En opinión del historiador alemán Walter Görlitz, uno de los grandes mecenas que hizo posible que Hitler llegara al poder fue el magnate anglo-holandés Henri Deterding, director general del grupo Royal Dutch/Shell y enemigo acérrimo del régimen bolchevique ruso porque este se había apropiado de las ricas explotaciones de petróleo de la Shell en Bakú (Azerbaiyán). Görlitz también relata que, durante la guerra civil española de 1936-1939, la compañía estadounidense Texaco suministró a Franco todo el petróleo que necesitaba por valor de al menos seis millones de dólares. Como recompensa, Texaco no solo cobró la deuda contraída por Franco, sino que obtuvo el monopolio de la venta de petróleo a España durante años. El entonces presidente de Texaco, el magnate petrolero Torkild «Cap» Rieber, justificó esta acción argumentando que era preciso copar el mercado para impedir que en el futuro entrara más petróleo ruso en España, como hubiera sucedido de vencer los republicanos.
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Antes de que diera comienzo la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y Gran Bretaña representaban el poder mundial del dinero. Según Fuller, este contexto hegemónico fue contestado por la pretensión de Hitler de crear una Alemania independiente del capitalismo prestamista. Con esta finalidad, el Führer decidió rehusar los empréstitos extranjeros con interés y basar la moneda alemana en la producción y no en sus reservas de oro. Además de importar mediante un sistema de truque y subvencionar las exportaciones que fueran necesarias, se planteó acabar con la libertad de cambios (tráficos de divisas y transferencias de fortunas particulares entre países según la situación política). Pero aquello era inaceptable para el capitalismo internacional, que dependía de la concesión de préstamos con interés. Además, si Hitler tenía éxito, otras naciones podrían imitar su ejemplo, lo que significaría que los gobiernos carentes de oro intercambiarían mercancías entre sí, haciendo que el noble metal perdiera valor. No hay que olvidar que, en esos momentos, Estados Unidos tenía el 70% de las reservas mundiales de oro.
Por tanto, demoler el sistema financiero de Hitler se convirtió en el objetivo del capitalismo prestamista, estallando la guerra económica.
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Controla los alimentos y controlaras a la gente; controla el petróleo y controlarás a las naciones; controla el dinero y controlarás el mundo.
Henry Kissinger
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Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis destruyeron o hicieron desaparecer millares de obras de arte y libros que no se correspondían con su ideología. En las últimas décadas, distintos grupos islamistas han destruido milenarias ruinas arqueológicas como los Budas de Bamiyán (Afganistán) o la ciudad de Palmira (Siria). Estas acciones no responden a un ansia de destrucción y violencia, sino más bien al afán de borrar de la faz de la Tierra un pasado que representa una manera de vivir de sus antepasados que no comparten. Poner en el olvido, modificar o reescribir el pasado son las armas preferidas por diferentes grupos de poder desde tiempos inmemoriales para reconducir la sociedad y facilitar el control y la manipulación de la población.
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Aunque los datos varían según las fuentes, las cifras son escalofriantes. En los tres años de guerra se pudieron lanzar unas 650.000 toneladas de bombas sobre Corea del Norte, incluyendo más de 35.000 toneladas de napalm, que habrían reducido a escombros a más de 600.000 viviendas, 5.000 escuelas y un millar de centros sanitarios. Cuando se acabaron los objetivos urbanos, comenzaron a bombardear pantanos y presas, lo que provocó la inundación de granjas y destruyó las cosechas. En comparación, Estados Unidos arrojó más toneladas de bombas en Corea del Norte que en todo el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, y se destruyeron más ciudades que en Alemania o Japón.
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La dominación indirecta, las influencias sutiles e imperceptibles, desempeñan un gran papel en la esfera internacional. Cuando lo directo es ineficaz, se pasa a utilizar este tipo de estrategia. Como señala Brzezinski, el sistema global estadounidense se basa en gran medida en el ejercicio indirecto de la influencia sobre las élites extranjeras dependientes.
El gobierno norteamericano es un gran y habilidoso dominador indirecto. Para hacer prevalecer sus intereses energéticos, políticos y estratégicos, Washington emplea no sólo las manifestaciones del imperialismo clásico, sino que también despliega una maquinaria diversificada que va desde la influencia económica a una presencia militar y de seguridad, pasando por los múltiples discursos de los mantras mundialistas: la preservación del paisaje y la biodiversidad, el desarrollo sostenible, la democracia, el buen gobierno y la promoción de los derechos humanos.
