Pedro Baños (Así se domina el mundo) Desvelando las claves del poder mundial

En opinión del historiador alemán Walter Görlitz, uno de los grandes mecenas que hizo posible que Hitler llegara al poder fue el magnate anglo-holandés Henri Deterding, director general del grupo Royal Dutch/Shell y enemigo acérrimo del régimen bolchevique ruso porque este se había apropiado de las ricas explotaciones de petróleo de la Shell en Bakú (Azerbaiyán). Görlitz también relata que, durante la guerra civil española de 1936-1939, la compañía estadounidense Texaco suministró a Franco todo el petróleo que necesitaba por valor de al menos seis millones de dólares. Como recompensa, Texaco no solo cobró la deuda contraída por Franco, sino que obtuvo el monopolio de la venta de petróleo a España durante años. El entonces presidente de Texaco, el magnate petrolero Torkild «Cap» Rieber, justificó esta acción argumentando que era preciso copar el mercado para impedir que en el futuro entrara más petróleo ruso en España, como hubiera sucedido de vencer los republicanos.
     
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Antes de que diera comienzo la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y Gran Bretaña representaban el poder mundial del dinero. Según Fuller, este contexto hegemónico fue contestado por la pretensión de Hitler de crear una Alemania independiente del capitalismo prestamista. Con esta finalidad, el Führer decidió rehusar los empréstitos extranjeros con interés y basar la moneda alemana en la producción y no en sus reservas de oro. Además de importar mediante un sistema de truque y subvencionar las exportaciones que fueran necesarias, se planteó acabar con la libertad de cambios (tráficos de divisas y transferencias de fortunas particulares entre países según la situación política). Pero aquello era inaceptable para el capitalismo internacional, que dependía de la concesión de préstamos con interés. Además, si Hitler tenía éxito, otras naciones podrían imitar su ejemplo, lo que significaría que los gobiernos carentes de oro intercambiarían mercancías entre sí, haciendo que el noble metal perdiera valor. No hay que olvidar que, en esos momentos, Estados Unidos tenía el 70% de las reservas mundiales de oro.
Por tanto, demoler el sistema financiero de Hitler se convirtió en el objetivo del capitalismo prestamista, estallando la guerra económica.

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Controla los alimentos y controlaras a la gente; controla el petróleo y controlarás a las naciones; controla el dinero y controlarás el mundo.
Henry Kissinger  
      
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Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis destruyeron o hicieron desaparecer millares de obras de arte y libros que no se correspondían con su ideología. En las últimas décadas, distintos grupos islamistas han destruido milenarias ruinas arqueológicas como los Budas de Bamiyán (Afganistán) o la ciudad de Palmira (Siria). Estas acciones no responden a un ansia de destrucción y violencia, sino más bien al afán de borrar de la faz de la Tierra un pasado que representa una manera de vivir de sus antepasados que no comparten. Poner en el olvido, modificar o reescribir el pasado son las armas preferidas por diferentes grupos de poder desde tiempos inmemoriales para reconducir la sociedad y facilitar el control y la manipulación de la población.
      
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Aunque los datos varían según las fuentes, las cifras son escalofriantes. En los tres años de guerra se pudieron lanzar unas 650.000 toneladas de bombas sobre Corea del Norte, incluyendo más de 35.000 toneladas de napalm, que habrían reducido a escombros a más de 600.000 viviendas, 5.000 escuelas y un  millar de centros sanitarios. Cuando se acabaron los objetivos urbanos, comenzaron a bombardear pantanos y presas, lo que provocó la inundación de granjas y destruyó las cosechas. En comparación, Estados Unidos arrojó más toneladas de bombas en Corea del Norte que en todo el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, y se destruyeron más ciudades que en Alemania o Japón.

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La dominación indirecta, las influencias sutiles e imperceptibles, desempeñan un gran papel en la esfera internacional. Cuando lo directo es ineficaz, se pasa a utilizar este tipo de estrategia. Como señala Brzezinski, el sistema global estadounidense se basa en gran medida en el ejercicio indirecto de la influencia sobre las élites extranjeras dependientes. 

El gobierno norteamericano es un gran y habilidoso dominador indirecto. Para hacer prevalecer sus intereses energéticos, políticos y estratégicos, Washington emplea no sólo las manifestaciones del imperialismo clásico, sino que también despliega una maquinaria diversificada que va desde la influencia económica a una presencia militar y de seguridad, pasando por los múltiples discursos de los mantras mundialistas: la preservación del paisaje y la biodiversidad, el desarrollo sostenible, la democracia, el buen gobierno y la promoción de los derechos humanos. 

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El cinismo sobre el abuso del término democracia es tal que incluso la controvertida empresa militar privada Blackwater tenía como lema: «Para apoyar la libertad y la democracia en todas partes». No hay movimiento o grupo revolucionario, con independencia de su ideario político y de la brutalidad y violencia con que actúe para conseguir sus fines, que no emplee —y abuse— en su ideario, eslóganes, himnos y banderas de las palabras libertad, justicia, igualdad y, por supuesto, democracia

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Una mentira repetida muchas veces se convierte en una gran verdad.
Lenin

Si siempre ha sido primordial, cada vez es más importante ganar la opinión pública, conquistar «mentes y corazones», vencer en la guerra de las ideas. Una manera de convencer a la sociedad de algo en concreto es repetir la idea hasta la saciedad. Así lo entendía Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda de la Alemania nazi entre 1933 y 1945, quien se atribuye la frase que da nombre a esta estrategia: «Miente, miente que algo quedará; cuanto más grande sea la mentira, más gente se la creerá», a la que suma: «Afirma una mentira cien veces, y al cabo todo el mundo la creerá  como un hecho fidedigno». Y los medios de comunicación social son el canal a través del cual se repiten las mentiras que llegan a la sociedad. Al fin y al cabo, la tan manida libertad de prensa no es más que la libertad del dueño de la imprenta, como avisaba Lenin. Un señuelo para manipular en su nombre, y con el mayor de los descaros, a las poblaciones. 

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El modelo de propaganda deja entrever que el «propósito social» de los medios de comunicación es el de inculcar y defender el orden del día económico, social y político de los grupos privilegiados que dominan el Estado y la sociedad del país.

