Fernando Díaz Villanueva - Alberto Garín (Contra la revolución francesa) Ni libertad, ni igualdad, ni fraternidad

AG
Tras la marcha sobre Versalles, la Asamblea Nacional ya instalada en París teme que el resto del país se incendie por cualquier nimiedad. El proceso acumula ya varios meses y en provincias se está al tanto de todo lo que ha ido ocurriendo en París. La Asamblea actúa entonces como lo había hecho durante el verano. Se ponen a legislar como locos con la intención de tranquilizar a la bestia revolucionaria. Sucede exactamente lo mismo que tras la toma de la Bastilla o el Gran Miedo. Cada vez que ocurre algo en la calle, los asambleístas se ven obligados a tomar decisiones arriesgadas para evitar que vuelva a armarse. Las noticias del regreso del rey a París recorren Francia a toda velocidad. En apenas unos días han alcanzado todos los rincones del reino. Esa revuelta se extiende por las provincias, pero ya es poco lo que pueden ofrecer. Han desposeído al rey de sus poderes, le han obligado a establecerse en París, han tomado la cárcel real de la Bastilla, han asaltado el palacio de Versalles, se han puesto con una nueva constitución de la cual ya han promulgado un adelanto con los Derechos del Hombre y del Ciudadano, han abolido el régimen señorial, han desarticulado la administración regional..., pero el malestar se mantiene e incluso se agrava. Necesitas un nuevo chivo expiatorio que esta vez será la Iglesia católica. Si antes se habían concentrado en la Corona y en los nobles, a quienes les habían quitado todos sus poderes y privilegios, ahora se concentrarán en el brazo eclesiástico. Se ponen a legislar para ir desmontado el poder de la Iglesia.

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Se decantan por una solución aparentemente fácil, la de desamortizar los bienes eclesiástico. Los diezmos ya habían sido abolidos con los decretos de agosto, así que solo les quedaba ir a por la estructura en sí misma. Empiezan rápido, menos de un mes después de la marcha sobre Versalles. La idea es que si lo que aflige a los revoltosos son problemas económicos y la escasez de pan, tomémoslo de la Iglesia, que tiene los graneros llenos. No era cierto. la Iglesia francesa no tenía precisamente los templos y abadías rebosantes de comida porque la crisis alcanzaba a todos, pero la iniciativa sonaba bien y la ponen en marcha. Las soluciones mágicas e inmediatas a problemas reales es algo muy típico de todas las revoluciones desde entonces. Si, aunque la revolución ya esté en marcha, falta algo o no salen las cosas como estaba pensado, se encuentra rápido algo o alguien que cargue con las culpas.

AG
Y no solo los revolucionarios. Recuerda que hoy, en pleno siglo XXI, cada vez que hay una crisis económica y aumenta el desempleo siempre hay alguien que propone expropiar a los ricos para resolver el problema.

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El hecho es que no es la primera vez que se realizaba una desamortización eclesiástica. En el siglo XVI, coincidiendo con la reforma protestante, se llevaron a cabo ambiciosas desamortizaciones en lugares como Alemania, Escandinavia o Gran Bretaña. Pero en aquella ocasión la estructura social asociada a esos bienes desamortizados se mantuvo de una u otra forma. Esta vez es diferente.

AG
Diferente y en ocasiones dramático. Tenemos una idea equivocada de las desamortizaciones contemporáneas. Recuerdo cuando era un adolescente y me explicaron la desamortización en España, que es muy posterior, no llegaría hasta después de la muerte de Fernando VII. Nos decía el profesor que era necesario desamortizar porque la tierra en manos de la Iglesia era de manos muertas, es decir, permanecía inculta sin producir nada. Aquello me espantaba, pensaba que, en torno a los pueblos, había miles de hectáreas improductivas mientras los habitantes de la comarca pasaban necesidad. La Iglesia había ido recibiendo generación tras generación muchas parcelas que luego condenaba al olvido y dejaba sin cultivar. Pero eso no era necesariamente así. Vemos las desamortizaciones de un modo excesivamente simplificado. La Iglesia podía no poner en cultivo aquellas tierras, pero lo normal es que se cosechaba en ellas mediante una serie de redes locales de tipo caritativo. La Iglesia podía arrendar esas tierras a bajo precio o permitir que se pastorease o se recolectase frutos en sus bosques. De hecho, lo hacía muy a menudo. Al párroco, a fin de cuentas, no le interesaba ver a sus feligreses hambrientos, los pueblos eran pequeños y todos se conocían. A cambio de eso la Iglesia ganaba, naturalmente. Cobraba esas arriendos y el diezmo, es decir, el 10% de la producción, pero el sistema funcionaba. Recordemos que hoy solo el IVA es del 21%, a lo que hay que sumarle varios impuestos más.

