Dr. Louis Fouché (Resistentes en el alma) ¡Iluminando el mundo de mañana!

PANÓPTICO

He presentado el totalitarismo como un hecho. Alain Damasio ha descrito muy bien el totalitarismo tecno-industrial en La zone du dehors y en Les furtifs. En estos libros, el acceso a determinadas zonas de la ciudad está regulado por la suscripción que hayas contratado. Los privilegios están vinculados a tu estatus social y financiero, que te permite acceder a tal o cual parte del mundo. Es una distopía totalitaria en la que todo el mundo está permanentemente conectado a una gran red. En el relato, hay grandes torres transparentes donde todos pueden observar a los demás en una lógica que ya he descrito en otro lugar, la del panóptico. Se trata de un invento descrito por Jeremy Bentham en el que se estaría en un espacio donde todo sería visible para todos en todo momento, con paredes de cristal. Y este espacio de absoluta transparencia, para Bentham, sería la mejor prisión.

La tarjeta sanitaria, el expediente digital universal, la prueba positiva o negativa pública, la vacunación o no: es el final del secreto. Es el final de la privacidad. Estás en de la zona de cría, con los demás animales. No tienes espacio propio. El paralelismo con el rebaño debe resonar en ti. ¿Estamos alienados como si fuéramos al matadero, en espacios limitados como animales, ganado al que se le suministra pienso? Ya ni siquiera lo recogerías, los esclavos de Uber Eats te lo entregarían. El contenido nutricional, el valor de las fibras y los nutrientes estarían absolutamente calibrados. 

En el totalitarismo, cada parte de tu vida está atendida, en las manos de un poder, exactamente como para el ganado. La hora de acostarse, la hora de levantarse, qué comes y a qué hora, cómo te lavas y te cuidas, qué antibióticos y vacunas te inyectan... Y en este totalitarismo, el individuo está sometido a una cultura de la violación permanente. La vacunación obligatoria encubierta, amparada en el pase sanitario, es una herramienta de chantaje que se impone para poder conservar un trabajo, para formar parte de la sociedad, para ser libre. Forma parte de la cultura de la violación. Tienes que someterte a este derecho de pernada, si quieres formar parte de esta sociedad. La vida normal que solíamos tener, donde había una cierta sensación de libertad, una cierta sensación de estabilidad, se ha acabado. La crisis actual te va a meter en una jaula para siempre. Pero el totalitarismo ya está aquí. Es solo la culminación de algo que ya estaba ocurriendo. Ya había una intención totalitaria a través de los sistemas digitales.

TOTALITARISMO DIGITAL

Los ingenieros y mercaderes encargados de la digitalización del mundo ya habían puesto en marcha, progresivamente, una duplicación digital del mundo. El teléfono móvil inteligente que llevas en el bolsillo ya se pasa el tiempo escuchándote, registrando variables y rellenando hojas de cálculo de Excel en las que viene a duplicar el mundo. El arte del bibliotecario —es decir, la capacidad de indexar y buscar información en estas enormes bases de datos— está en manos de unas pocas empresas multinacionales de datos. Se llaman a sí mismas «Big Data». Monetiza la información que posee con el mayor valor posible. Porque, una vez que has duplicado el mundo, por fin puedes decir a todo el mundo: «¡Mira, puedo mostrarte cómo es el mundo mejor que tú! La televisión, la radio, Internet te muestran mejor que lo que percibes, lo que es el mundo». Confías más en la información de Wikipedia o de Internet que en ti mismo.

El mundo se ve ahora a través de un prisma totalmente distorsionado por la duplicación digital. Una vez que los sistemas digitales saben mejor que tú lo que es el hombre, te lo dicen. El primer poder, como hemos visto, era el de la aletheia: la capacidad de revelar el mundo que no se podía ver. Eras demasiado pequeño. No podías ver lo suficiente. Hemos utilizado el ejemplo de un GPS de tipo Waze. Volvamos a eso por un. momento. ¿Por dónde tengo que ir para llegar lo más rápido posible? No lo sé, pero Waze sí. Tiene una duplicación digital del mundo mucho más completa que mi capacidad de ver señales. Pero, si Waze, entonces, me dice a mí y a todos los demás por dónde ir, Waze crea atascos. Tiene un poder prescriptivo. El mundo entonces resulta ser exactamente como Waze ha decidido que sea. Este poder narrativo, interpretativo y prescriptivo constituye el totalitarismo digital. Hay demasiado poder en manos de muy pocas personas y sistemas algorítmicos. ¡Y no hay contrapoder!

