Lorenzo Bernaldo de Quirós (En defensa del pluralismo liberal) Contra las religiones posmodernas

La Iglesia animalista o la Santa Hermandad entre las Bestias

Una de las religiones seculares con mayor potencia expansiva y capacidad de atraer creyentes con una considerable trasversabilidad es la «animalista», esto es, la secta que promueve y lucha por la extinción de los derechos disfrutados por las personas a las bestias, en el sentido etimológico del término. Aunque, como ha señalado Murray N. Rothbard, esta postura tropieza con múltiples dificultades, incluidas las concernientes a qué tipología animalesca deberían ver protegidos sus derechos y cuáles no si este criterio debería incorporar a todos los seres vivos, bacterias y plantas incluidas, el debate sobre esta cuestión tiene una mayor envergadura. De hecho, la concesión a cada miembro de las especies no humanas de derechos similares o iguales a los disfrutados por los hombres supone un vaciamiento absoluto de su significado y conduce de manera inevitable a lesionar los de los individuos. Por añadidura, implica ignorar y vulnerar el valor prioritario que todas las sociedades civilizadas han concedido a la vida humana.

A lo largo de la historia, la defensa de los derechos de los animales ha estado asentada en una falsa premisa, a saber, que éstos han de ser establecidos para proteger a las bestias de los innecesarios sufrimientos causados por la crueldad humana. Esa posición dio un salto cualitativo al señalar numerosos autores que algunos bichos, permítase el casticismo, tienen capacidad, eso sí a su manera, de razonar, de comunicarse a través del lenguaje y de ejercer un autocontrol consciente, lo que los hace ser acreedores de derechos. Y ese discurso alcanza las cumbres del disparate cuando uno de los padres del animalismo contemporáneo, Peter Singer, sostiene que: «No hay nada ni sé nada que me permita decir que una vida humana de cualquier calidad, por baja que sea, es más valiosa que una vida animal de cualquier calidad por alta que sea».

Los animalistas atacan de manera frontal los rasgos que distinguen al hombre del resto de las especies animales: su capacidad de razonar, de reconocer principios morales y, por tanto, de asumir la responsabilidad de sus actos y la dirección de su vida. Para ellos, «discriminar entre seres vivos en función de su especie es una forma de prejuicio, inmoral e indefendible, del mismo modo en que son inmorales e indefendibles las discriminaciones basadas en la raza». Esa declaración programática permite a activistas como Ingrid Newkirk (PETA) afirmar: «Seis millones de judíos murieron en los campos de concentración, pero seis millones de pollos parecen cada año en los mataderos». El único ser human «puro», ha teorizado Newkirk, es el hombre muerto. «Sólo los muertos son verdaderos puristas, alimentando a la tierra y a los seres vivos en lugar de destruirlos». 

La asimilación del hombre al resto de los animales ignora el valor que Occidente le ha concedido, su carácter único y singular. Para los animalistas, el individuo es una especie animal más. Ahora bien, si no hay diferencia entre el Homo sapiens y los gatos, los perros, las ratas y las bacterias, es absurdo tratarlos de manera distinta y, sobre esa base, es muy probable que no se termine por tratar a las bestias como humanos, sino a los humanos como bestias. La extensión de este principio y sus últimas consecuencias lógicas lleva directamente a Belsen, a Buchenwald, a Dachau, a Treblinka o a Auschwitz, donde los alemanes y los judíos tomaron respectivamente el lugar del lobo y el cordero. No es de extrañar que la protección de los animales fuese una de las prioridades legislativas del Tercer Reich y que la dieta vegetariana fuese practicada por gran parte de la élite nazi, incluyendo al Führer, El vegetarismo era considerado «un signo de pureza y comer carne [...] un símbolo de la decadente civilización que todavía practica actitudes de dominio sobre los animales». 

[...] Al margen de lo expuesto hasta el momento, surgen un sinnúmero de preguntas cuya respuesta es de una extraordinaria complejidad. ¡Cómo se resuelven los conflictos entre los derechos de los individuos y los de los animales? ¿Conforme a qué jerarquía? ¿Qué tratamiento se da al «asesinato» de una oveja por un lobo? ¿Es posible, como han proferido algunos animalistas, considerar que una gallina sea violada por un gallo en las granjas de cría? La casuística es interminable y daría lugar a una legislación y a una jurisprudencia arbitrarias y surrealistas. Esto podría llevar a una grotesca situación en la que sería necesario pedir permiso al gobierno para poner un raticida en casa, para cocinar un pollo o para diseccionar a un conejo. Si se concede a los poderes públicos la facultad de actuar en defensa de los intereses de los animales, el resultado será la creación de una vasta e intrusiva burocracia y de una estructura judicial grotesca e inoperante, ambas dotadas de una muy considerable capacidad discrecional para limitar los derechos de los individuos, que son los únicos que importan. 

El rasero para medir el trato a los animales son los intereses de las personas. Éstos pueden ser estéticos, humanitarios o de cualquier otro tipo. Es indeseable y bárbara la crueldad hacia las bestias, pero eso no tiene nada que ver con la aberración e pretender conceder derechos propios del ser humano a una rana antropomorfizada o al entrañable Bugs Bunny. Si un exceso de población de conejos amenaza las cosechas, han de ser exterminados. Si la investigación médica exige hacer vivisecciones, han de ser hechas. Si los lobos atacan los rebaños, pues ya saben... Ningún sistema legal ni ninguna sociedad en la que la garantía de los derechos humanos, los del individuo, es el factor legitimador de su existencia puede y debe actuar de otra forma. 

