Óscar Pintado Fernández (La nueva ideo-logía) Filosofía paradójica

[...] La raíz de lo correcto en el ámbito social es ideológica. El individuo se siente libre y legitimado para expresar su opinión y manifestar sus preferencias, pero se cuida mucho de que estas respeten, ante todo, lo avalado por el poder ideológico. Pensar contra las ideas simplistas establecidas nos puede ocasionar el ostracismo social. Lo políticamente correcto extiende sus redes hasta alcanzar nuestra propia visión del mundo, y ahí radica uno de los principales focos del problema que padecemos: no está permitido pensar por uno mismo. Pero la comicidad de la situación se extiende más allá. Todo está perfectamente previsto y definido, incluso la revolución y la protesta social, que siempre fue un patrimonio de la juventud, como se decía antes. El panorama es desternillante, porque las protestas ciudadanas que toman las calles no se dirigen contra el poder establecido, sino que se enfrentan a quienes no comparten el punto de vista del poder. ¿Es el mundo al revés o una nueva manera de entender la democracia? 

En la sociedad actual ha empezado a cundir una curiosa paradoja consistente en una ambivalencia ética. Se trata de una doble convicción que se afirma como la defensa de un subjetivismo ético a la par que un totalitarismo amoral. Poco queda de los idearios, no tan antiguos, que apostaban por el naturalismo moral. Para decirlo mejor, no es que quede poco, es que quedan pocas personas dispuestas a defender que la moralidad se encuentra de igual modo en todas las conciencias o sujetos, medida por leyes que la propia naturaleza ha establecido. Así, lo bueno o lo malo son relativos a cada sujeto. Cada cual establece por sí solo qué es la bondad moral. Puede afirmarse que cada uno es rey de su vida ética. Esto es una barbaridad en términos lógicos, pero nadie ha dicho que no se pueda vivir en un estado de barbarie lógica. Incluso puede hacerse con la persuasión de que nuestra existencia es la más civilizada de la historia. Más aún, podría ocurrir que se diese a la vez que viviésemos según la falsa creencia de que la moral es individual, que eso nos convirtiese en bestias lógicas y que al mismo tiempo fuésemos los más civilizados.

[...] Así, entonces, hablar de moral al margen de la historia no es inmoral, pero sí inhumano. No se puede establecer una serie de categorías morales intemporales o, mejor dicho, al margen de la cultura, que pretendan resultar verdaderas, o sea, asumibles, si no conectan con la vida que vivimos. No es casual, en este sentido, que «moral» signifique acostumbrado, habitual. La moral es lo que estamos acostumbrados a hacer. Lejos de significar un índice teórico con el que hemos de cumplir coherentemente, con independencia de la cotidianidad que vivimos, lo moral es vida, las costumbres son nuestro modo de existir. Otra cosa no sería moral, sino precisamente a-moral. Si siguiésemos los principios de lo que nos marca la realidad social, seríamos amorales. Esto no supone que la moral señale a la moda, sino que algo mucho más básico de lo que no siempre nos damos cuenta, a saber, que la moral cambia y que el cambio no siempre es bueno. Es decir: lo moralmente bueno no es lo que está de moda, sino lo que consideramos bueno desde el legado de la tradición histórica que es la condición que hace posible que pensemos y vivamos como lo hacemos.

[...] Existe una renuncia insoportable, en buena parte de los adultos de mayor edad, a los valores morales que sostuvieron sus vida durante décadas. Me llama muchísimo la atención que algunos ancianos de hoy parezcan querer ser jóvenes en su tiempo y jóvenes en el presente. (¿Estamos ante cierta generación de ancianos escépticos y nihilistas?). Me sorprende enormemente la falta de compromiso de algunos mayores con los principios que les han sostenido, con la única meta de adaptarse a los nuevos tiempos. Espero ser capaz de describir con claridad lo que he llamado renuncia insoportable: hay muchas personas mayores que están dispuestas a negar la validez del pasado en razón de... ¿la moda? Algunos son capaces de dar la espalda a las posibilidades de la tecnología, pero son demasiados lo que han cedido a la nueva moral ideológica. De manera que reconocen como bueno el que lo moderno se imponga a lo que en su época era, así mismo, moderno (y que hoy ven los jóvenes como anticuado). Están dispuestos a que se sustituya el pasado en su integridad. Que de la misma manera que el automóvil ha mejorado la bicicleta, el individualismo haya reemplazado la búsqueda del bien común, por ejemplo.

Nos encontramos, no ya ante una crisis de identidad, sino delante de la abdicación de la propia biografía histórica. Por mi respeto y admiración hacia los ancianos, en ocasiones pienso que se trata solo de una manera de paliar el cansancio de la discursión moral con una cesión que no les hace perder demasiado. Pero confio que me asalta también el temor de que aquellos que tienen algo que conservar lo hayan echando en las manos de la ideología. ¿Por qué se nos hace tan complicado hablar de moral y esclarecer la esencia íntima de la ética? Porque la ideología ha llenado de simplismo la racionalidad. Nos cuesta tanto entender que la eticidad habla de prácticas, no de teorías. Y que por ello aprendemos a vivir más con los grandes novelistas que con los grandes teóricos. La moral es la vida misma, mientras que lo ideológico está encerrado en la teoría, en la doctrina. Por ese motivo, para acabar con toda posible teoría moral alternativa a la ortodoxia ideológica, el relativismo y el subjetivismo moral han servido de aliado perfecto.

Pero es que en toda época los ancianos solían mostrar lo contrario, una nostalgia de la moral que fue y que ya no es; se lamentan de que la juventud haya cambiado. Suelen ser así generación tras generación. Tiene su lógica. Para cuando nos demos cuenta de lo que debemos ser como hijos resulta que nos hemos hecho padres. O precisamente al ser padres es cuando somos capaces de comprender lo que hemos de ser como hijos. ¿Tarde? Es el precio de no acabar de ser perfectos. En este sentido, tengo la intuición de que cuando sea viejo seré sabio, porque entenderé el pasado de manera adecuada, no como mera pieza de museo, sino como historia viva. Por eso, si los viejos renuncian a lo que les hizo vivir como lo hicieron es como si abdicasen del sentido de sus vidas. Para ser humano, pero sobre todo para ser anciano, hace falta tener historia. Me guste más o menos mi biografía, lo que es innegable es que constituye mi lugar, la perspectiva desde la que he vivido. Eso es lo que entiendo por valores morales, algo así como lo que hemos venido considerando digno de respeto.

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