Antoni Marí (Libro de ausencias)

Una intuición

Lo que me había ocurrido era que había olvidado todo lo que tuviera el menor propósito de cumplir un objetivo; mi vida había sido encomendada a la búsqueda de lo que creía que podía dar identidad y sentido a mi existencia y a todo lo que me rodeaba: la familia, el trabajo, la casa, mi descanso, la alegria, las penas, la voluntad. Ahora no tenía nada ante mí, ni por abajo, ni por encima.  Había olvidado cuanto sabía de las cosas, los juicios que había emitido sobre ellas, el provecho que había obtenido. Estaba totalmente abstraído.
<< Ensimismado > diría Ortega y Gasset. Y recuerdo su En torno a Galileo: <<No hay otro modo de ser efectivamente lo que se es que ensimismándose; esto es, antes de opinar o acuar sobre algo detenerse un instante y, en vez de hacer cualquier cosa o pensar lo primero que viene a las mientes, ponerse rigurosamente de acuerdo consigo mismo, esto es, entrar en sí mismo, quedarse solo y decidir qué acción o qué opinión entre las muchas posibles es de verdad la nuestra...>>.
Y pensé que mi vida había sido una sucesión de acontecimientos que se unían y se integraban, cumpliendo una idea, imprecisa pero perseverante, de lo que debía hacer conmigo. Y aunque algunas veces me perturbaran tantas cosas, también con una frecuencia semejante venía alguien en mi ayuda y apaciguaba mis dudas y mi confusión. En esta ocasión era Ortega quien me afirmaba en la perquisición que había emprendido sobre la ausencia y me daba indicaciones para alcanzar un estado del ser favorable al reencuentro con uno mismo.

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Una duda irresoluble

Pensé que el germen de lo que yo buscaba, aquel <<estado de ausencia>> que también describía Jünger y del cual yo creía haber participado, paseando por mi barrio, podía estar oculto en el pensamiento de Schopenhauer y que en sus textos encontraría los indicios de lo que yo buscaba.
Guardo seis libretas de los últimos años donde he anotado los rodeos que hacen el entendimiento y la imaginación en busca de alguna idea, la fijación de un texto encontrado o escrito por mí y que quiero conservar. Es como el cuaderno de bitácora de la marina mercante, ese documento en el que los pilotos, en sus respectivas guardias, anotan el estado de la atmósfera, los vientos que soplan, los rumbos que siguen, la fuerza de las máquinas con que se navega o el velamen que utilizan, la velocidad de la nave y los hechos ocurridos durante la navegación. Es una costumbre mía, posiblemente prestada de mi padre, que, aunque no fuera marinero, le gustaba navegar a vela por las costas circundantes y cuando volvía de dar una vuelta registraba las incidencias de la travesía. En  mi caso, llevado por el temor de olvidar alguna frase memorable y la intención de retenerla, yo había ido anotando lo que creía oportuno conservar de la experiencia de los viajes y los giros mentales que iba haciendo en los rodeos que mi afición por la aventura me mostraban.
Cogí la libreta del año 2008 -el año de la muerte de mi madre- con la intención de buscar alguna entrada sobre la lectura que había hecho entonces de Schopenhauer, y la encontré enseguida. Decía, escrito por mí: <<Schopenhauer parte de la experiencia dolorosa de la original contradicción entre el instinto y el espíritu, la pasión y el conocimiento, la voluntad y la representación: una vez es el instinto el que os mueve, otras veces son el espíritu y el conocimiento los que nos llaman, y esta constante contracción es origen de una infinita inquietud>>. Esta idea, esta lucha de contrarios, esta contradicción, había sido una constante en mi existencia y, sin conseguir apaciguarla, la asumí como rasgo característico de mi persona. Seguí leyendo lo que había escrito un par de años antes: <<¿Qué es, sin embargo, lo que se oculta bajo estas contradictorias apariencias? ¿Cuál es la Realidad suprema, la cosa en sí que se encuentra subyacente bajo estas contradictorias manifestaciones? La Idea, la cosa en sí, es intuida por Schopenhauer como una revelación; es la voluntad>>.
Es posible que un experto en Schopenhauer considere que lo que yo escribí es una libre interpretación del texto del filósofo y que, quizás, falsea el sentido originario. Es posible, pero tanto da; lo que busco en los libros es hacer una apropiación íntima que se ajuste a mis exigencias y poco o nada importa lo que digan los exegetas de cómo se tiene que leer tal cosa, las conclusiones que tenemos que sacar y la fidelidad del texto. Creo que cualquier libro se adecua a la mirada del que lee y aqui es la subjetividad la que decide la lectura y sus conclusiones. Seguí leyendo del cuaderno: <<La voluntad no es una actividad reflexiva  es un impulso ciego, inconsciente y perentorio; es impaciencia, aspiración, necesidad, anhelo, avidez, demanda de sufrimiento. Esta insaciabilidad es la razón del pesimismo y del cansancio: nunca podremos alcanzar nuestros deseos y el imposible cumplimiento es la razón de la fatiga. Cuanto mayor es el deseo, mayor la frustración; cuanto más potente la aspiración, más dolorosa la existencia, más trágica la condición del hombre, más absurda la vida. Por todo eso la vida es una vida de miseria, porque la voluntad quiere alcanzar unas aspiraciones que nunca podrá conseguir>>.
Este pesimismo casi ontológico es el que, desde mi punto de vista, unía a Leopardi con Schopenhauer y a su vez me vinculaba a mí en la investigación, ya que el poeta es un nihilista epistemológico para quien la existencia humana es la más desgraciada y misérrima de toda la naturaleza, y ningún remedio puede darle consuelo ni paz. Giré la hoja del cuaderno para seguir leyendo y me encontré en la página impar una fotocopia sujetada con un clip, ese invento admirable para obsesivos como yo que pretenden retenerlo todo. Era un fragmento de Zibaldone de Leopardi, en su lengua original:

            Io mi trovara orribilmente annoiato della vita e in grandissimo desiderio di uccidermi, e sentii non so quale indizio di male che mi fece temere in quel momento in cui io desiderava di morire; e immediatamente mi posi in apprensione e ansietà per quel timore. Non ho mai con più forza sentita la discordanza assoluta degli elementi de´ quali é formata la presente condizione umana, forzata a temere per la sua vita e a procurare in tutti i modi conservada, proprio allora che l`é più grave, e che facilmente si risolverebbe a privarsene di sua volontà.

Umberto Eco (Construir al enemigo)

Al parecer no podemos pasarnos sin el enemigo. La figura del enemigo no puede ser abolida por los procesos de civilización. La necesidad es connatural también al hombre manso y amigo de la paz. Sencillamente, en estos casos, se desplaza la imagen del enemigo de un objeto humano a una fuerza natural o social que de alguna forma nos amenaza y que debe ser doblegada, ya sea la explotación capitalista, la contaminación ambiental o el hambre en el Tercer Mundo. Ahora bien, aun siendo estos casos virtuosos, como nos recuerda Brecht, también el odio hacia la injusticia desencaja el rostro.
Así pues, ¿la ética es importante ante la necesidad ancestral de tener enemigos? Yo diría que la instancia ética sobrevive no cuando fingimos que no hay enemigos, sino cuando se intenta entenderlos, ponerse en su lugar. No hay en Esquilo rencor hacia los persas, cuya tragedia vive entre ellos y desde su punto de vista. César trata a los galos con mucho respeto; a lo sumo hace que resulten un poco lloricas cada vez que se rinden, y Tácito admira a los germanos, puesto que tienen una hermosa complexión y se limita a deplorar su suciedad y su reluctancia a llevar a cabo trabajos pesados porque no soportan ni el calor ni la sed.
Pero seamos realistas. Estas formas de comprensión del enemigo son propias de los poetas, de los santos y de los traidores. Nuestras pulsiones más profundas son de un orden muy diferente. En 1968 se publicó en Estados Unidos un Informe secreto de Iron Mountain sobre la posibilidad y conveniencia de la paz, de un autor anónimo (alguien incluso llégó a atribuírselo a Galbraith). Claramente, se trataba de un panfleto contra la guerra, o por lo menos un lamento pesimista sobre su inevitabilidad. Pues bien, puesto que para hacer la guerra se necesita a un enemigo con quien luchar, el carácter ineluctable de la guerra se corresponde con lo ineluctable de la elección y construcción del enemigo. De este modo, con extrema seriedad, en ese panfleto se observaba que la reconversión de toda la sociedad norteamericana a una situación de paz sería desastrosa porque solo la guerra es el fundamento del desarrollo armónico de las sociedades humanas. Su despilfarro organizado constituye la válvula que regula la buena marcha de la sociedad. La guerra resuelve el problema de los suministros; es un acicate. La guerra permite que una comunidad se reconozca como <<nación>> sin el contrapeso de la guerra, un gobierno no podía establecer ni siquiera la esfera de su misma legitimidad; solo la guerra asegura el equilibrio entre las clases y permite colocar y explotar a los elementos antisociales. La paz produce inestabilidad y delincuencia juvenil: la guerra encauza de la mejor manera todas las fuerzas turbulentas dándoles un <<estatus>>. El ejército es la última esperanza de los desheredados y de los inadaptados; solo el sistema de la guerra, con su poder de vida y muerte, predispone a las sociedades a pagar un precio de sangre también por instituciones que no dependen de ella, como el desarrollo del automovilismo. Ecológicamente, la guerra nos dota de un válvula de escape para las vidas en excedencia; y, si hasta el siglo XIX morían en la guerra solo los miembros más valiosos del cuerpo social (los guerreros), y se salvaban los ineptos, los sistemas actuales han permitido superar este problema con los bombardeos sobre poblaciones civiles. El bombardeo limita el aumento de la población mejor que el infanticidio ritual, la castidad religiosa, la mutilación forzada o el uso extensivo de la pena de muerte... Por último, solo la guerra permite el desarrollo de un arte verdaderamente <<humanista>>, en el que predominen las situaciones de conflicto.
Así pues, la construcción del enemigo debe ser intensiva y constante. George Orwell en 1984 nos ofrece un modo verdaderamente ejemplar:

           Un momento después se oyó un espantoso chirrido, como de una monstruosa máquina sin engrasar, ruido que provenía de la telepantalla situada al fondo de la habitación. Era un ruido que le hacía rechinar a uno los dientes y que ponía los pelos de punta. Había empezado el Odio.
Como de costumbre, apareció en la pantalla el rostro de Emmanuel Goldstein, el Enemigo del Pueblo. Del público salieron aquí y allá silbidos. La mujeruca del pelo arenoso dio un chillido mezcla de miedo y asco. Goldstein era el renegado que hacía mucho tiempo (nadie podía recordar cuánto) había sido una de las figuras principales del Partido, casi con la misma importancia que el Gran Hermano, y luego se había dedicado a actividades contrarrevolucionarias, había sido condenado a muerte y se había escapado misteriosamente, desapareciendo para siempre. Los programas de los Dos Minutos de Odio variaban cada día, pero en ninguno de ellos dejaba de ser Goldstein el protagonista. Era el traidor por excelencia, el que antes y más que nadie había manchado la pureza del Partido, Todos los subsiguientes crímenes contra el Partido, todos los actos de sabotaje, herejías, desviaciones y traiciones de toda clase procedían directamente de sus enseñanzas. En cierto modo, seguía vivo y conspirando [...]

* Umberto Eco y Carlo Maria Martini (¿En qué creen los que no creen?) Un diálogo sobre la ética en el fin del milenio.

José Ramón Ayllón (Luces en la caverna) Historia y fundamentos de la ética

Las humanidades

Como cultivo que es, la cultura necesita buena tierra y clima favorable: condiciones que son difíciles en sociedades donde lo que prima es el dinero, el poder y el control informativo. Porque está claro que no se educa a las generaciones jóvenes si se les enseña a pensar de forma descaradmente interesada o politizada, a valorar sobre todo el éxito individual, a desconfiar de valores que les comprometan a servir a los demás. En la informática y el inglés, como preparación para estudiar empresariales o ingenieria, se agota actualmente el panorama existencial de muchos jóvenes inteligentes que pronto tomarán el relevo en la dirección de la sociedad. Y el producto de esa educación serán personas de las que se podrá decir, con Unamuno, que no están educadas pero <<saben decir tonterías en cinco idiomas>>.
¿Dónde quedan las humanidades, esa tierra fértil en la que siempre han podido germinar los mejores ideales humanos? Ya empezamos a ver generaciones jóvenes que hablan de corrido la lengua de su comunidad autónoma, dominan la jerga informática, conocen la vida de sus héroes locales, pero no saben nada de historia universal, ni de Homero o Shakespeare. Y cuando se les pregunta qué significa cogito, ergo sum, y quién pronunció tan famosa frase, responden: <<Me han cogido, yo soy (Jesucristo en el huerto de los olivos)>>.
En su ensayo Humanismo cívico, Alejandro Llano afirma que las humanidades facilitan el logro de cuatro metas educativas de la mayor transcendencia: comprensión crítica de la sociedad actual, revitalización de los grandes tesoros culturales de la humanidad, incremento de la creatividad y la capacidad de innovación, y planteamiento profundo de las cuestiones fundamentales sobre el sentido de la vida. La cultura humanística es, sin duda, el mejor alimento de la educación. Y sería una lástima, ahora que disponemos de los medios técnicos para que todos los estudiantes conozcan los fundamentos de su cultura, que dispersaran su vida en espectáculos, aficiones y entretenimiento sin sustancia.
Las humanidades son nuestras señas profundas de identidad. En un artículo de El Semanal, un Pérez-Reverte más serio que de costumbre se dirige a una lectora de catorce años y dice:

                   Fíjate bien. Eres el último eslabón de una cadena naravillosa que tiene diez mil años de historia; de una cultura originalmente mediterránea que arranca de la Biblia, Egipto y la Grecia clásica, que luego se hace romana y fertiliza al occidente que hoy lllamamos Europa (...) O sea, que no naciste ayer.

La cultura clásica se caracteriza por su doble simplicidad y su grandeza serena. Es una visión que contempla la realidad humana en un plano de proximidad y de viveza que rara vez se vuelve  repetir. Es una óptica tan libre de la extrechez del jurista como de la tosquedad del técnico, de las extravagancias del visionario o de las vulgaridades del oportunista. Y ese mundo grecoltino no es sólo modelo a imitir, sino alimento para la reflexión, la visión crítica y el diálogo inteligente.

José Ramón Ayllón (Desfile de modelos) Análisis de la conducta ética

Manuel Chaves Nogales (La agonía de Francia)

La burguesía
[...] Un Estado puede derrumbarse, un país puede ser invadido sin que se produzca en las masas una reacción profunda, pero en cambio no es posible que el servicio municipal de limpieza deje de recoger las basuras durante cuarenta y ocho horas. Las masas modernas lo soportan todo menos la incomodidad material, física. La independencia de la patria, los derechos de los hombres, los destinos de la civilización, son hoy para la gran masa ciudadana puras abstracciones que no tienen ningún sentido frente al hecho cierto, tangible, irritante, de que al salir del trabajo no se pueda tomar el aperitivo o de que haya que perder una hora haciendo cola ante la puerta de una panadería o de que el tráfico rodado no esté cuidadosamente regulado en las encrucijadas por los agentes de la autoridad. El automovilista que se ve obligado a permanecer quince minutos inmovilizado entre cuatro filas de autos por un embotellamiento adquiere inmediatamente la convicción de que el estado que le gobierna ha fracasado en su función esencial, y en ese momento no le importa lo más mínimo su significación ideológica ni su destino histórico; lo que quiere, nerviosamente, angustiosamente  es que las ruedas de su auto puedan seguir rodando, recorrer el número de kilómetros que se había propuesto salvar en el tiempo a que le da derecho la potencia de la máquina que maneja. Todo lo demás le trae completamente sin cuidado. Este fenómeno de falta de imaginación colectiva es ensencialísimo si se quiere comprender la catástrofe de Francia.
Cito este ejemplo del chauffeur -personaje representativo de nuestro tiempo según el conde Keyserling- porque en las últimas horas de Francia ésta fue la imagen más fuerte e impresionante que me quedó de la catástrofe. Mientras en el camino de París a Tours cien mil autos apelotonados marchaban lentamente, tropezándose, empujándose, y quedándose atascados en las cunetas con esa morosidad y esa confusión terrible de los grandes éxodos, los primeros destacamentos alemanes que entraban en París estaban formados por agentes de la circulación que se pusieron tranquilamente a regular el tránsito. París fue conquistado por los agentes de la porra. El último automóvil fugitivo que salía de París tuvo que desviar su ruta en la Puerta de Saint Cloud porque un agente de circulación hitleriano maniobrando las señales luminosas del tráfico había puesto el disco rojo en el cruce para dar paso a los carros de asalto de la primera división motorizada alemana que entraba al asalto de París.
Esta es una de las grandes revelaciones de la catástrofe de Francia. Tenemos el prejuicio de que las grandes catástrofes de los pueblos sólo son posibles en medio de un apocalíptico desorden; conservamos fielmente la imagen dramática de las guerras clásicas, creemos demasiado en la realidad de las estampas románticas de victorias y derrotas y no acertamos a ver que en nuestro tiempo, dentro de la cuadrícula estrecha de nuestra organización social y urbana, las cosas suceden de una manera mucho más sencilla, con una simplicidad y una facilidad aterradoras. En la Puerta de Saint Cloud un guardia de la circulación había sido sustituido por otro. Esto es todo.