La Iglesia feminista radical o la apología de la desigualdad

[...] La tercera ola del feminismo radical mantiene la división de la sociedad en dos clases: los hombres y las mujeres. Reafirma la existencia de una guerra sin cuartel con los varones para terminar con el patriarcado imperante y asume la concepción de que la dominación de los varones sobre las hembras está causada por una superestructura pública y privada que consagra unas relaciones de poder, de la familia a las comunidades más extensas, que impone el ordeno y mando del macho patriarca. Esa situación, existente durante siglos, ha causado serios perjuicios a las mujeres, que han de ser reparados. Para cerrar esa brecha discriminatoria no basta con tener los mismos derechos ni recuperar la propiedad de su propio cuerpo. Es preciso dar un paso más y tener en cuenta que la lucha contra la tiranía patriarcal precisa de coerción estatal. Esto conduce a la demanda de políticas de discriminación positiva, sin las cuales es imposible que exista una verdadera igualdad de géneros.

La secta feminista radical ha logrado en las últimas tres décadas una influencia extraordinaria, que ha aumentado a medida que ha extremado su mensaje y la ha dotado de mayor sectarismo, logrando que buena parte de los propios hombres hayan aceptado con un acongojado sentimiento de culpa su papel ancestral de verdugos, convirtiendo en tabú la puesta en cuestión de sus demandas y, por supuesto, de cualquier crítica de sus mensajes en los foros públicos. Las feministas han convertido a las mujeres en uno de los animales sagrados, entiéndase ese adjetivo como una metáfora, de las religiones posmodernas, una de las especies representadas en el zoo de la corrección política. Además, sus vestales han logrado construir toda una mitología falsa o, al menos, una sesgada casuística que fundamenta sus reivindicaciones y sus protestas.

En este sentido, es interesante pasar revista a algunas de las demandas del radical-feminismo contemporáneo que suponen una distorsión de la realidad, oculta bajo la avalancha de una propaganda masiva de desinformación. Para comprender esta aseveración es útil analizar la situación de la mujer en términos comparados, es decir, contrastar el estado de la cuestión en un país X, España, por ejemplo, con la existencia en otras sociedades democráticas avanzadas. De este modo, es posible tener una visión equilibrada, rigurosa y real de la cuestión. Cualquier otra fórmula es sólo un ejercicio propagandístico con castañuelas demagógicas. Desde esta perspectiva, las estadísticas disponibles a escala internacional son muy numerosas y ofrecen resultados muy diferentes a los esgrimidos por el feminismo hispano. 

[...] La violencia de género en todas sus manifestaciones es uno de los temas básicos de la agenda feminista. combatir esta lacra es una obligación de cualquier sociedad y de los poderes públicos y, en ningún caso, es monopolio de nadie. Dicho esto, la existencia en las Españas es de las más bajas de la Unión Europea. Es el territorio de la UE-27 en el que ese tipo de actividad criminal está en niveles muy inferiores a la media. Sólo Italia, Francia y Países Bajos tienen tasas de esa modalidad delictiva inferiores a la vigentes en la vieja Piel de Toro, y ese dato se ha mantenido estable durante los postreros veinte años, esto es, desde bastante antes de la promulgación de la legislación especial sobre esta cuestión. Dicho esto, la introducción de un tratamiento legal-penal diferente, por razones de género, para los actos delictivos cometidos por seres adultos y racionales es contrario al principio de igualdad ante la ley y, en consecuencia, incompatible con la esencia de un Estado de Derecho. 

Victor Klemperer (LTI - La lengua del Tercer Reich)

[...] La mecanización inequívoca de la persona, sin embargo, queda reservada a la LTI. Su creación más característica en este ámbito, y quizá también la más temprana, se llama gleichsalten [sincronizar, coordinar, uniformar, homogeneizar]. Se percibe el pulsador que hace que las personas —no las instituciones, no las administraciones impersonales,— adopten una postura y un movimiento automático y uniforme; maestros de diferentes centros, grupos de diversos funcionarios de la administración de justicia o tributaria, miembros de los Cascos de Acero o de las SA, etcétera, son «coordinados» [gleicheschalter] casi ad infinitum. 

Esta palabra resulta tan terriblemente representativa de la convicción básica del nazismo que forma parte de las escasas expresiones a las que el arzobispo cardenal Faulhaber concedió el honor de satirizarlas en sus sermones de Adviento. En los pueblos asiáticos de la Antigüedad, dijo, la religión y el Estado estaban «coordinados». Al mismo tiempo que el príncipe de la Iglesia, algunos cabaretistas de poca monta también se atrevieron a proyectar una luz cómica sobre el verbo. Recuerdo a un presentador que, con ocasión de una «excursión sorpresa» de la Asociación Excursionista, declaró, cosechando grandes aplausos, que la naturaleza acababa de ser «coordinada«.

No existe en la LTI ninguna otra intrusión de términos técnicos que manifieste la tendencia a la mecanización y automatización de manera tan descarnada como este «coordinar». La expresión se utilizó durante los doce años: al principio con mayor frecuencia por el simple motivo de que todas las «coordinaciones» y «automatizaciones» se llevaron a cabo muy pronto y se convirtieron en algo del todo natural.

Otras expresiones adoptadas del ámbito de la electrotecnia son menos graves y menos inequívocas. Cuando aquí y allá se habla de corrientes de energía que confluyen en la naturaleza de un líder o que emanan de ella —tales cosas se pueden leer, con diversas variantes, sobre Mussolini y Hitler—, se trata de fórmulas metafóricas que remiten tanto a la electrotecnia como al magnetismo y se hallan, por consiguiente, próximas a la sensibilidad romántica. Esto llama la atención sobre todo en Ina Seidel, quien tanto en sus creaciones más puras como en su pecado más grave recurrió a la misma metáfora eléctrica..., pero Ina Seidel es un triste capítulo aparte.