En Francia, las leyes se aprueban a las 3 de la mañana por unos pocos diputados presentes. No queda nadie que se oponga. Es una ignominia democrática, una ignominia sanitaria; sin embargo, los legisladores están de acuerdo con ello. Los legisladores sirven a otros intereses que los de los ciudadanos. Los jueces no toman decisiones que vayan en contra del ejecutivo. El poder periodístico y mediático está dando ahora una sola nota única, unívoca y simplista. Ahora es una verdadera propaganda. Alimentará los museos y el deber de memoria, cuando este terrible momento que vivimos haya terminado. Los periodistas ya no son periodistas, sino propagandistas encargados de definir cúal es la verdad oficial y quién es el enemigo. Una de las características de un sistema totalitario es designar a los enemigos. Esto está en consonancia con la idea de protensión negativa colectiva. Si no hay nada que nos mantenga unidos, lo único que podría unirnos de nuevo sería designar a los enemigos. Los enemigos van a ser, precisamente, ¡los que rebaten la narrativa oficial! Se los pondrá en cajas simplistas, evitando cualquier matiz. Se los tildará de «islamo-izquierdistas», «conspiranoico», «complotista», «tranquilizador», «antivacunas», «antimáscaras», «antirrestricciones», «anti política sanitaria». Serás asimilado a una gigantesca amalgama, etiquetada como «cercano a la extrema derecha». Se te etiquetará como «el enemigo». Pero, ¿esto realmente une a la gente? Es como en el patio de recreo, cuando los matones creen que son amigos porque juntos golpean a un niño. De hecho, no son amigos. Sólo están golpeando a un niño [...].

Michel Houellebecq (Más intervenciones)

Para los autores del siglo XIX, la cuestión del bien y del mal no se plantea en modo alguno. Ni Balzac ni Dickens ni Dostoievski ni Maupassant ni Flaubert tienen la menor duda sobre los momentos en que el comportamiento de sus personajes les parece estimable, admirable, ligeramente condenable o francamente abyecto. Que después decidan desplegar un amplísimo espectro moral, poner en escena casos extremos o, al contrario, concentrar su atención en personajes normales, es una elección estética personal, donde existen infinitas variaciones. Pero, para ellos, las bases del juicio moral son tan sólidas e indiscutibles como siempre lo han sido para los filósofos que, a lo largo de los siglos anteriores, se han preocupado por el tema de la ética.

Las cosas se estropean un poco a principios del siglo XX. Bajo la influencia de pensadores nefastos y falsos que atribuyeron un carácter contingente a la ley moral, se creó poco a poco una oposición estúpida, pero extrañamente tenaz, entre conservadores y progresistas. En realidad es algo que podría haber ocurrido mucho antes, bajo la nociva influencia de los «filósofos de la Ilustración»; pero esos supuestos filósofos tenían un caudal intelectual demasiado limitado como para ejercer una influencia real sobre creadores de cierto nivel, y al magnífico ímpetu romántico no le costó el más mínimo esfuerzo hacerlos trizas. Hay que reconocer que Marx y Nietzsche eran, comparados con Voltaire y La Mettrie, de otro calibre. Y así se instaló una duda moral, incluso entre los mejores, sobre cuestiones no obstante poco dudosas. Se centró sobre todo en la sexualidad, y debemos admitir que la mayor parte de culpa recae, en este caso, en los conservadores. La mojigatería victoriana es un fenómeno incomprensible, exagerado, que nunca se había visto (y jamás se volverá a ver), y no resulta sorprendente que la mayor confusión se produjera en Inglaterra. 

[...] Cuanto más nos adentramos en el siglo XX, más aumenta la confusión y más terreno pierde la ley moral, hasta que se deja de entender del todo, cuando no se ve sistemáticamente menospreciada. El adagio «con buenos sentimientos no se puede escribir buena literatura» tuvo un impacto negativo considerable. Incluso creo que es el origen de la inconcebible sobrevaloración de la que son objeto desde hace mucho los autores colaboracionistas. No confundamos las cosas. Céline no carece de mérito, pero está sobrevalorado de una manera ridícula. Y los Poemas de Fresnes de Brasillach son muy hermosos, de una belleza sorprendente en un autor tan flojo. Pero todos los demás, Drieu, Morand, Félicien Marceau, Chardonne... una ristra de mediocres. Y me parece a mí que esta extraña sobrevaloración se origina en un énfasis perverso del adagio antes citado, que podría formularse así: «Si es un cabrón, probablemente es un buen autor».

