Noelle Mering (El dogma Woke) Una respuesta cristiana ante la ideología de moda

 TOLERANCIA REPRESIVA

En su influyente ensayo La tolerancia represiva, Marcuse rechaza los ideales de la libertad de expresión y mutua tolerancia y, en contraposición diserta sobre el imperativo de discriminar a cualquiera que esté en la lado equivocado de la revolución. «La estructura jerárquica de la sociedad es inherentemente violenta contra el progreso de la sociedad. Por tanto, cualquier violencia que introduzcan los oprimidos en nombre del progreso no supone violencia, sino que es justa reacción a un sistema violento».
No solo está justificada la intolerancia contra los enemigos de la revolución; es necesaria, e incluso justa.

Como Marcuse agregaría, no se puede defender por igual la tolerancia, pues funciona en beneficio de los poderosos y exhorta a los oprimidos a sentirse en un falso nivel de igualdad. Aunque esto pueda parecer justo en la práctica. Marcuse les aseguraba a aquellos a quienes estaban radicalizando que era necesario en aras del progreso histórico. Prosigue: «¿Desde cuándo la historia se hace conforme a baremos éticos? Comenzar a aplicarlos en este momento en que los oprimidos se rebelan contra los opresores, los desposeídos contra los acaudalados, es ponerse al servicio de la causa de la verdadera violencia, puesto que socava la protesta contra esta misma violencia opresora».

La influencia de Marcuse y la Escuela de Fráncfort sigue viva y coleando dentro del movimiento woke contemporáneo. Al orientar en el modo en que se debe llevar a cabo la justicia social en las escuelas, las consejeras raciales Özlem Sensoy y DiAngelo ponen un ejemplo acerca de cómo emplear tácticas de tolerancia represiva mientras se imparten en el aula sesiones contra el acoso escolar relativo a las identidades sexuales. Al concluir una sesión, se plantea una situación hipotética a modo de ejemplo sobre cómo aplicar la discriminación en aras de la ideología. Ante ese caso hipotético, una estudiante levanta la mano y plantea que tiene un desacuerdo moral con una determinada opción de estilo de vida sexual y cree que no se le debe pedir que exprese su aceptación. El instructor le permite terminar y le agradece el haber compartido su punto de vista, y luego da paso al siguiente alumno que tenga algo que comentar. Según Özlem Sensoy y DiAngelo, esta es una manera incorrecta de manejar la situación, ya que permite que el aula esté sujeta a narrativas opresoras dominantes y microagresiones. Por el contrario, hay que silenciar la voz dominante que expresa normas sexuales tradicionales:

    Cuando , en nombre de la «equidad» o el «juego limpio» los instructores conceden el mismo tiempo a las narrativas dominantes, reforzamos los efectos discursivos problemáticos, al legitimar la idea de que la conversación se iguala solo cuando también se incluye a voces dominantes. Por eso hemos llegado a negar el mismo tiempo a todas las narrativas en nuestra aula. Nuestra intención, al proceder de esta manera, consiste en corregir los desequilibrios de poder existentes bajando el volumen de narrativas dominantes; permitir espacio a las narrativas dominantes, para ser «ecuánimes», es tanto como asumir que estos desequilibrios ya no existen o que la igualdad de tiempo en el turno de palabra es todo cuanto se necesita para corregirlos. Debido a esto, pensamos que restringir las narrativas dominantes es, en realidad, más igualitario. 

Un libre intercambio de ideas nunca ha sido una meta woke. Una aplicación de criterios de justicia nunca ha sido lo que han pretendido. Así es como los radicales, Marcuse incluido, dieron su visto bueno a las tácticas terroristas y atentados de la organización Weather Underground. Es fácil observar la mera como esta mecánica conecta con nuestra actual «cultura de la cancelación», al igual que el vandalismo y los disturbios, que se consideran incuestionables cuando los realizan miembros de un grupo oprimido. Como escribe Ibram X. Kendi: «El único remedio para la discriminación en el pasado es la discriminación en el presente».

Comprender la táctica de la tolerancia represiva ayuda a conocer el sentido de artículos como el de The Washington Post titulado «Por qué no podemos odiar a los hombres?» Su autora se dirige a los hombres y les dice que, debido a su biología, «no os postuléis para un cargo público, no ejerzáis cargo alguno, manteneos lejos del poder. Esto es lo que tenemos. Y tened muy presente que vuestras lágrimas de cocodrilo ya no os las vamos a seguir enjugando. Tenemos todo el derecho a odiaros. Nos habéis tratado mal. #PorculpadelPatriarcado. Ya es hora de jugar duro para el Equipo Femenino. Y ganar».

Este es también el motivo por el que la jefa de Black Lives Matter en Toronto se sintió perfectamente en sus cabales al escribir una diatriba racista, empleando un género alternativo de género neutro para «humano» («humanx», como otros recurren al «human@») en una anotación online que ahora está borrada. «La blancura no es humanx. En realidad, la piel blanca es sub-humanx. Todos los fenotipos existen dentro de la familia negra y [gente] blanca es un defecto genético de la negritud».  

El objetivo no es una igualdad humanizadora común y a los ojos de la ley, sino una subversión del poder. 


