Si bien hoy <<nuestra teología es la economía>>, ese templo común que acoge a todos y del que los mercaderes no han sido expulsados, el poder, como sumo sacerdote de ese templo, no gobierna como un rey al que se debe absoluta abediencia, ni tampoco como un dictador con una policía secreta o con dogmas pedagógicos para adoctrinar a la juventud, ni tiene un programa político, ni un partido nacional, ni iglesia, credo, sacerdotes o Sagradas Escrituras.
En su encarnación económica el poder actúa a través de la difusión de sus ideas, y lo que mantiene unida a la civilización que nace de ellas no son las ideas de belleza, verdad, justicia, paz y convivencia de los pueblos, sino las ideas de comercio, propiedad, producto, intercambio, valor, ganancia, dinero, que de forma inconsciente gobiernan la vida del hombre occidental y, por imitación, del hombre de todo el mundo.
El que consigue apoderarse de este orden de ideas, deposita ya en el insconsciente colectivo, y sazonada con la seducción de la excesiva simplificación y de la simplicidad, tal como aparece en el estilo de la propaganda de las derechas en el mundo capitalista, ofrece paz mental sin fatiga mental, porque, como escribe Hillman:
Las ideas simples o simplificadas más allá de lo que puedan serlo, parecen cómodas porque no crean problemas, porque se depositan tranquilamente en el lodo del fondo de la mente tras haber disuelto cualquier tensión y cualquier complicación, a pesar de la advertencia de Einstein: <<Todo debería ser tan sencillo como pueda serlo, pero no más>>.
Tratándose de una penetración inconsciente, con la que el poder condiciona hoy nuestra mente, sería el momento de que la psicología, la psiquiatría y el psicoanálisis se despertaran del profundo letargo en que están sumidos y comprendieran, que son las ideas disfuncionales del mundo de hoy las que necesitan nuestra atención psicológica, más que las heridas del niño interior del pasado. Por supuesto, los problemas siguen estando dentro de nuestra vida, pero nuestra vida es vivida dentro de los <<campos de poder>> que son, según Hillman, nuestras ciudades, con sus oficinas y sus jefes, sus fábricas y su producción, las finanzas y sus especuladores, los negocios y sus ganancias, lo coches en circulación y sus atascos, las montañas de desechos y su sintomático perfume.
En su encarnación económica el poder actúa a través de la difusión de sus ideas, y lo que mantiene unida a la civilización que nace de ellas no son las ideas de belleza, verdad, justicia, paz y convivencia de los pueblos, sino las ideas de comercio, propiedad, producto, intercambio, valor, ganancia, dinero, que de forma inconsciente gobiernan la vida del hombre occidental y, por imitación, del hombre de todo el mundo.
El que consigue apoderarse de este orden de ideas, deposita ya en el insconsciente colectivo, y sazonada con la seducción de la excesiva simplificación y de la simplicidad, tal como aparece en el estilo de la propaganda de las derechas en el mundo capitalista, ofrece paz mental sin fatiga mental, porque, como escribe Hillman:
Las ideas simples o simplificadas más allá de lo que puedan serlo, parecen cómodas porque no crean problemas, porque se depositan tranquilamente en el lodo del fondo de la mente tras haber disuelto cualquier tensión y cualquier complicación, a pesar de la advertencia de Einstein: <<Todo debería ser tan sencillo como pueda serlo, pero no más>>.
Tratándose de una penetración inconsciente, con la que el poder condiciona hoy nuestra mente, sería el momento de que la psicología, la psiquiatría y el psicoanálisis se despertaran del profundo letargo en que están sumidos y comprendieran, que son las ideas disfuncionales del mundo de hoy las que necesitan nuestra atención psicológica, más que las heridas del niño interior del pasado. Por supuesto, los problemas siguen estando dentro de nuestra vida, pero nuestra vida es vivida dentro de los <<campos de poder>> que son, según Hillman, nuestras ciudades, con sus oficinas y sus jefes, sus fábricas y su producción, las finanzas y sus especuladores, los negocios y sus ganancias, lo coches en circulación y sus atascos, las montañas de desechos y su sintomático perfume.
Este sistema es colectivo y solo de forma secundanria individual, de modo que los sentimientos de fracaso, impotencia y frustación que asaltan a una persona pueden muy bien ser las angustias del alma colectiva que se refleja en el individuo. El pensamiento de los antiguos griegos no podía ni imaginar el alma del individuo separada del alma de la ciudad. Sería oportuno que la psicología recuperara esta antigua intuición y, saliendo del dormitorio de papá y mamá, empezase a curar las ideas, dis-funcionales que se extienden por nuestra sociedad y no solo a los portadores y a las víctimas de estas ideas. Si, observa Hillman, <<no es el individuo la causa de gran parte del sufrimiento más extendido, tampoco podrá ser el objeto de la cura>>.
Al poder que nos forja no con constricciones físicas o con limitaciones de la libertad, sino con ideas que hacen referencia a la seguridad (de los seguros a las cámaras de videovigilancia, de las puertas blindadas a las prisiones), al consumo (como disponibilidad, abudancia, opulencia, derroche, símbolo de estatus), a la pasividad (ante los medios de comunicación, encantados por el espectáculo, por la celebridad, por el éxito que desencadenan procesos imitativos con el más absuluto desconocimiento de la propia personalidad individual), al narcisismo individualista (con el más absoluto desinterés por la suerte de la colectividad, de modo que ni siquiera se llega a imaginar un futuro significativo), al poder que funciona con estas ideas simples, con el que se celebra solamente la inercia del espíritu, hay que contraponer, escribe Hillman, <<el poder de las ideas que no retroceden ante la visión imaginativa, ante el pensamiento arriesgado>>, ante la clarificación intelectual promovida por almas que buscan desesperadamente el poder de la mente para contraponerlo a la impotencia que sienten.