Pero veamos ahora, de modo resumido y adaptado, las estrategias de la manipulación mediática de Timsit:
  • Distraer de lo importante: La distracción se convierte en el elemento primordial del control social. Consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de las decisiones de las élites políticas y económicas, empleando para ello el bombardeo constante de distracciones y de informaciones irrelevantes, al tiempo que se evita que la gente se interese por los conocimientos esenciales. En Occidente, por ejemplo, el deporte se ha convertido en la principal distracción para desviar el interés público de lo verdaderamente importante.
  • Crear problemas y después ofrecer soluciones: Esta estrategia, conocida tambien como «problema-reacción-solución», consiste en crear un problema para causar cierta reacción en el público, a fin de que sea este quien exija las medidas que los dirigentes deseaban imponer. Puede ir desde desencadenar violencia urbana, perpetrar atentados sangrientos o crear crisis económicas con el fin de que la gente demande mayores medidas de seguridad, incluso a costa de su libertad, o un retroceso en las prestaciones sociales. También se la porfía denomina «estrategia del caos constructivo», consistente en generar caos, violencia o destrucción, o al menos aparentando de modo que la gente se lo crea, con la finalidad de generar luego otro modelo de sociedad al antojo y voluntad plena, sin ninguna oposición popular, pues será la propia gente la que reclame la vuelta a la normalidad.
  • Gradualidad: Para conseguir la aceptación de una medida extrema, basta con aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos. Así, lo que hubiera podido conducir a una revolución se va tolerando mansamente. 
  • Diferir en el tiempo: Presentar una decisión impopular como «dolorosa y necesaria», consiguiendo así la aceptación pública instantánea de algo que será aplicado en el futuro. Al dar más tiempo al público para que se acostumbre, terminará por aceptar el cambio con resignación.
  • Dirigirse al público como criaturas de poca edad: Cuanto más se intenta engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono pueril, empleando lenguaje y mensajes básicos comprensibles hasta por los más torpes.
  • Utilizar más la emoción que la reflexión: Emplear la emoción provoca un cortocircuito en el análisis racional, afectando al sentido crítico de los individuos. Al quedar así inermes, se les puede implantar ideas, deseos, miedos, temores y compulsiones, o inducir comportamientos.
  • Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad: Hacer que el público sea incapaz de comprender las técnicas y métodos utilizados para su control y su esclavitud, comenzando por una educación deficiente de las clases más bajas para que queden sometidas a las élites.
  • Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad: Promover entre la gente que está de moda ser estúpido, vulgar e inculto, algo fácilmente reconocible en los reality shows.
  • Reforzar la autoculpabilidad: Hacer creer al individuo que él es el único culpable de sus propia desgracia por ser poco inteligente, tener pocas capacidades o no esforzarse lo suficiente. De este modo entra en un estado depresivo que inhibe su acción, y sin ella no puede haber revolución.
  • Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismo se conocen: Actualmente, la tecnología posibilita un conocimiento de las personas que puede llegar a ser superior al que tienen de sí mismas, por lo que pueden ser controladas con mayor facilidad por quien lleva las riendas.
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La clase dominante hoy tienen bajo su influencia las escuelas y la prensa, y por lo general también la Iglesia. Esto les permite organizar y gobernar las emociones de las masas, y convertirlas en su instrumento.

Si analizamos con detalle lo que está sucediendo, veremos que estamos sometidos a enormes presiones mediáticas, a corrientes de pensamiento que generan verdaderos códigos de silencio casi imposibles de romper. Ya lo anunciaba Freud al afirmar que la cultura es algo que fue impuesto a una mayoría contraria a ella por una minoría que supo apoderase de los medios de poder y de coerción. Vivimos en un mundo donde, a pesar de la libertad que creemos gozar, se ningunea a aquel cuya opinión no se quiere que se escuche. Donde se puede «matar» socialmente a una persona, excluirla de todos los ámbitos, simplemente por platearse pensamientos alternativos a los impuestos a la población. Donde lo que triunfan son los que repiten sin cesar los mantras, los tópicos, sin reflexionar sobre ellos. Por el contrario, los que se arriesgan a poner en tela de juicio lo impuesto, a replantear conceptos considerados universales, están abocados al fracaso más estrepitoso. 

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A la larga, una sociedad jerárquica solo será posible basándose en la pobreza y la ignorancia.

Existen ideologías a las que interesa que la desigualdad impere y que haya pobres, pues son su sostén, el aire viciado que les permite vivir. Si ese ambiente de marginación y pobreza que es su razón de ser desapareciera, ellas lo harían al mismo tiempo. Por eso, aunque teóricamente digan luchar por la igualdad, por el avance social y por la prosperidad, debemos dudar de que ese sea su verdadero objetivo.

Cuando hay abundancia y todo va bien, cuando el bienestar alcanza a la mayoría de la población, estas ideologías extremas aplican la estrategia de las ratas. Como ellas, se mantienen bajo tierra, en las alcantarillas, aletargadas, expectantes, a la espera de la llegada de las vacas flacas, de esas cíclicas e inevitables crisis. Llegadas estas y aprovechando el malestar social, económico y político, salen a la superficie para constituirse en la voz del cambio, en el portavoz y salvador del pueblo. Pero su único propósito es hacerse con el poder. Aunque que sea habitual camuflarlo de una maraña de discursos populistas, en realidad solo están obedeciendo a sus propios intereses. 

El caso de hacerse finalmente con las riendas de la sociedad, optan por mantener a la mayor cantidad de gente posible viviendo, directa o indirectamente, de fondos y las ayudas estatales, con un macro-Estado que lo gestiona todo. Además, imponen una educación ideologizada y alienante que les permite ejercer permanente influencia sobre la ciudadanía y así garantizar su continuidad, eliminando cualquier voz disconforme. Para las poblaciones que tienen la desgracia de caer en estas redes resulta muy complicada su evolución.

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Pan y Circo

La estrategia de pan y circo, esencia de la teoría de la sociedad de masas, se remonta a la Antigua Grecia, donde la desigualdad entre clases únicamente era tolerada gracias a los festivales y banquetes que organizaban los más ricos de la ciudad para todos los ciudadanos. Más tarde, solo se concedían los derechos políticos a aquellos ciudadanos que pudieran asegurar la supervivencia de la comunidad a través de actos de evergesia, término de origen griego que describe el afán de hacer el bien para la ciudad. 