Ulrich Beck (Una Europa alemana)

MÁS DEMOCRACIA MEDIANTE MÁS EUROPA

A menudo se reflexiona sobre la transformación europea desde el punto de vista institucional. Cuando se plantea la cuestión de la democracia, se escuchan inmediatamente propuestas relativas a reformas institucionales, se discuten las competencias del Parlamento europeo, etcétera. Pero también hay que plantear la cuestión de la democracia desde el punto de vista de los ciudadanos, desde abajo, por así decir, desde el bullicioso hervidero de la integración horizontal. Solo cuando la gente vea en Europa su propio proyecto, solo cuando sea capaz de adoptar la perspectiva de los ciudadanos de otros países europeos tendrá sentido hablar de la integración vertical de la democracia europea.
Se trata pues de comprensión mutua, de la capacidad de ver el mundo a través de los ojos de los demás, de la óptica cosmopolita. Birgit Schönau, corresponsal en Italia, adopta en un articulo el punto de vista de los habitantes de los países del sur de Europa y describe cómo perciben ellos el proceder del Gobierno alemán y de las instituciones internacionales:

         Ahorro, ahorro, ahorro, Informar, adelgazar. Reactivar la economía. Todo rapidito. Y si no, al rincón. Las maestras de la escuela del Sur son dos mujeres a primera vista muy distintas: la elegante francesa Christine Lagarde y la resolutiva alemana Merkel. A Lagarde no se le mueve ni un pelo de su sitio, cultiva el ascetismo, no se permite por principio ni un vasito de vino.  Merkel no es tan severa consigo misma y su peinado. Pero sí con los demás.
   
El aspecto de las poderosas damas está marcado por una protestante actitud de renuncia, <<no conocen la absolución, el perdón. Ellas mismas lo negarían, claro está, pero el Sur las ve así>>. El sur lo ve así: estas palabras introducen el punto de vista cosmopolita. <<El norte>> amplía su conocimiento de sí mismo desde la mirada del <<sur>>
Autores escépticos en lo tocante a la construcción de una sociedad europea suelen argumentar que las sociedades nacionales se integran en torno a valores. Pero por el momento no hay valores comunes a nivel europeo. Lo que sí hay, en cambio, es multitud de conflictos, enfrentamientos en torno a la salvación del euro y los programas de ahorro; Birgit Schönau habla incluso de un <<combate cultural>>. La óptica cosmopolita podría ampliar la cohesión en esta Europa del conflicto. Para ello sería necesario que los alemanes particulares, por ejemplo, aprendieran a ponerse en la situación de los griego y <<ver>> lo que les asusta, atormenta, enfurece, lo que piden y, no menos importante, lo que a sus ojos significa la conducta de Alemania, por qué ven en ella arrogancia, un nuevo imperialismo; y exige también que los griegos particulares se pongan en el lugar de los alemanes y <<vean>> por qué algunos les reprochan corrupción, insuficiente moral contributiva, despilfarro, etcétera.
Si la capacidad de ponerse en el lugar del otro es una condición necesaria para el surgimiento de una Europa democrática, necesitamos una campaña de alfabetización cosmopolita para Europa. ¿Cómo podemos superar la hegemonía cultural de los euroescépticos, que no conocen más que una lánguida Europa de los domingos, y crear una Europa de los ciudadanos plena y vital? ¿Cómo asegurarnos de que tantos individuos como sea posible reciban la oportunidad de aprender a verse desde la perspectiva de los otros? ¿Cómo conseguir que la acción conjunta sea el fundamento de la participación democrática en Europa?
<<Doing Europa>>; esta es la respuesta de Helmut Schmidt, Jürgen Habernas, Herta Müller, Senta Berger, Jacques Delors, Ricard von Weizsäcker, Imre Kertész y otros célebres europeos presentaron en mayo de 2012. Como están convencidos de que la democracia europea tiene que crecer desde abajo, como han comprendido que no existe un <<pueblo europeo>>, sino una Europa de los individuos que han de convertirse en el soberano de la democracia europea, promueven la introducción de un año de voluntariado europeo pata todos. Se trata de que en el futuro no sólo los jóvenes y los integrantes de las élites educativas tengan la posibilidad de hacer realidad un pedazo de Europa desde la base viviendo en otro país y en otro espacio lingüístico, sino que todos puedan hacerlo, también trabajadores normales, pensionistas y desempleados.

Ulrich Beck (Libertad o capitalismo) Conversaciones con Johannes Willms
* Ulrich Beck (La metamorfosis del mundo) 

Albert Boadella (Diarios de un francotirador) Mis desayunos con ella

2 de diciembre de 2009

Voy a comprar el pan en mi pueblo francés y me cruzo a estas primeras horas de la mañana con un puñado de messieurs armados todos con la baguette bajo el brazo. La llevan como un atributo muy personal y la imagen me hace pensar que esta obsesión del hombre francés por pasearse tan visiblemente con la baguette es una clara exhibición fálica. Al entrar en casa utilizo el largo pan para hacer demostración más explícita ante Dolors sobre mi teoría exhibicionista del ciudadano gabacho. Ella ríe la payasada, pero cuando le cuento el motivo preciso no encuentra razón científica alguna para apoyar semejante hipótesis. Más bien salgo perjudicado como macho hispánico por mis persistentes obsesiones monotemáticas.

Le escribo a una eficiente colaboradora y discípula comentando la obra que acaba de montar. Soy poco dado a ejercer como crítico sobre los demás colegas, quizás por saturación personal en esta cuestión. Ella me lo pide, y yo me limito a citarle un problema esencial que padece una buena parte de los artistas: las ideas progresistas preconcebidas, que rebajan la libertad del pensamiento de la mayoría de mis colegas. Entiendo que puede parecer un tópico, porque la mirada libre es una óptica muy cambiante según la época. En estos momentos, ya no se trata solo de hacer lo que a uno se le antoja sobre la escena, pues esa posibilidad no tiene hoy mayor mérito con las constituciones democráticas, que garantizan amplios márgenes de libertad de expresión. La mente libre es la manera como el artista se encara a un tema y se despoja de toda premeditación.
En la mayoría de las personas que actualmente dedican su vida a una práctica artística nos encontramos con una curiosa paradoja. Sus ámbitos de libertad se hallan coartados por una corriente muy generalizada en el mundo cultural contemporáneo, cuya tendencia es el pensamiento único amparado en la modernidad moral. Si hiciéramos una encuesta sobre sus inclinaciones y preferencias, comprobaríamos cómo la mayoría parecen auténticos portavoces de los Gobiernos de izquierdas. Manifiestan sus gustos artísticos por las mismas cosas, y en sus preocupaciones más acuciantes coinciden todos en una serie de tópicos acuñados a molde. Paz, solidaridad a raudales, cambio climático, Palestina, derechos de autodeterminación, relativismo, laicismo, multiculturalidad, etc. Sin duda, virtudes muy loables todas ellas, pero machacadas a diario desde los medios de comunicación gubernamentales, que en España son mayoría, y difundidas desde la escena para mostrar interesadamente de qué lado se está con vistas a la clientela.
Le cuanto a mi colaboradora que desde esta perceptiva es muy difícil abordar una obra y proponer al espectador una nueva visión del entorno y los acontecimientos humanos. Muy complicado hacerlo sin poner por delante los dogmas indiscutibles con los que hoy se autocomplacen los pertenecientes al gremio de la farándula. Si hablo de libertad mental me estoy refiriendo a la necesidad de crear una visión singular capaz de generar dudas en las certezas indiscutibles del auditorio. Para eso sirve el teatro. Bajo estas condiciones, la libertad del artista ante la obra significa dejarse penetrar por la posibilidad de otras ópticas distintas o, cuando menos, de paradojas singulares frente a lo establecido. Entablar, en la medida de lo posible, una lucha contigo mismo ante el público. ¿El Shylock de El mercader de Venecia no refleja las propias dudas de Shakespeare ante la cuestión de los judios?.
Todos sabemos que los espectadores progres acuden hoy a un teatro como feligreses ante la misa. Esperan la confirmación de sus certezas personales o comunión con el mensaje de la escena. Esto sigue siendo una herencia de la dictadura, adoptada después por nuestra generación liberticia. Un panorama tan restringido genera como consecuencia inmediata el que la mayor comercialidad consista en poner a parir a los que están fuera de la sala. Si uno satiriza cruelmente los principios más incuestionables del espectador presente, se juega peligrosamente el pan, porque la mayoría del público artístico actual se halla alineado (o alienado) por las doctrinas de todas las verdades encoradas hacia la izquierda. En resumen, nos hallamos ante una situación insólita. Nunca habíamos tenido un público y unos artistas tan ideologicamente homogéneos, casualmente en un era de legislaciones muy permisivas en cuanto a libre expresión.
Comprendo que nadar a contracorriente en estos momentos es una ardua papeleta para un artista, que a fin de cuentas tampoco tiene vocación de mártir. Además, rondan en su entorno las tentaciones de una Administración generosa, cuyas estructuras son utilizadas para premiar a quien se mantenga en la corrección política. En cualquier caso, me esfuerzo en contarle a mi discípula que la libertad se halla en este terreno, y es aquí donde se encuentra el auténtico riesgo. Lo arriesgado no es hoy enseñar el culo en un escenario, ni poner a Jesucristo de travesti, ni pintar a Esperanza Aguirre como la mala de la película. Eso obtendrá siempre el aplauso de la mayoría asistente o, por lo menos, la convivencia general del mundo de la farándula.
No sé si me he explicado con suficiente claridad para que mi discípula y colaboradora entienda exactamente a lo que me refiero. En todo caso, mi obligación de gato viejo era expresarlo a una gata novicia.

