Diego Fusaro (Pensar diferente) Filosofía del disenso

[...] Para transformar el mundo en una superficie lisa donde las mercancías y los flujos financieros puedan circular libremente, el fanatismo económico aniquila toda trascendencia, toda contraposición entre arriba y abajo, toda ulterioridad frente a la inminencia teológica del mercado, todo antagonismo u oposición. Destruye la idea de naturaleza humana con el fin de imponer la del individuo aislado e ilimitadamente manipulable. Suprime el derecho natural y promueve el nihilismo relativista, de manera que nunca se puedan cuestionar racionalmente la inmaturalidad y la insensatez del fundamentalismo de mercado. Promueve el desencantamiento hacia cualquier religión para que se refuerce el encantamiento a favor de la forma mercancía y no pueda otro Dios fuera del dinero. Favorece totalmente el nihilismo que Nietzsche, en las páginas de La gaya ciencia, anuncia por boca del «hombre loco» en ese lugar nada neutral que es el mercado. La muerte de Dios está relacionada con los procesos de cosificación mercantil denunciados por Marx.

LA DERECHA DEL DINERO Y LA IZQUIERDA
DE LA COSTUMBRE: LAS DOS ALAS DEL PODER

«El dilema de las salidas de caverna es que desde dentro de una caverna no se puede saber qué es una caverna». 
H. Blumenberg, Salidas de caverna

El consenso de masas y el conformismo total del nuevo orden mundial están asegurados y, al mismo tiempo, ocultados por la proliferación hipertrófica de dicotomías estériles. Su única función es la de multiplicar el pensamiento único de manera prismática, dejando que parezca plural y multifacético. El cautiverio simbólico de estas dicotomías engañosas desvía continuamente el disentimiento hacia otras direcciones respecto a la contradicción principal, el nexo clasista de la economía de mercado y la enajenación que le es propia: por eso mismo, neutraliza previamente la posibilidad de que se forme un auténtico pensamiento divergente.

Lo políticamente correcto hoy impone dicotomías como derecha e izquierda, ateos y creyentes, cristianos y musulmanes, fascistas y antifascistas, extranjeros y nativos, ocultando la contradicción —el nexo de fuerza capitalista— y asumiendo el estatus de recurso ideológico y simbólico para subyugar a la opinión publica sometiéndola al perfil cultural de la teología de la desigualdad social, es decir: la economía de mercado actual.

[...] Dentro de las falsas dicotomías a través de las cuales el orden dominante se consolida a sí mismo fragmentando y manipulando el disenso, también cabe destacar la vieja oposición topológica entre izquierda y derecha. El pensamiento único de la oligarquías financieras transnacionales es de derechas en la economía (el poder del dinero), de centro en la política (el poder del consenso) y de izquierdas en la cultura (el poder innovador de la costumbre). El desmantelamiento progresista y de izquierda de los estilos de vida burgueses y proletarios, siempre en nombre de la modernidad, sirve para ampliar el mercado y, a la vez, el poder de la derecha del dinero.

La izquierda y la derecha, después de haber recorrido gran parte de la modernidad transmitiendo dos distintas visiones del mundo y alimentado un enfrentamiento agonal entre ideologías diferentes y mutuamente excluyentes, ahora pueden considerarse intercambiables. Convierten al neoliberalismo en un águila de doble envergadura. La anticomunista y globalista «derecha del dinero» dicta las normas económico-financieras y tutela los intereses de la apátrida global class posburguesa. La «izquierda de la costumbre» impone los patrones y estilos de vida necesarios para reproducir el sistema del fundamentalismo de mercado (goce individualista, relativismo, nihilismo, laicismo absoluto, abandono del anticapitalismo y del antiimperialismo, etcétera. 

La derecha del dinero establece la estructura, la izquierda de la costumbre la superestructura. La derecha del dinero necesita fisiológicamente del perfil antropológico del átomo consumidor que, despojado constantemente de las pasiones utópicas y antiadaptativas, no cree en nada, excepto en el mercado. La izquierda de la costumbre, en cambio, se encarga de difundir la cultura del nihilismo y del desencantamiento, favoreciendo el tránsito de una concepción de la emancipación como revolución social y política a una libertad entendida como propiedad del individuo aislado y portador de derechos civiles, que se realiza a sí mismo modelando de manera narcisista su propio yo aislado y disfrutando sin inhibiciones.

La derecha del dinero aspira a propagar sin límites ni obstáculos las mercancías y el código del valor de cambio. La izquierda de la costumbre, por su parte, difunde el programa nihilista de supresión de los valores tradicionales (la nietzscheana «transvaloración de todos los valores»); el propio fundamentalismo de mercado persigue este programa com miras a romper todos los límites éticos y religiosos— que puedan impedir, o incluso frenar, la aceleración cada vez más apremiante del hiperhedonismo de la mencantilización universal. Si la derecha del dinero, con la desregularización laboral, procura que los jóvenes sean precarios hasta los setenta años o, peor todavía, desempleados, y les impide formar una familia, la izquierda de la costumbre justifica a nivel superestructural estos procesos deslegitimando a la familia como institución burguesa y obsoleta, y glorificando la precariedad como estilo de vida, sin limitaciones éticas de matriz burguesa. 

[...] Si la derecha del dinero afirma que la religión es un obstáculo para la difusión de la forma mercancía y que es preciso deshacerse de ella para convertirse al monoteísmo del mercado como única teología legítimamente reconocida, entonces la izquierda de la costumbre justificará todo eso defendiendo compulsivamente las formas litúrgicas del ateísmo religioso enemigas de toda divinidad que no sea la economía. 

Si la derecha del dinero decide que «la sociedad no existe», y que existe solo el individuo consumidor, entonces la izquierda de la costumbre quitará legitimidad a todas las formas de comunidad, santificando el átomo individual portador de los derechos civiles y fomentando de todas las maneras posibles la cultura del narcisismo.

Pero, además de esto, si la derecha del dinero aspira a rebajar a la humanidad a un polvillo mónadas sin identidad ni profundidad cultural, infinitamente manipulables por la publicidad y el circuito de la sociedad de consumo; la izquierda de la costumbre deslegitimará la idea misma de naturaleza humana como ab intrinseco autoritaria y acallará, acusándolo de homófobo y sexista, a todo aquel que piense que, por naturaleza, hay hombres y mujeres, padres y madres.

Desde una perspectiva diferente, la izquierda de la costumbre hoy administra el disenso contra todo lo que pueda restringir o limitar la derecha del dinero, la mencantilización integral y la economía global de todo lo existente. El acto de disentir, sobre cuyas bases descansa y educa la izquierda de la costumbre, se plantea como el fundamento imprescindible para lograr el consenso de la sociedad clasista y la enajenación planetaria. 

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