Daniel Cohen (Homo numericus) La civilización que viene - Ilusión y realidad en la era del algoritmo

EL TRIUNFO DE LA ENDOGAMIA

En un texto increíblemente prospectivo, «Las sociedades de control», Gilles Deleuze anunció, a principios de los años ochenta, una transformación decisiva: el fin de las sociedades disciplinarias. Según Deleuze, estas dan paso a un nuevo régimen que denomina «sociedades de control», un término que anticipa a la perfección el «capitalismo de la vigilancia del que hablará Shoshana Zuboff. En la sociedad disciplinaria, escribe, el individuo pasaba continuamente de un lugar cerrado a otro: en primera instancia, la familia y, posteriormente, la escuela, el cuartel, la fábrica, a veces el hospital y, llegado el caso, la prisión. En la nueva sociedad, todo ocurre fuera de los muros de la institución.

Las condenas alternativas para los delitos menores y la utilización de brazaletes electrónicos permiten que los presos salgan de las cárceles. En las escuelas, la evaluación continua y la formación permanente forjan un nuevo paradigma del eterno estudiante. En los hospitales, se instala una nueva medicina «sin médicos ni enfermos»... En el mundo laboral, las empresas sustituyen a las fábricas y «nos enseñan que las empresas tienen alma, lo que es la noticia más terrorífica del mundo»... Esto, añade Deleuze, no son más que «pequeños ejemplos que permiten comprender mejor lo que entendemos por crisis de las instituciones, es decir, la instalación progresiva y dispersa de un nuevo régimen de dominación». 

El ejemplo de empresas «que tienen alma» representa a la perfección el cambio de mentalidad que surge a finales de los años ochenta. En el mundo contemporáneo, las empresas son un punto de convergencia en la construcción de identidades sociales. Así fue como la invención del fordismo, a principios del siglo XX, transformó profundamente el imaginario de su época. De hecho, el sindicalismo triunfó en el seno del mundo industrial que aquel había creado. En el nuevo régimen, que se instala durante los años ochenta, se hace precisamente todo lo contrario con el objetivo de acabar con la unión del mundo social. El desmantelamiento de los grandes grupos industriales tiene como objetivo principal anular el contrapoder sindical. Las oficinas han agrupado a ingenieros y trabajadores titulados. Los servicios de mantenimiento y limpieza han hecho los mismo con las personas no cualificadas. Todo ha sido concebido para propiciar la autosegregación de las clases sociales, sin que quede ningún otro vínculo «natural» entre los diferentes estratos de la sociedad. 

Un estudio sobre el aumento de las desigualdades en América mostró que el incremento de las mismas en el transcurso de los últimos treinta años está íntimamente ligado a este proceso. Mientras que la diferencia de ingresos entre los extremos de la sociedad ha alcanzado niveles del siglo XIX, anulando, en pocas épocas, la formidable reducción que se observó en el siglo XX, las desigualdades en el seno de una misma empresa apenas han cambiado. Lo que sí ha variado considerablemente son las desigualdades entre diferentes empresas, entre las oficinas y los servicios de mantenimiento y limpieza. En el pasado, tanto los ingenieros como las personas encargadas del mantenimiento pertenecían a la misma compañía y un aumento de salarios de los primeros implicaba un aumento también del sueldo del resto de trabajadores, dado que todos formaban parte de unas mismas tablas salariales. La nueva segmentación del personal en tanto mundos separados ya no da lugar a un reajuste igualitario de los salarios. La «permeabilidad« de las riquezas anuncia por Reagan y Thatcher fue científicamente bloqueada desde principios de los años ochenta por este distanciamiento social. 

LA AUTOSEGREGACIÓN

El mundo va a cambiar radicalmente. Al restringirse a estratos sociales lo más homogéneos posibles, las empresas han contribuido enormemente a la creación del imaginario social contemporáneo. A su manera, responden a la expectativa de una sociedad horizontal en la que el tuteo es la regla, pero limitándolo a grupos muy restringidos. La reciprocidad y la confianza están presentes: ahora las empresas tienen alma, pero únicamente en lo que respecta a la relación entre iguales. No existe consideración alguna con respecto al resto de estratos sociales, que se vuelven invisibles.

Uno de los término que a veces se emplea para describir esta manera de crear sociedad es el de «homofilia». Esta expresión fue utilizada en 1954 por Paul Lazarsfeld y Robert Merton, famosos sociólogos americanos, para describir las tendencias de cada grupo social para agruparse entre sí. Su análisis mostraba esta propensión en círculos de amistad, en vecindarios, en clubs deportivos... También según todas las dimensiones sociológicas posibles como la religión, la edad, la profesión, el nivel de estudios... No obstante, el término «homofilia» es engañoso. Da la impresión de que cada estrato social aspira a permanecer unido cuando, en realidad, a menudo es la segregación social la que encierra a cada grupo en sí mismo. Sin lugar a dudas, si los pobres permanecen aglomerados en los mismos guetos urbanos, no es por deseo propio, sino porque no tienen otra opción. Si los niños de los grupos sociales más favorecidos van a las mismas clases y solo frecuentan a niños iguales que ellos, es porque la estrategia social de sus padres les conduce a ello. Los trabajos de Pierre-André Chiappori muestran que cada vez se forman más parejas basándose en la creciente importancia que los padres conceden a la educación de los hijos. Las mujeres con estudios se casan con hombres con estudios para maximizar las oportunidades de éxito escolar de sus hijos. Esto no deja otra opción a las mujeres con una educación media que la de casarse con hombres de su mismo nivel educativo y así sucesivamente hasta lo más bajo de la escala social. El término de endogamia social describe mucho mejor que el de homofilia el proceso que estamos viviendo.

Si. bien es cierto que la tendencia espontánea de las clases sociales a permanecer estancadas en sus propios guetos no es nada nuevo, lo preocupante es la rapidez que ha tomado. En 1970, dos de cada tres americanos vivían en barrios de «clase media». En 2009, menos de dos de cada cinco vivían en un barrio cuyo nivel medio de ingresos rondaba la media nacional. Independientemente de las redes sociales, el aumento de la segregación social es el caldo de cultivo perfecto para el incesante aumento de la desconfianza de la población.

[...] La principal paradoja del mundo contemporáneo puede resumirse, pues, de la siguiente manera: reina la autosegregación y esto cumple estrechamente con la promesa de horizontalidad que se buscaba en los años sesenta. Teniendo en cuenta este hecho, las desigualdades aumentan considerablemente al no existir vínculo alguno entre los diferentes grupos sociales, como ocurría en el pasado con las grandes empresas industriales. En lo que respecta a la mentalidad de la población, hemos entrado en un perverso bucle entre la formación de guetos y la desconfianza general hacia el prójimo. Esto no es consecuencia directa de las redes sociales, sino el resultado de grandes fuerzas que comenzaron a actuar mucho antes de de aquellas aparecieran. No obstante, en lugar de crear puentes entre las distintas comunidades, producen un eco ensordecedor para la desconfianza pública, llevando al extremo la imposibilidad de comunicarse entre los diferentes grupos sociales. 

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