Pero ¿puede calificarse de romántico que Goebbels, hablando de un viaje a las ciudades del oeste destruidas por los bombardeos, mienta patéticamente al decir que él, que pretendía dar ánimos a los afectados, se sentía «recargado» por su inquebrantable heroísmo?. No, en este caso solo actúa, sin duda, la costumbre de humillar al ser humano convirtiéndolo en aparato técnico.

Lo digo con toda determinación, por cuanto en las otras metáforas técnicas del ministro de Propaganda y del círculo de Goebbels la referencia directa a lo maquinal predomina sin ninguna reminiscencia de supuestas corrientes de energía. Las personas activas son comparadas una y otra vez con motores. Así, por ejemplo, sobre el gobernador de Hamburgo se afirma en el Reich que trabaja como «un motor que funciona al número máximo de revoluciones». La concepción básica mecanizante queda demostrada con mayor claridad y de forma mucho más grave que en esta comparación —que al menos traza una frontera entre la imagen y el objeto comparado por ella— en la siguiente frase de Goebbels: «En un tiempo no muy lejano funcionaremos al número máximo de revoluciones en una serie de ámbitos». O sea, ya no nos comparan con máquinas, sino que somos máquinas. Nosotros, esto es, Goebbels, el gobierno nazi, la totalidad de la Alemania hitleriana, que ha de recibir ánimos en una situación de grave miseria, de una terrible pérdida de sus fuerzas; y el elocuente predicador se compara y hasta se identifica a sí mismo e identifica a todos sus fieles con máquinas. Resulta imposible imaginar una mentalidad más desespiritualizada que la que aquí se revela.

Cuando el uso mecanizante de la lengua alcanza de manera tan directa a la persona, resulta lógico que procure asir también algo más próximo: los objetos situados fuera del ámbito técnico. No existe nada que no pueda ponerse en funcionamiento, que no pueda revisarse como una máquina al cabo de un tiempo prolongado de servicio, como un navío al cabo de un largo viaje, no existe nada que no pueda encauzarse en un sentido u otro y, por supuesto, —¡oh, lenguaje del incipiente Cuarto Reich!—, todo puede montarse. 

[...] Pero el lenguaje ¿lo saca realmente a la luz? No ceso de darle vueltas a una palabra que oigo una y otra vez ahora que los rusos procuran reconstruir nuestro sistema escolar destruido: se suele citar la frase de Lenin según la cual el maestro es el ingeniero del alma. También se trata, desde luego, de una imagen técnica, quizá de la más técnica de todas. Un ingeniero trabaja con máquinas y, si es considerado la persona adecuada para cuidar el alma, deberé concluir que se toma el alma por una máquina...

¿Debo llegar realmente a esta conclusión? Los nazis enseñaban siempre que el marxismo es materialismo y que el bolchevismo supera, en cuanto a materialismo, a la doctrina socialista, puesto que procura imitar los métodos industriales de los norteamericanos y adopta sus pensamientos y sentimientos tecnificados. ¿Qué hay de cierto en todo ello?

Todo y nada.

Sin duda, el bolchevismo aprende de la técnica de los norteamericanos y tecnifica su país con fervor, lo cual debe dejar una impronta significativa en su lenguaje. Pero ¿por qué tecnifica su país? Para procurar a sus habitantes una existencia digna de un ser humano, para ofrecerles la posibilidad de un ascenso espiritual, apoyándose en una base física mejorada y reduciendo la carga opresiva del trabajo. La cantidad nueva de términos técnicos en su lenguaje demuestra, pues, precisamente lo contrario de lo que demuestra en la Alemania de Hitler: se refiere a los medios con que se lucha por la liberación del espíritu, mientras que, en Alemania, las intrusiones de la técnica me llevan a inferir, necesariamente, la existencia de una esclavización del espíritu.

Cuando dos hacen lo mismo... Un adagio del todo trivial. En mis apuntes de un filólogo quiero hacer hincapié, sin embargo, en la fórmula propia de mi profesión: cuando dos personas emplean la misma forma de expresión, no necesariamente han de partir de la misma intención. Precisamente aquí y ahora quiero subrayarlo una y otra vez, con trazos bien gruesos, pues nos resulta sumamente necesario conocer el verdadero espíritu de los pueblos, de los cuales permanecimos durante mucho tiempo excluidos y sobre los cuales oímos tantas como sobre el pueblo ruso... Y nada nos acerca tanto al alma de un pueblo como su lenguaje... Así y todo: «coordinar» e «ingeniero del alma»..., expresiones técnicas en ambos casos, pero la metáfora alemana emite a la esclavitud, y la rusa, a la libertad. 

Jorge Alemán (Ideología) Nosotras en la época. La época en nosotros

 Captura del Mayo del 68

El gobierno de las almas originado a partir del neoliberalismo, ha desembocado en una subjetividad que se revela como ajena a todas las coordenadas simbólicas que conocíamos. La subjetividad capitalista está construida de tal forma que en ella se desconocen los legados históricos y se desenvuelve en un presente absoluto, sin atender ni querer saber nada de proyectos políticos. Este presente absoluto también atenta contra la temporalidad implícita en la historia singular de cada uno. Temporalidad que describo apoyándome en la fórmula lacaniana: lo que habré sido para lo que estoy llegando a ser. En cambio, para el neoliberalismo, la existencia se tiene que jugar en el presente absoluto y de ese modo poder ser remitida a la circulación de «novedades». La novedad es la firma del presente absoluto. En este aspecto es necesario diferenciar lo «nuevo», en tanto contingencia incalculable e imprevisible, del circuito iterativo de las novedades. Lo nuevo que remite a lo nuevo encubre la compulsión a la repetición. Incluso los proyectos que se inauguran con una indudable vocación emancipatoria pueden ser integrados en la «avidez de novedades».  Un ejemplo culminante del modo en que el neoliberalismo puede incluir un pensamiento crítico en el circuito mercantil de la novedad fue el conocido Mayo del 68. Al poco tiempo, las premisas del 68, como es sabido, dieron forma a un nuevo espíritu del capitalismo. El nuevo Amo comenzó a privilegiar las iniciativas novedosas, el talento original, la imaginación y la creatividad, siempre que todo eso, claro está, se organizase a través del orden del mercado.

