José R. Ayllón (El mundo de las ideologías)

EL TRIUNFO DE LA PROPAGANDA

¿Por qué la Rusia soviética y la China de Mao no han tenido su juicio de Nuremberg, como la Alemania nazi? Entre otras razones, porque sus asesinatos nunca se contaron en tiempo real, sino décadas más tarde, y por la demonización inmediata de toda crítica. Hay que reconocer que el comunismo supo, desde sus orígenes, ganar la batalla de la opinión pública y ser acogido con sorprendente benevolencia entre las élites intelectuales de Europa. Sartre llegó a decir que «un anticomunista es un perro». Bernard Shaw elogió públicamente a Stalin y, después de una gira por la URSS, rechazó con rotundidad las denuncias de crímenes que eran no menos rotundamente ciertas. Bertolt Brecht no veía irregularidades en juicios que escenificaban una farsa completa. Erns Bloch justificó aquellas macabras parodias de la justicia y sus sentencias. Un primer ministro francés desmentía la existencia de hambre en Ucrania cuando allí morían por esa causa diez millones de ucranianos. Thomas Mann calificó el anticomunismo como «la mayor idiotez de nuestro tiempo». Y casi toda la intelectualidad europea se tragó aquello de que "quien está contra la URSS está con el fascismo o la opresión burguesa". 

¿Cómo fue posible semejante silenciamiento y manipulación? La Internacional Comunista, después Komintern, supo formar una auténtica legión de creadores de opinión: artistas, periodistas, novelistas, actores, dramaturgos... Dicen que Lenin detestaba a esa gente y los hubiera fusilado a todos, pero Stalin supo aprovechar la enorme potencialidad de los intelectuales de izquierdas, evitando a toda costa que se los etiquetara como comunistas, pues eran más útiles si se les tenía por "independientes". El efecto final era identificar el estalinismo con los valores más preciados de la cultura progresista occidental, y hacer sentir que era parte imprescindible de una vida ilustrada. Este sentimiento podía ser adictivo. 

Se entrenaba a los agentes para que entraran en la vida de los intelectuales. A los verdaderamente importantes se les asignaban amigos íntimos, amantes e incluso cónyuges. La historiadora Nina Berberova habla de "las damas del Kremlin", entre las que sobresalen la baronesa Moura Budberg, amante de Gorki y de Wells, y la princesa Maria Paulova, esposa de Romain Rolland.

Willi Münzemberg, personalidad extraordinaria, hombre orquesta de la propaganda estalinista, organizó toda una multinacional de la desinformación, con editoriales, revistas, librerías, clubs del libro, radios, compañías de teatro y productoras de cine en todo el mundo. En Japón, por poner como ejemplo un país remoto, Münzemberg controlaba una veintena de revistas y periódicos, y financiaba teatro de vanguardia. Su poderosa organización se llamaba Ayuda Internacional Obrera (IWA), y era conocida en la jerga del Partido como "el Grupo Münzemberg. La apasionante historia de Willi Münzemberg y la IWA la cuenta Koestler en La escritura invisible y Stephen Koch en El fin de la inocencia. 

GRAMSCI Y LA ESCUELA DE FRANKFURT

El marxismo había hecho músculo contra un enemigo concreto, la plutocracia capitalista, en defensa de un numeroso grupo de oprimidos. Pero sucedió que el siglo XX desmintió las profecías apocalípticas de Marx y que el proletariado, en lugar de depauperarse más y más, empezó a vivir mejor, a prosperar, a tener cosas. Después, la caída del Muro permitió ver lo que había al otro lado, y nunca las comparaciones resultaron tan odiosas. Entonces la izquierda necesitó reinventarse y tuvo la luminosa idea de buscar nuevos proletarios, es decir, nuevos grupos a los que aplicar el simplista esquema opresor/oprimido. Y encontraron media docena, como veremos en los capítulos siguientes:

. Las mujeres con respecto a los hombres
. Cualquier raza con respecto a la blanca
. Los nativos contra los colonizadores
. Los inmigrantes contra los nativos
. Los homosexuales contra los hetereosexuales
. La Madre Tierra contra el ser humano

Si la lucha violenta de clases resultaba impensable en las principales democracias del mundo, la confrontación de ideas formaba parte de su esencia democrática. Gramsci y la Escuela de Frankfurt aprovecharon esa libertad de expresión para extender y consolidar el marxismo cultural, gracias a una labor capilar en escuelas, universidades y medios de comunicación. Se propusieron torpedear y desmantelar toda una visión milenaria de la vida, en cuyo centro estaban las virtudes de Grecia y Roma, la ley natural y la familia, Dios y sus mandamientos. Hay que reconocer que consiguieron su objetivo: todas las ideologías del siglo XX han sido inspiradas y promovidas en mayor o menor medida por el marxismo, y esa victoria cultural explica, en parte, el extraño "indulto moral" que sigue disfrutando.

Aunque el marxismo económico había fracasado y terminó con la caída del muro de Berlín, el marxismo cultural había triunfado como contracultura y contramoral. Gramsci, uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano en 1921, explicó en sus Cuadernos de la cárcel que el marxismo debía sustituir la violencia por las ideas. Fue lo que hicieron los principales pensadores de la Escuela de Frankfurt: Horkheimer, Adorno, Marcuse y Erick Fromm. Eran alemanes neomarxistas, freudianos y judíos que se salvaron de la persecución nazi huyendo a Estados Unidos. Allí, desde la Frankfurt School de Nueva York, difundieron un freudomarxismo concentrado en la libertad sexual, el feminismo radical, la homosexualidad, el aborto y el divorcio. Se diría que la conocida crítica de Voltaire a Rousseau fue formulada para ellos: Nunca tanta inteligencia se malgastó en causas tan inhumanas.

En su demolición de la cultura occidental, el marxismo socavó los cimientos, arrojando sombras de vergüenza e infamia sobre el pasado. La demonización de los grandes exploradores y conquistadores de América fue absoluta. Colón fue acusado de introducir la esclavitud en el Nuevo Mundo. La derrota y conversión de los aztecas se presentó como un genocidio contra gentes pacíficas, aunque el mexicano Octavio Paz los haya visto como un pueblo solo comparable a los asirios en crueldad satánica. Tampoco se salvaron los fundadores de los Estados Unidos, repudiados como esclavistas. La denigración se extendió, por supuesto, a todo el que osaba discrepar de esa visión de la historia, que de inmediato era descalificado como fanático o fascista. Lo explica María Elvira Roca Barea, de forma concluyente, en Imperiofobia y Leyenda Negra. 

Para los historiadores, el comunismo marxista es un fenómeno fascinante. Para la media humanidad que lo había sufrido en sus carnes, ha sido una tragedia de proporciones difíciles de describir, certeramente evaluada por Pierre Chaunu como " la mayor empresa carcelaria de la humanidad". Entre la bibliografía oceánica e inabarcable, nos parece imprescindible el Libro negro del comunismo y Archipiélago Gulag

GULAG es el acrónimo de la Dirección General de Campos de Trabajo en la antigua Unión Soviética, con todo lo que lleva asociada esa «trituradora de carne»: detenciones, interrogatorios, transporte en vehículos de ganado, trabajo forzoso, destrucción de familias, años perdidos, muertes prematuras e injustas. La palabra Gulag solo fue conocida en Occidente tras la publicación en 1973 de Archipiélago Gulag, obra que valió el Premio Nobel de Literatura a su autor, Alenxander Solzhenitsyn. Hasta esa fecha, los comunistas de todo el mundo eran indulgentes con la dictadura del proletariado. Solo entonces se vieron forzados a reconocer el infierno de la verdad.

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