En roma, la aplicación del «pan y circo» era diferente, pues la sociedad no dependía de la riqueza de los ciudadanos notables para sobrevivir, sino de la generosidad de las conquistas. Kaplan concluyó que fue el trato liberal del Imperio romano con sus pueblos súbditos lo que en el fondo impidió que se rebelaran. La figura del emperador centralizó el deseo de ganar mentes y corazones para conseguir prestigio entre la plebe, y constituyó un vínculo y un punto de encuentro entre el soberano y sus súbditos, materializado en el circo. Una manera de controlar al pueblo era hacerlo sentir partícipe de algo más grande, de compartir él gusto, espectáculos, riqueza, triunfos, etc. De ahí que no se cuestionara la desigualdad de clases, las guerras u otros temas de la política domesticar y exterior del Imperio. De hecho, el concepto de panem et circenses fue acuñado por el poeta Juvenal para describir la estrategia política de los emperadores basada en entretener a las masas como medio de aliviar el descontento. Así pues, la entrega de pan diario y juegos frecuentes —en su mayoría, con gladiadores—mantenían al pueblo feliz y distraído de los fracasos políticos, tanto domésticos como externos, que hubieran llevado a la demanda de un cambio en el statu quo. De hecho, la gran infraestructura para abastecer de grano a Roma, lo mismo que las carreras de carros, los espectáculos musicales y de teatro, las representaciones de batallas navales y las ejecuciones públicas solo eran una forma de distraer al pueblo. 

Hoy en día se encuentran muchos ejemplos de pan y circo, o de opio del pueblo. Algunos autores comparan al Imperio romano con la sociedad de Estados Unidos: comida rápida, violencia diaria y casi idolatría a los guerreros. Lo que hace que la mayoría de los estadounidenses no se pregunten acerca de la racionalidad de las intervenciones militares y de los drones que se utilizan para matar, como si cuestionarse sobre ello pudiera debilitar la sociedad.

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Las ideologías pasan y las religiones permanecen.
Amin Maalouf
El desajuste del mundo

Uno de los mayores fallos que se pueden cometer es ir en contra de las religiones. Los que asó lo han hecho, por lo general han terminado fracasando. La religión da a las personas que la profesan con pasión una fuerza que se convierten imparable, que multiplica sus capacidades y su moral, impulsándolas a sacrificios inimaginables. No hay enemigo más temible, ni con el que sea más imposible cualquier tipo de negociación, que el combatiente fanatizado por sus creencias religiosas. Es el soldado perfecto, deseoso de entrar en guerra y morir en ella en defensa de sus credos. Por eso, los grandes líderes inteligentes han buscado la forma de alcanzar algún tipo de pacto con los guías religiosos. Mientras, los que se empeñaron en ir contra los dogmas de fe ajenos se vieron envueltos en largos y sangrientos enfrentamientos, resultando en muchos casos perdedores aun cuando teóricamente disponían de ventaja, fuera por calidad del armamento o por superior número de combatientes. Igualmente sucede en el ámbito político y geopolítico, en el que ase siguen estrellando dirigentes que tienen una percepción errónea del significado de la religión por el simple hecho de no ser ellos mismos practicantes, lo que los incapacita, en la inmensa mayoría de los casos, para ponerse en el lugar del creyente.

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EL AFÁN DE PODER

[¿Cuál es el gran mal del mundo?] Lo tengo clarísimo: la ambición de poder y de dinero. Es la madre de todas las desgracias que han sucedido y que sucederán.
Quino

En el breve libro ¿Por qué la guerra? que recoge la correspondencia entre Albert Einstein y Sigmund Freud, llama la atención el contenido de la cata que el físico envió al psicoanalista el 30 de julio de 1932, desde su todavía residencia de Potsdam. En ella, Einstein —que tras la llegada de Hitler al poder decidiría renunciar a la ciudadanía alemana e emigrar a Estados Unidos— responde a la pregunta que traslada a Freud: ¿Hay algún motivo para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?

La carta aporta profundas reflexiones sobre la condición humana, el afán de poder y la supremacía de la economía:

        El afán de poder caracteriza a la clase gobernante de todas las naciones [...]. Esta hambre de poder político suele medrar gracias a las actividades de otro grupo guiado por aspiraciones puramente mercenarias, económicas. Pienso especialmente en este pequeño pero resuelto grupo, activo en toda nación, compuesto de individuos que, indiferentes a las consideraciones y moderaciones sociales, ven en la guerra, en la fabricación y venta de armamentos, nada más que una ocasión para favorecer sus intereses particulares y extender su autoridad personal [...]. Cómo es posible que esta pequeña camarilla someta al servicio de sus ambiciones la voluntad de la mayoría, para la cual el estado de guerra representa pérdidas y sufrimiento? (al referirme a la mayoría, no excluyo a los soldados de todo rango que han elegido la guerra como profesión en la creencia de que con su servicio defienden los más altos intereses de la raza y de que el ataque es a menudo el mejor método de defensa). 

Sin duda, el afán de poder también arrastra el deseo de dominio, de imponer la opinión, de disponer de dinero abundante con el que satisfacer caprichos y vanidades (sin olvidar el sexo). Y de destacar a costa de los demás, pues al basar todo en un estado de comparación, para ser mejor, los demás deben ser peores.

Alicia H. Puleo (Ideales ilustrados) La Encyclopédie de Diderot, D´Alembert y Jaucourt Un legado emancipatorio para el siglo XXI

El «despotismo ilustrado» no es el ideal enciclopedista

A menudo, se dice que los enciclopeditas eran partidarios del despotismo ilustrado. Este lugar común dificulta una correcta compresión de sus concepciones políticas. Jacques Proust, gran especialista en Diderot y la Encyclopédie, rechaza esta afirmación, realizando una prolija determinación de los significados de monarca legítimo, déspota y tirano que se manejan en los artículos AUTORIDAD POLÍTICA, CIUDAD Y DERECHO NATURAL, de la Encyclopédie. El tirano es quien accede al poder por la fuerza, como resultado de un golpe de Estado y no por la normal sucesión genealógica. Déspota es el monarca que, aunque que ocupa el trono en virtud de las reglas de la sucesión, actúa según su capricho personal sin atender al bien del cuerpo social, sin adecuar sus decisiones a las leyes de la razón. El artículo DESPOTISMO, encargado al caballero de Jaucourt, dice: «El principio de los estados despóticos es que un solo príncipe gobierne según su voluntad, sin tener en cuenta otra ley que la de sus caprichos [...] ni el derecho natural ni el derecho de gentes forman parte de la base de tales estados, tampoco el honor». Los ejemplos del autor son de estados orientales y entre las características específicas del despotismo incluye la falta de libertades, los obstáculos al pensamiento y a la educación, el sometimiento de todos y, en particular, de las mujeres. 

