Pascal Quignard (El odio a la música)

El conocimiento de la luz, el conocimiento del aire atmosférico: estos conocimientos tienen la misma edad que nosotros. En nuestras sociedades, esta edad no se indica a partir de la concepción sino del parto, en el orden familiar, simbólico, lingüístico, social, histórico.
El conocimiento de un mundo sonoro sin retroalimentación expresiva, sin capacidad de aprehensión o de réplica verbal, e incluso el oído de la lengua en la que vamos a nacer: estos conocimientos nos preceden en varios meses.
De dos a tres estaciones.
Los Sonoros preceden nuestro nacimiento. Preceden nuestra edad. Estos sonidos preceden incluso el sonido del nombre que todavía no llevamos, y que sólo llevaremos bastante después de que haya resonado en torno de nuestra ausencia, en el aire y en el día que aun no contienen nuestro rostro e ignoran todavía la naturaleza de nuestro sexo.                                               
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Sobre mi muerte 

Nada de música ni antes, ni durante, ni después de la incineración.
Ni siquiera una cigarra suspendida en una jaula.
Si entre los asistentes alguno llora o se suena la nariz, todos se sentirán molestos, y la molestia será tanto mayor al no estar disimulada por la música. Me disculpo entre quienes me sobrevivan por la incomodidad en que los habré colocado, pero prefiero esta molestia a la música.
Ningún tarabustis.
No se observará ningún rito. No se elevará ningún canto. No se pronunciará palabra alguna. Ninguna reproducción electrónica de lo que sea o de quien sea. Nada de abrazos, de gallos desplumados, de religión, de moral. Ni siquiera los gestos convencionales.
Me habrán dicho adiós sólo quienes callen.

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Me sorprende que algunos hombres se sorprendan de que aquellos que aman la música más refinada y compleja, y que son capaces de llorar escuchándola, sean a la vez capaces de ferocidad. El arte no es lo contrario de la barbarie. La razón no es contradictoria de la violencia. No se puede oponer lo arbitrario al Estado, la paz a la guerra, la sangre vertida al fruir del pensamiento, porque ni lo arbitrario, ni la muerte, ni la violencia, ni la sangre, ni el pensamiento son ajenos a una lógica que permanece lógica aun cuando rebase la razón.
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La música es la única entre todas las artes que colaboró en el exterminio de los judíos organizado por los alemanes entre 1933 y 1945. La única solicitada como tal por la administración de los Konzentrationlager. Hay que subrayar, en detrimento suyo, que es la única que pudo avenirse con la organización de los campos, del hambre, de la miseria, del trabajo, del dolor, de la humillación y de la muerte.
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¿Por qué la palabra sirena, que designaba a los pájaros fabulosos del relato épico de Homero, pasó a denotar la llamada chillona y espantosa de las fábricas industriales en el siglo XIX y luego la convocatoria al lugar del siniestro de los camiones de bomberos, de la policía municipal y de las ambulancias?

E. Krieg Bertin Claude (Mao Tse-tung) El emperador rojo de Pekín

Primero en la capital, y luego en todo lo ancho del país, se escenificaron unos monstruosos procesos públicos, en los campos de deporte y en las plazas públicas, en las grandes ciudades y en los villorrios insignificantes. En toda China reinaba una atmósfera exaltada, compuesta por partes iguales de entusiasmo, de soplonería, de terror, y de iniquidad. En Pekín, veinte mil personas fueron detenidas y juzgadas en un sola noche. Millares de desgraciados eran entregados al populacho, que se encargaba de ejecutarlos, después de haberlos «juzgado», Chu En-lai afirma en una declaración pública que sólo se llegaba a ejecutar al 16 por ciento de los así sometidos a «juicio». Los más prudentes cálculos sitúan entre uno y tres millones el número de las víctimas de aquella campaña de terror. Cifra enorme, aún comparada con los 500 ó 600 millones de la población.

Cuando en el mes de octubre comenzó a ceder el ritmo de los fusilamientos, llegó el turno de sentarse en el banquillo a los intelectuales que habían logrado salir con bien de la campaña del terror. El escritor Kuo Mo-jo, que goza de la confianza de Mao, es el encargado de la «línea» del partido, que en el mejor de los casos se ven obligados, para evitar males mayores, a hacer la propia autocrítica. Kuo-Mo-jo, es un afiliado de última hora procedente del antiguo régimen. Como buen neófito, pone un exagerado celo en el cumplimiento de la misión que se le ha encomendado.