[...] Y siempre me produce una leve irritación cuando oigo alabar «el profundo conocimiento de la naturaleza humana» de tal o cual autor que no ha hecho, en el curso de su larga carrera, otra cosa que soltar una bien poco apetecible teoría de personajes egoístas y cínicos. Un autor así, en mi opinión, lo único que muestra es una comprensión superficial del alma humana. Pues algunos seres, de manera consciente y deliberada, deciden tratar a los demás todo el tiempo con lealtad, honradez y buena fe; y se ajustan a esta máxima hasta el día de su muerte. Y otros, sin que nadie les obligue, se lanzan de forma temeraria en auxilio de los demás, hacen todo lo que pueden para ayudarles y aliviar su sufrimiento. El bien existe, existe absolutamente, igual que el mal. Y es esta existencia, absolutamente contraria a cualquier ley natural, esta existencia contraproductiva desde el punto de vista biológico, lo que en realidad plantea un problema. Y es ese problema del bien, tal vez el único que merece la pena considerar, el que Emmanuel Carrère explora en las páginas más hermosas de esos libros. ¿Por qué Étienne Rigal, joven promesa del Sindicato de la Magistratura, rechazó el camino dorado de un gabinete ministerial para ejercer como juez de vigilancia penitenciaria? ¿Por qué decidió ayudar a unos miserables alcohólicos y medio degenerados? ¿Por qué?

[...] Retomando el tema desde un ángulo un tanto distinto, creo que la cuestión de la comunidad humana, de la posibilidad de una comunidad humana, es la que vuelve de forma más insistente en los libros de Emmanuel Carrère. Cioran observa de manera concisa que creer en Dios «era una solución», y que está claro que nunca encontraremos otra mejor. Entre las inmensas ventajas de esa fe, veo al menos tres. Una, los interrogantes cosmológicos sobre el origen del universo, del espacio y del tiempo, etc., quedarán resueltos ipso facto. Dos, había vencido a la muerte (la suya propia, y sobre todo la de los demás). Tres, quedaba establecida la posibilidad de una comunidad humana (las reconoceréis porque en ella los seres humanos se aman los unos a los otros, etc). Siempre he pensado que, de estos tres puntos, el más importante para Emmanuel Carrère, el que mejor explica su renovada fascinación por el cristianismo, era el tercero. La Ilustración más impresionante es, sin duda, la extraordinaria penúltima página de El Reino, en la cual, bailando al lado de Élodia, la joven trisómica, en la comunidad El Arca de Jean Vanier, entre lágrimas, vislumbra lo que es realmente el Reino.

[...] Puede que también me interese menos la cuestión de la comunidad humana en general porque me interesa apasionadamente esa comunidad más restringida que forman un hombre y una mujer. a Emmanuel Carrère también le interesa mucho, el amor desempeña un papel considerable en nuestros libros (él insiste de forma conmovedora en el amor conyugal), y en la sexualidad conyugal también). Pero él no ha renunciado a la cuestión de la comunidad humana en general. Yo sí, lo reconozco; y lo que la palabra «fraternidad» me inspira de entrada es cierto recelo. Estoy muy lejos de vanagloriarme de ello, tan solo lo constato. Hago constar mis faltas, pero no quiero exagerarlas; hay pocas cosas en las que creo, pero creo en ellas intensamente. Creo en la posibilidad del reino restringido. Creo en el amor.

[...] En resumen, aunque no conozco la respuesta de Emmanuel Carrère, creo que lo he leído bastante como para saber que apreciará esta frase que tomo prestada de Versilov (uno de los personajes más enigmáticos de Dostoievski, por estar extrañamente desprovisto de histeria): 

"Erigiría en mandamiento para todo hombre culto la obligación de hacer feliz al menos a una criatura a lo largo de su vida, pero hacerlo de modo práctico, es decir, efectivo, exactamente como podría recomendar la obligación para todo campesino de plantar al menos un árbol en su vida, habida cuenta de la deforestación en Rusia".

