En el pasado, los tiranos y otros corruptos nunca habían tenido tanta capacidad de dar gato por liebre, de hacer creer que las sombras son luz. En la caverna platónica, los prisioneros tomaban las sombras por seres reales, pero al menos sabían que ellos eran prisioneros. En la caverna tecnológica, en la que el plástico y las pantallas sustituyen a las rocas y la hoguera, los prisioneros no se dan cuenta de que lo son, porque sus cadenas son invisibles: cadenas de adicción psicológica, cadenas de reclamos publicitarios, viejas cadenas de radio y televisión, nuevas cadenas de rastreo digital.
Los grandes coreógrafos de bailes de máscaras son hoy, sin embargo, los grandes medios de comunicación, que también dependen, como casi todo, del complejo tecnológico-financiero. La gran mayoría de los grandes medios de comunicación (televisiones, radios y prensa) del mundo dependen de nueve enormes «conglomerados mediáticos», a los que a fin de cuentas interesa que veamos unas cosas y otras no, y entre cuyos principales accionistas están los grandes fondos de inversión.
La información que estos medios nos transmiten les llega sobre todo de las grandes agencias de noticias, como Reuters. Muchos artículos de opinión internacionales son suministrados por Project Syndicate, y las líneas maestras de la comunicación son establecidas por entidades como European Journalism Centre. Y resulta que Project Syndicate y European Journalism Centre están en buena medida financiados por las Open Society Foundations de George Soros y por la Fundación Bill y Melinda Gates. Para que los medios de menor envergadura no se queden rezagados, en septiembre de 2020 Facebook anunció que, a través del European Journalism Centre, «invertiría» 3 millones de dólares, para ayudar a «informar de manera continuada sobre la covid-19 en comunidades locales.
Ante la sacudida existencial, económica y social causada por las medidas contra la covid (confinamientos, personas que se quedan sin trabajo, militares fumigando absurdamente las calles, franjas horarias en que unas personas pueden salir a la calle y otras no, uso obsesivo de mascarillas y otras barreras), la inmensa mayoría de los medios de comunicación han renunciado a tener un papel crítico y plural, han fomentado el miedo y la obediencia y se han erigido en pastores que guían el rebaño de la opinión pública. Esto no ha ocurrido por casualidad, ni porque estas medidas fuesen todas obvias e incuestionables.
El pensamiento único que se ha impuesto en los medios de comunicación de masas, y la censura de voces críticas (incluidas las de científicos eminentes) en los medios digitales, tiene que ver con la densa red de intereses creados que emanan del complejo tecnocientífico. Y encaja a la perfección con la sociedad centrada en los intereses de las empresas y de la tecnología, y no en las personas y en la vida, que propugna el Foro Económico Mundial.
En las cuestiones menores unos medios pueden ser de una ideología y otros de otra, pero en las cuestiones de fondo prácticamente hay unanimidad. Es extraordinario cómo, estando acostumbrados a ver en los medios debates de todo tipo, con personas dialogando a favor y en contra de cualquier cosa, pequeña o grande, no haya habido en ningún medio importante del mundo un debate sobre la sacudida existencial causada por las medidas impuestas por las autoridades. En vez de debate, lo que ha habido es un diluvio incesante de datos fuera de contexto sobre «casos» (la mayoría, personas perfectamente sanas que han dado «positivo» en un test poco fiable) y «muertos de covid» (personas que han fallecido dado positivo en un test previo de covid, o que se supone que habrían dado positivo, pero que en muchos casos no han muerto directamente «a causa» del virus SARS-CoV-2). Esta lluvia de datos sobre la enfermedad concreta, generalmente sin ninguna referencia a la mortalidad habitual (en España la mortalidad diaria habitual, «esperada» según los demógrafos, es de unas 1100 personas en verano y unas 1400 en invierno), junto con el hecho de que no se permitían opiniones discrepantes, fue decisiva para fomentar el pensamiento único, la obediencia y el miedo.
Reuters, la gran agencia mencionada, no solo suministra noticias a los medios de comunicación del todo el mundo. En enero de 2021 Reuters Next organizó una «conferencia virtual» en la que participaron, según su propia web, «más de 40 000 directivos y otros líderes» de más de ciento cincuenta países. En la convocatoria para la siguiente conferencia global de estas dimensiones, en diciembre de 2021, entre los primeros ponentes confirmados se hallan Christine Lagarde (presidente del Banco Central Europeo), Antony Blinken (actual secretario de Estados Unidos), Anthony Fauci (personaje central de la gestión de la covid en Estados Unidos, vinculado a la manipulación genética de coronavirus) y otros miembros de la élite global, en un evento que se vanagloria de su «diversidad de voces».
Con la covid también han salido a la palestra los autoproclamados fact-checkers o «verificadores, que no son guardianes de la verdad (como muchos ingenuamente creyeron) ni guardianes de la mentira: son guardianes de la posverdad. A partir de una serie de datos generalmente ciertos, pero fuera de contexto, velan para que no haya grietas en el sistema de creencias de la narrativa oficial. Los más importantes, también en nuestro país, forman parte de una International Fact-Checking Netwok (IFCN) del Poynter Institute, que recibe financiación, entre otros, de la polémica Fundación Koch y de la Fundación Bill y Melinda Gates. Lejos de ser neutrales, responden a intereses muy concretos.
La web del Foro Económico Mundial, dedicaba, ya en los primeros meses del 2020, un intrincado mapa conceptual a la «inteligencia estratégica» de la covid-19 (un entramado interactivo que relaciona cientos de conceptos, presidido por la mascarilla como imagen icónica. Su primer gran apartado, leyendo en la dirección de las agujas del reloj, es "El papel de los medios durante la covid-19"). El papel de los medios es sin duda fundamental en la gestión de las percepciones.
A medida que ha ido creciendo el poder de los servicios secretos y de los medios de comunicación, es lógico (sería ingenuo creer otra cosa) que partes del relato oficial de algunos grandes acontecimientos sean solo eso, relato. Hay teorías de la conspiración que son armas de confusión masiva, pero también es arma de confusión masiva el uso insistente de esa etiqueta para poner en el mismo caso la barbaridad grotesca y la disidencia razonada. Todo núcleo de poder muestra un rostro más amable del que verdaderamente tiene.
Se imponen mensaje que parecen orientados, orwellianamente, a atemorizar, infantilizar y confundir, y que a menudo general un pensamiento único. O un pensamiento único acompañado de su contrapeso único, de modo que, entre unas falsedades y sus falsedades contrarias, cada vez es más difícil razonar con claridad. Lo que llamamos «la pandemia» va de la mano con lo que podemos llamar el pandemonio.
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