Mao también decide reformar totalmente los métodos de enseñanza. Los maestros al estilo clásico son obligados a abandonar el cultivo de las artes y a la filosofía. En adelante, el profesorado deberá prestar una atención preferente a las ciencias exactas y a las distintas técnicas, procurando extremar la especialización de los estudiantes.

Habiendo hecho de este modo tabla rasa de todos los compromisos contraídos en los primeros años del régimen, Mao Tse-tung la emprende con las estructuras del sistema, con los métodos de trabajo, e incluso con las costumbres y hábitos, públicos y privados, de los funcionarios; el número de éstos ha crecido desmesuradamente, y Mao cree que se impone su depuración. 
Es la campaña de los «tres antis».

- anticorrupción
- antidespilfarro y
- antiburocracia.

A los «tres antis» sigue otra campaña: La de los «cinco antis», que apunta contra lo poco que queda de «capitalismo nacional», burguesía y comercio privado:

- antisoborno de los funcionarios,
- antifraude fiscal,
- antidespilfarro de los bienes públicos,
- antifraude comercial y
- antiuso abusivo de información en perjuicio del Estado.

Esta campaña de los «cinco antis» prepara el terreno para la total liquidación de los restos de influencia que aún pudieran conservar «burguesas» que supervivieron a la revolución y al terror. El objetivo final era la transferencia de todas las empresas al Estado. La totalidad de la industria pesada y más de la mitad de la industria de bienes de consumo se hallaba ya integrada en empresas estatales. 

Las campañas de los tres y de los cinco «antis» provocó un nuevo movimiento de locura colectiva: Las denuncias, los continuos mítines de propaganda y por encima de todo, el miedo, acabaron por trastocar totalmente el trabajo en las oficinas y en los organismos públicos, y por desbaratar definitivamete los circuitos de producción y de distribución. El puño de hierro de Mao Tse-tung consiguió restablecer el orden. En el sector de la agricultura, el presidente estimula la constitución en los pueblos de «equipos de ayuda mutua». Era la colectivización que asomaba la oreja.

Peter Sloterdijk (El desprecio de las masas) Ensayo sobre las luchas culturales de la sociedad moderna

Es una venganza de la historia en nosotros, los igualitaristas, que también tengamos que vérnoslas con la obligación de distinguir. Un aprendizaje obligado que no puede mantenerse al margen de la lección político-antropológica de los hombres modernos; esto es, la de vivir su desigualdad de un modo diferente. Tras la revolución constructivista, como ha quedado ya apuntado, todas las distinciones que eran objeto de descubrimiento han de ser transformadas en distinciones fabricadas. Las viejas distinciones, a las que uno antes se sometía, retroceden ante el avance de las nuevas que uno mismo produce —y que revisan a las primeras con tanta frecuencia como es posible.

El proyecto de desarrollar la masa como sujeto alcanza su estadio crítico tan pronto como sus reglas ponen de manifiesto que todas las distinciones han de ser ejecutadas como distinciones de la masa. Resulta evidente que la masa no va a realizar o dar como válidas distinciones que puedan hacerla caer en desventaja. Una vez que se arroga la completa potestad de hacer diferencias, las hace siempre y sin ambages a su favor. De ahí que excluya todo vocabulario o criterio cuyo uso deje traslucir sus posibles limitaciones; deslegitima así todos los juegos lingüísticos en los que no obtiene alguna ventaja. Rompe en pedazos todos los espejos que no aseguren que ella es la más bella del reino. Su situación normal es la de un continuo plebiscito encaminado a prolongar la huelga general contra toda arrogación superior. En este sentido puede afirmarse que el proyecto de la cultura de masas es —de un modo radicalmente antinietzscheano— nietzscheano: su máxima no es otra que la transmutación de todos los valores como transformación de toda diferencia vertical en diferencia horizontal. 

