EL BURGUÉS
[...] La obra de Sombart, admirablemente construida, se divide en dos partes principales. La primera está dedicada a la descripción de la esencia y el desarrollo del espíritu capitalista; y la segunda a la cuestión, más profunda y difícil, acerca de sus fuentes y causas. En la primera parte, Sombart divide convenientemente dos componentes fundamentales de este «espíritu»: el (positivo) «espíritu emprendedor», que representa el elemento codicioso hacia el poder, la dominación, la conquista, la organización de muchas voluntades bajo un intrépido y enérgico fin racional que aspira a la formación de grandes masas; y el (negativo) «espíritu burgués» que, en oposición al «espíritu señorial», desarrolla un nuevo sistema de virtudes y valoraciones, incluso determinadas imágenes del mundo y sistemas metafísico-religiosos. Sombart persigue las formas nacionales de desarrollo de estos dos elementos del espíritu capitalista y concluye la primera parte de su obra con un análisis completamente sorprendente del burgués de «antes» y el de«<ahora». En la segunda parte, titulada «Las fuentes del espíritu capitalista», busca en primer lugar sus «fundamentos biológicos», una sección en la que el espíritu capitalista aparece como la expresión integral de un determinado tipo humano, en cuya constitución bio-psíquica participan desde sus orígenes, en distinta medida, los diversos pueblos europeos occidentales. Le siguen como otras «fuentes» los «poderes ético-religiosos» del catolicismo, el protestantismo y el judaísmo, además de las «circunstancias sociales»: la eficacia del Estado moderno, las migraciones, los yacimientos de oro y plata, la técnica, las profesiones precapitalistas, las mismas formas ya acabadas de la economía y vida capitalista, etc.
[...] Esa cierto que también ha habido en la época pre-capitalista individuos, incluso grupos enteros, cuyo impulso de ganancia iba más allá de la idea del sustento según la posición social. Pero lo principal es que esto no se sentía generalmente como normal y lo «legítimo», sino como un fenómeno anormal, y que estos mismos hombres que estaban afectados por este impulso no veían en la ganancia ilimitada un «deber sagrado», sino que solo se entregaban a él con «mala conciencia». Lo nuevo es precisamente que esto anormal llega a ser normal, realizándose revestido de «buena conciencia» e incluso con la sanción de una «obligación». Por tanto, que aquello que, por ejemplo, el derecho y la ley judía solo permitía al judío, y tampoco a él en realidad, sino solamente ante el extraño (cobrar intereses, publicidad, etc), se convierte en institución universal; que aquello que originalmente animaba al conquistador alejado de su hogar y descargado de la tradición contra extraños que le eran indiferentes, eso que animaba al hereje contra la odiosa comunidad eclesiástica, se convierte en regla universal; es decir, que por todas partes el «derecho del extraño» y la «moral del extraño» llegan a ser el derecho central y dominante y la forma de estimación reconocida (en esto ser puede ver la tendencia fundamental del cambio de «mentalidad económica»). F. Tönies ha sido el primero en hacer la profunda división entre la «comunidad», unida por la lealtad y la fe, que habita palpablemente en su totalidad en todos los miembros del grupo, en la que domina la «confianza» y la «solidaridad»; y la «sociedad», en la que los sujetos racionales, animados principalmente por la confianza y compitiendo unos con otros, equilibran sus conflictos de intereses mediante contratos. He mostrado que la última fundamentación filosófica de esta diferencia se basa en el hecho, ya fundamentalmente distinto, del existir anímico y del vivenciar del «otros». En la «comunidad», el otro está ahí mismo, dado de forma perceptible, con su vida interior en el gesto y la expresión; todo su actuar y expresarse se comprenden inmediatamente desde la mentalidad ya conocida, mientras no existan desengaños especiales. En la «sociedad», el otro, ante todo, es visto desde fuera, es un cuerpo que se transforma, «detrás» del cual habitan pensamientos, sentimientos, decisiones que solo cabe «inferir» con esfuerzo. Aquí generalmente las «segundas intenciones» se convierten en la forma de pensamiento. Y, en este sentido, quizás la fórmula más general para la reestructuración de la mentalidad económica sea que las valoraciones «sociales» penetran siempre más profundamente en las «comunidades», o que el «espíritu de la comunidad» se descompone interiormente cada vez más y se sustituye por el «espíritu de la sociedad».
Pero aún menos consideran estos historiadores, que niegan una especial y nueva mentalidad económica capitalista, que aquel afán pre-capitalista de ganancia no limitado por el sustento de la posición social (que sin duda también existía) estaba obligado a abrir precisamente caminos irregulares que no se correspondían con la propia vida económica de la época. La elaboración de proyectos fantásticos, la búsqueda de oro y tesoros, las aspiraciones alquimistas, las empresas de pillaje realizadas sistemáticamente, el juego y la explotación de su superstición (en resumen, solo aspiraciones que ocurrían junto a la vida económica normal), eran, por aquel entonces, los únicos caminos posibles en los que podían derramar aquella especie de <«impulso de ganancia» bajo el dominio de la mentalidad económica pre-capitalista. Y lo nuevo consiste ahora en que, durante la iniciación de lasa formas de organización y derecho capitalista, precisamente esta actitud impulsiva, que con anterioridad solo podía efectuarse aventuradamente, en callejones oscuros y fuera de la vista de la vida, se convierten en el alma dominante de la vida económica ordinaria: que incluso las cualidades humanas necesarias para semejante actividad obtuvieron la sanción de la moral y del derecho, así como de las religiones e Iglesias mismas. Que por eso ahora se convierte en instinto, incluso en adictivo, lo que antes era, por razón de los intereses particulares del lujo y la buena vida de los individuos, explícitamente querido y conscientemente planeado. Que además, con independencia de los caracteres individuales especiales que encajan en estos grupos, se convierte en la estructura del espíritu total, integrando a todos los individuos; que también en nuevo espíritu de ganancia y de trabajo determina la cosmovisión y la ciencia, en tanto que transforma la actitud cognoscitivo-contemplativa de la cosmovisión antigua y medieval, dirigida preferentemente a las cualidades, en la actitud que calcula y cuantifica, sin que los individuos que investigan tengan idea alguna de estos resortes impulsivos. Todo eso reunido constituye la profunda y total transformación.
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