Alberto Mayol (Las 50 leyes del poder en El Padrino)

VICIOS Y VIRTUDES DEL GOBERNANTE

En el segundo grupo de leyes de El Padrino veremos aquellas relativas al esclarecimiento de las características que ha de tener un líder. Tal y como en Maquiavelo, las obras de Puzo/Coppola nos ponen frente a la figura de un gobernante, un administrador de poder. Pero amplían la mirada para observar también el pasado, donde solo administraba riesgos y miseria.

Las leyes que a continuación se enuncian y elaboran buscan otorgar claridad sobre las características de conducta y personalidad que son virtuosas para la acumulación de poder (y, por supuesto, las que son nocivas).

Ley nº 20

La prudencia es la mayor virtud del gobernante

En la tradición griega, la prudencia tiene que ver con evitar la hibris, que es un pecado para los griegos. Entender el uso griego de este concepto es relativamente difícil por tratarse de un concepto cultural, pero de alguna manera refiere a eso que coloquialmente llamamos «estar ebrio de poder». Los dioses marcan los límites, pero hay humanos a los que no les importan y buscan cruzarlos; no solo se trata de romper una regla divina, sino que se añade la convicción de la propia superioridad para fundamentar esa ruptura. la hibris es una forma de locura que se manifiesta primero en forma de grandes pasiones, donde destaca el orgullo. Lo contrario de la hibris es, en rigor, la moderación. Pero esta última requiere de la prudencia, a la que los griegos llaman phronesis, caracterizada por anteponer el pensamiento a la acción. 

Vito Corleone es un hombre prudente. Cuidas sus formas y nunca pierde las proporciones de su poder. Sabe que puede intervenir con eficacia en el mundo, pero cuida de no ir más allá de lo necesario. En algunas ocasiones puede ser más violento en el trato (como la vez que le da una cachetada a Johnny), a veces escribe una carta insultante (como la misiva contra Capone), pero se trata de excepciones que están bien fundadas, esto es, se trata de situaciones donde necesita remecer a la contraparte, ya sea para ayudarla (a Johnny) o para quitarla de en medio cuando se ha violado la Cosa Nostra (Capone). En esos casos, el acto se ejecuta para restituir la prudencia, para que el otro vuelva a pensar y deje de hacer estupideces.

Es un error usar constantemente el propio poder. Este debe ser como una manta con la que nos arropamos cuando es necesario. pero que se puede quitar de los hombros. Además, debe basarse en la conciencia de que nada de lo que parece ser propio lo es realmente cuando se trata del poder. Sollozzo le dice: «Usted tiene en la mano a los políticos». Y Vito Corleone le responde, pero además lo piensa, que no es tan sencillo, que todo escenario, que todo momento, es siempre condicionado. Vito Corleone sabe que, al ejecutar mal un movimiento, puede perder el punto de apoyo en el mundo que los políticos le ofrecen. Por eso, cuando le dicen que resuelva un problema muy grande con sus recursos, él responde que no es un mago. Por delante, entonces, siempre avanza la conciencia de sus límites.

Ley nº 21

La arrogancia es el mayor pecado 
del que administra poder

La arrogancia es la contracara más grave de la prudencia. Etimológicamente, la palabra proviene de «arrogarse» o «apropiarse». Una persona arrogante toma para sí honores que son ajenos, o bien exagera sus propias capacidades.

Vito Corleone no conoce la arrogancia, es un hombre de talento. No acepta los dictados de la sociedad porque no quiere vivir bajo los términos impuestos por otros. Y como no le gustan esos límites, quiere pulverizarlos. Para ello se requiere tener arrojo y carácter, pero no se necesita la arrogancia. De hecho, casi nunca es necesaria. El padrino intenta construir siempre recursos propios, pues comprende que su poder está en procurar favores, no en pedirlos. Todo ello está asociado a una conducta prudente, que, sin bien ensancha las fronteras de su acción, conserva la virtud de someterse a esos límites.