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El cinismo sobre el abuso del término democracia es tal que incluso la controvertida empresa militar privada Blackwater tenía como lema: «Para apoyar la libertad y la democracia en todas partes». No hay movimiento o grupo revolucionario, con independencia de su ideario político y de la brutalidad y violencia con que actúe para conseguir sus fines, que no emplee —y abuse— en su ideario, eslóganes, himnos y banderas de las palabras libertad, justicia, igualdad y, por supuesto, democracia.
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Una mentira repetida muchas veces se convierte en una gran verdad.
Lenin
Si siempre ha sido primordial, cada vez es más importante ganar la opinión pública, conquistar «mentes y corazones», vencer en la guerra de las ideas. Una manera de convencer a la sociedad de algo en concreto es repetir la idea hasta la saciedad. Así lo entendía Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda de la Alemania nazi entre 1933 y 1945, quien se atribuye la frase que da nombre a esta estrategia: «Miente, miente que algo quedará; cuanto más grande sea la mentira, más gente se la creerá», a la que suma: «Afirma una mentira cien veces, y al cabo todo el mundo la creerá como un hecho fidedigno». Y los medios de comunicación social son el canal a través del cual se repiten las mentiras que llegan a la sociedad. Al fin y al cabo, la tan manida libertad de prensa no es más que la libertad del dueño de la imprenta, como avisaba Lenin. Un señuelo para manipular en su nombre, y con el mayor de los descaros, a las poblaciones.
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El modelo de propaganda deja entrever que el «propósito social» de los medios de comunicación es el de inculcar y defender el orden del día económico, social y político de los grupos privilegiados que dominan el Estado y la sociedad del país.
Pero veamos ahora, de modo resumido y adaptado, las estrategias de la manipulación mediática de Timsit:
- Distraer de lo importante: La distracción se convierte en el elemento primordial del control social. Consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de las decisiones de las élites políticas y económicas, empleando para ello el bombardeo constante de distracciones y de informaciones irrelevantes, al tiempo que se evita que la gente se interese por los conocimientos esenciales. En Occidente, por ejemplo, el deporte se ha convertido en la principal distracción para desviar el interés público de lo verdaderamente importante.
- Crear problemas y después ofrecer soluciones: Esta estrategia, conocida tambien como «problema-reacción-solución», consiste en crear un problema para causar cierta reacción en el público, a fin de que sea este quien exija las medidas que los dirigentes deseaban imponer. Puede ir desde desencadenar violencia urbana, perpetrar atentados sangrientos o crear crisis económicas con el fin de que la gente demande mayores medidas de seguridad, incluso a costa de su libertad, o un retroceso en las prestaciones sociales. También se la porfía denomina «estrategia del caos constructivo», consistente en generar caos, violencia o destrucción, o al menos aparentando de modo que la gente se lo crea, con la finalidad de generar luego otro modelo de sociedad al antojo y voluntad plena, sin ninguna oposición popular, pues será la propia gente la que reclame la vuelta a la normalidad.
- Gradualidad: Para conseguir la aceptación de una medida extrema, basta con aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos. Así, lo que hubiera podido conducir a una revolución se va tolerando mansamente.
- Diferir en el tiempo: Presentar una decisión impopular como «dolorosa y necesaria», consiguiendo así la aceptación pública instantánea de algo que será aplicado en el futuro. Al dar más tiempo al público para que se acostumbre, terminará por aceptar el cambio con resignación.
- Dirigirse al público como criaturas de poca edad: Cuanto más se intenta engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono pueril, empleando lenguaje y mensajes básicos comprensibles hasta por los más torpes.
- Utilizar más la emoción que la reflexión: Emplear la emoción provoca un cortocircuito en el análisis racional, afectando al sentido crítico de los individuos. Al quedar así inermes, se les puede implantar ideas, deseos, miedos, temores y compulsiones, o inducir comportamientos.
- Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad: Hacer que el público sea incapaz de comprender las técnicas y métodos utilizados para su control y su esclavitud, comenzando por una educación deficiente de las clases más bajas para que queden sometidas a las élites.
- Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad: Promover entre la gente que está de moda ser estúpido, vulgar e inculto, algo fácilmente reconocible en los reality shows.
- Reforzar la autoculpabilidad: Hacer creer al individuo que él es el único culpable de sus propia desgracia por ser poco inteligente, tener pocas capacidades o no esforzarse lo suficiente. De este modo entra en un estado depresivo que inhibe su acción, y sin ella no puede haber revolución.
- Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismo se conocen: Actualmente, la tecnología posibilita un conocimiento de las personas que puede llegar a ser superior al que tienen de sí mismas, por lo que pueden ser controladas con mayor facilidad por quien lleva las riendas.
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La clase dominante hoy tienen bajo su influencia las escuelas y la prensa, y por lo general también la Iglesia. Esto les permite organizar y gobernar las emociones de las masas, y convertirlas en su instrumento.
Si analizamos con detalle lo que está sucediendo, veremos que estamos sometidos a enormes presiones mediáticas, a corrientes de pensamiento que generan verdaderos códigos de silencio casi imposibles de romper. Ya lo anunciaba Freud al afirmar que la cultura es algo que fue impuesto a una mayoría contraria a ella por una minoría que supo apoderase de los medios de poder y de coerción. Vivimos en un mundo donde, a pesar de la libertad que creemos gozar, se ningunea a aquel cuya opinión no se quiere que se escuche. Donde se puede «matar» socialmente a una persona, excluirla de todos los ámbitos, simplemente por platearse pensamientos alternativos a los impuestos a la población. Donde lo que triunfan son los que repiten sin cesar los mantras, los tópicos, sin reflexionar sobre ellos. Por el contrario, los que se arriesgan a poner en tela de juicio lo impuesto, a replantear conceptos considerados universales, están abocados al fracaso más estrepitoso.
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A la larga, una sociedad jerárquica solo será posible basándose en la pobreza y la ignorancia.
Existen ideologías a las que interesa que la desigualdad impere y que haya pobres, pues son su sostén, el aire viciado que les permite vivir. Si ese ambiente de marginación y pobreza que es su razón de ser desapareciera, ellas lo harían al mismo tiempo. Por eso, aunque teóricamente digan luchar por la igualdad, por el avance social y por la prosperidad, debemos dudar de que ese sea su verdadero objetivo.
Cuando hay abundancia y todo va bien, cuando el bienestar alcanza a la mayoría de la población, estas ideologías extremas aplican la estrategia de las ratas. Como ellas, se mantienen bajo tierra, en las alcantarillas, aletargadas, expectantes, a la espera de la llegada de las vacas flacas, de esas cíclicas e inevitables crisis. Llegadas estas y aprovechando el malestar social, económico y político, salen a la superficie para constituirse en la voz del cambio, en el portavoz y salvador del pueblo. Pero su único propósito es hacerse con el poder. Aunque que sea habitual camuflarlo de una maraña de discursos populistas, en realidad solo están obedeciendo a sus propios intereses.
El caso de hacerse finalmente con las riendas de la sociedad, optan por mantener a la mayor cantidad de gente posible viviendo, directa o indirectamente, de fondos y las ayudas estatales, con un macro-Estado que lo gestiona todo. Además, imponen una educación ideologizada y alienante que les permite ejercer permanente influencia sobre la ciudadanía y así garantizar su continuidad, eliminando cualquier voz disconforme. Para las poblaciones que tienen la desgracia de caer en estas redes resulta muy complicada su evolución.
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Pan y Circo
La estrategia de pan y circo, esencia de la teoría de la sociedad de masas, se remonta a la Antigua Grecia, donde la desigualdad entre clases únicamente era tolerada gracias a los festivales y banquetes que organizaban los más ricos de la ciudad para todos los ciudadanos. Más tarde, solo se concedían los derechos políticos a aquellos ciudadanos que pudieran asegurar la supervivencia de la comunidad a través de actos de evergesia, término de origen griego que describe el afán de hacer el bien para la ciudad.
En roma, la aplicación del «pan y circo» era diferente, pues la sociedad no dependía de la riqueza de los ciudadanos notables para sobrevivir, sino de la generosidad de las conquistas. Kaplan concluyó que fue el trato liberal del Imperio romano con sus pueblos súbditos lo que en el fondo impidió que se rebelaran. La figura del emperador centralizó el deseo de ganar mentes y corazones para conseguir prestigio entre la plebe, y constituyó un vínculo y un punto de encuentro entre el soberano y sus súbditos, materializado en el circo. Una manera de controlar al pueblo era hacerlo sentir partícipe de algo más grande, de compartir él gusto, espectáculos, riqueza, triunfos, etc. De ahí que no se cuestionara la desigualdad de clases, las guerras u otros temas de la política domesticar y exterior del Imperio. De hecho, el concepto de panem et circenses fue acuñado por el poeta Juvenal para describir la estrategia política de los emperadores basada en entretener a las masas como medio de aliviar el descontento. Así pues, la entrega de pan diario y juegos frecuentes —en su mayoría, con gladiadores—mantenían al pueblo feliz y distraído de los fracasos políticos, tanto domésticos como externos, que hubieran llevado a la demanda de un cambio en el statu quo. De hecho, la gran infraestructura para abastecer de grano a Roma, lo mismo que las carreras de carros, los espectáculos musicales y de teatro, las representaciones de batallas navales y las ejecuciones públicas solo eran una forma de distraer al pueblo.
