¿ES POSIBLE ALCANZAR LA IGUALDAD QUE TANTO ANHELA EL ENVIDIOSO Y QUE CON TANTO ÍMPETU LE PROMETE EL IGUALITARIO?
Ya hemos visto que la envidia es un sentimiento de pura maldad sin ningún atisbo de benignidad, que se duele de la felicidad ajena y que solo queda saciada a través de la desgracia del prójimo. Pero la envidia avanza y sus deseos han impulsado una clase política que en el juego democrático ha tenido que recurrir a ella para poder gobernar. Pareciera que si un político no incluye la palabra «igualdad» en un discurso automáticamente un rayo lo fulmina. La malignidad absoluta de la envidia no puede ser confesada públicamente, por lo que ha sido sustituida por otra palabra mucho más comercial: la igualdad. Que si igualdad de esto y aquello, que si igualdad de opinión, igualdad de derechos, igualdad de oportunidades, igual de género y un sinfín de absurdas coletillas diseminadas en la prensa, la televisión, las redes sociales, los colegios, las universidades, etc. ¡El objetivo es conseguir la igualdad real porque todos somos iguales! [...]
[...] No es una enfermedad reciente la que padece el pueblo, aunque la democracia de masas la haya extendido e intensificado. La envidia igualitaria ha estado presente desde los orígenes de la especie humana. Sin embargo, los demagogos han conseguido que los anhelos igualitarios lleguen incluso a las almas más lejanas a través del progreso tecnológico. El hombre actual está sometido a ingente cantidad de información y mientras antes envidiaba al vecino, al cacique local o al noble de turno, ahora envidia y desea el mal de personas que ni siquiera conoce. Así, grupos abstractos nunca definidos como «las grandes fortunas» o «los ricos» son el objetivo a batir de un grupo de indeseables que desatan su ira contra el envidiado sin rostro. El envidioso igualitario es incapaz de disfrutar la experiencia de la vida, pues sus actos no van destinados a realizar acciones positivas, sino sus actos negativos, y los ideológicos igualitarios se encargan de esparcir la falsa e irrealizable promesa de la igualdad señalando a los mejores para que estos sean destruidos. No fueron estas las políticas que permitieron el florecimiento de una clase media, sino la emulación del mejor y el respeto a la jerarquía natural del ser humano las que lograron un desarrollo económico sin precedentes en Occidente.
Decía Castellani: «¡Igualdad!, oigo al jorobado Fontova. Y me pongo a preguntar. Querrá verse sin joroba o nos querrá jorobar». Resulta cuasi imposible descifrar los deseos individuales de cada ser humano. A diferencia de los animales, el hombre no simplemente «es», sino que «quiere ser», y para alcanzar ese deseo de querer ser debe decidir con sus acciones el camino para, al menos, intentar lograrlo. Evidentemente, cada individuo está condicionado por sus talentos innatos, sus capacidades físicas, su inteligencia y su lugar de nacimiento. No tendrá las mismas oportunidades el niño nacido en Sudán del Sur que el que lo haga en Singapur, pero ambos querrán ser algo. Los envidiosos, lejos de emular un buen ejemplo, realizan el ejercicio contrario, es decir, desean que los mejores emulen sus fracasos, por lo que es probable que el jorobado Fontova quisiera que todos tuvieran joroba para ser iguales.
La evolución humana, el enriquecimiento de las sociedades, los avances médicos, los progresos tecnológicos y el conocimiento heredado responden a un pequeño puñado de hombres. Bastarían un par de folios para poder rellenar los nombres de aquellos que con sus descubrimientos permitieron un salto en la evolución del ser humano. El progreso humano corresponde a una minoría superior que, posteriormente, permite a una mayoría inferior aprovecharse de su ingenio y talento. Pero lejos de mostrar gratitud por esos grandes hombres, el ciudadano medio exhibe una envidia desaforada hacia ellos. Las sociedades como la española que muestran un elevado anhelo igualitario son al mismo tiempo las más pobres. El vez de celebrar la llegada de hombres superdotados, exitosos, ingenioso y triunfadores, maldicen su existencia y tratan de acabar con ellos a través de legislaciones empobrecedoras, impuestos confiscatorios y un sinfín de trabas y desincentivos generados por el oscuro igualitarismo.
En España se realizan numeroso diagnósticos sobre los problemas que nos rodean, pero nunca se señala el mayor de todos la envidia. El hostigamiento al que se enfrenta el hombre superior creador de riqueza y progreso genera un empobrecimiento generalizado que, trágicamente, queda asumido y estimulado por el coro envidioso que prefiere la igualdad en la miseria que la desigualdad en la riqueza. La igualdad entre los hombres solo puede darse en la pobreza global y, para ello, es necesario acabar con el pequeño puñado de hombres estelares.
La enfermedad crónica espiritual del igualitarismo no tiene cura, pues siempre habrá alguien al que despojar, aunque sean unas migajas. Esto genera una sociedad indeseable que exalta la mentira, la difamación y la humillación del virtuoso para poder construir una distopía igualitaria que sirva para consolarse en la igualdad de todos. Y es que el igualitarismo es la afirmación de una idea injusta, inmoral y contraria a la naturaleza humana que se ha convertido en un imperativo moral que se debe llevar a cabo cueste lo que cueste. Sus defensores han conquistado Occidente dejando un reguero de desgracias que se dejan sentir todos los días. El mundo contemporáneo es el mundo del igualitarismo. Nos hallamos ante una cuestión trascendental, de enorme relevancia y poderosa vigencia, pues la igualdad es la idea central que mueve todos los movimientos sociales de nuestra era.
* García, Jano (El rebaño) Cómo Occidente a sucumbido a la tiranía...
* García, Jano (Contra la mayoría)
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