Los hijos de Vito Corleone carecen de su prudencia. Fredo es arrogante, no comprende que sus facultades son muy inferiores a las de sus hermanos y quiere tomar para sí lo que considera que le han quitado injustamente. No tiene conciencia de la realidad y cree tener derecho a poseer lo que no le corresponde y lo que no sabría administrar. Sonny también es arrogante. Considera que la justicia en el territorio que concentran los Corleone debe ser administrada por su mano. Cada situación merece su atención como batalla para su causa, pero ninguna batalla tiene límites y puede configurarse como guerra. Así, hace suyos todos los problemas. Si unos tipos son estafadores, no solo se enoja porque no han estafado, también les exige que desaparezcan del barrio. Su padre lo recrimina; cada uno tiene derecho a ganarse la vida como quiera y, por supuesto, uno defiende sus intereses, pero nadie debe meterse en lo ajeno.

Alguna ves Vito Corleone fue muy arrogante, pero se encontraba en una situación excepcional. Se trata de un conflicto que ocurre en los años treinta. Maranzano es un importante mafioso que ha articulado una alianza con Al Capone, el hombre emblemático de Chicago, la primera figura pública de la mafia. Corleone ya se vislumbra como el futuro gran lider de Nueva York y eso le preocupa a Maranzano. Junto con Capone, envía en tren a sus dos mejores hombres para matar a Vito Corleone. Pero una de las virtudes de Corleone es su red de informantes, y es gracia a ellos que Vito conoce el plan. Quien lo resolverá será Luca Brasi. Así lo relata Mario Puzo:

Vito le pidió a Luca Brasi que fuera a «recibirlos». Brasi, junto con cuatro de sus hombres, recibió a los dos visitantes en la estación. Uno de los hombres conducía un taxi, y el otro iba disfrazado de mozo de cuerda. Este último tomo las maletas de los enviados de Al Capone y las llevó hasta el taxi. Cuando los pistoleros de Chicago entraron en el vehículo, Brasi y otro de sus hombres se precipitaron detrás de ellos, pistola en mano, y los obligaron a tenderse en el suelo. El taxi se dirigió a un almacén cercano a los muelles. Brasi lo había previsto todo.

Luego de atar a los hombres de Capone y de meterles toallas en la boca para no hacer mucho ruido, Brasi tomó entre sus manos una barra de hierro y empezó a golpear los pies de uno de ellos. En pocos segundos los pies estaban completamente fracturados. Avanzó después con las piernas y las rodillas. Finalmente, le golpeó en el corazón. Brasi era un hombre muy fuerte, pero realmente fue difícil llegar al final del camino. Se estrategia de tortura mantenía al hombre con vida más allá de su propia imaginación. Los trozos de carne estaban regados en el piso.

Cuando Brasi se volvió hacia el segundo, vio que no tendría necesidad de machacarlo a golpes. El hombre, por imposible que parezca, se había tragado la pequeña toalla. Cuando la policía realizó la autopsia para determinar las causas de la muerte, encontraron la toalla en su estómago.

La señal había sido contundente. La mera idea de meterse en el asunto Corleone/Maranzano parecía muy mala. Era una señal para Capone, pero también para otros miembros de la mafia. Además, con ello daba una idea clara del poder de Vito Corleone, cuya forma de administrar poder a veces confundía por su pacifismo y se interpreta como debilidad.

Maranzano era un gran nombre en el año 1933 y, según parece, también era muy superior a Corleone. Ello se amplificaba gracias a su amistad con Al Capone. Vito Corleone sabía que esos mitos, esas significaciones sedimentadas que parecen verdades absolutas, eran un gran oportunidad. Y entendía lo que otros no veían por seguir la forma de pensar tradicional: tanto Maranzano como Capone iban en decadencia. Por eso no solo se defendió, también atacó. Pero lo más interesante está al final del episodio. Vito Corleone usó la arrogancia, fue como una acción táctica para demostrar su rabia por la estupidez que hizo Capone. Y en pocos días hizo llegar a Chicago una carta:

Ahora ya sabe usted cómo trato a mis enemigos. ¿Por qué un napolitano tiene que interferir en una pelea entre dos sicilianos? Si desea tenerme por amigo, sepa que le debo un favor y que estoy dispuesto a pagárselo en cuanto me lo pida. No dudo que un hombre como usted sabe muy bien lo beneficioso que es tener un amigo que, en lugar de pedir ayuda, se ocupa de sus propios asuntos y siempre está dispuesto a ayudar. Si no quiere aceptar mi amistad, dejemos las cosas como están. Pero permita que le diga una cosa: el clima de Nueva York es húmedo y muy malo para los napolitanos. Por ello le aconsejo que no venga aquí ni de visita.

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