Por lo tanto, no es posible afirmar que Diderot tuviera por ideal un «despotismo ilustrado». En realidad, el modelo político de Diderot en el momento de la Encyclopédie puede ser calificado de «monarquía democrática». La sutil caracterización que hiciera Tocqueville del rey como instrumento de la condensación del poder del pueblo contra los nobles nos permite comprender mejor el ideal de Diderot.

El pensamiento político de los enciclopedistas se apoya en la teoría del derecho natural que se remonta a Aristóteles y a los estoicos, pervive en le Edad Media en algunos pensadores, oscurecido por la hegemonía de la revelación divina sobre la razón natural, y renace con la obra de teóricos surgidos en medios calvinistas como el holandés Grocio y el alemán Pufendort. Estos juristas se oponían al dogma de la predestinación sostenida por Calvino, dogma según el cual la mayor parte de la humanidad es condenada por Dios independientemente de los actos que realice el individuo en pro de la salvación de su alma. La escuela del derecho natural exalta los valores universales de la razón tanto frente a este absolutismo irracional del Dios calvinista como frente a las teorías maquiavélicas del Estado todopoderoso no limitado por ninguna norma que no sea su propio interés. 

En Derecho de la paz y de la guerra de Grocio, puede apreciarse «el platonismo del moderno derecho natural». El legislador es como el demiurgo platónico, crea a partir de los modelos ya existentes. La autonomía del jurista se basa en la existencia de leyes de la razón, leyes que pueden ser descubiertas con el solo uso de la razón y que son accesible a cualquier ser humano. No dependen de la adhesión a un credo religioso determinado. Estas leyes serán válidas aunque en el caso de que dios no existiera. La Encyclopédie define ley con estas palabras: «La ley, en general, es la razón humana en tanto que gobierna los pueblos de la tierra, y las leyes políticas y civiles de cada nación sólo deben ser diversos casos particulares de aplicación de esta razón humana». Si el mundo físico está sujeto a leyes susceptibles de ser descubiertas por la razón, también habrá de estarlo el mundo social y político. A pesar de que la observación refuta en la mayor parte de los casos esta última afirmación, el optimismo de los ilustrados confía en el progreso de las Luces como motor de la progresiva racionalización de la sociedad.

La teoría del derecho natural resultará atractiva en especial a una burguesía pujante que no podía fundar sus pretensiones de cambio en el derecho histórico. Encontrará en ella principios que legitiman su sentimiento de marginación injusta. Pero los intereses de clase no fueron los únicos motivos de su aceptación. También lo hicieron suya ilustrados como el caballero Jaucourt que pertenecía a una de las familias más antiguas de Francia. 

El derecho natural era un argumento poderoso para enarbolar frente al derecho histórico de los estamentos privilegiados. Durante el siglo XVIII, la aristocracia de espada y la de la toga justificaban sus ataques al poder centralizado del rey con diversas teorías de derecho histórico. Así, la aristocracia de espada afirmaba, a través de uno de sus pensadores, el conde de Boulainvilliers, que los privilegios y el poder de la nobleza tenían su origen en la historia, ya que sus miembros serían descendientes de los francos, de sangre azul, que habían sometido a los galos, de sangre roja. Estos últimos serían los actuales miembros del tercer estado o pueblo llano. En su Ensayo sobre la nobleza de Francia, incluyendo una disertación sobre su origen y degradación de 1732, Boulainvilliers afirma que, en los orígenes, el rey solo era un noble elegido por los demás y que compartía con ellos las tareas del gobierno. A su juicio, el surgimiento de la monarquía absoluta y a la aparición de los Parlamentos que funcionaban como cortes de justicia compuestas por burgueses convertidos en nobles habrían producido la decadencia. 

A su vez, la nobleza de toga también recurría al derecho histórico para justificar su pretensión de discutir los edictos reales: sostenía ser heredera de las antiguas asambleas de los francos. Esta inquietud y estas expectativas de poder por parte de los estamentos privilegiados conducían, como hemos visto, a presionar al rey para que convoque los Estados Generales de 1789. Pero estos desembocarán en lo que menos podía desear la nobleza: la supresión revolucionaria de sus privilegios en nombre de la igualdad de todos los hombres, un principio del derecho natural. A falta de argumentos históricos y pseudohistóricos para fundamentar sus exigencias, la burguesía apoyará el concepto de ley natural de la razón, inmanente al mundo natural y al ético. Entre sus argumentos principales se cuentan el estado de naturaleza, los derechos del individuo y la utilidad general.

El énfasis en cuáles sean los derechos naturales fundamentales varía según los teóricos y su modelo político y económico. Para Locke, los derechos naturales, en especial los de libertad y propiedad, son anteriores al contrato fundador del Estado y este tiene que función el protegerlos. Vemos, pues, que este énfasis no es ajeno a las preocupaciones de una burguesía que busca liberarse de las jerarquías feudales basadas en el nacimiento, en la sangre. Quiere ver asegurado su patrimonio tanto frente a los siempre posibles despojos por parte del poder real (no olvidemos que, según las teorías de la monarquía absoluta, el rey era el propietario de todos los bienes del reino y, de esta manera, podía quedarse con ellos cuando le fuera necesario sin indemnización alguna), como frente a un igualitarismo de hecho que pretendiera llevar a la práctica económica la proclamada igual de todos los hombres. En Rousseau, el énfasis está puesto en la libertad y la igualdad, aunque esta última no ha de entenderse como igual absoluta, como lo demuestra su proyecto de constitución para Córcega que esboza las líneas fundamentales en una república agraria en la que las diferencias de fortuna no sean excesivas. 

Encontramos, más tarde, estas tesis del derecho natural en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 que afirma en su primer artículo: «los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos» y el artículo 17 que garantiza el derecho de propiedad, calificándolo de «inviolable y sagrado». También recogía esta Declaración otros derechos inalienables defendidos por los ilustrados como el de libertad de opinión frente a la intolerancia religiosa o el de seguridad. 

