Edgar Morin (La mente bien ordenada)

La cultura no sólo está recortada ya en piezas sueltas sino también en dos bloques. La gran desunión que existe entre la cultura de las humanidades y la cultura científica, comenzada en el siglo pasado y agravada en el nuestro, entraña graves consecuencias para ambas. La cultura humanista es una cultura genérica, que, por medio de la filosofía, el ensayo, la novela, alimenta la inteligencia general, se enfrenta a los grandes interrogantes humanos, estimula la reflexión sobre el saber y favorece la integración personal de los conocimientos. La cultura científica, de naturaleza totalmente distinta, separa los campos del conocimiento, suscita admirables descubrimientos, teorías geniales, pero no una reflexión sobre el destino humano y sobre el curso de la ciencia misma. La cultura de las humanidades tiende a volverse como un molino privado del grano de los logros científicos sobre el mundo y sobre la vida que debería alimentar sus grandes interrogantes; la cultura científica, privada de reflexividad sobre los problemas generales y globales, pasa a ser incapaz de pensarse ella misma y de pensar los problemas sociales y humanos que plantea.


Ulrich Beck (Libertad o capitalismo) Conversaciones con Johannes Willms


J.W.: ¿Cuáles son las concepciones enemigas de esta cultura de los individuos?
U.B.: Por una parte, las culturas originales cerradas, definidas étnicamente y generadoras de colectividad. Pero también las nuevas ideologías del comunitarismo, que predican de nuevo el espíritu comunitario, como quiera que combaten el individualismo; esto vale, en especial, para la América rica. Generalmente, suelen asociarse con movimientos y fundamentalismos religiosos, así como con ciertas concepciones de la nación, la familia y la comunidad que, desde sus viejas formas, se proyectan sobre el futuro y se enfrentan agresivamente a las tendencias vigentes de la individualización. Esto puede desembocar en unas polarizaciones muy graves y hasta de una escisión de la sociedad.
Pero es más interesante todavía la oposición entre esta cultura de la libertad y el capitalismo agresivo. Es posible que, en un futuro, tengamos que vérnoslas con un dilema del tipo <<libertad o capitalismo>>.

* Ulrich Beck (Una Europa alemana)
* Ulrich Beck (La metamorfosis del mundo) 

Stéphane Hessel ( ¡Indignaos! ) Un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica

El motivo de la resistencia es la indignación

Se atreven a decirnos que el Estado ya no puede garantizar los costos de estas medidas ciudadanas. Pero ¿cómo puede ser que actualmente no hay suficiente dinero para mantener y prolongar estas conquistas cuando la producción de riqueza ha aumentado consideradamente desde la Liberación, un periodo en el que Europa estaba en la ruina? Pues porque el poder del dinero, tan combatido por la Resistencia, nunca había sido tan grande, insolente, egoísta con todos, desde sus propios siervos hasta la más altas esferas del Estado. Los bancos, privatizados, se preocupan en primer lugar de sus dividendos y de los altísimos sueldos de sus dirigentes, pero no del interes general. Nunca había sido tan importante la distancia entre los más pobres y los más ricos, ni tan alentada la competitividad y la carrera por el dinero.
El motivo fundamental de la Resistencia fue la indignación. Nosotros, veteranos de la Resistencia y de las fuerzas combatientes de la Francia Libre, apelamos a las jóvenes generaciones a dar su vida y transmitir la herencia de la Resistencia y sus ideales. Nosotros les decimos: coged el relevo, ¡indignaos! Los responsables políticos, económicos, intelectuales y el conjunto de la sociedad no pueden claudicar ni dejarse impresionar por la dictadura actual de los mercados financieros que amenazan la paz y la democracia.
Os deseo a todos, a cada uno de vosotros, que tengáis vuestro motivo de indignación. Es un valor precioso. Cuando algo te indigna como a mí me indigno el nazismo, te conviertes en alguien militante, fuerte y comprometido. Pasas a formar parte de esa corriente histórica, y la gran corriente debe seguir gracias a cada uno. Esa corriente tiende hacia mayor justicia, mayor libertad, pero no hacia esa libertad incontrolada del zorro en el gallinero. Esos derechos, cuyo programa recoge la Declaración Universal de 1948, son universales. Si os encontráis con alguien que no se beneficia de ellos, compadecedlo y ayudadlo a conquistarlos.

