¿Qué es un intelectual? Es un letrado, un artista, un científico, que no se fija como objetivo inmediato un resultado práctico. Dedicado al culto al arte y al pensamiento puro, pone su felicidad a un goce primero espiritual <<dieciéndose de alguna manera: mi reino no es de este mundo>>. Coloca su razón por encima de las pasiones que animan a la muchedumbre: familia, raza, patria, clase. El intelectual es un adalid de lo eterno, de la verdad universal. Pero según nos advierte Benda, se observa una tendencia general de la inteligencia contemporánea a perder de vista los valores desinteresados y abrazar las disputas contingentes.
La traición de los intelectuales no consiste en comprometerse en una acción pública (y Benda alaba a Voltaire en el caso Calas, y a Zola en el caso Dreyfus), sino en subordinar la inteligencia a unas posturas dadas. Según Benda, los intelectuales de antaño se desprendían de la política por el apego que tenían a una actividad desinteresada (Vinci, Malebranche, Goethe...) o bien predicaban, con los nombres de humanidad o de justicia, en favor de un principio abstracto, superior y directamente opuesto a las pasiones políticas (Erasmo, Kant, Renan...)
En verdad, <<la acción de los intelectuales seguía siendo sobre todo teórica; no han impedido a los laicos que llenasen toda la historia con el ruido de sus odios y sus matanzas; pero les han impedido tener la religión de esos movimientos, creerse grandes trabajando para perfeccionarlos. Gracias a ellos se puede decir que durante 2.ooo años, la humanidad hacía el mal, pero honraba el bien. Esa contradicción era el honor de la especie humana, y constituía la fisura por donde podía introducirse la civilización>>.
Pero Benda observaba un cambio capital en sus contemporáneos. Los intelectuales se ponían al servicio de las pasiones políticas, se habían convertido en <<intelectuales de salón>>: <<Nuestro siglo -decía- habrá sido propiamente el siglo de la organización intelectual de los odios políticos. Será uno de sos grandes títulos en la historia moral de la humanidad>>.
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Los intelectuales y los poderes (1973)
Manifiesto donde se sostiene que la cultura de las ilusiones asegura quizá la tranquilidad de los dirigentes, pero desde luego no la calidad de los militantes.
3 No existen libertades <<formales>> que puedan suprimirse, ya sea <<provisionalmente>> o en nombre de libertades <<reales>> o <<futuras>>, sin inmensos peligros. Cierto, la historia de la humanidad no se confunde con la de las libertades. Puede proseguir sin las libertades; de hecho, sin ellas se ha desarrollado a lo largo de espacios y tiempos inmensos. Pero que las libertades conquistadas y los derecho adquiridos sean una parte de la herencia establecida por la transformación feudal, y después capitalista, en un sector de Occidente, y que puedan, mañana como hoy, servir de coartada a las clases dirigentes, no debe conducirnos a despreciarlas. Por el contrario, hay que extenderlas hasta que ya no sean el privilegio de algunos.
5 Sea cual sea la parte del mundo donde se encuentren, el campo en que uno esté comprometido, decir la verdad (decir, al menos, lo que uno humildemente cree que es la verdad) es la tarea principal del intelectual. Debe hacerlo sin orgullo mesiático, independientemente de todos los poderes y, si es necesario, contra ellos, sea cual sea el nombre que éstos se den (independientemente de las modas, los conformismo, las demagogias). No hay momento en que el intelectual esté justificando para pasar de la crítica a la apologética. No hay César individual o colectivo que merezca la adhesión de todos. El ideal de una sociedad justa no es el de una sociedad sin conflicto (no hay fin de la historia), sino de una sociedad donde aquellos que contestan pueden, a su vez, cuando llegan al poder, ser contestados; de una sociedad donde la crítica sea libre y soberana, y la apologética inútil.
Apelamos a todos aquellos que estén de acuerdo con todo lo que precede a firmar este manifiesto con nosotros.
Le Monde, 4 de julio de 1973