Antonio Valdecantos (El complot de los elementos) Breve tratado sobre la narración, el espacio y la catástrofe

La verdadera excepción que reina en el mundo contemporáneo es una incepción permanente que consiste en la iniciación constante de actos (muy viejos en su mayor parte, pero tenidos obligatoriamente por nuevos) destinados a no concluirse y a sacrificarse en aras de otros más nuevos todavía, y así sucesivamente sin interrupción. Nada surtirá de los placeres de la vivencia si no se tiene por una innovación, y el procedimiento para alumbrar una y otra vez lo nuevo es precisamente el reto. Cada desafío tiene que tomarse, desde luego, como «un nuevo reto», y en esta consideración ya está anticipada la índole radicalmente novedosa de lo que aparezca como respuesta. En el volver a empezar de nuevo está ya comprendida toda la novedad que se hallará, y en esa vuelta al comienzo radica lo que, de manera enfática, se llama «vivir algo» o experimentar una vivencia. Lo tenido por vivencia no recibe ese nombre porque se tome como una expresión de la vida, sino que, a la inversa, se llama vida al curso de las vivencias, el cual se manifiesta como una sucesión de hechos a los que nunca se permite decaer o agotarse. A la fase incipiente de un acontecimiento no la sigue la madurez y el desgaste, sino un nuevo acontecimiento incipiente, cuyo destino será el mismo que tuvieron sus predecesores. El tiempo se corta, pues, a base de acontecimientos abreviados que por su intensidad deberían estar destinados a ser memorables, pero que de hecho no pueden ser recordados, porque su sobreabundancia no cabe en memoria alguna y porque nunca habría tiempo para registrarlos, salvo mediante el uso compulsivo de la cámara fotográfica digital. El álbum de fotos debería ser el único registro posible de esa vida en estado de incepción permanente, aunque las imágenes en cuestión se distinguen por no consentir apenas ninguna clase de descripción: se pueden acumular muchísimas, pero nada puede decirse de ninguna de ellas porque la visión de cada una también tiene que ser exclusivamente incipiente, al igual que debe serlo todo lo que en un tiempo así se acometa o emprenda.
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El cuadrilátero del idiota

A partir de determinado momento de las últimas décadas del siglo XX, una técnica o rutina extraída de las prácticas del análisis empresarial comenzó a cobrar gran prestigio para el examen del presente y porvenir de cualquier institución, e incluso de lo que le es dado proyectar y hacer a cualquier individuo. Se trataba de emplear un cuadro o matriz con las casillas ocupadas por las letras del acrónimo SWOT (DAFO o FODA, en castellano, lengua en la que las iniciales corresponden a «debilidades», «amenazas», «fortaleza» y «oportunidades»). La simplicidad y aun banalidad del esquema no necesita ser expuesta con mucho detalle. Gracias a la invocación de un cuadrado así, es posible representar de manera clara y vistosa todo lo que favorece y todo lo que se opone al cumplimiento de cualquier fin y, en general, todo aquello con lo que ha de contarse para mejorar los resultados de los quehaceres que alguien se trae entre manos. Llamar «análisis» a la invocación del tal cuadrado es un exceso verbal francamente pueril, pero no urge detenerse ahora en las miserias de esta clase de retórica. Si interesa prestar atención a este cuadrilátero es por lo que tiene de síntoma y por lo que tiene de icono: de síntoma ideológico de toda una manera de entender el tiempo y la acción, y de emblema en el que representa, con eficacia mnemotécnica muy afortunada, algo así como «lo que conviene tener en cuenta antes de tomar una decisión, o cosa por el estilo. Una vez que se caído en las redes del esquema SWOT (que seguramente en más eficaz si se lo enuncia y pinta en ingles), ya no resulta nada fácil desembarazarse de él. Nuestra época debería ser llamada, si fuese precisa una denominación, la «era SWOT».

Hay todo un tipo humano al que el esquema SWOT le viene como anillo al dedo: ese hombre —casi siempre es un varón— libre de prejuicios, amante de estar al día en todo, curioso por toda clase de innovaciones, adicto a la llaneza de la expresión (la cual suele deleitarse en giros sanchopancescos y en metáforas automovilísticas y deportivas, así como en anglicismos, siglas y abreviaturas) y amante del proceder rápido y expeditivo, ese hombre para el que las mujeres son, por regla general, lentas, torpes, distraídas, poco prácticas y, en los momentos decisivos, un obstáculo para el éxito, o por lo menos una rémora. La matriz SWOT es el escudo de armas del hombre pragmático, y lo único que sorprende es que no encontremos a millones de contemporáneos con esas cuatro letras bordadas en la pechera o grabadas como tatuaje (ni tampoco camisetas que las luzcan vistosamente). Convertir las amenazas en oportunidades y las debilidades en fortalezas es el arte principal del hombre SWOT. ¿Acaso cabe un mejor arte de vivir? Resulta muy difícil reprimir, ante el culto por el cuadrilátero SWOT, cierta clase de grima. Sin duda, no cabe poner ninguna pega a la bondad intuitiva del esquema, el cual, desde luego, entra eficazmente por los ojos y los oídos. Es cierto que produce desazón e incluso irritación, aunque estas pasiones no son nada fáciles de traducir a palabras, y lo más probable es que se repriman. ¿Qué es lo que no gusta del esquema SWOT? Ciertamente la banalidad, pero ¿acaso no hay banalidades útiles y necesarias?

En el cuadrilátero se contiene todo lo que el idiota debe tener en cuenta para enmarcar sus proyectos y evaluar sus actuaciones. Obrar sin haber buscado previamente la orientación precisa con arreglo a esos cuatro puntos o lados cardinales equivale a actuar a tontas y a locas, de manera insensata y, sobre todo, irresponsable. En principio, el esquema SWOT está concebido para maximizar los éxitos y minimizar los fracasos: es una especie de cuadrante para navegar y su justificación proviene de su utilidad; es, de hecho, el marco normal de toda acción que aspire al éxito o, por lo menos, a la reducción del fracaso, y muchos gozarán sobremanera diciendo que se trata de una «herramienta»: de ordinario, quienes profesan devoción al cuadrilátero SWOT sienten también mucha estima por la metáfora de la herramienta. Pero en el cuadrilátero del idiota lo que menos importa es la utilidad, porque solo unos pocos de entre quienes le dispensan genuflexión lo hacen por los resultados apetecibles que produce, y la mayoría lo adora por la íntima satisfacción que genera el examen de uno mismo —o de la propia empresa— cuando se ajusta a semejante esquema. Lo de menos es el éxito que se alcance, porque lo que importa es que todo cuadre en el esquema SWOT y que uno pueda componer una figura coherente en el interior de ese cuadrilátero. El placer en cuestión no guarda una relación demasiado estrecha (al contrario de lo que a primera vista pudiera parecer) con el autoconocimiento ni, en general, con ningún hallazgo cognoscitivo: es una placer electrizante i libidinoso que se basta consigo mismo porque eleva a quien lo experimenta a las regiones habitadas por las personalidades infatigables, dinámicas, diligentes, positivas y animadas por una irresistible fuerza interior. La afición al anagrama SWOT no es la causa de estas virtudes, sino su efecto más elocuente: si eres esa clase de persona, lo natural es que no se te caiga de la boca la manera SWOT de razonar, a la cual las gentes incautas tomarán como un medio para llegar al éxito cuando en realidad es un signo de haberlo logrado ya y, en caso de que se use como medio, se hará de manera apotropaica, por confiar en la eficacia que su innovación genera. 