  Entrevista a Albert Boadella

Vicente Verdú (Apocalipsis Now)

Un capitalismo sin antagonista es igual a la madrastra de Blancanieves ante el propio espejo. Nada hay que lo combata en esa especulación sin réplica. Y así ha ido sucediendo en el agravamiento de esta debacle. Los capitales exigen más capital, las instituciones financieras más financiación y, al cabo, el objetivo del déficit se mantiene como el objetivo, cada vez más objetivo, cada vez más real, tan pavoroso como para destruir países enteros o, incluso, la totalidad de Europa.
El único tabú que permanece en pie dentro de la sexualidad es la práctica del incesto. Pero, de otra parte, en ningún otro ámbito social ha logrado desarrollarse mejor la libertad que en ámbito sexual. De la misma manera que el neoliberalismo ha sido el cenit de la liberación de todas las cosas, la nueva sexualidad ha aceptado la participación de un sinfín de sexos con todos los derechos imaginables. 
Solo tanto en un campo como en el otro hay un tabú: el tabú del incesto. El tabú es a la vez sagrado y prohibido, no se puede tocar. No puede tocarse porque su reacción sería aniquiladora. Acaso se alumbrarían hijos enfermos o acaso, como sucede en el neoliberalismo, más capital al capital, más deuda a la deuda, más préstamos a los prestamistas, desembocará en una gravedad mortal. 
Esta muerte que avanza cada día no será, al llevar en su seno el pecado del tabú, un mero desfallecimiento. <<Los países irán cayendo como piezas del dominó>>, se dice. No se desmaya el paciente: el paciente cae fulminado, rueda por el abismo, recuerda los relámpagos del Apocalipsis, se comunica directamente con la Unión Europea, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional.
La Gran Crisis ha ido transmutando su naturaleza y solo conoce como interlocutor a Dios. Una Entidad semejante a ella que si en su majestad divina proclama <<Yo soy el que soy>>, esta Gran Crisis la remeda con su naturaleza hermética, incluso para los especialistas, puesto que su máxima característica es, ante todo, <<ser la que es>>.
Las cosas son así y solo parece que irán a pero como remedio a su empeoramiento. Fin, pues, del combate; fin, pues, del sistema inherente pecador, estructuralmente homicida, peligrosamente incestuoso, peligrosamente tabú.
El capitalismo es el que es y nada sino él es capaz de su avance o su destrucción. El incremento de suicidios en Occidente a lo largo de los últimos cinco años viene a ser una sucesiva muestra de la inmolación del padre ante la familia que no puede sostener, una inmolación del hijo ante el padre que termina de morir, una muerte que se superpone a la vida como una sepultura silenciosa, acorde con la impotencia de todos, sindicatos o movimientos sociales incluidos, manifiestos y 15-M a granel.
A imagen de Dios, el capitalismo maduro ya no habla y su afonía arrasa los empleos y las familias con un silencio que corta el cuello a sus detractores, incapaces de una interlocución. El que habla sucumbe a la voz. ¿No hay nadie ahí?
De una parte las descomunales desigualdades que ha generado el neoliberalismo han postrado en el silencio a los humillados. Les ha privado de cualquier órgano de comunicación potente y ha arrasado su protesta en los tiempos de un capitalismo que tenía ante sí al contrincante marxista. Pero sin discurso marxista no hay discurso capitalista. Ni halla objeto ni tiene función. 
El silencio más vulgar se extiende desde la cima a la base y en dos sentidos distintos. Mientras en la cima del poder el silencio se fortalece y su dureza aumenta, en la base popular el silencio iguala a las maceraciones de la voz amordazada.
No hay estruendo de la guerra, apenas cunde el clamor de las agitaciones populares, no hay el sonar de las sirenas, nada vuelve al silencio ensordecedor. Aquella llama de la revolución de hace apenas una décadas ha devenido en rescoldos de acción.
Creemos todavía en un posible tiempo mejor, nos vemos forzados a esta fe pero nada enciende la fogata que nos oriente. De este modo, el silencio de la menesterosidad se corresponde con el silencio del fuego inverso. Mientras la media hora del silencio divino sería el minutaje necesario para quemar el intervalo entre el Mal y el Bien, el relativo silencio de la población actúa como un luto pesado que vuelve a hundirnos en la lúgubre espera.
¿Cómo no volver los ojos a las últimas palabras del Apocalipsis total? Allí, al fin, Dios hace de Dios y se declara combativamente <<Yo [soy] el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin>>. <<No habrá allí más noche>>, dice el Señor, hastiado del reino del Diablo. <<No habrá ya noche, ni tendrán necesidad de luz de lámpara ni luz de sol, porque el Señor Dios lucirá sobre ellos y reinará por los siglos de los siglos>>. ¿Una revolución? Dios mismo, por la propensión de las cosas nos promete, sin decir cuándo, el día de la emancipación.

Vicente Verdú (El estilo del mundo) La vida en el capitalismo de ficción
Vicente Verdú (La hoguera del capital) Abismo y utopía a la vuelta...
Vicente Verdú (La ausencia)

David Díez LLamas (¡Irresponsables!)

Es más fácil compartir la abundancia que las penurias económicas. Es por ello que en momentos de crisis se agudizan las tensiones sociales y también las culturales. Aumenta el rechazo al que llega del exterior por cuanto se piensa que nos disputa el derecho al trabajo o el acceso a las ayudas sociales. Este sentimiento cobra especial fuerza entre las personas de clase baja por cuanto están en mayor medida implicadas en esas cuestiones. Por decirlo claro, el inmigrante no está disputando el acceso a un puesto directivo o a las subvenciones sociales a personas de clase alta. Las tensiones sociales cobran toda su intensidad en barrios periféricos de grandes ciudades. Avanzar en este terreno puede ser peligroso.
Una sociedad con dificultades internas debe mostrar el mayor grado de cohesión posible para tratar de superarlas. La división solo ahondará en profundizar aún más la crisis. Una sociedad responsable debería ser consciente de todo ello.
De cualquier modo es complicado demandar unidad en el sacrificio. Siempre se tiende a pensar que es el otro el que lo debe hacer y creemos que nos discrimina en este reparto. Si además damos una interpretación cultural o social a esa supuesta discriminación estamos afianzando los signos de ruptura social.
En momentos de crisis es cuando más necesaria se hace la solidaridad social. En principio diríamos que tendemos a ser más solidarios con aquel que vive lejos y cuya desgracia nos llega a través de la televisión que con nuestros vecinos más cercanos, especialmente si damos a esa vecindad un sentido más social que individual. Diríamos que ello se puede explicar tanto por la gravedad de la situación que se nos dibuja en el televisión, como por el hecho de que esas personas no entran en competencia en nuestro medio social en cosas como el reparto del trabajo o de las ayudas públicas.
Cuando demandamos esfuerzos suplementarios a un medio social debemos fijar con total claridad los beneficios que se derivan de los mismos y el equilibrio en su reparto. También será necesario el mostrar su necesidad y el horizonte de salida del túnel de la risis en el que estamos inmersos.
En el terreno político será necesario conjugar la pluralidad política con un sentido de unidad en la defensa de los intereses de la colectividad. En una sociedad responsable los partidos deben primar los intereses del medio social por encima de los suyos propios. Las discrepancias deberían dejarse para el debate previo, pero cuando ya se adopta una resolución democrática por una mayoría parlamentaria sería importante que se asumiera incluso desde la discrepancia. Las divisiones general desconfianza y ello provoca que se ahonde en la crisis.

