Christophe Guilluy (No society) El fin de la clase media occidental

LA FUGA DE VARENNES O LAS NUEVAS CIUDADES ESTADO
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[...] Los movimiento independentistas suelen ocultar un proceso de secesión social y cultural que en realidad se propone desmantelar las solidaridades nacionales y validar el modelo territorial desigualitario de la globalización, el de las grandes ciudades, Más que una renovación del nacionalismo, es antes que nada la secesión de las burguesías que lleva en estado latente la balcanización de los países desarrollados. 

Sobre esto, la región-metrópolis catalana es ejemplar. Cataluña es una región rica (genera el 20% del PIB español , donde vive el 15% de la población). Integrada en la economía-mundo, se estructura alrededor de su gran ciudad, Barcelona, que concentra a cerca de la mitad de la población catalana. En un país debilitado por un modelo económico globalizado que está viendo desaparecer a su clase media, parece la excepción. Presentado como un caso de irredentismo cultural, el separatismo de los catalanes revela en primer lugar una reacción de las regiones ricas a la crisis económica y el hundimiento de las clases medias españolas. 

Aunque en la geografía electoral catalana hay, en menor medida, un voto nacionalista de derechas en la Cataluña periférica de las ciudades pequeñas y de las zonas rurales, la dinámica independentista catalana es, sobre todo, el fruto de una región-metrópolis dirigida por las fuerzas liberales y progresistas. Este voto nacionalista es característico de las regiones ricas (como Escocia o Flandes) que desean preservar su posición dominante liberándose de cualquier solidaridad nacional. Lo dirige fundamentalmente una ideología liberal-libertaria característica de las nuevas burguesías. Así, a los nacionalistas catalanes los apoyaba una parte de la burguesía catalana que deseaba reforzar su posición mediante la independencia fiscal, pero también una juventud de izquierdas o de extrema izquierda que abandera valores libertarios, y los dos grupos apoyaban el proceso de globalización y de apertura al mundo y a los demás. Las fuerza que dirigen el nacionalismo catalán son las mismas que encontramos en los territorios beneficiados por la globalización, se apoyan en la alianza ideológica del liberalismo económico y del liberalismo social. Bajo el barniz nacionalista, de hecho, reencontramos los fundamentos ideológicos de las clases dominante y de la nueva burguesía. También aquí el antifascismo se usa como arma de clase. 

Las clases dominantes utilizan un sentimiento nacionalista real para imponer un modelo neoliberal que, en consecuencia, perjudica a las clases populares en España, pero también en Cataluña, donde la concentración de las riquezas y de los empleos en Barcelona ha operado en detrimento de las clases populares catalanas. En las regiones ricas, los movimientos independentistas no son más que la careta de la secesión de las burguesías que intentan salirse de los marcos nacionales (donde hay que ejercer la solidaridad) y unirse a los marcos supranacionales (donde se ejerce la ley del mercado). Este ejemplo catalán ilustra la fiebre de una burguesía dispuesta a cualquier cosa para abandonar el bien común. Consciente de este riesgo, el estado español, ya sobreendeudado, detendrá el proceso. 

Quizá presintiendo el mismo destino trágico que el rey Luis XVI, las clases dominantes y superiores occidentales, mientras esperan la hipotética creación de ciudades Estado, desmantelan discretamente el Estado del bienestar mientras se guardan bien las espaldas. Prudente, el creador de Facebook, Mark Zuckerberg, compró en el año 2014 una <<zona autónoma permanente>> en el archipiélago de Hawái... un bastión, sin duda, más seguro que Varennes. 


LA ACTITUD MORAL DEL MUNDO DE ARRIBA HA MUERTO


Durante mucho tiempo la clase dirigente ha legitimado su dominio económico en nombre de la moral. En nombre de la sociedad abierta, la nueva burguesía ha justificado todos los cambios económicos y sociales. El mundo académico, mediático y cultural estaba en lo más profundo de este entramado de dominio cultural. Pero hoy, la actitud moral del mundo de arriba no convence ya a nadie. La desconfianza de las clases populares hacia los medios de comunicación, el mundo académico o el de los expertos anuncia el fin del magisterio de los pretenciosos. 

Desde el mundo político al de los medios de comunicación, del mundo académico al del cine, los agentes de difusión de la ideología dominante van perdiendo poco a poco legitimidad y se van haciendo invisibles para la mayoría. En Europa, pero también en Estados Unidos, a la industria del cine le cuesta cada vez más producir proyectos rentables. En Francia, simbólicamente, el canal de cine Canal +, que ha llevado a lo más alto la cultura dominante exagerando el postureo moral y llevando a las clases populares al ostracismo, ha perdido toda su influencia.

Desde la caída del imperio Weinstein al del <<izquierdismo cultural>> francés, ahora la falacia moral de la nueva burguesía se ha hecho bien visible. Hoy en día las clases populares están hartas de las lecciones de moral de los millonarios californianos o de los bobos (bohemios burgueses) londinenses que, mientras predican la apertura y la diversidad, no dejan de reforzar su exclusivismo. Marginada por la opinión pública, a la nueva burguesía no le queda gran cosa con la que mantener su dominio cultural. Por eso ahora sobreactúa con un antirracismo de opereta tratando de sumar a su causa a minorías que cada vez abren más los ojos ante el engaño. El discurso de apertura al mundo y a los otros ya no se sostiene en una burguesía cuyas estrategias residenciales y escolares contradicen por completo la opinión que exhibe. En este sentido, la instrumentalización del inmigrante y de los pobres por la clase dominante, el mundo del espectáculo y una parte del mundo intelectual ahora se muestra como lo que es: una escenificación indecente que trata de ofrecer a la nueva burguesía un barniz social en un momento en que está abandonando el bien común. Del negocio de la diversidad a la propaganda del miserabilismo social, la clase dominante no ha dejado de organizar los márgenes para ocultar mejor los efectos del modelo al mayor número de personas. Pero ahora esta farsa ya es demasiado visible, ya no funciona. Al perder su hegemonía cultural, la clase dominante ya no tiene los medios para imponer sus representaciones. Una vez más, recuperemos la perspectiva: el cambio no es la victoria del reaccionarismo sobre el progreso, de la derecha o de la extrema derecha, sino la victoria de un soft powe invisible en manos de las clases populares.

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