Fernando Bonete Vizcaíno (Cultura de la cancelación) No hables, no preguntes, no pienses

Las injusticias de la justicia social

Pocos autores han sabido explicar, con mayor claridad y eficacia los orígenes intelectuales de la justicia social y sus importantes manifestaciones y consecuencias para la contemporaneidad como Douglas Murray en La masa enfurecida. En este ensayo, Murray analiza el conocido cartel en forma de pirámide Trabajadores industriales del mundo (1911), cuyo esquema visual triangular, de más a menos según se asciende en la pirámide social, plantea que el proletariado sostiene, con su esfuerzo y trabajo, los lujos y comodidades de una adinerada y ociosa clase capitalista, los desmanes del ejército, los engaños del clero, y el gobierno de monarcas y aristócratas. Por encima de todos ellos, una gran bolsa de dinero corona la pirámide social y los domina a todos.

En la actualidad, esa interpretación opresiva y explotadora de la sociedad, en la que un colectivo (capitalista) abusa de su poder sobre otro (proletarios), y una idea totalizadora (capitalismo) ejerce sobre las mentes y las vidas de todos, sigue siendo muy útil para describir la forma en que los partidarios de la justicia social interpretan hoy la realidad, si bien con distintos actores.

Hoy el escalafón y la dominación no viene determinada por el capital, sino por la identidad. En las zonas altas de la pirámide encontramos a una «mayoría» conformada por varones blancos heteroxesuales («no hace falta que sean ricos —puntualiza Murray—, aunque la situación es tanto peros si lo son»), mientras que en la base quedarían las «minorías» conformadas por la mujeres, las personas racializadas y el colectivo LGTBIQ+. El opresivo sistema de ideas que ampara esta situación ya no es económico, el capitalismo, sino diversos sistemas sociales caracterizados por el abuso hacia esas minorías: el patriarcado, la heteronormalidad, o el conservadurismo en sus múltiples manifestaciones; sin distingos ni sutilezas, entran en esa última categoría etiquetas de distinta naturaleza política o religiosa que no tienen por qué ir de la mano, como «la derecha» o el cristianismo —otras religiones históricamente menos o nada permisivas hacia estas minorías no pueden aparecer con tanta frecuencia en la conversación sobre sus padecimientos—. 

Si el establecimiento de los roles «opresor-oprimido» de la justicia social sigue la misma lógica del marxismo, aunque desplazando el foco desde las condiciones económicas o distributivas, a las condiciones identitarias o de reconocimiento, también los fines de la justicia social siguen un mismo camino de adaptación para su configuración: si el marxismo señala la propiedad privada como fuente principal de desigualdad entre las personas y persigue su eliminación total o parcial como proyecto de la sociedad futura, la justicia social señala las diferencias de sexo, género y raza como fuente principal de desigualdad entre las personas y persigue su eliminación (sexo), atomización ilimitada (género) o revanchismo (raza) como proyecto de la sociedad futura.

En esta misma línea, pero ampliando el campo de batalla, Adriano Erriguel completa la ecuación de las sustituciones ocasionadas por la izquierda que él denomina posmoderna: «las minorías como sustitución del proletariado, los "sin papeles" como sustitución de la clase obrera, la ˝deconstrucción" como sustitución del materialismo dialéctico, las "guerras culturales" como sustitución de la revolución». 

Los motivos de la «desactivación de la actividad política de la izquierda» como se había conocido antaño —o cambio de una política puramente ideológica basada en la crítica distributiva a una política aspiracional basada en la ampliación de la representatividad— varían según la sensibilidad ideológica de quien aborda la cuestión— aunque no demasiado, como se verá a continuación si bien, en síntesis, son dos— quizá dos caras de una misma moneda— las explicaciones más plausibles de las causas detonantes de esta transformación. 

Según Daniel Bernabé —escritor cuya pertenencia a la izquierda no es ningún secreto—, la razón del cambio de enfoque de la distribución a la representatividad se encuentra en la llegada de una posmodernidad aprovechada y controlada por el neoliberalismo —entendido como la defensa a ultranza de la libertad económica, o como una mercantilización de las libertades políticas del liberalismo—, que vierte su componente individualista y anhelos de autorrealización en la representación de la diversidad para convertida en un producto de mercado más al que ahora todos desean optar. La izquierda tradicional defendida por Bernabé habría caído en la «trampa de la diversidad» preparada por el neoliberalismo, fundando una «izquierda alternativa» desde un  nuevo progresismo liberal. Bernabé no afirma que luchar por la representación de la diversidad, en sí mismo, sea perjudicial, ni siquiera perjudicial para la izquierda. Lo es cuando la lucha por la representación se lleva a cabo desde el ámbito neoliberal. De hecho, el mercado de la diversidad promovido por el neoliberalismo sería nocivo tanto para la izquierda como para los propios colectivos interesados y, por contra, beneficioso para la derecha. 

Habría que ver, sin embargo, hasta qué punto, aquello que plantea la tesis defendida por Bernabé —la izquierda ha picado el anzuelo posmoderno pergeñado por el neoliberalismo— es realmente beneficioso para la derecha, o para qué tipo de derecha lo sería, en cualquier caso. Por de pronto, voces conservadoras como la del catedrático de Filosofía del Derecho y diputado Francisco José Contreras también han dirigido su crítica —como enmienda a la totalidad de las derivas del presente y no tanto para la cuestión concreta de la transformación de la lógica marxista que estamos tratando aquí— contra el tipo de liberalismo que propone una noción instrumental de la libertad, una cosmovisión atea de la realidad y una antropología materialista: el libertarismo, o liberalismo que abandona la concepción clásica del mundo amparada por el iusnaturalismo. 

Otro pensador, el estadounidense Russell R. Reno, director de la prestigiosa revista conservadora First Things, ha puesto el foco en Karl Popper y Friedrich Hayek, dos célebres intelectuales que desde el liberalismo, con sus influyentes ensayos La sociedad abierta y sus enemigos (1945) y Camino de servidumbre (1944), y mediante la influencia ejercida desde su Mont Pelerin Society —cuya fundación albergó la pertenencia de una treintena de intelectuales, en una claro paralelismo con la Escuela de Fráncfort, si bien desde otro espectro ideológico—, buscaron que la sociedad surgida de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial se fundara a partir de una compresión aperturista, comprehensiva y suave de la realidad, a partir de premisas «débiles« —como las denomina el propio Reno—. Premisas lo suficientemente abiertas de significado para ser compartidas por todo el mundo y lograr una cierta homogeneidad cosmopolita. El objetivo es abandonar cualquier afirmación «fuerte», sustituyendo conceptos como el de «verdad» (fuerte) por «sentido» (débil) o la «justicia» (fuerte) por la «equidad» (débil). Cualquier tentativa de regreso, o la mera mención a una afirmación «fuerte» de la realidad trae consigo una repulsa generalizada —siempre anonimizada en la masa, nunca de frente— y el manido apelativo de «fascista». 

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