Julien Benda (La traición de los intelectuales)

El intelectual moderno ha empezado a mancillar el sentimiento de lo universal no sólo en beneficio de la nación, sino también en beneficio de la clase. Nuestra era habrá conocido moralistas que venían a decir al burgués (o al mundo obrero) que, lejos de querer atenuar el sentimiento de su diferencia y de sentirse en su identidad de naturaleza, tenían que esforzarse por sentir esta diferencia en toda profundidad, en su carácter totalmente irreductible; que este esfuerzo es bello y noble, mientras que cualquier voluntad de unión es aquí signo de bajeza y cobardía, al mismo tiempo que flaqueza espiritual. Es, como sabemos, la tesis de las Réflexions sur la violence, exaltada por toda una pléyade de apóstoles del alma moderna. Hay en esta actitud de los intelectuales una novedad indudablemente más singular todavía que la que atañe a la nación. En cuanto a las responsabilidades de este enseñanza y al incremento del odio, desconocido hasta ahora, que aporta a cada clase para violentar a su adversario, se les puede medir, por lo que se refiere a la clase burguesa, con el fascismo italiano y, en cuanto a la otra, con el bolchevismo ruso.
[---] Señalemos otra forma, muy digna de atención, de esta exaltación del particularísimo por parte de los intelectuales: la exaltación de las morales especiales y el desprecio de la moral universal. Sabemos que, desde hace medio siglo, toda escuela, no sólo de hombres de acción, sino también de graves filósofos, enseña que un pueblo debe hacerse una concepción de su derechos y de sus deberes inspirada en el estudio de su genio especial, de su historia, de su posición geográfica, de las circunstancias particulares en las que se encuentra, y no en los postulados de una supuesta consciencia del hombre de todos los tiempos y de todos los lugares; que una clase debe construirse una escala del bien y del mal determinada por el examen de sus necesidades especiales, de sus objetivos especiales, de las condiciones especiales que la envuelven, y dejar de cargar con sensibilidades sobre la <<justicia en sí>>, la <<humanidad en sí>> y otros <<oropeles>> de la moral general. Asistimos hoy con Barrés, Maurras, Sorel, incluso Durkheim, a la quiebra total en los intelectuales de esta forma del alma que, Platón o Kant, pedía la noción del bien en el corazón del hombre eterno y desinteresado. El ejemplo de Alemania en 1914 nos mostró a dónde conduce esa enseñanza que invita a un grupo de hombres a instituirse como único juez de la moralidad de sus actos, a qué deificación de sus apetitos, a qué codificación de sus violencias, a qué tranquilidad en la ejecución de sus planes. Quizá también llegue a darse en toda Europa con el ejemplo de la clase burguesa; a menos que, al volverse sus doctrinas en su contra, no acontezca con el ejemplo del mundo obrero.

Fernando Vallespín Oña (La mentira os hará libres) Realidad y ficción en la democracia

Una de las explicaciones que se han buscado a esta tendencia a blindarse en la propia opinión nos la encontramos magistralmente expuesta en un autor que ya no es apenas leído, aunque fuera un icono intelectual a finales de los años sesenta y primeros de los setenta. Me refiero a Theodor W. Adorno, uno de quienes -junto a Max Horkheimer y Herbert Marcuse, sus compañeros de la escuela de Fráncfort- antes comprendieron la dinámica de la nueva sociedad de masas. Su reflexión, a los efectos que aquí nos interesa, se contiene en un pequeño trabajo, <<Opinión, locura, sociedad>>, donde atribuye esta propensión a afirmarse en la opinión a un impulso narcisista. <<Quien tiene una opinión sobre una cuestión que no está todavía resulta (...) tiende a instalarse en esta opinión o, dicho en el lenguaje del psicoanálisis, a cargarla con emociones>>. La opinión deviene en su <<propiedad>>, se convierte en un componente de su persona, en una parte de su yo, de tal forma que todo lo que parezca amenazarla o debilitarla se percibe como un daño propio. Y esta predisposición a la autoafirmación nos dotaría de una especial astucia para defender hasta lo más disparatado. Aquí funcionaría así un mecanismo de racionalización, <<la razón al servicio de la sinrazón>> como diría Freud, que <<ayuda a la opinión y la endurece hasta el punto de que no se puede modificar ni se puede ver su absurdidad>>. El yo se moviliza en su propia defensa y para ello instrumentaliza todo el baraje de recursos racionales o supuestamente racionales. Y estas opiniones <<endurecidas>> emocionalmente no parecen ser propicias para ponerse en juego en una argumentación. ¿Cómo puede convencerse a alguien de la racionalidad u oportunidad de algo si no está listo para abandonar a preori su predisposición previa?. Nuestro interlocutor debe estar al menos predispuesto a escuchar, que es justo lo que no va a hacer si no quiere <<contaminarse>> por las opiniones de los otros.
En una sociedad como la nuestra, tan profundamente individualista y tan cargada de narcisismo -y esto no le dio tiempo a verlo a Adorno, aunque sí supo intuirlo- las opiniones propias son parte del aparataje con el que el sujeto afianza su subjetividad, con el que se <<etiqueta a sí mismo>> y busca diferenciarse de los otros a los que a la vez precisa como confirmación de lo que es. Erich Fromm, otro testigo de los tiempos en que se comenzaba a afirmarse esta tendencia, conecta esta idea con la presión hacia la mercantilización de la persona. El objetivo del sujeto ya no es la felicidad, nos dice, sino hacerse <<vendible>>, entrar en un mercado en el que los individuos compiten por ver quién destaca más por cualquiera que sean sus atributos. Las <<personalidades se ofrecen a la venta>> igual que cualquier otro bien de consumo. Dondequiera que se desenvuelva, la necesidad que tiene es la misma, <<ser demandado>>. No ya sólo por las capacidades de las que dispone para ser competitivo en su especialidad o trabajo, sino por su personalidad. Y ésta se afirmará o no en función de qué tan elevado sea su valor de mercado. <<Dado que el éxito depende en gran manera de cómo vende su personalidad, uno se experimenta a sí mismo como una mercancía; o, más bien, simultáneamente como el vendedor y el bien que se pone a la venta>>. Esta personalidad proyectada hacia los demás subvertiría al final a la <<identidad genuina>>. Ya no tenemos más identidad que aquella que vendemos a los otros, somos lo que ellos han comprado de nosotros.
Lo interesante del caso es que al final acabamos siendo rehenes de aquella parte de nuestro yo que hemos proyectado con éxito. Nuestra individualidad es así, paradójicamente, lo que ya no es nuestro, lo que hemos alineado a los demás y rebota después sobre nosotros como confirmación de lo que somos; devenimos en dependientes del rol -o las opiniones- por las que otros nos han valorado. Para hacernos más gráficas las consecuencias de esta idea, Fromm se vale del personaje de Peer Gyunt de Ibsen, quien al buscar la esencia de su ser acaba descubriendo que éste es como una cebolla, un mero conjunto de capas que después de ir pelándolas observa que carecen de núcleo que las sostenga.
Esto que en tiempos de Fromm se veía como una patología de la sociedad mercantil es celebrado hoy como el no va más. La consigna es brand you self, que literalmente significa <<crea una marca de ti mismo>>, conviértete en alguien con valor de mercado, aprende a saber venderte. El sujeto es lo que es por lo que vale para otros y debe perseguir activamente su originalidad, lo que lo hace especial y digno de ser demandado. Hay incluso una nueva especialidad, la egonomía, dirigida a facilitar que las personas expresen su unicidad, la posibilidad de que sus elecciones sean personalizadas. Se manifiesta sobre todo en bienes de consumo que ya no se ofrecen en serie a compradores potenciales; cada cual puede adaptarlos a las peculiaridades con las que le apetece adornarse. Y eso vale tanto para los complementos de un automóvil como para la forma en la que bebemos el gin-tonic o cómo nos gusta el café, y si no que se lo digan a Nestlé, que con las variedades que presenta con su marca Nespreso ha conseguido personalizar lo que antes, como bien saben los camareros, se limitaba a establecer meras diferencias en el juego entre leche y café.