Los estudiantes del 68 habían atravesado violentamente, si se puede decir así, el fantasma del progreso y habían captado la inconsistencia que el Otro simbólico encarnaba en la realidad. De este modo el 68 hizo surgir un «no saber» sobre la vida de los lazos sociales. Por eso la revuelta fue posible e introdujo una crisis ético-política sin precedentes en Europa. Pero aún quedaba por venir un Amo: el Discurso capitalista, que iba a realizar una operación distinta; mientras la falta asoma en un tiempo sincrónico se colma la misma con la presencia de un objeto, que a la vez renueva la insatisfacción del deseo. Al respecto, se puede evocar aquel momento en el cual Lacan en el Panteón de París se dirigió a los estudiantes y les dijo algo muy revelador: ¿Ustedes quieren un amo? Lo van a tener. Y fue precisamente el nuevo amo del mercado el que irrumpió para dominar y «saciar» las consignas del 68, tales como la imaginación al poder o seamos realistas, pidamos lo imposible. Es cierto que el Amo al que los estudiantes invocaban no tenía un sostén tradicional ni tampoco estaba ligado a las herencias históricas. Tal vez por eso los manifestantes no podían dislumbrar que efectivamente la renovación del capitalismo necesitaba de discursos neoliberales para producir ese deseo en la subjetividad, hasta poder incorporarlo en términos de libertad. Esta traducción del Mayo del 68 puede dar cuenta de la capacidad del discurso capitalista, en su circularidad, para reintegrar lo que se presentaba como una ruptura y un  nuevo ciclo en una nueva transformación. 

En este sentido, se entiende que los manifestantes actuales frente al confinamiento se sientan «libertarios» cuando en realidad lo que hacen es «servir voluntariamente» al avance del capitalismo, porque al decirse a sí mismos que están siendo coaccionados bajo un poder dictatorial, con su demanda de «libertad» están favoreciendo a las Horcas Caudinas del mercado. En cierta forma, el neoliberalismo ha logrado atrapar muchos elementos que los pensamientos conservadores tradicionales y los pensamientos liberales aún no conseguían reabsorber; ésta era la razón de sus distintas crisis de legitimidad. Esto se resolvió con la configuración de una subjetividad que opera como aliada del capitalismo, y en donde las crisis en lugar de debilitar su movimiento lo que hace no es otra cosas que relanzarlo, fortaleciendo con ello su estructura de dominación. Por todas estas razones se confirma desde hace tiempo que el capitalismo tiende hacia un nuevo tipo de estado de excepción. Lo que antes exigía un golpe militar clásico, ahora se desplaza y se condensa en un poder que constituye un conglomerado de corporaciones, grupos financieros y conexiones internacionales, cuya novedad reside en alcanzar al menos —parcialmente— el aparato psíquico. Como ya he afirmado en distintas ocasiones, eso le otorga a la denominada ideología una forma de penetración en el orden fantástico (y viceversa) que sostiene al sujeto en su realidad. En la subjetividad producida por el capitalismo, la interpelación ideológica descrita por Althusser se inscribe en las exigencias del superyó específico del tiempo neoliberal. Hay que recordar que la destrucción de los diversos grupos de pertenencia, como son los sectores populares, la vida barrial o las familias, no sólo no reducen la potencia mortífera del superyó sino que la amplifican. 

Susan George (El Informe Lugano II*) Esta vez, vamos a liquidar la democracia

 Ficciones gemelas: democracia y derechos humanos

La confidencialidad de este informe nos permite nombrar y analizar varios principios pasados de moda. El primero es la democracia. Postular que millones de personas que no saben nada de nada deberían tener derecho de decidir cómo hay que gobernarlas ya no es una idea viable. El arte del gobierno es complejo: intervienen demasiados parámetros jurídicos, técnicos y políticos; lo que está en juego es demasiado importante. En resumen, es una cuestión que más vale dejar a los especialistas, los expertos y los elementos mejor preparados para gobernar: las élites.

Otro concepto obsoleto es la idea más reciente de derechos del hombre o derechos humanos, a la que en breve dedicaremos nuestra atención. Sin embargo, en una época en que la democracia está directamente vinculada a estos derechos -o incluso considerada como uno de éstos-, debemos expresarnos con total claridad. No recomendamos en absoluto atrocidades como la tortura o el encarcelamiento ilegal y tampoco deseamos restringir libertades, pensamiento, expresión y reunión.

La religión puede convertirse en una fuente de problemas y de revueltas con demasiada facilidad si los ciudadanos consideran que sus decisiones espirituales han sido violadas, por muy estúpidas o desacertadas que sean sus creencias. La opinión y la expresión son fáciles de mantener dentro de los límites de lo razonable mientras se pueda contar con medios de comunicación dóciles y sin sentido crítico, como lo son casi todos hoy en día. No debe ponerse ninguna traba al sector editorial. Repetiremos que no hay que llamar la atención ni generar controversias mediante la censura cuando resulta relativamente sencillo escribir superventas que saturan las librerías y celebran el estilo de vida capitalista. Como las múltiples variantes modernas del cuento de la chica pobre que se casa con un príncipe o del inadaptado de clase que se hace millonario. Así como las llamadas obras de desarrollo personal, género muy extendido cuyo mensaje es evidente: cuando alguien no se siente bien consigo mismo, es siempre culpa suya, nunca del sistema en el que vive y trabaja.

