En el guión de la película El tercer hombre de Graham Greene (1904-1991) insertó este párrafo, que Orson Welles (1915-1985) pronunciaba desde lo alto de la gran noria del Prater de Viena:
<<¡Mira ahí abajo! ¿Sentirías compasión por alguno de esos puntitos negros si dejaran de moverse? ¿Si te ofrecieran veinte mil dólares por cada puntito que se parara me dirías que me guardara mi dinero o empezarías a calcular los puntitos que serías capaz de parar? Y libre de impuestos, amigo, libre de impuestos>>.
La observación estaba bien formulada. La distancia de la gente y la reducción de las personas a la condición de objetos producen indiferencia. El anonimato puede generar desinterés, alejamiento, desafección. Tal actitud se revela a menudo cono la antecámara de la inhumanidad: <<Si quieres comprender cómo funciona la mente del Führer -observaba un componente del círculo más cercano a Hitler -debes mirar al género humano como a una multitud de hormigas>>. En el mundo industrializado, los últimos dos siglos han visto materializarse un contexto caracterizado por una tendencia natural a la impersonalidad y a la objetivación del prójimo. El rasgo distintivo de la sociedad de masas es estar rodeado de extraños; es, pues, comprensible que en la época contemporánea se hayan repetido las alarmas sobre la desocialización, pero también sobre las consecuencias deshumanas de la sociedad de masas. <<La multitud es la mentira>>, afirmaba Kierkegaard (1813-1855) hace más de cien años. El temor aumentó después de la intensificación del fenómeno hacia finales del siglo XIX. Así Gustave Le Bon (1842-1931) publicó Psicología de las masas, y en 1930 José Ortega y Gasset (1883-1955) dio a la imprenta La rebelión de las masas. La preocupación desatada por el impacto de la sociedad de masas ha demostrado ser desde entonces un tema recurrente en el mundo occidental. Precisamente en Gran Bretaña T.S. Eliot evocó el escalofriante anonimato de la masificación en su poema significativamente titulado La tierra baldía (1922):
<<Ciudad irreal,
bajo la niebla parda de un amanecer de invierno,
una multitud fluía por el Puente de Londres, tantos,
no creí que la muerte hubiera deshecho a tantos.
Se exhalaban suspiros, breves y pocos frecuentes,
y cada cual llevaba los ojos fijos ante los pies>>.
Charlie Chaplin (1889-1977) lanzó en el cine su grito de alarma en Tiempos modernos (1936), mientras Aldous Huxley (1894-1963) y George Orwell escribieron novelas sobre terroríficos regímenes totalitarios que dominaban sobre una sociedad de masas manipuladas por ellos.
Hasta aquí este volumen ha tratado de la crisis de la sociedad británica haciendo referencia al impacto de las falsas antropologías posmodernas, a los estragos del relativismo y al retroceso de la cultura cristiana. En este punto es necesario fijar la atención en otra dimensión decisiva de nuestra historia contemporánea, aunque, en verdad, sociedad de masas y matriz materialista serán examinados en estrecha relación. Lo que la masa implica no es necesariamente negativo. Como la época de la Ilustración, la sociedad de masas posee algunas características positivas: el mundo del consumo, de la democracia, del transporte y del ocio, por ejemplo, ofrecen una gran cantidad. Pero la sociedad de masas tiene también una tendencia natural hacia la despersonalización y el anonimato. Genera un contexto que está en tensión con la exigencia biológica del hombre de vivir en ambientes sociales accesibles y familiares a él (la conocida <<necesidad de pertenencia>> tan presente en el debate moderno). En efecto, se une a la matriz materialista a la hora de promover la objetivación de nuestros semejantes, y además crea condiciones que favorecen la aceptación de esta matriz y de las perspectivas y estilos de vida alentados por ella. Pero al mismo tiempo, la matriz materialista ha dado impulso y forma al desarrollo de la sociedad de masas, infiltrándose en muchas de sus características. No es de extrañar que a veces ambos se encuentren detrás de los mismos fenómenos específicos. A decir verdad, los dos no pueden ser analizados separadamente. Han interactuado y operado conjuntamente para provocar nuestro colapso cultural, siguen reforzándose el uno al otro y parecen bien encaminados a proseguir su acción destructiva. Hoy estamos cada vez más frente a un contexto anónimo de masas vaciado por la matriz materialista de gran parte de su contenido cultural tradicional y de aquellos factores que actúan para unir a los individuos en una sociedad auténtica. Este capítulo analiza las características de la sociedad de masas; el siguiente tendrá por objeto su relación simbiótica con las falsas antropologías de la posmodernidad. Hagamos, primeramente, algunas consideraciones sobre la naturaleza biológica del hombre. Es posible que los osos polares amen la vida solitaria, los seres humanos tienen sin embargo tendencias totalmente distintas.