J. Rafael Hernández Arias (Oswald Spengler) El destino de la civilización occidental

[...] Spengler concluye que las culturas nacen por azar y son son accesibles a la inteligencia racional. Sólo la intuición puede acceder a sus almas. Así se opone a la concepción materialista, que hace de la cultura el resultado de la lucha necesaria del hombre contra su entorno. La cultura, en virtud de su teoría, es un acontecimiento histórico, único y irreversible, precisamente porque ningún pueblo crea cultura, sino que es creado por la cultura. Los tipos de pueblo son, como las obras de arte y las mentalidades, expresión de las culturas. De ahí que no se pueda entender la cultura como una producción, sino como el último sustrato metafísico de la realidad histórica.

Una de las discrepancias más importantes formulada por Spengler respecto a la ciencia histórica de su tiempo, se traduce en dejar de contemplar la historia universal como una unidad. La historiografía clásica desde san Agustín, pasando por la Ilustración, hasta Hegel, se había concebido de tal modo que presuponía <<una humanidad>> como sujeto de la historia universal. Pues bien, Spengler hace saltar este esquema por los aires. Entre sus filósofos de referencia en este sentido destaca Nietzsche, quien rechaza la idea de que la humanidad tenga que resolver una misión, que vaya al encuentro de una meta como un todo, cualquiera que sea esta meta. Y manifestaba su deseo de que nos desprendamos de esa <<humanidad>> antes de que se convierta en una <<idea fija>>. Para Nietzsche, en definitiva, <<la humanidad no avanza, ni siquiera existe>>. Spengler elabora la argumentación nietzscheana e insiste en que la humanidad no es un todo: es una pluralidad de procesos vitales en ascenso y descenso, no tiene una juventud y después una madurez y por fin una ancianidad. Tras milenios aún puede haber tipos humanos jóvenes, como es fácilmente demostrable. La decadencia, en cambio, pertenece a todas las épocas de la humanidad. En cuanto a la meta de esta última, Spengler se confesaba un decidido y completo pesimista. Para él la humanidad era <<un concepto zoológico o una palabra vana>>. Es una abstracción que carece de una finalidad, de una idea, de un plan. Ya Goethe había establecido en una carta a Luden: <<¿La humanidad? Eso es una abstracción. Nunca ha habido más que seres humanos individuales, ni habrá más que seres humanos individuales>>

Así pues, Spengler no ve ningún progreso en la humanidad, ninguna meta, ningún camino, <<a no ser en las cabezas de los filisteos del progreso>>. Ni siquiera ve un espíritu y aún mucho menos una unidad del afán, del sentir, del comprender, en esa, para él, mera masa poblacional. Aquí comparte el mismo parecer de Houston Stewart Chamberlain, quien, en sus Fundamentos del siglo XIX, afirma: <<Pues en cuanto hablamos de humanidad en general, en cuanto creemos apreciar en la historia un desarrollo, un progreso, una educación, etc. de la humanidad, abandonamos el suelo seguro de los hechos y flotamos en abstracciones vaporosas. Esta humanidad sobre la que tanto se ha filosofado, adolece del grave defecto de no existir. La naturaleza y la historia nos ofrecen un gran número de seres humanos diferentes, pero no una humanidad>>
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[...] Si en la Decadencia Spengler aún establecía el grado de extensión de la cultura occidental, al cubrir toda la faz del planeta, como criterio diferenciador con respecto a las demás culturas, en sus últimos escritos se exacerba el presentimiento de una nueva cualidad destructiva. Así constata que la mecanización del mundo ha entrado en una fase de tensión peligrosísima con consecuencias devastadoras para la naturaleza y el hombre. Se impondrá un mundo artificial que envenenará el natural. La civilización se habrá convertido ella misma en una máquina, que lo hará todo y querrá hacerlo todo de un modo maquinal. Pero Spengler contempla también la posibilidad de que el pensamiento fáustico comience a hartarse de la técnica. Su cansancio se extenderá, surgirá una suerte de pacifismo en lucha contra la naturaleza, y el hombre se orientará a formas vitales más simple, más próximas a las leyes naturales, odiará las grandes ciudades, querrá escapar de la esclavitud de la máquina, de la atmósfera clara y fría de la organización técnica. En esta atmósfera prosperarán el ocultismo y el espiritismo, volverán a emerger filosofías hindúes o creencias budistas. Esta fase correspondería al estado de ánimo del periodo de la Roma de Augusto. Con la huida de los líderes de la máquina, surgirán sólo talentos de segundo rango, epígonos, en lo que puede considerarse una traición a la técnica.

Hay también otros horizontes dignos de considerarse. La enorme superioridad de Norteamérica y del Occidente europeo, durante la segunda mitad del siglo anterior, el poder de toda índole, económico, político, militar, financiero, se basa, según Spengler, en un indisputable monopolio de la industria. Pero con el desplazamiento de la producción industrial a otros continentes y la revelación del know-how, el gran tesoro de los pueblos blanco se ofrece al mundo entero, de modo que sus privilegios insustituibles para la preservación de su cultura, se dilapidan. Se exportan los secretos, los métodos, los ingenieros, los organizadores, el desempleo en los pueblos blancos se incrementa, la remuneración del trabajador blanco se pone en peligro. La técnica occidental pronto alcanzará su cénit, a partir de ese momento será necesario un número elevadísimo de organizaciones, ingenieros e inventores para mantener en vida el mundo de las máquinas. Será entonces cuando comience la incontenible caída de la <<técnica fáustica>>, la cual se incrementará y acelerará por la exportación de saberes especializados a países asiáticos y africanos. Esto causará la pérdida del monopolio industrial, y es un proceso fatídico, puesto que obedece a los designios del destino, resistiese a él carece de sentido. No obstante, pese a esta situación, Spengler aboga por una actitud heroica. Para Spengler, en vista de este destino solo hay una cosmovisión digan de nosotros, la de Aquiles: es preferible una vida breve llena de acciones y gloria que una larga sin contenido. Sólo los soñadores creen en escapatorias. El optimismo es cobardía.

El <<hombre fáustico>>, tal y como lo concibe Spengler, es un tipo ideal, se nos antoja una figura titánica, llena de paradojas, con una personalidad escindida y desgarrada, con un alma trágica y atormentada. Su capacidad de transformar el mundo y de alterar la existencia humana, convive con una tendencia hiper-moral que, no obstante, lo pone todo en duda y que no deja de generar contradicciones morales y conflictos de conciencia. Y es evidente que vivimos unos momentos en que la civilización fáustica está llegando a sus límites, ya sea generando perturbaciones climáticas o desarrollando tipos de energía, como la termonuclear, con riesgos impredecibles. Por otro lado, el alma fáustica anida claramente en el impulso espacial, en los proyectos de visitar y colonizar otros planetas, en los progresos de la inteligencia artificial y de la cibernética, así como en las nuevas estrategias financieras. Esta es una de las facetas en las que el pensamiento spengleriano ha resultado más clarividente.

Hernández Arias, José Rafael (Nietzsche y las nuevas utopías)

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