¿Y qué decir de la libertad de reunión? Cuando se reúne un número elevado de personas, suele ser con motivo de un acontecimiento deportivo o un concierto de rock. Pero si alguien quiere organizar un mitin o expresar opiniones minoritarias ante algunas docenas o centenares de personas, no vemos ningún inconveniente. Llamenos a este tipo de cosas el derecho al desahogo, a la válvula de seguridad. Ni que decir tiene que el derecho a la propiedad, sin restricciones cuantitativas ni cualitativas, es un valor positivo que merece ser fomentado y salvaguardado. 

En lo que respecta a los derechos humanos, los textos precursores son los documentos de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) en Francia, y las diez primeras enmiendas a la Constitución de Estados Unidos, que colectivamente se llaman Bill of Rights (Carta de Derechos) (1791), concebidas por James Madison para limitar los poderes del Estado federal y garantizar las libertades individuales. 

A partir de entonces, muchos de estos derechos vinculados a la democracia se han visto consagrados en las constituciones nacionales. La Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada en 1948 por las Naciones Unidas va aún más lejos, por ejemplo en lo relativo a los derechos políticos previstos en el artículo 21:

- Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos.

- Toda persona tiene el derecho al acceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas de su país.

- La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público.

Que el pueblo crea que estas disposiciones son ciertas no puede hacer ningún daño. Otra cosa completamente distinta es permitir que se concreten.

Sus consecuencias podrían ser francamente peligrosas en estos tiempos de complejidad geopolítica. Hay que controlar de cerca y, si es necesario, restringirlas.

Las ventajas de la <<política de identidad>>

En la Declaración Universal de los Derechos Humanos la palabra más peligrosa es <<universal>>, pues indica un punto de convergencia última aunque irrealizable de la humanidad donde todo el mundo, en todas partes, lo tendrá todo. Es un tipo de aspiración que conviene desalentar activamente. Por nuestro propio interés, en lugar de insistir en el concepto de derechos universales debemos animar a las personas a creer que pertenecen a un grupo humano maltratado y víctima de discriminaciones basadas en la raza, la etnia, el sexo, la religión, le edad o el aspecto físico. Y que por ello gozan de derechos particulares y específicos, entre ellos el de recibir una indemnización financiera u otras compensaciones asociadas a sus quejas particulares y específicas.

El objetivo consiste en crear una inmensa cacofonía de colectivos victimizados que ejercerán todos sus derechos democráticos, harán las reivindicaciones y exigirán que se les satisfaga cuanto antes. Cuanto más concentradas mantengamos a estas personas en lo que las diferencian de todos los demás grupos y en sus reivindicaciones militantes ante el Estado, más fácil será dirigirlas y menos problemas causarán. Hay que prohibir formalmente a los policías demasiado diligentes y a sus superiores crear mártires en estos grupos y si lo hacen habrá que castigarlos duramente y en público, por una sencilla razón: el mártir une a las víctimas.

De vez en cuando conviene satisfacer las reivindicaciones cacofónicas menos exageradas, levando siempre por dejar insatisfechas una gran parte de éstas. Si estos quejicas dejaran de estar ocupados formulando y reclamando privilegios basándose en su vida privada y su identidad personal, se correría el riesgo de que se pusieran a reflexionar sobre lo que podrían hacer juntos si unieran sus fuerzas en el espacio público. Naturalmente, es algo que conviene evitar.

También podemos explotar con gran provecho el miedo a los vecinos, como demuestra una largo historial de problemas relacionados con la seguridad personal. Los actos de violencia que reciben una amplia cobertura en los medios de comunicación (preferentemente cometidos por jóvenes, personas de color o individuos étnica o sexualmente diferentes contra acciones, blanco, o miembros de la mayoría heterosexual), en caso de que no se produzcan espontáneamente, son fáciles de organizar.

Todo lo relacionado con la sexualidad, el cuerpo o la salud en general puede explotarse juiciosamente cuando se necesita desviar la atención de cuestiones graves que afectan a la mayoría. La revelación a los franceses durante la campaña de las elecciones presidenciales de 2012 de que, sin saberlo, consumían carne halal (sacrificada de acuerdo a la ley coránica) permitió descansar un poco de problemas como el desempleo, el rápido aumento de las desigualdades o la degradación programada de la educación, dándole al mismo tiempo la ventaja a la extrema derecha.

* 
El Informe Lugano es la publicación, por parte de Susan George, de un informe elaborado por nueve expertos mundiales sobre los peligros que debería afrontar el sistema capitalista en el siglo XXI, así como las posibles soluciones para asegurar su continuidad.

George, Susan (Informe Lugano)
George, Susan y Martin Wolf (La globalización liberal) A favor...

Andrew Doyle (La libertad de expresión) y por qué es tan importante

EL DISCURSO DE ODIO
 
El odio es una emoción humana a la que aprendemos a resistirnos a través de la socialización durante la infancia. Reconocer los peligros del odio no consigue eliminar el instinto y, en muchos casos, ese instinto puede incluso estar justificado. ¿Acaso no es razonable, e incluso moralmente sensato, odiar a quienes disfrutan del genocidio, de las violaciones y de la tortura? Aunque lográramos reunir algo de empatía por los sociópatas o verles como víctimas de un sistema que ha fallado, ¿no aborrecemos sus actos de crueldad? Y por encima de todo, ¿acaso no tenemos derecho a expresar ese impulso innato del ser humano, cuando y como lo sintamos, al margen de si la formulación de ese tipo de sentimientos tiene alguna justificación moral?

