William Davies (Estados nerviosos) Cómo las emociones se han adueñado de la sociedad

[...] La oposición política al conocimiento de los expertos siempre ha estado presente, sólo que no ha estado en el campo de visión de muchos occidentales. 

Lo que ha cambiado en los últimos años es, sin embargo, que amplios sectores de la población occidental parecen ahora considerar el saber experto de un modo análogo. Las reivindicaciones de los expertos -en especial de los tecnócratas de los gobiernos- se contemplan con gran recelo, como si fueran herramientas cuasi coloniales de dominación. Aun cuando las personas no se sientan oprimidas violentamente, a menudo se sienten menospreciadas e irrelevantes para el conocimiento generado por los economistas, estadísticos y periodistas económicos. Conforme a una tradición que en origen trató de gozar de la gloria de Dios o el soberano, las élites se centran en objetos abstractos de conocimiento y pasan por alto los perjuicios que la gente experimenta en si vida cotidiana. La falta de emoción, que inicialmente fue tan crucial para su autoridad, los expone a los embates de quienes los tachan de fríos y egoístas.

El problema es especialmente grave en la Unión Europea, donde los tecnócratas de la Comisión Europea parecen incluso más alejados de la gente corriente que aquellos que trabajan a nivel nacional. El nacionalismo que ha irrumpido en toda Europa en el siglo XXI, principalmente pronunciado por Hungría, Polonia u Austria, en parte se moviliza en contra de la UE por considerarla un régimen antidemocrático y tecnocrático. Los estudios muestran que las <<élites>> europeas contemplan la UE desde una perspectiva diametralmente opuesta a la de la mayoría de los ciudadanos europeos de a pie. Las élites valoran la UE primordialmente por garantizar la paz -en objetivo fundacional de Hobbes-, en tanto que los miembros de la sociedad son más propensos a considerarla en términos de supresión de las fronteras nacionales, que da lugar a la inmigración, las crisis de refugiados y la moneda única. La realidad objetiva de la paz no ha impedido una creciente sensación de miedo.

Las divisiones culturales y políticas que separan los núcleos del saber experto de otros sectores de la sociedad han creado una situación con ecos retóricos de la colonial, en la medida en que los métodos de la ciencia y el conocimiento especializado parecen en brazo de un Estado Leviatán extranjero. El gobierno burocrático moderno es representado como enemigo, con Steve Bannon (cuando aún trabajaba en la casa Blanca) declarando que el propósito del gabinete de Trump sería la <<deconstrucción del estado administrativo>>, y como el destacado defensor del brexit acusando al tesoro británico de <<manipular las cifras>> para la consecución de sus propios objetivos políticos. 

La idea nativista de que la nación necesita ser recuperada de manos de las élites tiene ecos de retórica del nacionalismo anticolonial. El resentimiento rural hacia las universidades y los centros metropolitanos tiene su origen en la sensación, que se ha configurado lentamente, de que una exigua clase de tecnócratas está gobernando la nación en su propio interés. Los grupos racistas y etnonacionalistas se inspiran en el lenguaje de los derechos de las minorías y la política identitaria para protestar por el hecho que ellos son ahora los oprimidos. 

Estos avances profascistas son espeluznantes, pero triunfan al explotar las desigualdades económicas y políticas reales que han creado una división entre los centros de poder de las élites y la población corriente. Esto se manifiesta en un profundo rencor hacia las instituciones gubernamentales, como la Comisión Europea, que está siendo explotado por partidos políticos como el Frente Nacional en Francia y la Liga Norte de Italia. Pero implícito en esto se halla la sensación de que el conocimiento de los expertos es engañoso, interesado y probablemente incluso inventado. Los expertos y los responsables políticos pueden hablar sobre temas como el desempleo o el medioambiente, pero nunca sabrán cómo se siente uno cuando está en el paro o vive en una comunidad rural en mitad de la naturaleza. Ése es, en cualquier caso, el argumento del que se sirven los políticos para ganar votos.

La extralimitación tecnocrática es culpable del declive de la razón política. Ejemplos como los rescates bancarios y la expansión cuantitativa, que provocaron la ira de los activistas de Ocupa Wall Street y del Tea Party, generan confusión en torno a lo que de un modo exacto cuanta como <<política>> y lo que cuenta como <<conocimiento experto>>. A medida que los partidos políticos se van profesionalizando cada vez más, se hace menos clara la diferencia entre los representantes electos y sus asesores expertos: ser uno experto, que reivindica representar <<los hechos>>, es ahora uno de los principales caminos para meterse en política, donde alguien reivindica representar a <<la gente>>. A muchos el Estado se les antoja un juego en el que juegan los entendidos. Para estos críticos, la distinción entre experto y político se ha convertido en una ilusión. 

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