Pierre Sansot (Del buen uso de la lentitud)

Callejear

Callejear no es detener el tiempo, sino adaptarse a él sin que nos atropelle. Implica disponibilidad y en resumidas cuentas no querer apresar al mundo. Contemplamos las mercancías sin tener necesariamente el deseo de comprarlas. Miramos los rostros con discreción y no tratamos de llamar su atención. Caminar libre, lentamente, en una ciudad presurosa, no atribuir valor más que a la maravilla del instante en una sociedad mercantilista, suscita mi simpatía. En el aspecto de la callejeadora ociosa hay algo de soberano y fluido. La mirada curiosa, sagaz, móvil del que callejea respira inteligencia y me resulta agradable observar a ambos.

Rafael Sánchez Ferlosio (Vendrán más años malos y nos harán más ciegos)

¿Qué es esto? El hombre se azuza a sí mismo o se pone bozal, como si fuese su propio perro; se arrea a latigazos sobre sus propias carnes o, embridado por propia mano y propia voluntad, refrena su carrera estirándose hacía atrás las comisuras de los labios con el hierro del bocado, como si fuese su propio caballo; o, en fin, si hay que clavar un clavo, se empuña por los tobillos y golpea con la nuca la cabeza del clavo, como si fuese su propio martillo. ¡María santísima, qué barbaridad!

Ortega y Gasset (El hombre y la gente)


Si los hombres supiesen medir la profundidad de que proviene la mirada de la mujer, se ahorrarían muchos errores y muchas penas. Porque hay la mirada que se concede como una limosna -poco honda, lo justo para ser una mirada. Pero hay también la mirada que viene de los más profundo, trayéndose su raíz misma desde el abismo del ser femenino, mirada que emerge como cargada de algas y perlas y de todo el paisaje sumergido, esencialmente sumergido y oculto que es la mujer cuando es de verdad, esto es, profundamente, abismáticamente, mujer. Esta es la mirada saturada, en la que rebosa su propio querer ser mirada, mientras que la primera era asténica, casi no era mirada, sino simple ver. Si el hombre no fuese vanidoso y no interpretase cualquier gesto insuficiente de la mujer como prueba de que ésta está enamorada de él, si suspendiese su opinión hasta que en ella se produzcan gestos saturados, no padecería las dolorosas sorpresas que son tan frecuentes.
Repito, desde el fondo de radical soledad que es propiamente nuestra vida, practicamos, una y otra ves, un intento de interpretación, de des-soledadizarnos asomándonos al otro ser humano, deseando darle nuestra vida y recibir la suya.
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La cortesía, como más adelante veremos, es una técnica social que hace más suave ese choque y lucha y roce que la socialidad es. Crea una sería de mínimos muelles en torno a cada individuo que amenguan el topetazo de los demás contra nosotros y de nosotros sobre ello. La mejor prueba de que es así la tenemos en que la cortesía ha sabido lograr sus formas más perfectas, ricas y refinadas en los países cuya densidad de población era grande. De aquí que llegase a su máximum donde esta es máxima, a saber, en Extremo Oriente, en China y Japón, donde los hombres tienen que vivir demasiado cerca los unos de los otros, casi encima los unos de los otros. Sin aquellos múltiples muellecillos, la convivencia sería imposible. Sabido es que el europeo produce en China la impresión de un ser rudo, grosero y profundamente mal educado. No es, pues, sorprendente que en la lengua japonesa se haya llegado a suprimir esos dos pistoletazos —un poco, a veces un mucho, impertinentes—que son el yo en que inyecto, quiera o no, al prójimo mi personalidad, y en el mi idea de la suya. Ambos pronombres personales han sido allí sustituidos por floridas fórmulas ceremoniosas, de suerte que, en vez de decir , se dice algo así como «la maravilla que hay ahí», y en vez de decir yo, algo así como «la miseria aquí presente». 