En vista de las dificultades, está claro que el «discurso de odio» no es algo que pueda definirse coherentemente, un hecho que han reconocido tanto el Tribunal Europe de Derechos Humanos como la UNESCO. Sin embargo, como esboza Paul Coleman en su libro La censura maquillada: cómo las leyes contra el «discurso del odio» amenazan la libertad de expresión (2002), todos los países europeos tienen leyes contra el discurso de odio, y «su empleo, abuso y expansión constantes están teniendo un profundo efecto sobre la libertad de expresión a lo largo y ancho del continente». Dejando a un lado la cuestionable moralidad de intentar criminalizar una emoción, ¿cómo habría que establecer los parámetros? En otras palabras, ¿a quién le corresponde decidir qué constituye un «discurso de odio», para empezar?

Las actuales directrices de la Fiscalía General de la Corona definen el «crimen de odio» como «cualquier delito criminal percibido por la víctima o por cualquier otra persona como un acto motivado por la hostilidad o por los prejuicios basados en la discapacidad o en la discapacidad percibida, en la raza o en la raza percibida, en la religión o en la religión percibida, en la orientación sexual o en la orientación sexual percibida, o en la condición de transexual o en la condición de transexual percibida, de una persona». Análogamente, un «incidente de odio» se define como un acto no delictivo que sea «percibido por la víctima, o por cualquier otra persona, como un acto motivado por la hostilidad o los prejuicios basados en las cinco caractériscas protegidas» 

La policía notifica los «incidentes de odio no delictivos» cuando no se ha cometido ningún delito pero sí se ha investigado el empleo de lenguaje o conductas ofensivas. Eso puede tener repercusiones para el acusado, porque ese tipo de denuncias aparecen en las búsquedas del Disclosure and Barring Service (DBS), a las que los empleadores están obligados por ley. Lo más preocupante es que la Directriz Operativa para los Delitos de Odio publicada por el College of Policing británico ordena a los agentes presentar un atestado de todos los incidentes de odio «independientemente de si existe alguna prueba para identificar el elemento de odio».

En todos los casos, las definiciones dependen explícitamente de la percepción subjetiva de la «víctima», un término que se salta el proceso debido y presupone culpa por parte del acusado. ¿Y qué pasa cuando alguien le dice sin querer algo ofensivo a otra persona, pero esta percibe que ha sido adrede? Como ya he argumentado, nuestras sospechas sobre los móviles que animan a los demás rara vez son exactas, sobre todo en los momentos en que las emociones están a flor de piel. Además, la intuición no suele ser una base prudente para procesar penalmente a alguien.

Si bien quienes afirman que estamos viviendo una «crisis de la libre expresión» podrían pecar de exagerados, no les falta razón cuando llaman la atención sobre las formas en las que el actual procedimiento policial pone de manifiesto una erosión gradual de las libertades civiles. Nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad no deberían dedicarse a auditar nuestras emociones. De la misma forma, es inquietante escuchar a altos funcionarios del Estado —como Huzma Yousaf, secretario de Justicia de Escocia— reivindicar la criminalización de la libre expresión en el ámbito privado. Cuando la policía investiga de forma rutinaria a los ciudadanos por «no-delitos», y utiliza expresiones como «necesitamos verificar su forma de pensar«, es evidente que algo se ha torcido del todo. Aunque levantar un atestado de los «no delitos» no da lugar a una imputación, es de todas formas un reflejo de una tendencia más amplia a la politización de nuestro sistema de justicia penal y de la desconfianza respeto a la libre expresión más en general.

Cuando la policía no actúa de una manera políticamente neutral, inevitablemente está dando un viraje hacia el autoritarismo. Cada año la policía detiene a tres mil personas en el Reino Unido por comentarios ofensivos que han publicado en Internet, incluso en los casos donde claramente había una intención humorística. El apartado 127 de la Ley de Comunicaciones de 2003 criminaliza las expresiones online que a juicio de los tribunales puedan considerarse «gravemente ofensivas». Una vez más, el requisito de que el fiscal demuestre que había algún tipo de intención de ofender brilla por su ausencia. 

Por añadidura, debemos estar alerta frente a la promulgación de leyes que incluso obligarían a determinadas formas de libre expresión. Uno de los ejemplos más famosos de los últimos años es el caso del psicólogo clínico Jordan Peterson, cuya negativa a utilizar pronombres neutros dio lugar a que algunos exigieran su dimisión de la Universidad de Toronto (Canadá) y a la posibilidad de acciones legales en su contra en virtud del código de derechos humanos de la provincia de Ontario. En el Reino Unido, los periódicos han informado en muchas ocasiones de investigaciones policiales sobre «misgendering» —referirse a una persona con un pronombre de un género distinto a su identidad.

En su ensayo «Looking Back on the Spanish War» George Orwell imaginaba «un mundo de pesadilla donde el Lider, o alguna camarilla gobernante, controla no solo el futuro sino tambien el pasado. Si el Lider dice que este o aquel acontecimiento «nunca sucedió», pues nunca ocurrió. Si dice «dos y dos son cinco», pues dos y dos son cinco. Esa posibilidad me asusta mucho más que las bombas». Obligar a los ciudadanos a decir mentiras como si fueran verdad es una forma de control psicológico común a todas las dictaduras. Como argumentaba Spinoza, que un hombre «se vea obligado a hablar únicamente conforme a los dictados del poder supremo» es una gravísima contravención de su «inalienable derecho natural» a ser «dueño de sus propios pensamientos». 

