterpretar el concepto como biológico. La humanidad solo puede ser un concepto moral.
Decir que la humanidad solo puede ser un concepto moral equivale a insistir en que depende de una sola cualidad: la libertad. Mientras que las especies animales se definen por los rasgos biológicos de sus cuerpos y las capacidades potenciales de los animales maduros pueden reconocen mediante la exploración empírica de lo que son capaces de hacer, los seres humanos se definen por algo más que hechos concretos que determinan su identidad y sus acciones. Son libres porque su comportamiento puede estar determinado no solo por causas, sino también por razones y justificaciones. No solo sus intereses, sino también su criterio moral puede impulsarlos a emprender una acción. Su humanidad consiste en que, a diferencia de las especies naturales, la cuestión de quiénes son no puede reducirse a la de qué son. No depende de lo que hagan o de cómo vivan, sino de que estén dispuestos a escuchar la llamada de lo deberían hacer. Actualmente se habla mucho de los derechos de los animales, aunque no se parte de la elevación de los animales a la categoría de sujetos, sino a la reducción antikantiana de los seres humanos a la categoría de animales. Sin embargo, aunque se ha vuelto aceptable hablar de los derechos de los animales, no tiene ningún sentido hablar de los deberes de los animales.
Es de sobra conocida la distinción kantiana entre ser y deber, y aun así la malinterpretamos con frecuencia. Los amigos de Kant también contribuyeron a este malentendido en muchos casos, ya que era más fácil hacer propaganda a favor de su pensamiento minimizando la fuerte metafísica que subyace en él. Solo la idea abstracta de una humanidad independiente de la naturaleza da a las personas el respeto que aspiran. A diferencia de los animales, que pertenecen a una naturaleza sin propósito, los humanos son libres de perseguir fines morales. Por esta razón, ellos mismos deben ser tratados categóricamente como fines y nunca como simples medios. No solo tiene un valor, como lo pueden adquirir las cosas al ser utilizadas. Más bien, tienen dignidad que está «por encima de todo precio», es decir, absoluta. Como explica Kant en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres:
[T] odo [tiene] o un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente, en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad.
[...]
La moralidad es la condición bajo la cual un ser racional puede ser un fin en sí mismo, porque solo por ella es posible ser miembro legislador en el reino de los fines. Así pues, la moralidad y la humanidad, en cuanto que esta es capaz de moralidad, es lo único que posee dignidad.
La esclavitud es la violación paradigmática de este principio absoluto, porque se basa en la reducción sistemática de los seres humanos a meros medios. Tolerar esta institución en nombre de cualquier circunstancia o valor (como bienestar, el orden, la paz o consenso democrático) no solo normaliza una injusticia, sino que destruye la base de la justicia. Ninguna constitución, legislación o orden político que proteja la esclavitud puede disponer de autoridad legítima, ya que anula la premisa de todos los valores y, por tanto, el fundamento de toda autoridad. Así, no es de extrañar que Kant asuma en el párrafo anterior citado un rechazo de la esclavitud —las personas no pueden tener un «precio»— como consecuencia directa del imperativo categórico.
Si se entiende el argumento de Kant, este muestra que la dignidad, la abstracción, el universalismo y la autoridad están entrelazados. La dignidad depende de la libertad, que es la capacidad de no estar determinado por hechos concretos. Por tanto, solo puede ser abstracta. Puesto que es abstracta, su ámbito de aplicación es universal e incluye a todas las personas. Por la misma razón, es asimismo categórica, es decir, de autoridad universal: ninguna circunstancia ni consideración puede perponerse a ella o socavarla. Cuando Kant ancla el universalismo en el concepto abstracto de la humanidad lo que hace es recuperar el compromiso con un principio superior de justicia. Las normas universales se refieren a las personas, pero van más allá de cualquier autoridad humana.
[...] Las cadenas y los verdugos son los burdos instrumentos de que antaño ser sirvió la tiranía; hoy la civilización ha perfeccionado hasta el despotismo mismo [...] Los príncipes habían, por así decirlo, materializado la violencia; las repúblicas democráticas del presente la han transformado en una violencia tan intelectual como la voluntad que quieren contener. Bajo la autocracia irrestricta, el despotismo golpeaba brutalmente el cuerpo para llegar al alma [...]; en las repúblicas democráticas, sin embargo, la tiranía no procede de esta manera; esta pasa por alto el cuerpo y apunta directamente al alma.
Emerson y Thoreau sabían muy bien que en estados Unidos no se «pasaban por alto» los cuerpos en absoluto cuando se escribieron estas líneas. Millones de esclavos fueron sometidos no solo por el poder del látigo, sino por unas normas y un Estado de derecho que extraían su legitimidad del conformismo.
¿Y qué ocurre en la realidad política, filosófica y sociológica actual? ¿Cómo se aplica la doctrina de la «igualdad de los espíritus» sino privatizando la verdad? ¿En qué consiste la tiranía de la mayoría si no en la idea de que la justicia se sustituye por un «consenso parcial», mientras que una justicia independiente queda excluida por ser «metafísica» y, por tanto, inadecuada para las «sociedades democráticas modernas». Tras décadas de dominio unionista sobre el pensamiento liberal, los factores sociales que, según Tocqueville, conducen al espíritu estadounidense a la tiranía de la mayoría ya han entrado en la filosofía, aunque solo sea gracias al método de Rawls [...]
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