Roland Breeur (Mentira, impostura, estupidez)

HECHOS ALTERNATIVOS 

REDUCCIÓN A LA ESTUPIDEZ

Hannah Arendt se quejó en una ocasión de que en muchos regímenes las verdades fehacientes no deseadas a menudo «se transforman consciente o inconscientemente en opiniones»,  como si algunos acontecimientos (la invasión de Bélgica en 1914, la existencia de campos de concentración, los genocidios durante la guerra, etcétera) no fueran asunto de la historia, sino mera conjetura. Las verdades fehacientes son, desde el principio, no más evidentes que las opiniones (es por eso que pueden ser desacreditadas tan fácilmente). En nuestro primer capítulo analizamos el vínculo interno o estructural entre la realidad y las mentiras: una mentira tiene la misma ambivalencia que un hecho, una duplicidad entre lo real y lo posible. Después discutimos sobre cómo el que miente se aprovecha de esta duplicidad y la reproduce en el nivel de la comunicación o el discurso con el propósito de engañar. Además, vimos cómo esta estrategia del disimulo y la simulación se viene abajo cuando se revienta la distinción entre lo que es real y lo que es falso. Esta es la situación en la cual, usando las palabras de Katherine Viner, «la divisa de la realidad se ha degradado gravemente». La realidad no funciona; en muchos casos, queda reducida a lo que a alguien le parece. Cuando la confianza en las instituciones (los «guardianes de la verdad») se desmorona, cualquier criterio que anhele imponer un límite entre la realidad y la falsedad se debilita. Esta debilidad crea, intencionadamente o no, una indiferencia generalizada hacia la verdad.

Mientras los que mienten (y, como veremos más tarde, los impostores) juegan con nuestra confianza en la existencia de esa diferencia, la llamada proliferación de hechos alternativos en la era de la posverdad se aprovecha de la anestesia general hacia ella. Este es uno de los efectos de las redes sociales, las verdades y las falacias se expanden del mismo modo, de forma simultánea, y, como consecuencia, su proliferación sincronizada sofoca cualquier deseo de discernir. Este no es el espacio o el biotipo del mentiroso o el impostor, sino el de la reducción. Lo que Arendt afirma sobre la transformación de la verdad en opinión es un buen ejemplo de lo que llamaremos reducción a la estupidez (reductio ad stupiditam). Esta reducción, como intentaré explicar, campa a sus anchas debido, por ejemplo, a la proliferación de redes sociales, su «cascada informativa» y el contexto en el cual los «hechos alternativos» merman no solo el estatus de verdades validadas científicamente, sino la diferencia entre tales verdades y las opiniones. La propia noción de «hecho alternativo» es una provocación: un hecho real no tiene, dada su «obstinada» naturaleza, per definition, nada «alternativo»: es lo que es, una realidad. Como sabemos, el cínico término «hecho alternativo» lo usó la consejera del presidente norteamericano, Kellyanne Conway, durante una entrevista en enero de 2017 en la que defendía las afirmaciones falsas del secretario de prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, sobre el número de asistentes al acto de investidura de Trump como presidente de los Estados Unidos. En sí, este término representa una contradicción basada en una amalgama (ignorante o malintencionada) de hechos reales y opiniones. 

ESTUPIDEZ Y ERRORES

¿Qué es la estupidez? Normalmente, tendemos a identificar la estupidez con el error. En otras palabras, la reducimos a una falta de verdad, a la ausencia de algo que deberíamos haber sabido. Este concepto presupone que el ser humano comparte una disposición universal y natural hacia la verdad como tal. El sentido común, por ejemplo, lo mejor que ha sido repartido por el mundo entre todos los hombres por igual, permite a cada individuo discernir de forma autónoma lo verdadero de lo falso. Nos comportamos de forma estúpida cuando desatendemos nuestra capacidad de evaluar correctamente o cuando directamente no usamos esta capacidad.

Sin embargo, estas estupideces, si reconocemos que son errores realmente, se pueden corregir o rectificar fácilmente. Al contrario que las mentiras, que presuponen la intención de engañar, la estupidez se supone que es inocente y (nos gustaría creer) inofensiva. Una estupidez así nunca pone en peligro la verdad, al contrario, confirma la existencia de nuestra predisposición natural hacia ella. Además, si tenemos en cuenta la premisa de que esta disposición coincide con la naturaleza de nuestra mente, nuestro pensamiento o nuestro intelecto, la estupidez será con frecuencia atribuida a aquello que desvía la tendencia espontánea a lo que entendemos como «inteligente» o «reflexivo». El intelecto se dirige hacia la verdad por sí mismo siempre y cuando su ejercicio no se vea desviado por las emociones, los sentimientos, la ignorancia, la enfermedad, etcétera. O sea, todo aquello que por definición es ajeno al pensamiento: lo que distrae a nuestra disposición de su pura receptividad a la verdad se refiere al cuerpo o a lo animal (la bestia) que hay en nosotros. La gente estúpida son ovejas, burros o búhos tontos. 

Por supuesto, cada época presenta su forma adecuada de estupidez. Dependiendo de lo que se crea como cierto, de lo que se sienta que está en la esencia de la mente y el intelecto, cada cultura se permite denunciar lo que considera contrario a las convicciones y evidencias establecidas. De ahí la Ilustración (por ejemplo, de Voltaire) denunciando el oscurantismo y la superstición, Marx denunciado el cretinismo como producto del capitalismo (para amarrar de forma servil a los trabajadores a los medios de producción), los denominados «libros negros» más recientes que denuncian al marxismo y los defensores contemporáneos de la Ilustración que confunden posmodernismo con posverdad. 

Estas tendencias de denunciar y rebasar la estupidez normalmente vienen acompañadas de versiones más o menos sólidas de aspiraciones utópicas o ideas que tratan la naturaleza de la realidad. La cruzada contra la estupidez forma parte de un programa para emancipar al ser humano de todo aquello que le impide el acceso a la verdad. Sin embargo, y por desgracia, estas inquisiciones a menudo ilustran lo que Melville dijo sobre cómo «el mayor necio siempre riñe al menor». Y esto ocurre solo porque estos proyectos de emancipación oculten ambiciones más profundas y menos decentes, sino porque la estupidez como tal no puede ser eliminada así como así y de una vez por todas: se trata de una amenaza al pensamiento desde dentro.

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