Valdecantos, Antonio (Contra el relativismo)
Valdecantos, Antonio (Manifiesto antivitalista)
Valdecantos, Antonio (La modernidad póstuma)

Juan Milián (¡Liberaos!) El fracaso de la política de la indignación y el retorno de la responsabilidad

  Verdad

La politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neuman acuñó el concepto «espiral del silencio» y citó al clásico Alexis de Tocqueville para recordarnos que la persona «teme el aislamiento más que el error». No siempre decimos lo que pensamos, sino lo que creemos que gustará más, o molestará menos, a nuestros interlocutores. Las encuestas necesitan «cocina« porque se oculta la intención real de voto o se muestran opiniones más acordes con la corrección política que a lo que se piensa realmente. De alguna manera tendemos a buscar la aprobación de los otros, ya que el instinto de supervivencia nos advierte de la posibilidad de quedarnos marginados e indefensos. Repetir eslóganes es fácil, pero defender la verdad es lo correcto.

Algunas ideologías de poder, como el nacionalismo o el populismo, conocen esta tendencia humana a silenciarse ante la mayoría y la aprovechan. Por esta razón, su comunicación es apabullante, intimidante. Intentan que el discrepante se sienta en minoría, aunque en realidad no lo esté. Hablan de «la voluntad del pueblo» o de la «gente» para autoproclamarse portavoces de toda la sociedad y no ser cuestionados, para que el que piense diferente se calle y, poco a poco, pase de la discreta disidencia a una cómoda adaptación. Muchos callaron en Catalunya ante el procés separatista por miedo a la exclusión social, y no pocos se hicieron pasar por acérrimos independentistas porque así obtenían algún tipo de prebenda. También muchos disimulan en las facultades o en los medios de comunicación para no generar problemas. De este modo, la opinión pública va perdiendo pluralismo y la sociedad se va cerrando. Las versiones oficiales se imponen. Se convierten en dogma. La espiral del silencio a veces atrapa a sus propios promotores. Entre los protagonistas del procés nadie tuvo el valor suficiente para reconocer públicamente que iban directos al precipicio. En las sociedades atrapadas por estas espirales, aparecen los dobles discursos. Los políticos dicen cosas diferentes en público y en privado. La política se aleja de la verdad hasta que, al final, colisiona estrepitosamente con la realidad. Algunos políticos se habrían ahorrado graves problemas personales si hubieran leído las advertencias de Francesc Cambó: «Amb el règim del solenci vénen sempre les més grans sorpresas» [Con el régimen del silencio siempre vienen las más grandes sorpresas]. 

La libertad os hará libres. Liberarse es enfrentarse a las mentiras. Es el sano escepticismo: no creer cualquier información por el simple hecho de que venga de tus líderes políticos. Pero no nos convirtamos en cínicos. La verdad existe, aunque algunos políticos se dediquen a inundar sus hemerotecas de mentiras, medias verdades y exageraciones. Buscan que no creamos en nada. Que nos volvamos cínicos y votemos arrastrados por la indignación o el odio. Quieren una sociedad relativista, que devalúe la importancia de la verdad. George Orwell nos avisó: los enemigos de la democracia pretenden destruir el concepto de veracidad. No es sólo porque, como escribió Tocqueville, «una idea falsa, pero clara y precisa, tendrá siempre más fuerza en el mundo que una idea verdadera y compleja», es porque realmente buscan embarrar el terreno de juego políticos para que seamos incapaces de distinguir los hechos, y que ante un tsunami de mentiras nos resignemos y abandonemos agostados la lucha por la verdad y, por la tanto, por la libertad. No son pocos los que disculpan las mentiras de sus líderes, o porque sus intenciones son percibidas como buenas o porque son argucias para engañar al adversario. Se equivoca. Los fines no justifican los medios. Si no hay honestidad, no hay confianza. Y sino hay confianza, la sociedad se quiebra. La verdad científica fue el motor de la civilización. La mentira es el arma de los bárbaros. 

La filosofía posmoderna de los Michel Foucault, Jacques Derrida o Jean-François Lyotard contribuyó decisivamente a formar un ambiente intelectual relativista y, por consiguiente, a una política de la posverdad, es decir, una política que considera que la verdad no importa. Más tarde, las nuevas tecnologías de la información se convertían en auténticas autopistas para las mentiras. El mundo digital facilita la difusión de las falsedades a una velocidad inaudita. La hipérbole reina en las redes sociales. Importa la intensidad emocional, no la exactitud de los hechos expuestos. Se retuitea como muchos seguidores aplauden a su lider, por la subida de tono de su voz no por el contenido de sus palabras. Pero en las redes sociales existe un salto cuantitativo; a diferencia de un mitin político, aquí son millones los que divulgan falsedades. En un escenario tan complicado para la verdad, también cabe preguntarse si el periodismo está cumpliendo su misión, si está desenmascarando las falsas simplificaciones del populismo o si está colaborando con la repetición de la mentira oficial de turno. 

Peter Neumann (La república de los espíritus libres) Jena, 1800

«Carl» es el nombre de todos sus criado. Dada la cantidad de años a su servicio del primero y de la estrecha relación con él, resulta difícil cambiar de costumbre. El gran Kant, que era olvidadizo en su vejez, siguió llamando «Lampe» al sucesor del primer sirviente, que estuvo muchísimos años en el cargo. En un pequeño y astuto libro anotó la necesidad de olvidar el nombre de «Lampe». En cambio, Goethe no ocultó en ningún momento su deseo de conservar sin más el nombre de «Carl».

