Stuart Jeffries (Gran Hotel Abismo) Biografía coral de la Escuela de Frankfurt

PRÓLOGO
CONTRACORRIENTE

No mucho antes de su muerte, en 1969, Theodor Adorno dijo a un entrevistador: "Yo establecí un modelo teórico de pensamiento. ¿Cómo podía haber sospechado que la gente querría ponerlo en práctica con cócteles molotov?". Este fue, para muchos, el problema de la Escuela de Frankfurt: nunca recurrió a la revolución. "Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversas maneras; de lo que se trata es de transformarlo", escribió Karl Marx. Pero los intelectuales de la Escuela de Frankfurt pusieron patas arriba la undécima tesis de Marx sobre Feuerbach.

Desde su incepción en 1923, el instituto de investigaciones marxistas que dio en llamarse Escuela de Frankfurt guardó distancia con los partidos políticos y se mantuvo escéptico ante las luchas políticas. Sus miembros principales —Theodor Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcuse, Erich Fromm, Friedrich Pollock, Franz Neumann y Jürgen Habermas— eran virtuosos a la hora de criticar las crueldades del fascismo y el destructor y nocivo impacto del capitalismo en el plano social y espiritual sobre las sociedades occidentales, pero no eran tan buenos a la hora de transformar aquello que criticaban. 

La aparente inversión de Marx perpetrada por el Escuela de Frankfurt exasperaba a los demás marxistas. El filósofo György Lukács acusó una vez a Adorno y a los demás miembros de la Escuela de Frankfurt de haberse hospedado en lo que él llamaba el Gran Hotel Abismo. Un hermoso hotel, escribió, "equipado con toda clase de lujos, al borde de un abismo, de la vacuidad, del absurdo". Entre sus anteriores huéspedes estaba Arthur Schopenhauer, el filósofo pesimista de Frankfurt, cuya obra, según Lukács, implicaba una reflexión sobre los sufrimientos del mundo desde una distancia prudencial. "La contemplación diaria del abismo, entre excelentes comidas y divertimentos artísticos —escribió sarcásticamente Lukács—, solo puede sublimar el disfrute de las útiles comodidades ofrecidas". 

Lukács argumentaba que los pensadores de la Escuela de Frankfurt no eran muy distintos. Al igual que Schopenhauer, los últimos huéspedes del Gran Hotel Abismo extraían un placer perverso del sufrimiento del mundo; contemplando reclinados en el balcón como allá abajo el capitalismo monopolista destruía el espíritu humano. Para Lukács, la Escuela de Frankfurt había abandonado la necesaria conexión entre teoría y praxis, que consiste en la concreción de la primera en actos. Para justificarse ambas tenían que estar unidas, reforzándose la una a la otra en una relación dialéctica. De otro modo, argüía Lukács, la teoría no llegaba a ser otra cosa que un ejercicio elitista de interpretación, como toda la filosofía de Marx.

Cuando Adorno hizo aquel comentario sobre los cócteles molotov, estaba defendiendo la retirada de la Eacuela de Frankfurt hacia el plano teórico cuando muchas personas en su entorno y en el de sus colegas se pronunciaban a favor de la acción. El movimiento estudiantil y la Nueva Izquierda estaban en su apogeo y muchos se convencieron, erróneamente según se vio más tarde, de que el cambio político radical era inminente gracias a esa misma praxis. Los estudiantes de estaban rebelando desde Berkeley a Berlín, la policía había reaccionado con la violencia a las protestas contra la guerra estadounidense en Vietnam durante la convención del partido demócrata en Chicago, y los tanques soviéticos habían entrado hacía poco en Praga para sofocar el experimento checoslovaco del "socialismo con rostro humano".
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En su discurso del premio Adorno, Habermas dijo: "El proyecto de modernidad formulado por los filósofos de la Ilustración en el siglo XVIII se basa en el desarrollo de una ciencia objetiva, una moral universal, una ley y un arte autónomos y regulados por lógicas propias". Citó a Max Weber, quien había argumentado que para llenar el vacío dejado por el colapso de cosmovisiones religiosas y metafísicas como consecuencia de la Ilustración habían surgido tres esferas de valores o discursos: las ciencias naturales, la moral y la ley, y las artes. Cada una de ellas se ha institucionalizado, convirtiéndose en coto privado de expertos y prácticamente aislándose de las otras y, aún más si cabe, del ciudadano común. "Al final, crece la distancia entre las culturas de los expertos y la del público en general", señaló. ¿El resultado? El empobrecimiento del "mundo de la vida". Este concepto es fundamental dentro de su teoría social. El mundo de la vida es una de las dos esferas de la vida social; la otra es el sistema. El mundo de la vida, para él, representa el mundo preteórico cotidiano de la familia y el hogar, de significados y acuerdos compartidos, de los intercambios sin censuras que tiene lugar en la esfera pública. El sistema, por otra parte, denota estructuras y patrones de racionalidad instrumental y acción —dinero y poder, especialmente— cuya principal función es la producción y circulación de bienes y servicios. El sistema, pues, incluye la economía, la administración del estado y los partidos políticos aprobados por el estado. La relación entre el mundo de la vida y el sistema es importante para Habermas: el primero, contexto de razón y acción comunicativas, corre el riesgo de ser colonizado por el segundo, contexto de la razón instrumental. El resultado sería desastroso para el proyecto de la modernidad. 

El sueño optimista de pensadores de la Ilustración como Condorcet, decía Habermas, era que las artes y las ciencias "iban a promover no solo el control de las fuerzas naturales sino también la comprensión del mundo y del individuo, el progreso moral, la justicia de las instituciones y la felicidad de los hombres". Eso, argumentaba él, no ha sucedido. En su lugar, los sistemas de poder y dinero han impuesto restricciones a la acción humana. Los sistemas están dominados por la racionalidad instrumental. En vez de reflejar nuestros objetivos y cambiarlos, el sistema adquiere una lógica interna que escapa al control humano. 

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