Hoy en día se encuentran muchos ejemplos de pan y circo, o de opio del pueblo. Algunos autores comparan al Imperio romano con la sociedad de Estados Unidos: comida rápida, violencia diaria y casi idolatría a los guerreros. Lo que hace que la mayoría de los estadounidenses no se pregunten acerca de la racionalidad de las intervenciones militares y de los drones que se utilizan para matar, como si cuestionarse sobre ello pudiera debilitar la sociedad.
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Las ideologías pasan y las religiones permanecen.
Amin Maalouf
El desajuste del mundo
Uno de los mayores fallos que se pueden cometer es ir en contra de las religiones. Los que asó lo han hecho, por lo general han terminado fracasando. La religión da a las personas que la profesan con pasión una fuerza que se convierten imparable, que multiplica sus capacidades y su moral, impulsándolas a sacrificios inimaginables. No hay enemigo más temible, ni con el que sea más imposible cualquier tipo de negociación, que el combatiente fanatizado por sus creencias religiosas. Es el soldado perfecto, deseoso de entrar en guerra y morir en ella en defensa de sus credos. Por eso, los grandes líderes inteligentes han buscado la forma de alcanzar algún tipo de pacto con los guías religiosos. Mientras, los que se empeñaron en ir contra los dogmas de fe ajenos se vieron envueltos en largos y sangrientos enfrentamientos, resultando en muchos casos perdedores aun cuando teóricamente disponían de ventaja, fuera por calidad del armamento o por superior número de combatientes. Igualmente sucede en el ámbito político y geopolítico, en el que ase siguen estrellando dirigentes que tienen una percepción errónea del significado de la religión por el simple hecho de no ser ellos mismos practicantes, lo que los incapacita, en la inmensa mayoría de los casos, para ponerse en el lugar del creyente.
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EL AFÁN DE PODER
[¿Cuál es el gran mal del mundo?] Lo tengo clarísimo: la ambición de poder y de dinero. Es la madre de todas las desgracias que han sucedido y que sucederán.
Quino
En el breve libro ¿Por qué la guerra? que recoge la correspondencia entre Albert Einstein y Sigmund Freud, llama la atención el contenido de la cata que el físico envió al psicoanalista el 30 de julio de 1932, desde su todavía residencia de Potsdam. En ella, Einstein —que tras la llegada de Hitler al poder decidiría renunciar a la ciudadanía alemana e emigrar a Estados Unidos— responde a la pregunta que traslada a Freud: ¿Hay algún motivo para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?
La carta aporta profundas reflexiones sobre la condición humana, el afán de poder y la supremacía de la economía:
El afán de poder caracteriza a la clase gobernante de todas las naciones [...]. Esta hambre de poder político suele medrar gracias a las actividades de otro grupo guiado por aspiraciones puramente mercenarias, económicas. Pienso especialmente en este pequeño pero resuelto grupo, activo en toda nación, compuesto de individuos que, indiferentes a las consideraciones y moderaciones sociales, ven en la guerra, en la fabricación y venta de armamentos, nada más que una ocasión para favorecer sus intereses particulares y extender su autoridad personal [...]. Cómo es posible que esta pequeña camarilla someta al servicio de sus ambiciones la voluntad de la mayoría, para la cual el estado de guerra representa pérdidas y sufrimiento? (al referirme a la mayoría, no excluyo a los soldados de todo rango que han elegido la guerra como profesión en la creencia de que con su servicio defienden los más altos intereses de la raza y de que el ataque es a menudo el mejor método de defensa).
Sin duda, el afán de poder también arrastra el deseo de dominio, de imponer la opinión, de disponer de dinero abundante con el que satisfacer caprichos y vanidades (sin olvidar el sexo). Y de destacar a costa de los demás, pues al basar todo en un estado de comparación, para ser mejor, los demás deben ser peores.