Axel Kaiser (La neo inquisición) Persecución, censura y decadencia cultural en el siglo XXI

[...] Tomando en cuenta estas diferencias biológicas hay pocas dudas de que la liberación sexual femenina, con los aspectos positivos que tuvo, finalmente implicó una liberación masculina al facilitar enormemente a los hombres la posibilidad de tener sexo. En palabras del académico Nigel Barber, «desde una perspectiva evolutiva, la llamada "liberación sexual de las mujeres" se parece más a la liberación sexual para los hombres. Es decir, los hombres obtienen más sexo y más variedad sexual sin comprometerse emocionalmente. Dado que el poder de negación de las mujeres se reduce, agrega Barber, éstas se comportan sexualmente cada vez más como hombres, lo que es especialmente cierto en las universidades estadounidenses —y otros países—, donde hay cien mujeres disponibles por cada setenta y cinco hombres. Todo ello, concluye, les hace pagar a ellas un alto coste emocional al sentirse muchas veces utilizadas. 

Tal vez por eso la era del #MeToo ha producido reclamos que han llevado a exigir «consentimiento afirmativo», para tener sexo, es decir, convertir la complejidad, impulsividad, ambigüedad, espontaneidad e irracionalidad propia de la actividad sexual en un frío modelo contractual calculando todos los detalles de antemano. La moral tradicional, que entendía las diferencias biológicas inherentes a hombres y mujeres, hacía esto innecesario porque se asumía que no existía sexo sin algún compromiso mayor e incluso hasta el matrimonio, lo que era en sí mismo un poderoso filtro y garantía para la mujer, al menos en el sentido de que tendría sexo con un hombre dispuesto a invertir seriamente en una relación. Con el cambio de la moral sexual, la posición femenina a priori hacia el sexo, que históricamente era de decir «no», pasó a ser «sí», con lo cual ahora se ven obligadas a justificar cuando prefieren hacerlo. En palabras de Mac Donald, las costumbres tradicionales reconocían «los diferentes impulsos sexuales de hombres y mujeres y las dificultades de negociar con la libido masculina». En ese contexto, «el "no" predeterminado al sexo prematrimonial significa que una mujer no tenía que negociar el rechazo con cada hombre», sino que simplemente se asumía como lo normal. La mujer podía acceder si quería, pero no debía justificarse si se negaba. El problema de los tiempos actuales, fomentado por el #MeToo, es que, al negar aquellas diferencias biológicas entre la sexualidad masculina y la femenina, se ha politizado el deseo sexual. Mac Donald explica que «al tratar la libido masculina indómita como un problema político», ha conducido a cada vez mayor control legal. La creciente «burocracia sexual» en los campos universitarios, donde los administradores están «escribiendo reglas altamente técnicas para el sexo que es dominio de lo irracional», es un ejemplo de ello. Y el objetivo no declarado de esas reglas, agrega Mac Donald, es volver al valor predeterminado del sexo prematrimonial al «no» que solían dar las mujeres en sociedades conservadoras, lo que no podrá lograrse por esa vía, pues el problema es cultural.

___________________________________________

Aunque Rawls sea el padre de todo el liberalismo de izquierda, no es el único en esa línea que ha planteado la necesidad de controles migratorios. El filósofo alemán Otfried Höffe, por ejemplo, también ha afirmado que hay un derecho a restringir la inmigración. En su obra («Democracia en la era de la globalización»), Höffe afirmó que si bien existe un derecho a emigrar de cualquier país, el cual deriva de la libertad de conciencia de cada individuo, «un derecho igual de permanecer permanentemente en cualquier Estado del mundo y participar igualmente en el desarrollo del Estado y beneficiarse de las bendiciones de sus programas benefactores, en suma, un derecho a la inmigración, no existe». Höffe agregó que si un país como Liechtenstein se viera avasallado por la inmigración, lo terminaría arruinando política y económicamente, lo que le llevó a concluir que la mejor forma de ayudar a refugiados era en su propio país, pues de esa manera se impide además el propósito de quien los expulsa. Por último, dijo Höffe, «cierto tipo de inmigración masiva sumada a determinado comportamiento puede convertir la inmigración en colonización», que termina dominando a la población local. En conclusión, señala Höffe, «dado que no hay derecho humano a inmigrar, el Estado puede decidir —dentro de unos límites— cuántos inmigrantes quiere aceptar y en qué términos, además de requerirle a los inmigrantes que muestren un mínimo de voluntad de adaptarse a la cultura política y social del estado que los recibe». 

En la misma línea ha argumentado el filósofo David Miller, profesor de Oxford, más bien cercano al liberalismo de izquierda. Según Miller, las perspectivas de derechos humanos o económicos sobre la inmigración son insuficientes. Esto porque no se hacen cargo de un conjunto de valores colectivos de las comunidades que reciben a los inmigrantes, las cuales esperan razonablemente tener control sobre su futuro y su identidad cultural. Miller agrega que si bien hace un siglo existía una presión por que los inmigrantes que llegaran se asimilaran, hoy la cultura —políticamente correcta— incentiva a que éstos mantengan sus tradiciones y hábitos de origen, todo en nombre del «multiculturalismo». Según Miller, «el Estado democrático contemporáneo no puede adoptar una visión tan libre» como hace un siglo, pues «quiere y necesita a los inmigrantes» que se adapten, lo cual implica posiblemente «exigirles que eliminen parte del baraje cultural que traen consigo». De este modo, dice Miller, reconociendo que la inmigración puede ser fuente de graves problemas, «el equilibrio entre apoyar el pluralismo cultural y garantizar que exista un conjunto básico de creencias al que casi todos se suscriban es uno de los principales problemas que enfrentan los Estados con grandes comunidades de inmigrantes. 

Pero los inmigrantes pueden ser un problema no sólo en términos culturales sino también económicos debido a la existencia de Estados benefactores, advierte Miller. El Estado del Bienestar supone la contribución de quienes fueron beneficiarios en etapas de su vida, y ello a su vez demanda el respeto de normas sociales que son «contrarias a las creencias culturales o religiosas de algunos inmigrantes», problema que antiguamente no existía porque los Estados no transferían casi beneficios, dice el profesor de Oxford. Miller afirma que «los Estados del Bienestar redistribuidos reposan en la confianza entre los ciudadanos», y ésta asume que cada uno «se comportará de manera justa bajo los términos del esquema, pagará los impuestos con honestidad y no obtendrá beneficios a los que no tiene derecho». Desafortunadamente, concluye, «hay evidencia de que a medida que las sociedades se vuelven más diversas, étnica y culturalmente, los niveles de confianza tienden a disminuir. Al finalizar su libro sobre la filosofía política de la migración, Miller añade una reflexión fundamental en todo este debate con los neoinquisidores: «Estar a favor de una alta inmigración no significa siempre ser virtuoso, y estar en contra de ella no significa siempre ser prejuicioso». Miller mismo defiende lo que llama «cosmopolitismo débil», el cual implica aceptar que si bien no existe un derecho humano a inmigrar, los Estados siempre deben respetar los derechos humanos de los inmigrantes, y que para negarles la entrada a sus fronteras deben argüir razones. Pero, insiste Miller, una democracia incluye el derecho a la autodeterminación de los ciudadanos, que tienen «el derecho a decidir sobre la dirección futura de su sociedad».

Axel Kaiser (La tiranía de la igualdad)

No hay comentarios:

analytics