Salvador de Madariaga (España) Ensayo de historía contemporánea

¿Por qué ganaron la guerra los rebeldes? Porque les ayudaron Alemania e Italia. Esta contestación es falsa. Por importante que fuera, y lo fue, el auxilio de las naciones nazi-fascistas no fue decisivo ni con mucho. No sería sensato dogmatizar sobre lo que pudo haber ocurrido de no haber recibido algún auxilio exterior. La verdadera causa del fracaso de los revolucionarios fue la misma revolución. Cuando se sublevaron los rebeldes, los revolucionarios se encontraron con todos los resortes del poder político en manos del adversario. Quedaban dos alternativas a los dirigentes de la República; o quitarse de en medio dejando que los militares se encargasen de gobernar; o amar al <<pueblo>>. La primera hubiera sido semejante a la que Alfonso XIII adoptó en 1931 cuando ante el fracaso de sus candidatos en las elecciones municipales del 12 de abril tuvo la prudencia y el patriotismo de preferir el propio destierro a la guerra civil que pudo haber provocado con más probabilidades de ganarla de las que el Gobierno republicano tenía en 1936. Pero el caso es que los dirigentes de la República tomaron por el otro camino, armando al <<pueblo>>, concepto extravagante y romántico que data de la Revolución francesa, y que en la realidad española de aquel día vino a resolver en armas a cierto número de organismos obreros en furibunda rivalidad, a una cantidad ignota pero considerable de criminales, de envidiosos, de desaprensivos y de malandrines, y al caos. 

Desde aquel momento, la guerra civil degeneró en un duelo desigual entre un ejército bien en mano de su jefe como un Estado regido por una disciplina militar, frente a una turba de tribus malavenidas, la U.G.T., la C.N.T., la F.A.I., el P.O.U.M., el P.S.U.C., el Partido Comunista, el Partido Socialista partido por gala en dos, La Generalitat, Euzkadi y otros que olvido, cada uno tirando por su lado. Esta multitud de multitudes no podía aspirar ni de lejos al nombre de alianza, porque vivían en guerra civil endémica. Y no se crea nadie que estas palabras <<guerra civil>> vengan aquí como metáfora. Trátese por el contrario de una descripción exacta de la realidad, con sus batallas, planes de campaña, bajas y victorias y derrotas. Lo que estas tribus se proponían no era ganar la guerra contra los rebeldes. Para las más de estas tribus, de lo que se trataba era de llevar a buen fin una revolución proletaria, aunque no la misma, pues eran mutuamente incompatibles las revoluciones proletarias a las que aspiraban U.G.T, C.N.T, P.S.U.C, P.O.U.M, y Partido comunista, al punto de que en la lucha solía caer tal o cual cabecilla de una u otra de estas sectas; otras de ellas, como la de los catalanes o los vascos, aspiraban a separarse de los <<castellanos>>, en pleno olvido de la creación superior -aquella España todavía no plenamente realizada, de que ya casi ni se hablaba y que yacía desangrada e inerme entre unos y otros.

De cuando en cuando pasaba sobre tal o cual tribu un aura suave y luminosa de sabiduría. Se revestían de prudencia los comunistas, dando consejos de moderación y paciencia; la C.N.T, sindicalista, sacudiéndose el dominio de la anarquista F.A.I, entraba por el sendero de la responsabilidad hasta tomar parte en el Gobierno político del país;  hacían las paces entre sí las diferentes facciones que desgarraban al Partido Socialista (no pequeña hazaña); daban generosamente los catalanes sus hombres y sus municiones, y con magnanimidad poco común soportaban las tendencias centralistas y dictatoriales de Negrin en pro de la España integral que deseaban construir los mejores de entre ellos; demostraban los vascos admirable sentido de colaboración volviendo a mandar a Catalunya al gobierno de Euskadi desterrado de su propio territorio por los rebeldes, y haciendo que permaneciera en suelo español hasta la última hora de la lucha; procuraba el gobierno central dar norma, orden y concierto al desorden y a la anarquía que el vigor espontáneo del pueblo español tiende siempre a crear. Pero estos aires de sabiduría venían a tocar la frente de tal o cual partido o fuerza política en distintos momentos de la guerra civil, y pro breves períodos nada más, o tan sólo en aspectos limitados de los problemas candentes, de modo que durante toda la lucha la nota dominante siguió siendo el caos. 

Esta y no otra es la causa del desastre de la República: la incapacidad de que ha dado prueba para coordinar y armonizar las tendencias dispersivas del español; el fracaso que ha demostrado en crear y fomentar una alta pasión nacional bastante fuerte para absorber en una unidad superior las dos pasiones negativas del español: la dictadura y el separatismo.

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