COMPORTAMIENTO SECTARIO

Si bien el gentío y la turba es el hábitat natural de los woke, el movimiento adopta las tácticas psicológicas de una secta. Es cierto que mucha gente de izquierdas sigue siendo razonable y capaz de ver las cosas desde otros puntos de vista, pero, cuanto más se adentra uno en la ideología, más antiliberal y cerrado de mente tiende a volverse. Hay comparaciones muy trilladas entre lo woke y las religiones fundamentalistas: rechazo del pensamiento crítico, exigencia de adhesión total de los dogmas, avergonzamiento ritualista y rechazo de los transgresores. Los seres humanos tenemos instinto de religiosidad, y en el vacío que deja nuestro alejamiento de Dios, tendemos a erigirnos falsos e inclementes dioses de nosotros mismo. 

Queremos ser parte de un gran drama o de una gran narrativa que dé sentido a nuestra vida, a nuestros sufrimientos, a nuestros esfuerzos diarios. La cultura woke posmoderna nos despoja de las grandes narrativas y despedaza cada relato en una preferencia personal sin conexión con un significado último. Tenemos narrativas, pero son narrativas fútiles. Quien observa esto con honestidad suele caer en la cuenta de que el nihilismo es demasiado difícil de soportar. Otros se distraen con el pan y circo, y no se percatan de la falta de sentido. Otros labran una especie de religión a partir de sus ideas políticas, pero no es una religión cohesionada en torno a un gran narrativa sino a un enemigo común. Es la búsqueda y denuncia cíclica de un chivo expiatorio sin llegar jamás a la Víctima Inocente. 

Los woke no se tomarán a la ligera que se los defina como una religión y, mucho menos, como una secta. Pero el adoctrinamiento en su ideología a menudo adopta tácticas propias de una secta en su proselitismo. Ahora vamos a tomar consideración algunas características de las sectas y hasta qué punto están incorporadas en los woke.

Dogmas incuestionables

Se desaconseja el pensamiento crítico. La sustitución del pensamiento crítico por la teoría crítica deja de asumir como algo positivo cualquier cuestionamiento de sus postulados y expresa hostilidad hacia la razón, el debate y el pensamiento libre. Impera un dogma imposible de desmentir e indiscutible.

Los adeptos nunca pueden ser lo suficientemente buenos

Debes confesar tu privilegio, formarte en las doctrinas woke a través de la reeducación y comprometerte de por vida en esforzarte para resististe a tu pecado original de blancura (una tarea imposible, a fin de cuentas). El ensayista James Lindsay afirma: «Debes ser un aliado, pero acepta que tu alianza siempre será precaria».

Aislamiento de la gente ajena al grupo, incluyendo familiares y amigos

No hay rasgo más clásicamente liberal que la libertad de pensamiento y de debate. El seguidor de una secta rechaza tal modo de debatir y, si se siente amenazado por ideas adversas, substituye el debate por denuncias y «llamamientos». La oposición a los dogmas woke se consideran hirientes y dañina, y una señal de maldad por parte del otro. Las fisuras en las familias y viejas amistades surgen y se calcifican. Es algo que se ha ido corroborando en un abundante número de artículos que relatan cómo se han roto las amistades e incluso matrimonios porque la parte woke ya no podía aceptar seguir manteniendo relación con un partidario de Trump. 

El mal comportamiento moral está justificado para algunos, pero resulta intolerable en otros

Esta quizá sea una de las características más notables durante la transición hacia un comportamiento similar al de una casta. No se trata, simplemente, de que haya corrupción moral entre los adeptos, lo que puede ocurrir y ocurre en cualquier grupo; se trata, más bien, de que la creencia en la ideología es el principio que justifica y exonera conductas que, de otro modo, se considerarían repugnantes. El saque, el vandalismo y la violencia contra los transgresores de la secta se excusan o justifican si se llevan a cabo por el bien de la ideología. 

Ataca, rehúye y deslegitima a quienes se apartan del dogma

Es algo evidente en la <<cultura de cancelación>>. Despertar -ser woke- consiste en ver cómo el mal está omnipresente en cada una de las facetas del mundo. Todo cuanto se desvíe de la doctrina woke -despertada- es algo problemático. La evangelización woke requiere avergonzar al nuevo adepto.

Manía persecutoria y pensamientos catastrofistas

La base de esta ideología consiste en que la persecución y la opresión se hallan por todas partes, incluso en pequeños detalles y aspectos inopinados, como las microagresiones, y tales microagresiones constituyen un tipo de violencia. Esto fomenta  la paranoia y la hiperreactividad. 

Consignas para evitar la reflexión rigurosa o el cuestionamiento

El pensamiento crítico, según la tradición clásica, es la actividad del hombre auténticamente libre. La teoría crítica, según la tradición neomarxista, es la actividad del hombre controlado y controlador. Las creencias a las que llegamos por medio de un análisis libre y ponderado las poseemos en profundidad. Si el pensamiento no se deriva de procesos internos de este tipo, entonces debe imponerse desde fuera. Despojada de un concepto significativo y consistente de la naturaleza, la razón y la persona humana, la ideología woke es un castillo de naipes que demanda lealtad por medio de la intimidación y el poder. Como descubrió Hannah Arendt durante el juicio de Eichmann, el ideólogo se caracteriza por la curiosa incapacidad de pensar. Una vez adoctrinado, el pensamiento es reemplazado por clichés sectarios, propaganda y consignas.

La ideología woke es como un filtro cosido al ojo de la mente por medio del cual se tamiza todo el conocimiento y cada dinámica humana. No deja de ser una perversión de aquello que decía C.S. Lewis: <<Creo en el cristianismo igual que creo que el sol acaba de salir: no solo porque lo veo, sino porque, gracias a él, veo todo lo demás>>. Gracias a Cristo, comenzamos a ver todo en este mundo como signos y sombras de su perfecta bondad. Por medio de la ideología woke, comenzamos a ver todo como signos y sombras de opresión.

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