Juan Goytisolo (La saga de los Marx)


Aquello se llamaba llover sobre mojado!
desde hacía meses, primero con sorpresa, luego con bochorno, por fin con consternación habían asistido a través de la pantalla del televisor y titulares de prensa exhibida en quioscos al desmantelamiento de los sistemas supuestamente fundados en su pensamiento, la caída de muros y atalayas de vigilancia, explosiones de júbilo de quienes los pontífices de de la intelligentzia londinense definían como cobayas de su laboratorio siniestro, a la pasmosa metamorfosis de empedernidos doctrinarios en traficantes y beneficiarios de la panacea universal de la privatización
a punto comenzó la quema de sus retratos y efigies, el derribo clamoroso de estatuas
las sujetaban con cables a los mismos tractores que años atrás simbolizaban en los cuadros y frescos murales de mieses y campesinos las victorias fulgurantes del socialismo y, tras una larga espera, destinada a permitir a los voluntarios la socava de los fundamentos del pedestal, las tumbaban con todo el peso de la plúmbea y gigantesca mole en medio de los vítores del gentío
con treinta y pico de años de retraso, la Trimuriti del socialismo científico corría la misma suerte que su astuto y bigotudo descendiente
no les llamaban ya, irónicamente, la Banda de los Cuatro?
(hasta un periodista chusco había alcanzado momentánea notoriedad denominando a Engels <<la nueva viuda de Mao>>
ese día, Laura no puedo contener la cólera, rompió en sollozos y salió de la habitación dando un portazo)
dónde quedaba el dies irae que desbarataría por entero la industria europea, asfixiaría sus mercados, arruinaría a las clases poseedoras, ocasionaría la bancarrota total de la burguesía?
la brusca aceleración de la historia, no se había producido irónicamente contra él?
si el comunismo debía ser la última fase de la epopeya humana, el materialismo era justo y la doctrina del valor trabajo ocultaba astutamente la del grado final de utilidad, cómo explicar el increíble y brutal salto atrás?

Fernando Savater (Ética y ciudadanía)


- En nuestra democracia las mayorías que consolidan el triunfo de un candidato se corresponden con individuos de muy bajo nivel educativo, y por lo tanto no podemos esperar que resulten electos candidatos que trasmitan un mensaje veraz, elevado, sin ofertas engañosas. ¿ Cómo enfrentar, a corto plazo, que el poder de elegir resida en una mayoría cegada por la ignorancia y las falsas promesas?

- Con la educación, exigiendo la educación y exigiendo que las personas educadas se tomen la molestia de dedicarse a la política. Si alguien deplora aquí que todos los candidatos para los cargos públicos parecen ignorantes, y él se considera una persona culta, lo que tiene que intentar es presentarse él a las elecciones, es decir, no simplemente quejarse de que los demás no se presenten.
Cuando veníamos en el coche para acá recordábamos ese epitafio tan hermoso que puso en su tumba Wully Brandt, que es: <<se tomó la molestia>>. Creo que es lo mejor que se puede decir de una persona; es decir, ya sabemos que para la mayoría de las cosas, para arreglarlas, hay que tomarse molestias. Quizás el único timbre de gloria que uno pueda tener no es: <<lo resolvió todo>>, triunfó, tuvo un gran éxito>>; sino: al menos, se tomó la molestia.