En última instancia, la cuestión de a quién le corresponde definir lo que es un «discursos de odio» es insalvable. Para poder establecer los parámetros, primero hay que moverse por un conjunto de conceptos abstractos —«odio», «ofensa», «percepción»— que son irremisiblemente subjetivos. E indefectiblemente, la decisión se delega a una figura de autoridad o en un organismo político, con sus propios sesgos, preferencias y una meta intrínseca de autoconservación que nunca podrán obviarse.

Para colmo, los precedentes jurídicos son un aspecto clave en el funcionamiento del sistema judicial y, si el Estado está dispuesto a pasar por alto el derecho de un ciudadano a la libre expresión, ninguno de nosotros está a salvo. Aunque lograra medirse de alguna forma el «discurso de odio», la terminología seguirá siendo eternamente imprecisa. Puede que usted confíe en que los dirigentes sepan juzgar estas cuestiones con sensatez, pero hace falta ser bastante miope para no ver que los gobiernos del futuro podrían intentar abusar del precedentes. Que la mayoría de la gente tenga sentido común es una escasa garantía de seguridad frente a un Estado aún por nacer que podría tener tendencias pérfidas o incluso totalitarias.

El precio que pagamos por una sociedad libre es que las personas malas dicen cosas malas. Lo toleramos, no porque aprobemos el contenido de su discurso, sino porque cuando ponemos en peligro el principio de la libre expresión estamos allanando el camino a una futura tiranía.

Anónimo (Manifiesto conspiracionista)

Pero en general es la izquierda en su conjunto la que está dando, desde hace dos años, lo mejor de sí misma. Ha caído en todas las trampas habidas y por haber. Ha difundido todos los memes producidos por las agencias de comunicación gubernamentales y no ha rechistado ante ningún chantaje emocional, ante ningún paralogismo, ante ningún mutismo cómplice. Se ha mostrado como lo que es: irracional a fuerza de racionalismo, oscurantista a fuerza de cientifismo, insensible a fuerza de sensiblería, mórbida por higienista, estúpida por creerse cultivada y maléfica a fuerza de querer estar del lado del Bien. Durante estos dos últimos años, en todos los países del mundo, quitando a Gracia, la izquierda, tanto la socialista como la anarquista, tanto la moderada como la radical, tanto la ecologista como la estalinista, se ha lanzado a apoyar sistemáticamente el golpe de mundo tecnocrático. Ningún confinamiento, ningún toque de queda, ninguna vacunación, ninguna censura, ninguna restricción le ha parecido lo bastante extrema como para repugnarle. Hasta el punto de dejar que la extrema derecha se esté llevando el agua de la libertad, la democracia, la alternativa, la revolución e incluso la insurrección a su molino conceptual. Hay que decir que la izquierda siempre ha encarnado al partido de la biopolítica. Para terminar, desde Nueva York, los marxistas molones de Jacobin fliparon con la mascarilla, en la que vieron el anuncio del socialismo venidero, mientras otros llegaban a teorizar el «comunismo vacunal». Se intuyen apasionantes discusiones en los vertederos de la historia. 

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La all-hazards preparedness porta la marca del contexto en el que se desarrolló: esos años noventa del «nuevo orden mundial», de la «transformación de la guerra» en la que Martin van Creveld señalaba la prevalencia de los conflictos de baja intensidad, y del «choque de civilizaciones», en el que Samuel Huntington anunciaba la vuelta de los conflictos entre identidades culturales y religiosas. En aquellos primeros años noventa, toda una «civilización atlántica», todo un complejo militar-industrial, todo un clero secular, todo un monumento de intereses aliados es presa del vértigo ante la desaparición de su mejor enemigo estructural, y de su razón de ser: la URSS. «Me estoy quedando sin demonios, me estoy quedando sin granujas, ya solo me quedan Castro y Kim Il-sung», se lamentaba en 1992 Colin Powel, principal consejero militar del presidente de Estados Unidos. Hay que configurar la incertidumbre para no tener que padecerla en estado puro. Hay que volver a darle forma al enemigo. Hay que estructurar la situación para justificar el orden existente. De hecho, bastará con que la Guerra Fría se atenúe para que renazca en el acto la revuelta anticapitalista, con la ola creciente de disturbios de movimientos antiglobalización entre 1998 y 2001. Entre los gobernantes, el miedo al pueblo siempre ha prevalecido sobre el miedo al enemigo externo. La lucha declarada contra el uno sirve en primer lugar como coartada para la lucha de hecho contra el todo.Todos los dirigentes del mundo están en el mismo barco cuando se trata de meter en cintura a su propia población. Bashar al-Ásad ha demostrado incluso que algunos de ellos prefieren renunciar a su población antes que a su poder; los mancos y los tuertos de las protestas de los chalecos amarillos lo han comprobado en sus propias carnes. ¿Cómo llamar a la «unidad» en torno a un orden social injusto sin señalar alguna amenaza externa indescriptible? Un terrorista, un virus, el caos climático cumplen igual de bien esta función: la función bíblica del Mal universal. Bill Gates lo subrayó oportunamente en 2017, en una de esas Conferencias de Seguridad de Múnich en las que cada año se reúne la flor y nata policial-militar mundial: 
«Obviamos la relación entre seguridad sanitaria y seguridad internacional por nuestra cuenta y riesgo [...] Se avecina un ataque con armas biológicas, es solo cuestión de tiempo. Tenemos que prepararnos. Tenemos que prepararnos para las epidemias del mismo modo que los militares se preparan para la guerra»

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Todos los pequeños gestos cotidianos, tan chuscos, mediante los cuales han querido que manifestásemos nuestra participación en la «guerra contra el virus» solo servían para que nos adhiriéramos a las desorbitadas medidas de restricción de libertades. Y ello en virtud del «efecto cubito de hielo» teorizado en 1947 por Kurt Lewin.