Vallespín Oña, Fernando (La sociedad de la intolerancia) 

Hans-Georg Gadamer (Arte y verdad de la palabra)

Las bellas letras se llaman <<bellas>> porqué no están referidas al uso ni tampoco, por tanto, a las consecuencias inmediatas de la acción. Se trata del antiguo concepto de *kalón y de artes liberales. Incluso en el caso del <<saber>> puede tener también vigencia la libertad frente a lo útil y lo utilizable y, por consiguiente, lo kalón. Lo que define enteramente el concepto de literatura es que no es literatura de consumo.
Respecto de estas cuestiones, quisiera considerar cuáles son las repercusiones necesarias de este concepto estricto, <<eminente>> de literatura, que llegan al extremo de plantear una suerte de exigencia. Escribir no es, en este caso, simplemente poner algo por escrito, para uno mismo o para otro, sino verdadero escribir que <<crea>> algo para un lector con quien ya se cuenta o para otro a quien hay que seducir. Quien hace esto, es escritor en el sentido propio de la palabra.Tiene que tener la capacidad de <<escribir>>, es decir, de compensar, mediante su estilo, todo lo que en el intercambio lingüístico inmediato hay de coloración emocional, de gesto simbólico, entonación, modulación, etc. Un escritor se mide por su capacidad de lograr, al escribir, la misma fuerza lingüística que hay en el intercambio inmediato de palabras, de hombre a hombre, o quizás una fuerza mayor. Pues, en el caso de la poesía, la fuerza lingüística está tan intensificada que el lector queda apresado permanentemente. Sabemos adónde conduce esto: a un arte del lenguaje que dota de fuerza lingüística a lo escrito. Lo que de tal modo se lleva a efecto es literatura. Lo que esto significa está claro. Con ello, la vinculación entre lenguaje y escritura que se lleva a cabo en la lectura alcanza la máxima profundidad.

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Tal como ha demostrado Max Weber, la burocratización es el destino propio de nuestra civilización. Esto es una gran verdad, y su significado se hace cada vez más evidente. Precisamente se evidencia también dentro de los dominios del mundo académico y de sus tareas que, junto con los medios de comunicación de masas, las escuelas y todo lo ligado a ello, forman una unidad interna, orgánica. De lo que se trata sobre todo es de liberar el lenguaje en sus posibilidades creadoras y de alcanzar un entendimiento.
Esto no se puede lograr mediante meras instituciones, sino sólo con el intercambio vivo de ideas, y por eso el pluralismo en el que vivimos posee un significado verdaderamente productivo. Esto vale en todos los ámbitos; por ejemplo, en la manera en que surgen estilos arquitectónicos o modas de vestir, o en el mundo de las formas en el que nos movemos permanentemente en la literatura o en el arte o en otros campos. Asimismo cada obra poética, cada obra de arte es siempre otra cosa, es diferente de un modo abiertamente desafiante y exige siempre de nuevo nuestra respuesta.
Éste es el punto de vista desde el que contemplo la tarea de la filosofía de nuestro tiempo. El mundo pluralista en el que nos encontramos es como la nueva Babel. Pero este mundo pluralista contiene tareas, que consisten no tanto en la programación y planificación racionalizadoras cuanto en la salvaguardia de los espacios libres de la convivencia humana, incluso por encima de lo extraño. El lenguaje tampoco es lo que solemos denominar lenguaje periodístico, en el cual cualquiera se percata de que esto ya no es propiamente una lengua, sino un simple trabajo informativo que adquiere su valor y su necesidad como formación de opinión, pero que no puede sustituir al propio pensamiento y al intercambio vivo de ideas en que consiste el diálogo.


*Kalón en griego, aquellas cosas cuyo valor es evidente por si mismo.

Lee Eisler (Russell) Respuertas a preguntas fundamentales sobre política, sociedad, cultura y ética

¿Qué debería enseñarse junto con la ciencia?

Una dictadura de hombres de ciencia sería muy pronto horrible. La habilidad sin sabiduría puede ser puramente destructiva, y es muy probable que se revelara así. Aunque sea sólo por esta razón, es de gran importancia que quienes reciben una educación científica no se limiten  a ser científicos, sino que posean cierta compresión de esa clase de sabiduaría que sólo puede impartir, si es posible tal cosa, la vertiente cultural de la educación.
La ciencia nos permite conocer los medios para cualquier finalidad elegida, pero no nos ayuda a decidir qué fines debemos proponernos. Si usted desea exterminar a la especie humana, le mostrará cómo hacerlo. Si desea que la especie humana sea tan numerosa que todos estemos al borde de la hambruna, le ensenará el modo de lograrlo. Si desea asegurar una prosperidad adecuada para toda la especie humana, la ciencia le dirá lo que debe hacer. Pero no le dirá si uno de esos fines es más deseable que otro. Tampoco le ofrecerá esa comprensión instintiva de los seres humanos que es necesaria para que sus medidas no provoquen una violenta oposición que sólo una tiranía feroz podrá aplastar.
La ciencia no puede enseñarle a tener paciencia ni a ser solidario, no puede facilitarle una percepción del destino humano. Estas cosas, en la medida en que puede enseñarlas la educación formal, surgirán con más probabilidad del aprendizaje de la historia y la gran literatura.

¿Cómo definir el fanatismo?

Un hombre es un fanático si cree que una cuestión determinada es tan importante que supera a todo lo demás. Por poner un ejemplo, supongo que a todas las personas buenas les repugna la crueldad hacia los perros. Pero si usted pensara que la creueldad hacía los perros es tan atroz que no hay ninguna otra comparable, sería un fanático.

¿Qué es un librepensador?

Para ser digno de ese nombre, el librepensador debe estar libre de dos cosas, la fuerza de la tradición y la tiranía de sus propias pasiones. Nadie está totalmente libre de ninguna de las dos.
Lo que caracteriza al librepensador no son sus crencias sino las motivaciones para sostenerlas. Si las sostiene porque de joven sus mayores le dijeron que eran ciertas, o porque si no lo hiciera se sentiría desdichado, su pensamiento no es libre. Pero si las sostiene porque, tras pensarlo a fondo, observa que las prueblas se inclinan en su favor, entonces su pensamiento es libre, por muy singulares que puedan parecer sus conclusiones.
No estar sometido a la tiranía de la pasión es tan esencial como no estar influido por la tradición. El marido celoso que sospecha sin motivos fundados que su esposa le es infiel, y el optimista complaciente que se niega a sospechar de ella cuando la evidencia es abrumadora, permiten por igual que la pasión esclavice su pensamiento. Ni uno ni otro piensan libremente.

¿Cuál es la verdadera prueba de la tolerancia?

El amante de la libertad sólo se pone verdaderamente a prueba con relación a cosas que le desagradan. Tolerar lo que te gusta es fácil. La tolerancia de lo que te desagrada es lo que caracteriza la actitud liberal.

Franz Kafka (Carta al padre)

Mi única preocupación era yo mismo; mas esta preocupación tomaba formas distintas. Una de ellas, por ejemplo, era la hipocondría. Se inició muy pronto. Cada tanto me invadía un cierto miedo por la digestión, la caída del pelo, una desviación de la espina dorsal, etc. Este miedo aumentaba en matices innumerables, hasta que terminaba concretado en una enfermedad verdadera. No obstante, como no tenía ninguna seguridad, como esperaba que cada instante me confirmase nuevamente mi existencia y carecía de nada que fuese propio de un modo definitivo, exento de duda, mío, establecido, evidente para mí, como en realidad era un hijo desheredado, también lo más próximo: mi cuerpo se tornó para mí incierto. Crecía, le hacía larguirucho  sin saber qué hacer con mí altura. La carga era demasiado agobiante. La espalda se doblaba. No me atrevía casi a moverme, a hacer ejercicio, y me convertí así en un ser endeble. Todas las funciones que aún se cumplían, la digestión, para citar una, me llenaba de asombro, como si se tratase de un milagro. De esta manera quedaba libre el camino hacía la hipocondría, hasta que con los esfuerzos sobrehumanos de mi ansia por casarme (después me referiré a esto), la sangre me surgió de los pulmones. Seguramente fue causa de ello, en su mayor parte, el piso del Schönbornpalais, que necesitaba solamente porque lo creía imprescindible para escribir, hasta el punto de que también este asunto debe ser mencionado aquí. Debo decir que mi situación no había sido provocada por un abuso en el trabajo, como siempre has creído. Durante años, con una salud óptima, los pasé haraganeando en el sofá más tiempo que tú en toda tu vida, incluyendo tus enfermedades.
Si me iba corriendo de tu lado con aspecto de muy ocupado, lo hacía generalmente para ir a echarme en mi habitación. Así que el balance de mi rendimiento tanto en la oficina (donde la pereza, aunque no suele llamar demasiado la atención, era disimulada en mí por la timidez) como en casa es mínimo: si pudieras formarte una idea de él, quedarías espantado. Es posible que no tengas tendencia a la pereza, pero nada había que hacer para mí. Dondequiera que viviese, sentía el rechazo, vencido, sentenciado, y si bien luchaba desesperado por huir a cualquier otro sitio, esto no era tampoco un trabajo, porque constituía algo imposible, que con ligeras excepciones, era inaccesible a mis fuerzas.
En tal estado, se me otorgó la libertad para elegir una profesión. Pero ¿era verdaderamente capaz de usar esta libertad? ¿Confiaba en mis solas fuerzas para lograr una verdadera profesión? La medida de mi capacidad la establecías tú, más que cualquier otra circunstancia, más que, por ejemplo, un triunfo externo. Un triunfo me sostenía durante un momento y nada más; por contraste, tu peso me hundía sin tregua. Nunca conseguiría pasar de la primera clase en la Escuela Nacional. Creía estar seguro de ello, y no obstante lo conseguí y me otorgaron incluso un premio, pero el examen de ingreso al bachillerato era imposible que lo superase, y también lo logré: luego siguió el primer curso del Instituto, y tenía la seguridad de que me suspenderían, mas no me suspendieron, y así sucesivamente fui saliendo adelante. Pero no con el resultado de ir aumentado mi confianza, sino todo lo contrario. Siempre tuve la seguridad -y tu gesto de rechazo me proporcionaba una prueba evidente- de que cuanto mayores fuesen mis éxitos, pero terminaría todo.

