Introducción
[...] ¿Por qué sucede entonces que, en el mundo desarrollado, la apertura individual a un mayor número de elecciones conlleva, en vez de una satisfacción por una supuesta vida más personalizada y ajustada de acuerdo con nuestras preferencias, a un sentimiento cada vez más grande de angustia y hasta de culpa e inadecuación? ¿Y cómo es que, para aliviar esa angustia, las personas aceptamos seguir los diversos consejos de horóscopos y especialistas en marketing o los consejos de belleza de los fabricantes de cosméticos, nos dejamos guiar por los pronósticos de consultores económicos y, en nuestras relaciones, por los libros de autoayuda? Dado que cada vez más gente hace caso de todos esos «expertos» que supuestamente piensan en nuestro bienestar, parecería ser que, en el fondo, lo que estamos reclamando es que nos quiten cuanto antes la carga de tener que elegir.
[...] La teoría de la elección racional presupone que la gente siempre piensa antes de actuar y que en todas situación persigue el máximo beneficio con el mínimo costo. Según las circunstancias imperantes y dado cierto manejo de información necesaria, se supone que la gente siempre habrá de elegir lo que más conviene a sus intereses. Sin embargo, los críticos de la teoría de la elección racional suelen remarcar el hecho de que los seres humanos no siempre actuamos según nuestros intereses, incluso cuando estos nos son conocidos. Muchas veces, por ejemplo, gobierna nuestros actos una expresión caritativa o altruista que no se lleva bien con el interés personal puro y duro. Desde el psicoanálisis también se ha señalado que a menudo actuamos de modos para nada afines a lo que sería maximizar el placer y minimizar el sufrimiento, y que existe incluso cierto extraño placer que surge de actuar en contra de nuestro propio bienestar. Una persona puede considerar que cuenta con toda la información necesaria para arribar a la mejor decisión posible, pero, aun así, sobre su decisión acabarán influyendo fuertemente factores externos, como la opinión ajena, e internos, como los propios deseos inconscientes.
En nuestra sociedad actual, que glorifica la elección y enarbola la idea de que siempre elegimos en favor de nuestros intereses, el problema no radica tan sólo en el abanico de opciones que tenemos a disposición sino también en el modo en que estas se nos representan. Las elecciones de vida se plantean como si fueran elecciones de consumo: pretendemos hallar la vida «correcta» como si se tratara de encontrar el tipo correcto de acondicionar para el pelo o el color adecuado para el cuarto de estar. Nuestra cultura publicitaria plantea la búsqueda de una persona con quien casarse de modo no muy distinto de lo que es la búsqueda de un auto cero kilómetros: primero hay que calcular las ventajas y desventajas, luego se establece un acuerdo prenupcial, si las cosas salen se añaden las enmiendas que hagan falta y, en última instancia, se cambia el modelo viejo por uno nuevo, para acabar finalmente dando de baja la idea misma de un compromiso a largo plazo en favor de un acuerdo de usufructo temporario.
[...] Lo único crucial para cualquier ideología es que no haya personas explícitamente descreyéndola. Para que se acate la opinión mayoritaria, lo único que importa es que las personas crean que es verdad que la mayoría de la gente cree en tal o cual ideología.
[...] En todo proceso de sentir culpa por ser quienes somos y trabajar constantemente para «mejorarnos», perdemos la perspectiva necesaria para instigar cualquier cambio social. Al poner tanta energía en nosotros mismos perdemos la fuerza y la habilidad para formar parte de cualquier construcción de cambio y asistimos de manera continua al espectáculo angustioso de sentir que estamos fracasando.
[...] Cuanto más nos obsesionamos con nuestras elecciones individuales, más difícil se hace observar que no son para nada individuales, sino que están sumamente influenciadas por la sociedad en que vivimos.
La elección y el gran otro
A comienzos de los años setenta, Lacan planteaba que en una sociedad capitalista desarrollada la gente piensa lo social de un modo distinto. En una conferencia sobre el "discurso del capitalismo", desplegó la idea de que el capitalismo nos lleva a pensarnos como amos y a creer no solo que tenemos el control de nuestras vidas, sino que también podemos recuperar de algún modo la joussance* perdida.
¿Qué significa esto? En primer lugar, que el capitalismo nos crea la ilusión de que ya no estamos sujetados a la historia y a la genealogía, que somos libres de todos los marcadores conocidos. Pensamos que podemos elegir los objetos que nos brindarán satisfacción y hasta la dirección que habrá de tomar nuestra vida. En segundo lugar, que actuamos como si, por el hecho de tomar las decisiones adecuadas, pudiéramos realmente acercarnos a esa joussance siempre perdida. Emerge así la percepción de que el sujeto es un ser todopoderoso capaz de direccionar su vida conforme a sus deseos y de ubicar la joussance en determinados objetos de deseo. La felicidad depende tan solo de que sepamos ubicarla a apresarla.
Lacan se preguntaba si ese "discurso del capitalismo" representa un rechazo —o, mejor dicho, una forclusión— de la castración. Es una forclusión que surge cuando la sociedad abandona todos los límites y se abalanza tras el goce ilimitado. Deja de haber un padre simbólico, una ley. La pulsión de joussance a cualquier precio conduce a todo tipo de excesos y manías (alcohol, drogas, consumismo, adicción al trabajo). El capitalismo libera al esclavo y lo convierte en consumidor, pero el consumo ilimitado termina haciendo que el consumidor se consuma a sí mismo.
Este enfoque pesimista ha abierto un debate respecto del modo en que el capitalismo afecta a la subjetividad. Una de las preguntas que se plantean es si existen nuevos síntomas psicológicos en la experiencia individual actual. ¿Acaso estos cambios radicales en la naturaleza de las prohibiciones sociales y en nuestra percepción del orden social han contribuido a incrementar los niveles de psicosis en las sociedades capitalistas desarrolladas?
* La palabra joussance suele traducirse como "goce"; sin embargo, se pierde así el significado del original francés, que designa no solo el placer sino también un placer en el displacer: esto es, un cierto dolor que no necesariamente es disfrutable para la persona, pero al que, aun así, no puede renunciar. Por su complejidad, en textos que hacen referencia al psicoanálisis lacaniano este concepto se deja a menudo sin traducir.
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