Philipp Blom (El gran teatro del mundo)

 ENDARKENMENT

¿Ha fracasado el ideal de la convivencia cosmopolita al colisionar con la naturaleza humana, la realidad de la globalización y la reacción defensiva que esta suscita? ¿Ha fracasado la Ilustración? ¿Es la única respuesta consecuente, à la Rousseau, refugiarse en los bosques y fundar una república de la virtud en la que un legislador sabio impone, con violencia si es necesario, lo que él y los suyos consideran bueno? A la vista de las migraciones globales, de la redes sociales y de la furiosa política identitaria, ¿es suficiente esperar que lo común se realice en la pluralidad? ¿Viene, después de las Luces (Enlightenment), el oscurecimiento, el Endarkenment?

Cuanta más presión —interna y externa soporten los grupos humanos, más grande es la probabilidad de que aumenten el miedo y se narren historias sobre luchas históricas y superioridad que hace tiempo dejaron de ser verdad. 

Los enemigos se identifican de conformidad con esa lógica: así se buscan los chivos expiatorios, se mata a las víctimas. Siempre hay alguien a quien incluso los más miserables pueden mirar desde arriba y pisotear. Desde Rusia hasta las Filipinas pasando por Hungría, y desde China hasta Brasil y los Estados Unidos, el universo se ha dado por muerto, se ha escogido o ha quedado totalmente derogado, se han restringido los derechos humanos y también los derechos civiles, se han cerrado o socavado las libertades. Asistimos a la agonía del modelo democrático y progresista de la segunda posguerra.

La Ilustración defendió esos derechos, pero desde su perspectiva no se comprende la furia de nuestra modernidad globalizada, líquida, porque los ilustrados no pudieron pensar más allá de un desarrollo gradual de sus sociedades. ¿Significa eso que la Ilustración ha fracasado, que es uno de los muchos extravíos de la historia que exige incontables sacrificios antes de que se derrumbe sobre sí mismo o acabe enterrado? 

¿O estamos ante el caso contrario? Es posible que, en el curso de su historia, la Ilustración haya quedado por detrás de sus propias exigencias precisamente porque no haya pensando lo suficiente —y lo cierto es que desde el horizonte de sus contemporáneos no podía ir mucho más lejos, pues la magnitud de la transformación que provocó la Revolución Industrial no era previsible: véase la máquina de vapor de Diderot—. La idea básica de la Ilustración era ser la oposición, una corriente de pensamiento orientada introducir una nueva imagen del hombre en cultura, ciencia y política. Los derechos humanos universales y el pensamiento racional primero tuvieron que introducirse y defenderse en el debate público, pero lograron imponerse porque estaban estrechamente vinculados a los intereses de una clase media culta. 

Ese es también el talón de Aquiles del pensamiento ilustrado: el malentendido, la falsa idea de que las sociedades humanas se desarrollarían de manera lineal y racional porque los hombres son seres racionales. La idea fracasó porque el Homo sapiens comparte con todos los demás animales la cualidad de que las fuerzas que lo mueven no son racionales, y tampoco aspiran a una vida según principios racionales y no siguen en primer lugar motivaciones racionales. 

Una parte considerable de la imagen ilustrada del hombre parece, por tanto, producto de un entusiasmo histórico, en concreto, del momento en que la razón, como señaló Peter Gay, estuvo por primera vez en la historia de la humanidad en condiciones de prevalecer con hipótesis y experimentos científicos y así aprovechar fuerzas ocultas como al electricidad, descubrir nuevos mundos con el microscopio y modificar el que habitaba. Al mismo tiempo, dicha idea encajaba en la del ser racional de la concepción cristiana del alma y su relación con el cuerpo. El dualismo cartesiano, espíritu y materia, se adecuaba eficazmente para una transformación de viejos contenidos en una nueva forma. El hombre como ser racional en lucha con la corporeidad irracional se podía integrar fácilmente en maneras de pensar preexistentes. 

La razón ilustrada y el alma cristiana se asemejaban tanto entre sí que aquella pudo ocupar el lugar del alma. El alma del cristianismo debía limpiarse de los bajos instintos y deseos del cuerpo. La razón ilustrada tradujo ese mecanismo a su propio vocabulario. Sensualidad e instinto no se contemplaban ni se combatían con la razón; solo la razón pura podía alcanzar el objetivo. Fue algo parecido a un cambio de etiquetas. Allí donde había razón, a menudo también había alma.

Es comprensible, pues, que, en medio de la euforia ilustrada, pareciera que el objetivo de la historia era un orden racional del mundo, con individuos racionales y autónomos, un paraíso secularizado. Después, durante el siglo XX, la pía ilusión del hombre como ser racional se pisoteó tan a menudo que ya no parecía sostenible. Se racionalizaron incluso los peores asesinatos masivos de la modernidad, se respaldaron con argumentos filosóficos y científicos que iban desde las mediciones craneales hasta Heidegger, desde los gulags hasta los campos de exterminio. Kant había pedido que el hombre saliera de su «minoría de edad autoculpable», pero entretanto se vio que más allá de esa salida pueden ocurrir cosas terribles y que son cada ves más los que han dejado de buscarla. 

Por tanto, los ilustrados no pensaron solo de manera científico-empírica; también concibieron ficciones sólidas. Por una parte, insistían en la importancia de estudiar y comprender la naturaleza y a los seres humanos del medio más racional y realista posible; por la otra, se fijaron metas lejanas que solo se podrían alcanzar gracias a una convivencia civilizada y a una mejora de las sociedades humanas. Los derechos humanos —libertad, igualdad— son algunas de esas ficciones, pues en la naturaleza no existen. Ninguna brizna de hierba, ningún arenque, ningún fénec tienen derecho a nada. 

Los derechos se otorgan dentro de grupos basándose en jerarquías sociales y por interés propio, de acuerdo con un relato que una sociedad se cuanta a sí misma. Cada lobo de la manada ocupa en la jerarquía un lugar vinculado a determinados derechos (quién come primero, apareamiento). El Homo sapiens es el único animal que, al menos en teoría, ha ampliado esa garantía por encima de su manda y la propia tribu para hacerla extensiva a toda la especie. Es todavía muy reciente el relato histórico que afirma que todos los hombres tienen los mismos derechos y libertades y que, dentro de la comunidad en que se narra esa historia, cada miembro es igual a los demás. 

Esa historía hay que volver a narrársela una y otra vez. Hay que insuflarle nueva vida, volver a desafiar al statu quo. Esos derechos humanos no los dicta un dios, ni un mito de la Creación ni un catálogo de mandamientos divinos. Solo dependen de la determinación de los que abogan por ellos.

La doble orientación estratégica de la Ilustración combina el saber empírico y sólido con ficciones necesarias. ¿Qué pasaría, entonces, si pensáramos la Ilustración de un modo más ambicioso y consecuente?

Blom Philipp (Lo que está en juego)

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