* Franz Kafka (El desaparecido-América)

Giovanni Sartori (Homo Videns) La sociedad teledirigida

Racionalidad y postpensamiento

El contraste que estoy perfilando entre homo sapiens y, llamémoslo así, homo insipiens no supone idealización alguna del pasado. El homo insipiens (necio y, simetricamente, ignorante) siempre ha existido y siempre ha sido numeroso. Pero hasta la llegada de los instrumentos de comunicación de masas los <<grandes números>> estaban dispersos, y por ello mismo eran muy irrelevantes. Por el contrario, las comunicaciones de masas crean un mundo movible en el que los <<dispersos>> se encuentran y se pueden <<reunir>>, y de este modo hacer masa y adquirir fuerza. En principio va bien; pero en la práctica funciona peor. Y aquí sobre todo entra en juego Internet, que abre un nuevo y gigantesco juego. Pues las autopistas de Internet se abren, mejor dicho, se abren de par en par por primera vez especialmente a las pequeñas locuras, a las extravagancias y a los extraviados, a lo largo de todo el arco que va desde pedófilos (los vicios privados) a terroristas (los flagelos públicos). Y esta apertura es más significativa en tanto en cuanto el hombre reblandecido por la multimedialidad se encuentra desprovisto de elementos estabilizadores sin raíces <<firmes>>. Así pues, aunque los pobres de mente y de espíritu han existido siempre, la diferencia es que en el pasado no contaban -estaban neutralizados por su propia dispersión- mientras que hoy se encuentran, y reuniéndose, se multiplican y se potencian.
Una vez dicho esto, la tesis de fondo del libro es que un hombre que pierde la capacidad de abstracción es eo ipso incapaz de racionalidad y es, por tanto, un animal simbólico que no tiene capacidad para sostener y menos aún para alimentar el mundo construido por el homo sapiens. Sobre este aspecto, los especialistas en los medios callan a ultranza y su parloteo sólo nos cuenta la radiante llegada de un <<universo en vertiginosa evolución [...] en el que todo individuo y toda realidad están destinados a disolverse y fundirse. El hombre se ha reducido a ser pura relación, homo communicans, inmerso en el incesante flujo mediático>>. Sí, homo communicans; pero ¿qué comunica? El vacío comunica vacío, y el video-niño o el hombre disuelto en los flujos mediáticos está sólo disuelto.
La verdad -subyacente en los pregoneros de noticias exageradas que la confunden- es que el mundo construido en imágenes resulta desastroso para la paidèia de un animal racional y que la televisión produce un efecto regresivo en la democracia, debilitando su suporte, y, por tanto, la opinión pública.
Hoy más que nunca, la gente tiene problemas, pero no posee la solución a esos problemas. Hasta ahora se consideraba que en política la solución de los problemas de la gente había que reclamársela a los políticos (al igual que en medicina hay que pedírsela a los médicos, y en derecho a los abogados). No obstante, el gobierno de los sondeos, los referendos y la demagogia del directismo atribuyen los problemas a los políticos y la solución a la gente. Y en todo ello, la televisión <<agranda>> los problemas (creando incluso problemas que en realidad no existen, problemas superfuos) y prácticamente anula el pensamiento que los debería resolver.
[...] El problema ha sido el siguiente: el primer lugar, hemos fabricado, con los diplomas educativos, una Lumpenintelligencija, un proletariado intelectual sin ninguna consistencia intelectual. Este proletariado del pensamiento se ha mantenido durante mucho tiempo al margen, pero a fuerza de crecer y multiplicarse ha penetrado poco a poco en la escuela, ha superado todos los obstáculos con la <<revolución cultural>> de 1968 (la nuestra, no la de Mao) y ha encontrado su terreno de cultura ideal en la revolución mediática. Esta revolución es ahora casi completamente tecnológica, de innovación tecnológica. No requiere sabios y no sabe qué hacer con los cerebros pensantes. Los medios de comunicación, y especialmente la televisión, son administrados por la subcultura, por personas sin cultura. Y como las comunicaciones son un formidable instrumento de autopromoción -comunican obsesivamente y sin descanso que tenemos que comunicar- han sido suficientes pocas décadas para crear el pensamiento insípido, un clima cultural de confusión mental y crecientes ejércitos de nulos mentales.

¿Qué ciudadanos?

Nos tenemos que poner de acuerdo sobre la noción de ciudadano. En el sentido literal del término, ciudadano (civis) es quien vive en la ciudad (civitas). En este caso ciudadano es lo contrario de campesino, de quien vive en el campo. Pero esta noción topológica, digámoslo así, de ciudadano no es la que nos interesa. Así como no nos interesa la ciudadanía definida por un pasaporte. Nos interesa, en cambio, la contraposición entre ciudadano y súbdito, y por ende la noción propiamente política de ciudadano. El súbdito es un dominado, el que está aplastado por el poder, el que no tiene ningún poder (de cara a su Señor o Soberano). El ciudadano, en cambio, es titular de derechos en una ciudad libre que le permite ejercerlos. Mientras que el súbdito no cuenta -ni siquiera tiene voz- el ciudadano cuenta: tiene voz, vota y participa, o por lo menos tiene el derecho de participar en la gestión de la res publica.
Pero el ciudadano así definido todavía no es un ciudadano <<demo-potente>> que ejerce el poder personalmente. Esta diferencia pasa en gran medida desapercibida, y sin embargo es una diferencia crítica. El ciudadano de la democracia representativa vota para elegir a las personas que irán a deliberar. En algunas ocasiones (el referéndum) vota también sobre issues, es decir, decide sobre cuestiones. Pero en la democracia representativa el referéndum es un instrumento decisional subsidiario. Si no fuera así, la democracia representativa ya no sería tal y se convertiría, precisamente, en una democracia referenciada, es decir, en una democracia directa.
Esta transición de una democracia indirecta a una directa se presenta como una transformación de estructuras. Pero es mucho más que esto. Porque postula una concomitante transformación del ciudadano. El ciudadano al que sólo, o sobre todo, se le pide que elija un representante, es sustituido por un ciudadano reforzado, un hiper-ciudadano, al que se le pide que sea un juez de méritos, un ciudadano que decide sobre el mérito. La teoría de la democracia directa presupone, por tanto, la transformación del ciudadano puro y simple en el hiper-ciudadano que debe -debería- conocer las cuestiones sobre las que decide y ser en cierta medida competente en las materias asignadas a su competencia. Sobre este presupuesto -que por lo demás es una condición necesaria- la teoría de la democracia directa es majestuosamente latitante. Pero el hecho sigue siendo que sin el hiper-ciudadano una democracia directa no puede funcionar (o se hace muy disfuncional).
Miremos a nuestro alrededor. ¿Vemos emerger nuevos ciudadanos que estén a la altura de las nuevas tareas? Seguramente no. Mientras la teoría postula la belleza del <<directismo>> y de la <<democracia continua>> (ya llegaré a ella), la realidad está produciendo la desaparición del ciudadano que bien o mal teníamos, es decir, su degradación a hipo-ciudadano. Y seguramente es así, porque es seguro que el homo videns se traduce en un ciudadano que cada vez sabe manos de los asuntos públicos, es decir, de los asuntos que le habilitaban para la ciudadanía.

