Antonio Peñalver (La dictadura del lenguaje) El caballo de Troya de Occidente: La lengua como arma de guerra

El progresismo, el wokismo y el globalismo han convertido el lenguaje en su arma más poderosa. Cuando las palabras pierden su significado, las personas pierden su libertad. 

INTRODUCCIÓN

Durante este primer cuarto del siglo XXI han emergido nuevas corrientes políticas e ideológicas como el progresismo, el pensamiento woke, la Agenda 2030, el globalismo y la cultura de la cancelación. Aunque diversas en apariencia, comparten un sustrato ideológico común: la promoción de una sociedad global carente de principios y valores trascendentes, donde el control y lo material se erigen como pilares fundamentales. A través de retóricas lingüísticas cuidadosamente diseñadas, estas corrientes buscan moldear la percepción pública y orientar el pensamiento de los ciudadanos de Occidente hacia un paradigma que prioriza lo inmediato, lo material y lo global, relegando lo espiritual y lo cultural.

El lenguaje, más allá de ser una herramienta de comunicación, en un fenómeno biológico y psíquico esencial para el desarrollo humano, capaz de transmitir pensamientos, emociones e ideas mediante símbolos sonoros o gestuales. Su poder trasciende la simple expresión: puede moldear la realidad, influir en la conciencia y transformar tanto nuestro entorno como la percepción que tenemos de él. Sin embargo, este poder, cuando es manipulado con fines políticos, puede convertirse en un arma peligrosa. 

Mariano Sigman, autor de «El poder de las palabras», señala que «nuestra mente es mucho más maleable de lo que pensamos». El sesgo con el que interpretamos el lenguaje —que no siempre es tan neutro como aparenta— puede ser un arma de doble filo. En menos de un segundo procesamos palabras, emitimos juicios y adaptamos nuestros mapas mentales, lo cual puede conducirnos al crecimiento o al estancamiento, según la calidad de los juicios que interiorizamos.

Por ello, el lenguaje representa tanto una oportunidad como un riesgo. Cuando se tergiversan palabras con fines políticos, se distorsionan conceptos fundamentales, se altera la comunicación y se modifica nuestra percepción de la realidad. En consecuencia, se condicionan actitudes y comportamientos, convirtiéndose en una herramienta clave para la difusión ideológica y el ejercicio de poder y control en la sociedad. Resulta fundamental, por tanto, analizarlo de forma crítica frente a los discursos que pretenden moldear nuestra visión del mundo.

La escritora uruguaya Priscila Guinovart advierte que «cuando las palabras son tergiversadas, conceptos enteros se derrumban, la conminación pierde su sano curso y, en el mejor de los casos, la comunicación se entorpece». Esta reflexión cobra especial importancia en un contexto donde las palabras son empleadas como herramientas de poder para imponer narrativas ideológicas que alteran los fundamentos de la civilización occidental.

En este marco, el relato —entendido como construcción discursiva de la realidad— adquiere un papel determinante. La historia y la identidad de los pueblos no solo se componen de hechos, sino tambien de relatos que configuran de manera mágica y hegemónica su memoria colectiva. Quien controla el lenguaje, controla el relato; y quien controla el relato, define el sentido de la historia y el rumbo de la sociedad.

El lenguaje ha tenido un impacto profundo en la configuración de la sociedad occidental, actuando como vehículo de transmisión de valores, tradiciones y sistemas políticos. Occidente se ha forjado sobre la base de un legado histórico que incluye la influencia del mundo grecorromano, el cristianismo, el humanismo renacentista y la Ilustración. Estas corrientes han dado lugar a una cosmovisión que integra principios como la democracia liberal, el capitalismo de mercado y los derechos individuales.

Frente a este legado, las nuevas corrientes políticas y ideológicas surgidas en este siglo —el progresismo, el pensamiento woke, la Agenda 2030, el globalismo y la cultura de la cancelación— han avanzado con fuerza ante la tibia respuesta del liberalismo y el conservadurismo. Estas ideologías, y su lenguaje como principal instrumento de difusión, transforman el significado profundo de Occidente mediante la revisión de su historia, cultura y valores morales. Su énfasis en la inmediatez, la globalización, el materialismo y nuevas formas de regulación social contrasta con la visión humanista tradicional.

El discurso de estas nuevas corrientes se asienta en lo que podría definirse como la «filosofía del egoísmo» y en la pérdida de libertad que advertía el papa Joseph Ratzinger, quien afirmaba que «el otro es siempre, en última instancia, un antagonistas que nos priva de una parte de nuestra vida, una amenaza para nuestro yo y para nuestro libre desarrollo». 

Asdrúbal Aguiar, exministro venezolano, sostiene que «el falseamiento del significado de las palabras, como ocurre con quienes, mediante un trabajo de zapa, desnudan de categorías a la cultura occidental y se las apropian asignándoles contenidos diversos, trasvasa a la vieja y perversa cuestión de la mentira política». Según él, esta manipulación del lenguaje busca destruir los fundamentos de la civilización occidental judeocristiana y grecolatina mediante la descontextualización semántica [...]

Estas corrientes ideológicas usan el lenguaje para socavar el modelo occidental, cuyos valores fundamentales, según Samuel P. Huntington, incluyen su herencia clásica, la tradición cristiana, la existencia de múltiples centros de poder, el Estado de derecho, los derechos individuales, la separación entre lo espiritual y lo temporal, la democracia representativa y la economía de mercado. Parte de la fuerza transformadora de Occidente reside en su capacidad para integrar razón y fe. 

Como advierte el filósofo Rais Busom, Occidente no está preparado para tratar con civilizaciones que no desean debatir ni con nuevas ideologías que hacen tambalear sus fundamentos. Pero es legítimo que defienda activamente sus principios fundamentales y la sociedad que ha construido, la cual ha aportado innumerables beneficios a sus ciudadanos, siendo, por tanto, un «indudable avance a la humanidad». Esto cobra especial relevancia en el contexto de la llamada «batalla cultural» frente a los movimientos progresistas, el wokismo y el globalismo. 

En este libro, respaldado por 153 referencias analizo estas formas de activismo ideológico que utilizan el lenguaje como arma para reinterpretar la realidad e imponer su visión del mundo. Estudio 168 términos lingüísticos clave para entender cómo estas corrientes emplean el lenguaje, con el fin de influir en el pensamiento e imponer sus ideología; y explico cómo se apoyan en medios de comunicación, redes sociales, legislación, educación, entretenimiento y políticas corporativas para reconfigurar la percepción pública y la memoria histórica. 

Este libro pretende proporcionar un marco para reflexionar críticamente sobre cómo el lenguaje está siendo utilizado para transformar nuestra percepción de la realidad. El objetivo principal es invitar al lector a cuestionar estas narrativas, defender la diversidad de pensamiento y preservar los valores fundamentales de la civilización occidental.

Bienvenidos a La dictadura del lenguaje, el caballo de Troya de Occidente.  

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