Eduardo Mendoza (Sin noticias de Gurb)


23.00 Ceno solo en el restaurante chino de la esquina. Puesto que soy el único comensal, el dueño del establecimiento se sienta e mi mesa y me da conversación. Se llama Pilarín Kao (lo bautizó un misionero desaprensivo) y es natural de Kiang-Si. De niño emigró a San Francisco, pero se equivocó de barco y llegó a Barcelona. Como no ha aprendido el alfabeto latino, todavía no se ha percatado de su error, ni yo hago nada por sacarle de él. Se ha casado y tiene cuatro hijos: Pilarín (el primogénito), Chiang, Wong y Sergi. Trabaja de sol a sol, de lunes a sábado. El domingo es su día de asueto y lo dedica a buscar el Golden Gate (en verano) en compañía de su familia. Me dice que su ilusión es volver a China; que para eso trabaja y ahorra. Me pregunta a qué me dedico yo. Para no liarle, le digo que soy cantante de boleros. Ah, a él le gustan mucho los boleros, dice, porque le recuerdan a Kiang-Si, su añorada patria. Me invita a una copita de aguardiente chino, que él mismo fabrica destilando lo que la clientela se deja en los platos. Es un líquido de color marrón, algo espeso, de sabor indefinible, pero muy aromático.

00.00 Cantamos Bésame mucho. Otra copita.
00.05 Cantamos Cuando estoy contigo. Otra copita.
00.10 Cantamos Tú me acostumbraste. Otra copita.
00.15 Nos hacemos coletas de fideos, cantamos Anoche hablé con la luna y salimos en busca del Golden Gate. Para animar la travesía, me llevo la botella.
00.30 Bajamos por la calle Balmes cantando De nuevo frente a frente y preguntando a todo el mundo si alguien ha visto un puente colgante. ¡Qué risa!
00.50 Nos sentamos en la puerta del banco Altántico y cantamos Cuidado con tus mentiras. Lloramos.
01.20 Nos sentamos en las escaleras de la catedral y cantamos Permíteme aplaudir por la forma de herir mis sentimientos. Lloramos.
01.40 Nos estiramos en el suelo de la plaza de San Felipe Neri y cantamos Más daño me hizo tu amor. Lloramos.
02.00 Damos vueltas a la Sagrada Familia cantando a voz en cuello. El Golden Gate no aparece por ninguna parte, pero a la tercera vuelta se asoma Subirachs a un ventanuco a ver qué pasa. Le cantamos Voy a apagar la luz para pensar en ti.
02.20 Paramos un taxi, subimos y le pedimos al taxista que nos lleve a China. En el taxi cantamos Se me olvidó que te olvidé.
02.30 El taxista nos deposita en la puerta de la comisaría y encima nos cobra la carrera. No le damos ni un real de propina.
02.55 Amonestado por la autoridad, regreso a casa. Subo las escaleras a cuatro patas. Quiera Dios que mi vecina no me vea en esta condición tan degradada.
03.10 Todo me da vueltas. Mascullo unas oraciones y me meto en la cama. Todavía sin noticias de Gurb.

Steven Pinker (La tabla rasa) La negación moderna de la naturaleza humana.

Contrariamente a la creencia extendida por los científicos radicales, durante la mayor parte del siglo XX la eugenesia fue una de las causas favoritas de la izquierda, no de la derecha. La defendieron progresistas, liberales y socialistas, entre ellos Theodore Roosevelt, H.G. Wells, Emma Godman, George Bernard Shaw, Harold Laski, John Maynard Keynes, Sidney y Beatrice Webb, Margaret Sanger y los biólogos marxistas J.B.S. Haldane y Herman Muller. No es difícil entender por qué se cerraron filas en este sentido. Los católicos conservadores y el protestantismo fundamentalista de Estos Unidos odiaban la eugenesia porque era un intento de las élites intelectual y científica de jugar a ser Dios. A los progresistas les encantaba la eugenesia porque estaba del lado de la reforma, no del statu quo; del activismo, no del liberalismo; y de la responsabilidad social, no del egoísmo. Además, les parecía bien que el Estado interviniera para alcanzar una meta social. La mayoría de ellos abandonó la eugenesia sólo cuando vieron que conducía a las esterilizaciones forzosas en Estados Unidos y en Europa Occidental y, más tarde, a la política de la Alemania nazi. La historia de la eugenesia es uno de los muchos casos en que los problemas morales que plantea la naturaleza humana no se pueden reducir a los debates familiares entre izquierda y derecha, sino que se han de analizar desde el inicio según la perspectiva de los valores en conflicto.




