LA GUERRA CONTRA LA REALIDAD
La teoría de género se empeña en eliminar la diferencia sexual y los cuerpos, pero también pretende que olvidemos cualquier recuerdo que tengamos del mundo real como, por ejemplo, el de que las mujeres son las que se quedan embarazadas y no los hombres. Todo ello con el objetivo de no «ofender» a los habitantes del mundo imaginario del género. Con la teoría de género nos encontramos, por primera vez, ante el desarrollo de una especie de solipsismo radical que considera no solamente que las consciencias son lo único que existe, sino que son ellas quienes fabrican el mundo. Y ese solipsismo se convierte en una ilusión masiva, alimentada por el avance de la vida virtual.
El funcionamiento es muy sencillo: me digo a mí mismo que soy de un género. Por tanto, todos deben tratarme como si yo fuera de ese género (la famosa cuestión de los «pronombres») y el mundo debe adaptarse a mi creencia. El sistema jurídico en su conjunto debe modificarse, comenzando por el registro civil. La lengua común es reconstruida totalmente ya que las definiciones habituales ya no están en vigor: las mujeres tienen pene y los hombres la regla. Ante eso, podríamos ir aún más lejos empezando por: ¿por qué no afirmar que los hombres son animales salvajes o nubes? En el primer caso, estaríamos ante therian (del griego therion, animal salvaje) y, en el segundo, ante otherkin (otro linaje). En este caso, la formación de estas identidades poco probables también ha podido llevarse a cabo a través de comunidades en Internet. El mundo se convierte así en una ilusión, y en un caos para aquel que permanece en la realidad, ya que esas identidades son susceptibles de cambiar en cualquier momento: la fluidez de género implica que podemos ser una cosa u otra de la noche a la mañana. Algo que hace poco calificábamos como un delirio o un trastorno de la personalidad pasa a ser una «identidad fluida».
Vemos, pues, cómo los militantes más extremistas de la teoría de género se han embarcado en una auténtica guerra contra la realidad en la que nos piden ser partícipes. Su objetivo es impedirnos demostrar que el mundo real existe, que formamos parte de él y del que no podemos desligarnos. Quieren incluso que las próximas generaciones suelten sus amarres con la realidad para vivir en ese mundo ilusorio que los militantes de género pretenden crear, en el que las identidades serían totalmente fluidas e inestables y donde los cuerpos serían meros recipientes pasajeros para una u otra identidad. Es cierto que con tales mundos imaginarios no estaríamos muy lejos del metaverso, en el que actualmente está trabajando Facebook, y que trata de implementar en nuestro mundo el universo de la realidad aumentada, ya anunciado por la película de Spielberg Ready Player One. Esta evasión de la realidad ha encontrado su hueco en el mundo virtual de Internet, en el que la identidad es exclusivamente declarativa y donde las identificaciones, principalmente de género, son cambiantes e infinitas. La vida de Internet es el mundo hecho realidad de la «afirmación de género»: en la red, la identidad no se puede verificar y es posible cambiarla simplemente marcando una casilla en Instagram o cualquier aplicación de citas. El juego con las identidades se convierte, por tanto, en algo totalmente normal y, aunque es cierto que también existe la posibilidad de que se produzcan encuentros in the real life, en la vida real, esto es algo realmente difícil: en el mundo real sabemos lo que puede ocurrir y podemos, incluso, contagiarnos de algún virus. Los jóvenes internautas se sienten cada vez más incómodos cuando tienen que interactuar en la vida real y el encierro que trajo consigo la epidemia del coronavirus no parece haber ayudado a mejorar las cosas. Esta atracción por el mundo virtual es una tendencia sostenida en el tiempo: es posible comprobarlo en países como Japón, donde, desde finales de los años noventa, proliferan los hikikomoris, jóvenes, principalmente varones, que se aíslan ante su ordenador durante meses o años, sin ningún contacto con el mundo real y que comienzan a platear serios problemas para la sociedad.
[...] Este abandono del mundo real por un mundo imaginario tiene, sin duda, explicaciones más profundas relacionadas con el estilo de vida que llevamos desde hace un tiempo. Christopher Lasch recogió una extraordinaria predicción en su último libro, La rebelión de las élites, publicado un año después de su muerte en 1995, cuando afirmó que esas «élites», debido. a su naturaleza de su trabajo, habían perdido completamente el contacto con la realidad y despreciaban a quienes aún conservan ese contacto con el mundo real. El único trabajo que las élites contemporáneas consideran «creativo» es su propio trabajo, que consiste en «una serie de operaciones mentales abstractas, llevadas a cabo en un despacho, preferentemente con la ayuda de un ordenador». Estas élites no producen bienes materiales, solamente crean operaciones mentales, lo que las aleja inevitablemente del mundo: no tienen que suministrar comida, construir un techo o atender otras necesidades. «Las clases intelectuales están fatalmente alejadas del lado físico de la vida [...]. Viven en un mundo de abstracción y de imágenes, un mundo virtual formado por modelos informatizados de la realidad, una "hiperrealidad", denominada así en contraposición a la realidad física inmediata, palpable en la que viven los hombres y mujeres normales». De ahí su creencia en la «construcción social de la realidad», «dogma principal del pensamiento posmoderno» que «refleja su experiencia vital en un entorno artificial del que se ha eliminado rigurosamente todo aquello que opone residencia al control humano». «Las clases intelectuales se han alejado no solo del mundo normal y corriente que las rodea, sino también de la propia realidad».
[...] Resulta preocupante que esta encarnizada guerra contra la realidad se esté desarrollando justo en el momento en el que las GAFAM han decidido animarnos a abandonar el mundo real para vivir en el mundo virtual del metaverso. Podríamos pensar que esta idea de mundo virtual no tiene futuro. Sin embargo, los promotores de estos mundos virtuales parten de una razonamiento absolutamente coherente y bastante convincente. Marc Andreessen, fundador de Netscape y miembro del consejo de administración de Meta, el nuevo nombre de Facebook, explica que el punto de partida es que «la mayoría de los human os tienen vidas pobres, tristes y sin interés». Pocos son aquellos que disfrutan de lo que él llama «privilegio de realidad». «Un pequeño porcentaje de personas vive en un entorno real rico, lleno de cosas magníficas, paisajes increíbles, estímulos variados y cantidad de personas fascinantes con las que hablar, trabajar y salir», mientras que «el resto, la gran mayoría de la humanidad, no tienen el privilegio de la realidad, por lo que su mundo virtual es, o será, inconmensurablemente más rico y satisfactorio que la mayoría de los entornos físicos y sociales que los rodean en el mundo real». A la objección de que que los privilegiados podrían hacer mejorar la realidad de la mayoría de la humanidad en lugar de proponerles un mundo virtual, Andreessen responde: «La realidad ha tenido cinco mil años para mejorar y es evidente que aún sigue siendo muy cruel con la mayoría de las personas; no creo que debamos esperar cinco mil años más para ver si finalmente compensa ese retraso. Deberíamos construir —y así lo estamos haciendo— mundos en línea que hagan que la vida, el trabajo y el amor sean maravillosos para todas las personas, sea cual sea el nivel de privación que tenga la realidad en la que se encuentren». Los desheredados estarán felices de unirse a esos mundos virtuales. El cinismo de este empresario es extraordinario, pero su business model resulta totalmente convincente: hay más pobres con sus vidas miserables que ricos: dejémoslos que se distraigan en el mundo virtual mientras quienes poseen el «privilegio de realidad» estarán solos y tranquilos para disfrutar de la belleza del mundo real...
* Braunstein, Jean-François (La filosofía se ha vuelto loca)
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