La preparación del chocolate líquido es una de las tareas más sobresalientes de su criado. Carl es irreemplazable no solo como ayudante en los viajes, cuando se trata de mantener en orden el equipaje, de negociar con cocheros y fondistas, de cuidar los abrigos y trajes; sino también a la hora de recoger objetos de colección, sobre todo piedras, de dictar y de copiar, así como de llevar el diario y el libro de gastos. No hay que perder de vista la situación económica, por si su excelencia Von Goethe, el real consejero privado y ministro de Estado, gasta más dinero del previsto. En resumen, el criado ha de cuidarse de todas las tareas que surgen en el barullo cotidiano. Es escribano, secretario, chocolatero; pasa de una actividad a otra con fluidez. Sin su criado, aquella persona universalmente ocupada estaría perdida y sobrecargada por tanta universalidad.

A Johann Jacob Ludwig Geist estas cosas no le cuestan nada. Cuando en 1795 entró al servicio de Goethe, ya era bien consciente de la valía de su señor y no tuvo que formarse a conciencia, como sus antecesores Paul Götze y Christoph Sutor. En cualquier caso, Götze estuvo diecisiete años al servicio del poeta, ministro de Estado e investigador de la naturaleza; y Sutor le servició durante veinte años. Geist proviene de la instrucción pública, domina el latín, tiene amplios conocimientos en el campo de la botánica e incluso sabe tocar bastante bien el órgano. Schiller lo llama «el buen espíritu de Goethe». Es más Sancho Panza que fámulo de Wagner. Goethe le ha prometido ya un puesto al servicio del Estado de Weimar en el caso de que alguna vez quiera dejar su trabajo, tal como corresponde a un fiel caballerizo mayor.

Todos, el señor, los sirvientes, el cochero y Schiller, están contentos en este día de febrero cuando se acercan a Jena. Incluso los caballos tiran del trineo con mayor rapidez cuando les salen al encuentro las montañas que rodean la ciudad. Resuena un latigazo que comprime el aire.

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La mujer se ha atado la cesta con fuerza al hombro y las correas se le clavan en la carne. Las cuerdas cruzadas sujetan las mercancías y los paquetes, que amenazan con caerse de la repleta canasta. Lleva un pañuelo en la cabeza, delantal, falda y una cestita adicional de mimbre en la mano para productos de menor tamaño: fruta, hierbas, verdura fresca. Es la segunda vez que en las últimas veinticuatro horas que pasa por el pequeño poblado de Frankendorf, al noroeste de Jena. Los pueblos cercanos se llaman Umpferstedt, Kappellendord y Hammerstedt.

La mensajera Wenzel hace una parada en la taberna de Frankendorf antes de continuar su trayecto a primera hora de la mañana. Tras unas cinco horas de caminata se detiene para descansar del peso de la cesta, especialmente por la noche, cuando el frío es penetrante.

La cesta de Wenzel pesa medio quintal. Dos veces por semana la mensajera se pone en camino con correspondencia confidencial, medicamentos y productos necesarios para la vida de cada día. Los martes y los viernes se dirige de Jena a Weimar, los miércoles y los sábados regresa. Aunque el correo a caballo recorre el trayecto mucho más deprisa, la ventaja es obvia. Ella puede entregar directamente los envíos; es posible recibir al día siguiente la respuesta a una carta. A las mujeres de los campesinos, que en época de cosecha no tienen tiempo para nada, les compra artículos domésticos y vajilla en el mercado, a los médicos y farmacéuticos les lleva medicamentos, y reparte ricas mercancías a los hombres de negocios. Como contribución suele recibir una décima parte del valor de la mercancía.

El correo ducal le gustaría prohibir semejante competencia. El recurso de pierde en las instancias del gobierno. Las ciudades de Weimar y Jena prácticamente desconectadas del tráfico suprarregional, no están situadas en la Vía Regia, en la ruta comercial central del Sacro Imperio Romano Germánico. Leipzig y Erfurt son nudos importantes, el acceso directo más cercano está junto a Buttelsdedt, al norte de Weimar, a doce kilómetros de distancia. Las mujeres mensajeras son un complemento indispensable de las sillas de posta, que también iban muy despacio. Sin ellas, amplias regiones del país carecerían de correo postal.

Hoy la mensajera Wenzel transporta otra vez algo especial: cartas del señor Goethe al señor Schiller. Eso sucede desde hace ya largo tiempo. Y no solo cartas, también arrastra de aquí para allá regalos que ambos se hacen. Precisamente viene de la casa de Frauenplan con un lucio en el equipaje. La persigue un penetrante olor a pescado y, si de repente el viento cambia de dirección, el tufo se percibe a unos buenos cien metros por delante. Ha tenido que transportar a Jena incluso piedras de la colección del príncipe poeta, o pliegos de alguna revista, e incluso le tocó llevar a Weimar, envueltos en un caja, unos bizcochos que había hecho la señora Schiller. Regalos y respuestas a los regalos.

Con mucha frecuencia, la mujer debe esperar hasta que los señores terminan de leer una carta, formulan una respuesta y encuentran el aditamento deseado. Pero en ella se puede confiar. La mensajera presta servicios incalculables precisamente cuando hay que proceder con prisa, cuando hay que cerrar los últimos acuerdos de la inauguración. Al final es ella la que determina el ritmo de la correspondencia, el intercambio intelectual entre ambos hombres.

La mensajera Wenzel toma un último trago del cántaro, la mañana alborea, tiene que darse prisa. El camino conduce a través de Hohlstedt a Isserstedt, se adentra en el Mühltal, aproximadamente a una milla más, y llegamos a Jena. 

J. Rafael Hernández Arias (Oswald Spengler) El destino de la civilización occidental

[...] Spengler concluye que las culturas nacen por azar y son son accesibles a la inteligencia racional. Sólo la intuición puede acceder a sus almas. Así se opone a la concepción materialista, que hace de la cultura el resultado de la lucha necesaria del hombre contra su entorno. La cultura, en virtud de su teoría, es un acontecimiento histórico, único y irreversible, precisamente porque ningún pueblo crea cultura, sino que es creado por la cultura. Los tipos de pueblo son, como las obras de arte y las mentalidades, expresión de las culturas. De ahí que no se pueda entender la cultura como una producción, sino como el último sustrato metafísico de la realidad histórica.