Ahora bien, dado que, como hemos visto, todas las distinciones son concebidas sobre la base de la igualdad, a la luz, por tanto, de un estado de indistinción determinado de antemano, sobre todas las distinciones modernas se cierne, en mayor o menor medida, la acuciante amenaza de la indiferencia. El culto a la diferencia imperante en la sociedad moderna actual, tal como se ha extendido del marco de la moda y la filosofía, tiene su razón de ser en que percibimos que todas las diferencias horizontales tienen derecho en tanto constituyen diferencias débiles, provisionales y construidas. Llamando poderosamente la atención, ellas salen a la luz haciendo ruido, como si ahora también para las distinciones rigiera la ley de supervivencia de los más aptos. Pero todas estas maniobras no tienen en realidad ninguna consecuencia: todos estos magníficos diseñadores y pensadores de la diferencia en ningún momento se arriesgan a hacer una distinción, abogan más bien por una patética distinción; dicho de otro modo, por ese axioma igualitario que pretende que toda distinción procede de la mssa, la cual, por su parte —en la medida que ella está compuesta de partículas homogéneas que supuestamente se toman el mismo esfuerzo a la hora de nacer—, constituye per definitionem una masa indistinta. Desde este ángulo de visión, el principio de identidad sobre el que se asentaba toda la filosofía clásica sigue existiendo de manera indiscutible, incluso consiguiendo más autoridad que toda instancia de validez: tan sólo ha cambiado su nombre y toma partido por una dimensión más secundaria, más negativa y reflexiva. Donde antes había identidad, ahora debe existir indiferencia y se expresa en realidad la indiferencia diferente. La diferencia que no hace distinciones, he aquí el título lógico que define a la masa. A partir de ahora identidad e indiferencia se entienden necesariamente como sinónimos. 

De nuevo, a la luz de las premisas aquí analizadas, ser masa significa distinguirse sin hacer distinción alguna. La indiferencia diferenciada es, así pues, el misterio formal de la masa y de su cultura, la cual organiza una zona media de alcance total. De ahí que su jerga no pueda ser otra que la propia de un individualismo aplanado. Cuando estamos seguros de que todo lo que hacemos para ser diferentes en realidad carece de sentido, podemos hacer lo que se nos antoja. "Hoy en día, la cultura marca todo con el signo de la semejanza". Sólo por esto en el transcurso del pasado medio siglo hemos pasado de ser una masa densa o molar a una bigarrada y molecular. La masa abigarrada es la que sabe hasta dónde se puede llegar... hasta el umbral de la distinción vertical. Puesto que al encontrarnos en un marco igualitario no estamos provocándonos unos a otros en términos objetivos, somos espectadores recíprocos de nuestras tentativas de hacernos interesantes, más o menos divertidos o despreciables. La cultura de masas presupone el fracaso de todo intento de hacer de uno alguien interesante, lo que significa hacerse mejor que los otros. Y esto lo hace de manera legítima, habida cuenta de que su dogma determina que sólo nos podemos distinguir de los demás bajo la condición de que nuestros modos de distinguirnos no supongan ninguna distinción real. Masa obliga.

David Graeber (De la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia)

Síntesis

Acerca del movimiento de tecnologías poéticas a tecnologías burocráticas

Toda la maquinaria para ahorrar mano de obra que se ha construido hasta ahora no ha aliviado el trabajo de un solo ser humano.
                                       John Stuart Mill

La premisa de este libro es que vivimos en una sociedad profundamente burocrática. Si no nos damos cuenta de ello, es en gran medida porque las prácticas y requerimientos burocráticos se han vuelto tan ubicuos que apenas podemos verlos, o peor: no nos imaginamos haciendo las mismas cosas de otra manera.

Los ordenadores han tenido un papel crucial en todo esto. Así como la invención de nuevas formas de automatismos industriales en los siglos XVIII y XIX tuvieron el paradójico efecto de convertir a cada vez más personas del mundo en trabajadores a jornada completa, el software que debía librarnos de las responsabilidades administrativas en décadas recientes nos ha acabado convirtiendo en administradores a tiempo parcial o total. Así como los profesores universitarios parecen creer que es inevitable pasar cada vez más tiempo gestionando becas, los padres sencillamente aceptan que tendrán que pasar semanas enteras, cada año, rellenando formularios online de cuarenta páginas para conseguir escuelas aceptables para sus hijos, y los dependientes de tiendas se dan cuenta de que emplearán cada vez porciones mayores de sus vidas introduciendo claves de acceso en sus teléfonos para gestionar sus varias cuentas bancarias y de crédito, y casi todo el mundo comprende que ha de aprender a realizar tareas antaño relegadas a los agentes de viajes, brokers y contables. 