* Giovanni Sartori (La carrera hacia ningún lugar)

Petros Márkaris (La espada de Damocles)

¿Pueden los libros constituir una ayuda en tiempos de una crisis de tanta gravedad? ¿Puede la literatura ayudarnos en estos casos? La crisis que hoy por hoy arruina nuestro país no es una crisis exclusivamente financiera; es también crisis social y una crisis del sistema politico.
Si uno piensa en el pasado de Gracia, es posible contestar afirmativamente a esta pregunta, sin darle demasiadas vultas. Sí, decididamente, la literatura y los libros pueden ayudar en tiempos de crisis. Pero sólo con dos condiciones.
La primera condición es que los literatos comprendan la crisis; que la comprendan en toda su magnitud y con todas sus consecuencias. Así lo hacían los escritores y los poetas griegos en los años cincuenta. Y, aunque no constituyera un delito hablar de árboles, estos autores también sabían que a sus lectores les abrumaban otras preocupaciones y prioridades. Basta un único ejemplo: también hoy resulta difícil hablar de árboles, cuando la tasa de paro juvenil asciende al 41 por ciento y la de suicidios se sitúa en torno al 25 por ciento.
La segunda condición es que los ciudadanos no sólo presten atención a las afirmaciones y declaraciones de los políticos en los informes diarios de los medios de comunicación, sino que sientan la necesidad de buscar refugio en la literatura. Y que lo busquen porque el refugio que proporciona la literatura representa una liberación, no tanto de las preocupaciones del día a día, sino  más bien de la presión continua que angustia al individuo en tiempos de crisis. Brecht, que también vivió tiempos muy difíciles, aunque no siempre relacionados con na gravísima crisis financiera, lo describió de forma clara y concisa en su poema <<Leyendo a Horacio>>:

                          Ni siquiera el diluvio
                          duró toda la eternidad.
                          Un día se estancaron
                          las oscuras aguas.
                          Pero, es verdad
                          ¡fueron pocos los que duraron más!

De eso de trata. De sobrevivir. Se trata de durar más que el diluvio o, en su caso, que la crisis. La literatura y la poesía pueden aliviar la supervivencia o, al menos, hacerla más tolerable.
Mi editor suizo, Daniel Keel, que por desgracia falleció hace dos meses y al que tengo tantas cosas que agradecerle, me comentó en una ocasión: <<Las crisis financieras con una bendición para los editores. Durante las crisis se leen y se regalan más libros, porque un libro es una gran compañía en momentos difíciles y además es un regalo económico, pero muy bien valorado>>.

Henry David Thoreau (Cartas a un buscador de sí mismo)

Me digo a mí mismo: dedícate un poco más a la labor que dices dominar. Usted no está satisfecho o insatisfecho con usted mismo sin razón aparente. ¿No posee una cualidad del intelecto de inestimable valor? Si existe algún experimento que le gustaría llevar a cabo, adelante. No deje espacio para las dudas que no le sean satisfactorias. Recuerde que no tiene por qué comer si no está hambriento. No lea los periódicos. No deje pasar ninguna oportunidad de sentirse melancólico- Y en cuanto a la salud considérese sano. No se empeñe en encontrar las cosas tal y como usted cree que son. Haga lo que nadie más puede hacer por usted. No haga otra cosa.
No es fácil hacer de nuestras vidas algo decente, sea cual sea la actividad que realicemos. Debemos retirarnos constantemente al caparazón de nuestros pensamientos, como tortugas, con cierta impotencia. Y, sin embargo, hay algo en todo esto que va más allá de la filosofia.
No malgaste ninguna reverencia ante mí. Apenas soy capaz de mantenerme sentado donde sea que me encuentre. Estoy seguro de que mis conocidos no me juzgan con propiedad. Piden mi consejo sobre asuntos importantes, pero ignoran incluso hasta dónde llegan mis carencias materiales. No tengo otra ropa que la que visto cada día. Tan descuidado como soy con mi aspecto exterior, pues bien, aún más descuidado soy con mi sustancia interior. Si entrera y saliera, mis trapos sucios y mis miserias serían visibles.
¿No merecería la pena descubrir la naturaleza de Milton? ¿Ser nativo del universo? Yo también venero Concord, pero soy feliz cuando descubro, en océanos y bosques lejanos, la materia de miles de Concords. Me siento perdido hasta que doy con ella. Encuentro entonces menos diferencia entre una ciudad y un pantano que antes. Es un pantano, no obstante, demasiado sombrío y triste para mí, y me gustaría ver en él menos búhos, ranas y mosquitos. Prefiero, en cualquier caso, un lugar más cultivado, libre de miasmas y cocodrilos. Soy demasiado sofisticado, esto es lo que le dijo.
[...] En cuanto a conformarse con lo que tenemos y vivir la propia vida interiormente, no pienso demasiado en ello. No deje que su mano derecho sepa lo que hace la izquierda en relación a este asunto. Vería cómo fracasa. Tanto como al intentar caminar hacia ese hierro afilado que te divide en dos. ¿Le gustaría poner a prueba su capacidad para resistir la dilatación? Es un esfuerzo que ningún alma puede aguantar por mucho tiempo. Cuando Dios tira de un lado y el Diablo de otro, ambos con los pies bien plantados -por no hablar de la conciencia, que nos tala transversalmente- casi todas las vigan revientan. 
No me atrevería a invitarle formalmente a que venga a Concord, porque soy por completo consciente de que las bayas no abundan en mis campos, y que debemos despejarlos para poder admirar el paisaje. No obstante, venga, como sea, y así podremos vernos.

Luis Rojas Marcos (Nuestra incierta vida normal)

REÍRNOS

<<Los profanos en estas cosas se sentirán sorprendidos al saber que en el campo de concentración había sentido del humor. El humor es una de las armas con las que el alma lucha por su supervivencia. Yo mismo entrené a un amigo que trabajaba a mi lado a inventarse cada día una historia divertida sobre algún incidente que pudiera suceder al día siguiente de nuestra liberación...>>.
El hombre en busca de sentido, 1946


Descubrir la comicidad de situaciones estresantes y reírse también protege nuestro equilibrio emocional. El buen sentido del humor nos permite ver las contradicciones y las ironías de la vida, lo que a menudo disminuye la intensidad de las emociones negativas que provocan las desgracias.
El sentido del humor es como un bálsamo protector. Su función primordial es aliviarnos el miedo y la inseguridad. Incluso el humor negro es saludable. Actúa de purgante psicológico que nos libera de obsesiones destructivas. La gran virtud del sentido del humor es que nos alegra la vida y, probablemente, también la prolonga.
A menudo, las situaciones de buen humor provocan en nosotros la risa. Este reflejo fascinante es un regalo de nuestra naturaleza que va incluido en nuestro equipaje al nacer. La risa es una expresión física de emoción agradable intensa. Consiste en la contracción simultánea de quince músculos de la cara, acompañada de respiraciones espasmódicas y de sonidos entrecortados irreprimibles. Suele aflorar en los niños entre cuatro y seis meses de edad en respuesta a estímulos táctiles, movimientos, sonidos o ademanes de personas conocidas. Al año, los pequeños se ríen de alegría ante situaciones sociales o circunstancias incongruentes o sorpresivas para ellos.
Desde que Charles Darwin publico, en 1872, su tratado sobre la expresión de las emociones, numerosos experimentos han demostrado que no sólo nuestras emociones internas son exteriorizadas espontáneamente en nuestro rostro, sino que las expresiones emocionales de muestro semblante, aunque sean en un principio  fingidas o provocadas artificialmente, termina por reproducir en nosotros los entendimientos genuinos que representan.
La conexión de ida y vuelta entre las emociones y sus manifestaciones corporales fue detectada hace muchos años por el psicólogo neoyorquino William James, quien señaló, por ejemplo, que silbar una sintonía alegre es la oscuridad no sólo podía neutralizar el miedo sino que incluso podía estimular alegría en el silbador.
La función de la risa, además de representar nuestro júbilo y buen humor, es liberarnos de la tensión y el estrés que acumulamos, descargar la ansiedad y los temores reprimidos, y ayudarnos a superar situaciones disparatadas. Una buena carcajada nos oxigena, alimenta en nosotros una perspectiva jovial y despegada de las frustraciones y sinsentidos cotidianos y, en definitiva, nos alegra la vida.

* Luis Rojas Marcos (La ciudad y sus desafíos) Héroes y víctimas

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