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Pero es que no tenían la intención de que los aldeanos hiciesen cálculos, sino legislar como ya habían hecho con los derechos señoriales. Veíamos antes que su abolición trajo problemas en el corto plazo, con esto viene a suceder lo mismo. Al expropiar los bienes de la Iglesia eliminan una red existente desde hacía siglos y a cambio no se ofrece nada, dejando desasistidos a muchos campesinos que vivían de cultivar esos terrenos. Pero la intención no era ofrecer nada, sino proveerse de fondos. Una vez confiscadas las tierras se tasaron y se pusieron a la venta, Esa misma operación también supo venderse bien. Venderían esas tierras a burgueses acomodados y con el dinero obtenido podrían atender el problema de la escasez de pan. Es una solución cortoplacista, como casi todo lo que hace la Asamblea Nacional. Con eso podrían resolver el problema del invierno de 1790, pero el año siguiente ya no habría más propiedades eclesiásticas que desamortizar, habían vendido las joyas de la Corona y no tenían más.

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AG
La Vandea es una mancha en el expediente sobre la que prefieren pasar por encima dejándolo en una simple revuelta reaccionaria. Se puede entender que los revolucionarios guillotinasen a los nobles, ya que disfrutaban de injustificables privilegios y oprimían al Tercer Estado, pero eso de matar a los campesinos cuando precisamente has hecho la revolución en su nombre es algo que no encaja en el relato conónico. Esto me lleva a hacer una reflexión que es válida para otras revoluciones que perseguían liberar a un pueblo que luego resultó que no quería ser liberado. Cuando lo descubren deciden que a ese pueblo hay que eliminarlo porque no está dispuesto a comprar la mercancía revolucionaria que se ha fabricado para él. Si no compran la revolución se convierten en un obstáculo, y como la revolución en un fin en sí mismo y no puede detenerse, hay que despejar el camino de la forma más expeditiva posible. Esa purga servirá de ejemplo para los demás y para lo que vengan después, que tendrán la mente más abierta a los avances de la revolucioón.

FDV
Esto no es algo que estemos interpretando. La voluntad de imponer por la fuerza la revolución nace de sus protagonistas. Ahí tenemos los textos de Saint-Just y Marat o los de Robespierre. Saint-Just decía que una nación solo se regenera sobre un montón de cadáveres. La idea de regenerar y empezar de cero es muy poderosa. Hemos ido viendo en las páginas anteriores como la tabula rasa es uno de los principios rectores de la Revolución Francesa desde sus primeros días. Si nos vamos más atrás, a la época en la que los ilustrados se dedicaban a filosofar y a proponer reformas, nos encontramos con que, aunque gustaban de hablar en nombre del pueblo, no tenían intención alguna de consultar con este los cambios que proponían. La revolución parte de una reflexión filosófica de carácter aristocrático. El nuevo orden lo conciben los aristócratas pensadores muy cercanos a la aristocracia que exponen sus teorías en salones palaciegos. Esas teorías van llegando de forma paulatina a los burgueses adinerados de las grandes ciudades que quieren emular los entretenimientos de los nobles y que tienen tiempo para reflexionar sobre estas cosas. El pueblo ni está ni se le espera. Es un esquema piramidal y descendente.

AG
Cuando la situación se pone tensa en la calle a raíz de la crisis económica de la década de 1780 esas clases acomodadas tienen el catecismo bien aprendido y lo transmiten a la masa hambrienta y, por lo general, analfabeta. Les vienen a decir que todo va mal porque el país no se gobierna adecuadamente, porque el rey, los nobles y la Iglesia tienen demasiados privilegios. Es necesario dar la vuelta al calcetín para que las cosas mejoren. Tenemos, por lo tanto, dos movimientos. Uno ascendente, que es el de ese pueblo que no tienen pan y es víctima del desabastecimiento, y otro descendente que es el de muchos nobles y burgueses que traen bajo el brazo un corpus teórico elaborado en las décadas precedentes. Ambos movimientos confluyen en este momento histórico en Francia. En el caso de Vandea y otras zonas rurales del país los dos movimientos confluyen, pero no coinciden, chocan violentamente. 

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