Massimo Pigliucci (Cómo ser un estoico) Utilizar la filosofía antigua para vivir una vida moderna

Hablar poco y bien

«Deja que el silencio sea tu objetivo en la mayoría de las ocasiones; di solo lo que sea necesario y sé breve. En las raras ocasiones en que te piden que hables, habla, pero nunca sobre banalidades como los gladiadores, los caballos, los deportes, la comida y la bebida, todos ellos temas vulgares. Sobre todo no cotillees sobre otras personas, alabándolas, culpándolas o comparándolas». 

Debe admitir que me resulta difícil practicar este ejercicio, probablemente por que tengo un ego algo por encima de la media y las costumbres profesionales del maestro que se encuentra con demasiada frecuencia en modo profesional. Aun así, he intentado recordar este consejo y tomarlo en serio, y me sirve cada vez más. Muy pocas personas quieren sermones durante la cena o en un encuentro social. Si pienso en ello, probablemente muy pocas personas quieren un sermón en ninguna circunstancia. Así que un efecto secundario de este ejercicio es que a buen seguro será más bienvenido sin importar la ocasión. 

Si la miramos más de cerca, la lista de Epicteto de las cosas sobre las que no hay que hablar resulta reveladora en sí misma y por sí misma. Es posible que en la actualidad no hablemos demasiado sobre gladiadores, pero hablamos sobre las estrellas del deporte, el cine y la música, y otras «celebridades» (que, como explica certeramente la canción del musical Chicago, significa «ser famoso por ser famoso»). ¿Por qué tenemos que apartarnos de estas charlas o al menos caer en ellas lo menos posible? Porque están básicamente vacías. ¿Por qué tenemos que preocuparnos por lo que están haciendo las Kardashian (o cualquier otra celebridad del momento)? Decir que el interés en este tipo de temas es la marca distintiva de una mente bastante superficial suena elitista, por supuesto, y por ello disgusta a nuestra sensibilidad moderna, pero solo porque hemos sido condicionados para pensar que el diálogo «serio» es aburrido y que en cualquier caso requiere más conocimientos y atención de los que la mayoría de nosotros asociamos con una buena conversación. Esto, sin embargo, no ha sido siempre cierto. Los que frecuentaban los antiguos simposios griegos o sus equivalentes romanos, los convivium (que significa «vivir juntos»), creían que una buena cena giraba alrededor de una conversación sobre filosofía, política y otros temas «serios». Para que la conversación fluyera mejor, tanto los griegos como los romanos servían un vino ligero y algo para picar. Durante la Ilustración surgieron «salones» privados por toda Europa y la gente competía por recibir una invitación para unirse a las conversaciones de salón, con muy pocas  noticias de que fueran aburridas. 

La segunda lista de Epicteto —los temas de conversación que deberíamos evitar «por encima de todo» se centraba en el cotilleo y los juicios de valor sobre personas. Esta lista requiere un análisis más detenido. El cotilleo probablemente evolucionó a lo largo del tiempo como una vía para que la gente «siguiera el rastro», por decirlo de alguna manera, de los miembros de su tribu, lo que resulta muy útil cuando la supervivencia depende de la fiabilidad (o no) de los que nos rodean. Aunque incluso en la sociedad moderna tenemos la necesidad de evaluar a las personas con las que interactuamos para decidir si podemos confiar en ellas como pareja, amigos, socios en los negocios, compañeros de trabajo y otros aspectos similares, probablemente lo mejor es hacerlo directamente, en persona, basándonos en lo que la persona en cuestión dice y —en especial— en lo que hace. Dedicarse al cotilleo y juzgar a las personas que no están presentes para defenderse simplemente no parece que sea algo virtuoso, y la idea estoica es que nos rebajamos siempre que nos dedicamos a estas actividades. 

Una parte importante de lo que Epicteto está sugiriendo aquí se erige sobre el principio estoico general de que podemos decidir nuestro mejor curso de acción y a continuación redirigir nuestro comportamiento según esta meta.  Al principio, esto es difícil e incluso nos parece antinatural, pero después de la costumbre se afianza y reconducir nuestro comportamiento se vuelve cada vez más fácil, hasta que alcanzamos el punto en que nos preguntamos cómo era posible que nos comportásemos de otra manera. Por eso no sugiero que intente cambiar de manera repentina y drástica su actitud en los eventos sociales. Pero inténtelo y vea si le sienta bien. Empiece a responder cada vez menos a las charlas sobre «gladiadores» y de vez en cuando introduzca temas más interesantes, y que tenga la sensación de que puede conducir a una conversación mutuamente beneficiosa con sus amigos. ¡Mire qué ocurre! Me sigue sorprendiendo que ahora disfruto mucho más de las cenas. 

Elegir bien la compañía

«Evitar fraternizar con no filósofos. Pero si tienes que hacerlo, ten cuidado de no bajar el nivel; porque, sabes, si un compañero es sucio, sus amigos no pueden evitar ensuciarse un poco, sin importar lo limpios que estaban al principio». 

Me río cada vez que lo leo porque se trata de otro ejemplo de franqueza estoica, por decirlo con suavidad; lo normal es que escandalice la sensibilidad moderna, pero aún así, cuanto más reflexiono sobre ello, más me convenzo de que la sensibilidad moderna podría beneficiarse de algún escándalo ocasional. Es más, para nuestros oídos, este tipo de advertencias suenan (¡una vez más!) insufriblemente elitistas, pero solo un momento de reflexión revela que no lo son. En primer lugar recordemos la fuente: procede de un esclavo que se ganaba la vida enseñando al aire libre, no desde la sala de estar estirada y aristocrática de una versión romana semiaislada de una McMansion o una comunidad cerrada. En segundo lugar haya que señalar que con «filósofos» Epicteto no se está refiriendo a académicos profesionales (confíe en mí, no querrá convertir en costumbre socializar mayoritariamente con estos últimos), sino más bien a personas que están interesadas en seguir la virtud y en cultivar su carácter. Desde la perspectiva de los antiguos, que bien podría ser la nuestra, todo el mundo debería aspirar a ser un filósofo en este sentido del término, es decir, a aplicar la razón para mejorar la vida y el bienestar de uno mismo y de su comunidad. En un sentido más general, se trata simplemente del consejo sensato de que nuestra vida es corta, la tentación y la pérdida de tiempo siempre están al acecho, y por eso tenemos que prestar atención a lo que estamos haciendo y a quiénes son nuestros compañeros. 

Una vez más he intentado implementar lentamente esta estrategia en mis interacciones sociales: fue muy bien con el ejercicio anterior de participar en conversaciones menos y más significativas. No quiero decir simplemente que he limpiado la lista de mis «amigos» en Facebook (aunque también lo he hecho), sino que realmente he prestado atención a con quién paso mi tiempo y por qué. Idealmente, recuerde cómo lo dice Aristóteles (¡que no era un estoico!): queremos estar con amigos que son mejores que nosotros, de manera que podamos aprender de ellos. En última instancia queremos que nuestros amigos sean el tipo de personas que pueden sostener un espejo para nuestra alma, de manera que podamos mirarla con franqueza y conseguir una idea mejor del cuánto trabajo hay que hacer en ella (el alma, no el espejo).

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