La disposición a hacer lo que te manden, aun cuando ello implique comportarse de manera absolutamente inhumana, a poco que quien lo ordene sea alguien vestido con una bata blanca: ese era el objeto del famoso experimento de «obediencia a la autoridad» de Stanley Milgram en 1961. Desde 2020, la comunicación gubernamental ha sacado todas las consecuencias posibles del mismo. 

Las imágenes de transeúntes muriendo de repente de coronavirus en las calle de Wuhan en enero de 2020 o las de los agonizantes en los pasillos de los hospitales explotaron explícitamente el «efecto ancla» formulado en los años setenta en las investigaciones de los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahnemman, asociados para siempre a la «programación neurolingüista» de Richard Bandler y John Grinder. Este punto de vista afirma que, en las situaciones de incertidumbre, a los sujetos humanos les resulta sumamente difícil desprenderse de la primera impresión que han asociado, o que ha sido asociada, a una representación. 

Los testimonios difundidos por los medios de famosos contando su vacunación buscaban explotar el «efecto halo» identificado por Nisbet y Wilson en 1977: parece que la fama de la persona que te habla altera de manera inconsciente tu juicio con respecto a la validez de lo que te esté contando.

La campaña mundial de vacunación general no responde a racionalidad médica alguna. Para la mayoría de la gente, las principales «vacunas» son más nocivas que el virus, y no inmunizan contra la enfermedad en cuanto tal. Favorecen incluso la aparición de variantes más virulentas. En resumen: solo satisfacen la pasión de experimentar con nuevos juguetes a escala mundial, y la rapacidad de quienes las vende. Por lo tanto, resulta tentador ver en ella una aplicación de la célebre y crucial «teoría del compromiso» formulada en 1971 por Kiesler en su [La psicología del compromiso: experimentos que relacionan el comportamiento con las creencias]. La hipótesis antropológica de Kiesler y de toda la psicología social es que los humanos no actúan en función de lo que piensan y dicen. Su conciencia y su discurso sirven únicamente para justificar a posteriori los actos que ya han llevado a cabo. Uno está predispuesto a decir que sí a un vendedor que le sonríe y que le coge del brazo, y a racionalizar acto seguido su decisión. Para el psicólogo social, quien ha consentido irracionalmente que le inyecten tenderá a justificar toda la propaganda que le ha llevado a ello. Para defender su gesto, defenderá el orden político que le ha empujado a hacerlo. El «sesgo de confirmación», según el cual cada uno selecciona las informaciones que le dan la razón, hará el resto.

[...] Lo que estamos padeciendo de forma generalizada desde marzo de 2020 es parte de una gigantesca operación de psicología social que constituye al mismo tiempo un ataque especulativo a la baja contra nuestros semejantes. Es sin duda la más colosal acometida contra la alegría de vivir, que se haya alcanzado hasta la fecha. Los propietarios de esta sociedad nos han aplicado, en una grado de concentración inédito, una combinación de todas las técnicas de influencia elaboradas desde la Segunda Guerra Mundial. Un fuego a discreción de manipulaciones. Hay que leer el KUBARK —el manual de «interrogatorios» de la CIA— para captar la semejanza entre lo que hemos vivido y las prácticas de tortura psicológica dirigidas a quebrar la resistencia de los prisioneros y hacer que cooperen

«Si se mantiene el tiempo suficiente, un miedo grande a cualquier elemento vago o desconocido induce la regresión [...] No basta con colocar a la fuente que se resiste bajo la presión del miedo; también es preciso que perciba una vía de salida aceptable. [...] La amenaza, como todas las demás técnicas coercitivas, es más eficaz cuando se utiliza para favorecer la regresión y cuando se acompaña de la insinuación de una salida». 

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La intuición de que los dueños de este mundo quieren deshacerse de nosotros, ahora que ya no tienen necesidad y sí todo que temerlo nosotros, no es en absoluto descabellada. Es incluso de sentido común. Según una vieja máxima gubernamental, «al pueblo conviene tenerlo siempre ocupado [...] Son muy peligros para el público sosiego los que no tienen intereses» (Giovanni Botero, La razón de estado, 1591). Un empresario de Silicon Valley, gurú efímero de la «nueva economía» de los años noventa, especulaba en el New York Times hace ya más de veinte años: «El 2 por ciento de los americanos bastaría para alimentarnos, y el 5 por ciento para producir todo lo que necesitamos». Todos los trabajos de mierda del mundo no bastan para contener la marea creciente de carácter esclavista —ya que «toda mano de obra, desde el momento en que es puesta a competir con un esclavo, sea este humano o mecánico, ha de aceptar las condiciones de trabajo esclavo», como advertía Nobert Wiener en 1949 al sindicato de trabajadores del automóvil— no cambiará nada al respecto, como tampoco las ansias de control universal. Esta situación imposibles no puede ser estabilizada

Tal es el secreto a voces de esta época, que se vislumbra aquí y allá, a fogonazos. El resultado es una curiosa configuración ortogonal de los poderes, tanto públicos como privados. A la cabeza tanto de las grandes empresas como de los Estados se observa la misma disposición: un puñado de ejecutivos, inmersos en un ambiente viril de banda a la conquista del mundo y, por debajo de este pequeño núcleo de horizontalidad desinhibida, una vertical, no del poder, sino de la sumisión. Una vertiginosa cascada de obediencia temblorosa, tanto en la Administración como en las empresas que ya no trata de entender lo que le hacen hacer. Semejante estructura, por más que se apoye en las fuerzas de seguridad y en las consultorías mundiales, dispone de una capacidad de resistencia muy escasa. Carece de consistencia propia. 

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