Una de las discrepancias más importantes formulada por Spengler respecto a la ciencia histórica de su tiempo, se traduce en dejar de contemplar la historia universal como una unidad. La historiografía clásica desde san Agustín, pasando por la Ilustración, hasta Hegel, se había concebido de tal modo que presuponía <<una humanidad>> como sujeto de la historia universal. Pues bien, Spengler hace saltar este esquema por los aires. Entre sus filósofos de referencia en este sentido destaca Nietzsche, quien rechaza la idea de que la humanidad tenga que resolver una misión, que vaya al encuentro de una meta como un todo, cualquiera que sea esta meta. Y manifestaba su deseo de que nos desprendamos de esa <<humanidad>> antes de que se convierta en una <<idea fija>>. Para Nietzsche, en definitiva, <<la humanidad no avanza, ni siquiera existe>>. Spengler elabora la argumentación nietzscheana e insiste en que la humanidad no es un todo: es una pluralidad de procesos vitales en ascenso y descenso, no tiene una juventud y después una madurez y por fin una ancianidad. Tras milenios aún puede haber tipos humanos jóvenes, como es fácilmente demostrable. La decadencia, en cambio, pertenece a todas las épocas de la humanidad. En cuanto a la meta de esta última, Spengler se confesaba un decidido y completo pesimista. Para él la humanidad era <<un concepto zoológico o una palabra vana>>. Es una abstracción que carece de una finalidad, de una idea, de un plan. Ya Goethe había establecido en una carta a Luden: <<¿La humanidad? Eso es una abstracción. Nunca ha habido más que seres humanos individuales, ni habrá más que seres humanos individuales>>

Así pues, Spengler no ve ningún progreso en la humanidad, ninguna meta, ningún camino, <<a no ser en las cabezas de los filisteos del progreso>>. Ni siquiera ve un espíritu y aún mucho menos una unidad del afán, del sentir, del comprender, en esa, para él, mera masa poblacional. Aquí comparte el mismo parecer de Houston Stewart Chamberlain, quien, en sus Fundamentos del siglo XIX, afirma: <<Pues en cuanto hablamos de humanidad en general, en cuanto creemos apreciar en la historia un desarrollo, un progreso, una educación, etc. de la humanidad, abandonamos el suelo seguro de los hechos y flotamos en abstracciones vaporosas. Esta humanidad sobre la que tanto se ha filosofado, adolece del grave defecto de no existir. La naturaleza y la historia nos ofrecen un gran número de seres humanos diferentes, pero no una humanidad>>
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[...] Si en la Decadencia Spengler aún establecía el grado de extensión de la cultura occidental, al cubrir toda la faz del planeta, como criterio diferenciador con respecto a las demás culturas, en sus últimos escritos se exacerba el presentimiento de una nueva cualidad destructiva. Así constata que la mecanización del mundo ha entrado en una fase de tensión peligrosísima con consecuencias devastadoras para la naturaleza y el hombre. Se impondrá un mundo artificial que envenenará el natural. La civilización se habrá convertido ella misma en una máquina, que lo hará todo y querrá hacerlo todo de un modo maquinal. Pero Spengler contempla también la posibilidad de que el pensamiento fáustico comience a hartarse de la técnica. Su cansancio se extenderá, surgirá una suerte de pacifismo en lucha contra la naturaleza, y el hombre se orientará a formas vitales más simple, más próximas a las leyes naturales, odiará las grandes ciudades, querrá escapar de la esclavitud de la máquina, de la atmósfera clara y fría de la organización técnica. En esta atmósfera prosperarán el ocultismo y el espiritismo, volverán a emerger filosofías hindúes o creencias budistas. Esta fase correspondería al estado de ánimo del periodo de la Roma de Augusto. Con la huida de los líderes de la máquina, surgirán sólo talentos de segundo rango, epígonos, en lo que puede considerarse una traición a la técnica.

Hay también otros horizontes dignos de considerarse. La enorme superioridad de Norteamérica y del Occidente europeo, durante la segunda mitad del siglo anterior, el poder de toda índole, económico, político, militar, financiero, se basa, según Spengler, en un indisputable monopolio de la industria. Pero con el desplazamiento de la producción industrial a otros continentes y la revelación del know-how, el gran tesoro de los pueblos blanco se ofrece al mundo entero, de modo que sus privilegios insustituibles para la preservación de su cultura, se dilapidan. Se exportan los secretos, los métodos, los ingenieros, los organizadores, el desempleo en los pueblos blancos se incrementa, la remuneración del trabajador blanco se pone en peligro. La técnica occidental pronto alcanzará su cénit, a partir de ese momento será necesario un número elevadísimo de organizaciones, ingenieros e inventores para mantener en vida el mundo de las máquinas. Será entonces cuando comience la incontenible caída de la <<técnica fáustica>>, la cual se incrementará y acelerará por la exportación de saberes especializados a países asiáticos y africanos. Esto causará la pérdida del monopolio industrial, y es un proceso fatídico, puesto que obedece a los designios del destino, resistiese a él carece de sentido. No obstante, pese a esta situación, Spengler aboga por una actitud heroica. Para Spengler, en vista de este destino solo hay una cosmovisión digan de nosotros, la de Aquiles: es preferible una vida breve llena de acciones y gloria que una larga sin contenido. Sólo los soñadores creen en escapatorias. El optimismo es cobardía.

El <<hombre fáustico>>, tal y como lo concibe Spengler, es un tipo ideal, se nos antoja una figura titánica, llena de paradojas, con una personalidad escindida y desgarrada, con un alma trágica y atormentada. Su capacidad de transformar el mundo y de alterar la existencia humana, convive con una tendencia hiper-moral que, no obstante, lo pone todo en duda y que no deja de generar contradicciones morales y conflictos de conciencia. Y es evidente que vivimos unos momentos en que la civilización fáustica está llegando a sus límites, ya sea generando perturbaciones climáticas o desarrollando tipos de energía, como la termonuclear, con riesgos impredecibles. Por otro lado, el alma fáustica anida claramente en el impulso espacial, en los proyectos de visitar y colonizar otros planetas, en los progresos de la inteligencia artificial y de la cibernética, así como en las nuevas estrategias financieras. Esta es una de las facetas en las que el pensamiento spengleriano ha resultado más clarividente.

Hernández Arias, José Rafael (Nietzsche y las nuevas utopías)

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