Gregorio Morales (El cadáver de Balzac)

Un hombre "Individuado"

Si queremos tener un ejemplo de cómo un hombre se hace a sí mismo, creo que debemos mirar hacía José Fernández Castro. A través del novelista y del biógrafo, busco fundamentalmente en su obra el desarrollo de un proceso, desde la persona enraizada en la naturaleza de la infancia hasta el sabio que han destilado a través de las décadas, cientos de penurias y pequeñas alegrías.
Esto parece más claro que nunca tras la lectura de sus memorias. Se trata de lo que Jung denomina "proceso de individuación": La manera en que alguien se zafa de la tiranía del inconsciente colectivo para hacerse él mismo. En esta época en que la gran mayoría vive justamente al contrario, inmersa en un apabullante inconsciente general, sin encontrar nunca ni el momento ni la edad de penetrar hacia su individualidad, es un acontecimiento poder asistir a la emersión de una criatura singularizada.
Fernández Castro ha partido de las raíces genéricas para llegar a las raíces de su espíritu; ha marchado de su tiempo hacia el Tiempo; de la generación a la persona; del cambio histórico al cambio interior. Es un hombre en el pleno y llano sentido de la palabra.

Salvador García Jiménez (El hombre que se volvió loco leyendo El Quijote)

La primera palabra que aprendemos a leer

La primera pregunta que se hace Carmen Conde en sus tres volúmenes de memorias es la de cuánto comenzaría a leer. Pero no da con la respuesta. Estamos leyendo desde siempre, y el día en que fue posible el milagro no sabemos recuperarlo. <<¿Me enseñó mi madre, aquella monjita llamada sor Matilde?>>
Recordamos mejor el alpiste que nos daba el maestro, enjaulados en su escuela, para que llegáramos un día a cantar las palabras. Alonso Zamora Vicente rescata su T colorada, y un tren, una torre, un toro... la C azúl, grande y curvada, y una casa, un colchón, un coche, un cerrojo... las cosas con O (olivo,ogro, órgado, ombligo).
Francisco Umbral, genio y figura del lirismo e imaginación, dedica un insuperable homenaje a aquel abecedario con que se ha construido toda nuestra Literatura:
La a, la be, fascinación de las letras, el abecedario en gótica muy negra, su curvatura, su gracia, aquellos seres que no eran animales ni piedras, grajos ni montes, la familia misteriosa y prometedora de las letras, la eme como un paquiderno bueno, la ge como un gato sentado, el círculo pequeño sobre el círculo gordo, y un rabito por arriba, como la única oreja levantada, la be como un canguro presto a saltar, la f como una nota musical.

Aristóteles (Poética)


De lo dicho resulta evidente también que no es función del poeta contar hechos que han sucedido, sino aquello que puede suceder, es decir, aquello que es posible según la verosimilitud o la necesidad.
El historiador y el poeta no difieren entre sí por el hecho de que uno escribe en prosa y el otro en verso; pues podrían verificarse las obras de Heródoto y no por ello serían menos historia de lo que son. La diferencia radica en el hecho de que uno narra lo que ha ocurrido y el otro lo que ha podido ocurrir. Por ello la poesía es más filosofía y elevada que la historia, pues la poesía canta más bien lo universal, y en cambio la historia lo particular.
Lo universal consiste en que a determinado tipo de hombre corresponde decir o realizar determinada clase de cosas según la verosimilitud o la necesidad. Tal es la meta a que aspira toda poesía, aunque imponga nombres a sus personajes. Lo particular, en cambio, consiste en narrar lo que hizo o lo que le ocurrió a Alcibíades.

La poesía, más filosofía que la historia

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