David Pastor Vico (Ética para desconfiados) Filosofía esencial para sobrevivir a este mundo hostil

La misma ansiedad desde hace miles de años

AUNQUE TE CUESTE trabajo aceptarlo, el mundo se ha hecho pequeño más veces de las que, a lo mejor, sabías. Vivir en la vanguardia del tiempo nos da la sensación de que lo que ahora nos sucede es la primera vez que ha ocurrido; pero tratándose del animal humano, la esencia de las cosas suelen ser siempre más o menos similares, aunque los detalles cambien de manera accidental.

Fíjate y compara. Cuando se hablaba de la polis, utilizaba intencionadamente un concepto que cuesta mucho entender en su completud (del mismo modo en que sucede con todas las palabras cuya invención no pudimos presenciar).

La polis no solo ubica al animal humano y su naturaleza gregaria en una realidad concreta, en su contexto definitorio, como podría haber dicho Aristóteles. Las polis fueron el modo de vida y organización sociopolítica que permitió a los griegos del período clásico fundar y desarrollar la tradición del pensamiento que tú y yo usamos desde que empezamos a dialogar. Cuando hablamos de polis en el sentido histórico y político, hablamos de ciudades-Estado independientes que fungían como naciones soberanas, aunque en muchos casos distaran pocos kilómetros la una de la otra.

Todas estas ciudades poseían un ejército formado por sus ciudadanos, su milicia. También tenían cada una su forma de gobierno particular, su identidad y su orgullo. Así, en algunas podía haber un sistema democrático, como en Atenas, y en otras una monarquía, como sucedía en la vecina Esparta. Eso sí, todas hablaban una lengua común: el griego. Este nexo les permitía olvidar rencillas internas cuando el enemigo exterior amenazaba la Hélade: el nombre que los mismos griegos pusieron a todo el territorio que entendían como propio; de ahí viene el término helénico. Todos los que no pertenecían a la Hélade eran bárbaros, no porque fueran unos animales salvajes, sino porque no hablaban griego; a sus oídos, esas lenguas desconocidas se asemejaban a un balbuceo ininteligible: bar, bar, bar...

Este, por supuesto, es un ejemplo más de etnocentrismo. Y sí, para qué engañarse: desde la perspectiva de los griegos, los bárbaros eran poco más que unos simples animales.

Este sentido clasista y elitista tan helénico definió su pensamiento, su moral y, por lógica, el marco sociopolítico del período que hoy llamamos clasicismo griego. Nosotros somos sus herederos directos, nuestras construcciones intelectuales tienen allí sus raíces.

La polis daba sentido a la vida de sus habitantes; fuera de ella no había nada. Tanto fue así que Sócrates prefirió morir antes que perder su estatus de ciudadano ateniense; prefirió acabar con su vida tomando la cicuta que huir y convertirse en un apátrida exiliado y cobarde. Platón y Aristóteles son la referencia universal de la filosofía nacida desde la polis y para la propia polis. Es muy importante que lo entiendas bien; en ese entonces el mundo era muy grande y lo habitaban monstruos de muchas cabezas, pero en Atenas, la polis por antonomasia, estaban la mesura, la templanza, el orden y, en definitiva, la virtud. Y esto era bueno para ellos.

Después de que el rey Filipo II de Macedonia hubiera sometido a toda la Hélade, eligió a Aristóteles, el filósofo más reconocido e influyente de su época, para que se hiciera cargo de la formación intelectual de su hijo Alejandro. Ocurrió entonces un importante giro democrático en la historia: en el año 334 a. C. Alejandro cruzó el Helesponto (el estrecho de los Dardanelos que separa Europa de Asia) y comenzó la mayor conquista bélica de la historia hasta entonces conocida. Murió once años después, a la edad de 32 años, en la ciudad de Babilonia, como el hombre más poderosos del mundo, el más valiente, el más audaz, el que partió la historia en dos con su espada, como el nudo gordiano. El padre de una nueva época.

La Hélade se desdibujó, perdió sentido y el mundo se hizo más pequeño. Aquí es donde los historiadores ponen el punto de arranque al período helenístico, que se extenderá hasta la Roma de Julio Cesar y Cleopatra. El pensamiento helénico se expandió por todo el territorio conquistado por Alejandro el Grande y, de las polis se pasó, en pocos años y sin apenas transición, a la cosmópolis

Uno ya no era ciudadano de tal o cual ciudad, era ciudadano del mundo.

[...] El mundo comenzó a girar más rápido, sin mesura, y los cosmopolitas, bombardeados por las miles de sorpresivas posibilidades que brindaba el nuevo mundo, se sintieron arrastrados por su aquí y su ahora, como quien, atrapado entre la muchedumbre siente que sus pies ya no tocan el suelo. ¿Te suena? 

En menos de lo que duraba una vida, pasaron de una realidad a otra. Aunque fuese heredera de una misma tradición y costumbre, la moral estableció nuevas normas, nuevos modos, nuevas jerarquías: el origen ya no era tan importante como la posibilidad de conseguir más cosas en menos tiempo.

Acumular riqueza se convirtió en el nuevo paradigma social.

Como es obvio, el fin último de la filosofía clásica, la felicidad, también cambió de significado. Ya no era el resultado de una vida moral recta y virtuosa, sino algo mucho más difícil de concretar: una lugar aspiracional, una meta, algo que lograr. Seguro que te suena.

El filósofo suizo Alain de Botton utiliza un concepto muy interesante para definir el sentimiento que los griegos experimentaron durante esta transición casi inmediata y sin anestesia de la polis a la cosmópolis: la ansiedad.

Ahora sí te suena, ¿verdad?

Hablar de ansiedad nos trae de golpe al presente, a tu presente. Ligada a esa palabra, que se puede definir como un «estado de agitación, inquietud o zozobra de ánimo», también van otras viejas compañeras de este libro: angustia, dolor y miedo. 

¿Cómo es posible que aquellas personas que vivieron hace más de dos mil años pudieran sentir lo mismo que a veces sientes tú? Esa incertidumbre, ese vacío, ese vértigo al sentir que algo no va bien y no saber explicarlo, porque te faltan los porqués, los quiénes, los cómo, y solo puedes asumir un aquí y un ahora que seguirá girando a toda velocidad con o sin ti. Y Ahora, sin conocerte de nada, te recuerdo que ningún ser humano ha sido tan radicalmente diferente y que, por tanto, no somos tan distintos, como habrías podido creer antes de empezar a leer este libro.

Fue a raíz de este nuevo contexto cuando nuestro viejo amigo Epicuro empezó a filosofar y fundó su propia escuela, a la que llamó Jardín, porque era donde se reunía y vivía con quienes le ayudaban a plasmar y desarrollar sus ideas.

La filosofía epicureísta no promovió el «amor al conocimiento» sin más como hasta entonces, que era un ejercicio más intelectual y contemplativo que práctico. Como mencioné antes, él buscaba que la filosofía tuviera una acción real en las personas, que fuera una medicina que curara el alma afligida. De ahí la importancia del tetrafármaco como una posibilidad real, y no metafísica, de aliviar esa ansiedad que, como diría el filósofo helvético, sufrieron sus coetáneos cosmopolitas. La misma que, en mayor o menor grado, sufren los que viven junto a ti ahora mismo. Y tú también, más veces de las que seguro te atreverías a aceptar. 

Así que, si funcionaba hace más de dos mil años, ¿por qué no habría de hacerlo ahora, si no hemos evolucionado nada en lo biológico y el dolor y el miedo son, en cualquier tiempo o lugar, básicamente iguales?

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