Alguien cifró una vez en seis meses la cantidad de tiempo de su vida que un estadounidense medio pasa esperando que cambie la luz del semáforo. No sé si hay cifras similares para el tiempo que pasará rellenando formularios, pero ha de ser al menos otro tanto. Como mínimo me parece sensato decir que ninguna población en la historia de este planeta ha pasado jamás tanto tiempo dedicada al papeleo.

Y sin embargo todo esto se supone que está pasando tras haber derrocado al terrorífico, pasado de moda y burocrático socialismo, y el triunfo de la libertad y el mercado. Evidentemente ésta es una de las paradojas de la vida contemporánea, muy a pesar de, como en el caso de las promesas incumplidas de la tecnología, parecemos haber creado una profunda aversión a hablar del tema.

Estos problemas están claramente relacionados: por muchas razones diría que son el mismo problema. Tampoco es un problema de que las sensibilidades burocráticas (o, más específicamente, de tipo gestor) hayan asfixiado todo tipo de visión creativa e ingenio colaborativo. Lo que en realidad ha traído es una extraña inversión entre medios y fines, en que la creatividad se pone al servicio de la administración en lugar de ser al revés.

Yo lo expresaría así: en esta fase final y embrutecedora del capitalismo, estamos pasando de tecnologías poéticas a tecnologías burocráticas.

[…] Así pues, cuáles son las implicaciones políticas?

En primer lugar, me parece que tenemos que repensar radicalmente algunas de nuestras nociones más básicas acerca de la naturaleza del capitalismo. Una de ellas es que el capitalismo es, de algún modo, igual al mercado, y que ambos son, por lo tanto, hostiles a la burocracia que es una criatura del Estado. La segunda es que el capitalismo es, por naturaleza, esencialmente progresista. Parecería que Marx y Engels, en su atolondrado entusiasmo por las revoluciones industriales de su época, sencillamente estuvieran equivocados a este respecto. O, para ser más precisos: tenían razón al insistir en que la mecanización de la producción industrial acabaría destruyendo el capitalismo; erraban al afirmar que la competencia del mercado obligaría a los propietarios a seguir, en cualquier caso, con la mecanización. Si no ocurrió así es porque la competencia mercantil no es, en realidad, tan crucial para la naturaleza del capitalismo como ellos habían predicho. Como mínimo la actual forma del capitalismo, en la que gran parte de la competencia parece tomar forma de mercadotecnia interna dentro de las estructuras burocráticas de grandes empresas en casi monopolio, les habría resultado seguramente sorprendente. 

En general, los defensores del capitalismo efectúan tres grandes aseveraciones históricas: la primera, que ha impulsado un rápido desarrollo científico y tecnológico; la segunda, que aunque pueda arrojar enormes riquezas a una minoría, lo hace de tal manera que genera prosperidad para todo el mudo, y la tercera, que al hacerlo crea un mundo más seguro y más democrático. Es bastante evidente que en el siglo XXI el capitalismo no está haciendo ninguna de estas tres cosas. De hecho, sus partidarios están cada vez más abandonando la aseveración de que se trata de un sistema especialmente bueno, y se apoyan, en lugar de ello, en la que que es el único sistema posible, o al menos el único posible para una sociedad compleja y tecnológicamente sofisticada como la nuestra.

Como antropólogo, me enfrento a esta argumentación continuamente.

ESCÉPTICO: Puedes tener todos los sueños utópicos que quieras, pero estoy hablando de un sistema político o económico que realmente funcione. Y la experiencia nos ha demostrado que lo que tenemos es la única opción, en realidad.

YO. ¿Nuestra forma particular de gobierno de representación limitada (o capitalismo corporativo) es la única forma posible de sistema económico o político? La experiencia no demuestra eso. Si analizas la historia de la humanidad, puedes hallar cientos, incluso miles de sistemas políticos y económicos diferentes. Muchos de ellos son completamente diferentes a lo que tenemos ahora.

ESCÉPTICO: Evidentemente, pero tú hablas de sociedades a una escala más pequeña y sencilla, o con una base tecnológica mucho más sencilla. Yo hablo de sociedades modernas, complejas, tecnológicamente avanzadas. Así que tus contraejemplos son irrelevantes.

YO: Un momento. ¿Estás diciendo que el progreso tecnológico en realidad ha limitado nuestras posibilidades sociales? ¡Pensaba que era más bien al revés!

Byung-Chul Han (La salvación de lo bello)

El encubrimiento erotiza también el texto. Según san Agustín, Dios oscurecía intencionadamente las Sagradas Escrituras con metáforas, con una «capa de figuras» para convertirlas en objeto de deseo. El bello vestido hecho de metáforas erotiza las Escrituras. Es decir, el revestimiento es esencial para las Escrituras; es más, para lo bello. La técnica del encubrimiento convierte la hermenéutica en una erótica. Maximiza el placer por el texto y convierte la lectura en un acto amoroso.

También la Torá se sirve de la técnica del encubrimiento. Es expuesta como una amada que se oculta y que solo por un momento desvela su rostro a su amado, que permanece él mismo en lo oculto. La lectura se convierte en una aventura erótica:

           Ciertamente, la Torá deja que una palabra se salga de su urna hacia fuera, para que aparezca un momento y vuelva a esconderse enseguida. Y cuando la Torá se revela saliéndose de su urna para de inmediato volver a esconderse, solo lo hace para que aquellos que la reconocen y están familiarizados con ella. Pues la Torá es como una amada bella y coqueta que se esconde en una cámara oculta en su palacio. Ella tiene un único amado de quien nadie tiene noticia y que permanece escondido en lo oculto. Por amor a ella, este amado merodea una y otra vez el portal de su casa y (buscándola), pasea su mirada por todas partes. Ella sabe que el amado siempre anda rondando el portal de su casa. ¿Y qué hace? Abre una pequeña ranura en aquella cámara escondida en la que está, desvela por un momento su rostro al amado y enseguida se vuelve a esconder.

La Torá es «patente y oculta». Habla «a través de un tenue velo de palabras alegóricas». A su amado le cuenta «todos sus secretos ocultos y todas sus vías ocultas, que se guardan en su corazón desde los días primigenios». 

Básicamente, las informaciones no se pueden velar. Por su esencia misma son transparentes. Tan solo tienen que estar dadas. Rechazan toda metáfora, todo revestimiento velador. Hablan directamente. En eso se distinguen también del saber, que puede retirarse hacia el secreto. Las informaciones obedecen a un principio totalmente distinto: están orientadas hacia el desvelamiento, hacia la verdad última. Conforme a su esencia propia son pornográficas.

Según Barthes, el encubrimiento forma parte esencial de lo erótico. El «lugar más erótico» de un cuerpo es aquel «donde la vestimenta se abre», aquella zona de la piel que «centellea entre dos piezas (el pantalón y la pulóver), entre dos bordes (la camisa entreabierta, el guante y la manga)». Es erótica la «puesta en escena de una aparición-desaparición». La fisura, la ruptura y el hueco son lo que constituye lo erótico. El placer erótico por el texto se distingue del «placer del destape corporal», que surge de un desvelamiento progresivo. También es pornografía una novela de un único hilo argumental que se dirige a un desvelamiento definitivo, a una verdad final. «Toda la excitación se refugia en la esperanza de ver el sexo (el sueño del colegial) o de conocer el fin de la historia (satisfacción novelesca). Lo erótico se las arregla sin verdad. Es una apariencia, un fenómeno del velo. 

La seducción juega «la intuición de lo que en el otro permanece eternamente secreto para él mismo, sobre lo que jamás sabré de él y que, sin embargo, me atrae bajo el sello del secreto. Inherente a ella es un «pathos de la distancia», es más, un pathos del encubrimiento. Ya la intimidad del amor elimina esa distancia secreta que es esencial para la seducción. Finalmente, la pornografía la hace desaparecer por completo:

               De una figura a la otra, de la seducción al amor, juego al deseo y a la sexualidad, finalmente al puro y simple porno, cuanto más se avanza, más adelantados en el sentido de un secreto menor, de un enigma menor, más adelantamos en el sentido de la confesión, de la expresión, del desvelamiento,

No solo se desnuda el cuerpo, sino también el alma. La pornografía anímica es el final definitivo de la seducción, que es más juego que verdad.

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