Victor Klemperer (LTI - La lengua del Tercer Reich)

[...] La mecanización inequívoca de la persona, sin embargo, queda reservada a la LTI. Su creación más característica en este ámbito, y quizá también la más temprana, se llama gleichsalten [sincronizar, coordinar, uniformar, homogeneizar]. Se percibe el pulsador que hace que las personas —no las instituciones, no las administraciones impersonales,— adopten una postura y un movimiento automático y uniforme; maestros de diferentes centros, grupos de diversos funcionarios de la administración de justicia o tributaria, miembros de los Cascos de Acero o de las SA, etcétera, son «coordinados» [gleicheschalter] casi ad infinitum. 

Esta palabra resulta tan terriblemente representativa de la convicción básica del nazismo que forma parte de las escasas expresiones a las que el arzobispo cardenal Faulhaber concedió el honor de satirizarlas en sus sermones de Adviento. En los pueblos asiáticos de la Antigüedad, dijo, la religión y el Estado estaban «coordinados». Al mismo tiempo que el príncipe de la Iglesia, algunos cabaretistas de poca monta también se atrevieron a proyectar una luz cómica sobre el verbo. Recuerdo a un presentador que, con ocasión de una «excursión sorpresa» de la Asociación Excursionista, declaró, cosechando grandes aplausos, que la naturaleza acababa de ser «coordinada«.

No existe en la LTI ninguna otra intrusión de términos técnicos que manifieste la tendencia a la mecanización y automatización de manera tan descarnada como este «coordinar». La expresión se utilizó durante los doce años: al principio con mayor frecuencia por el simple motivo de que todas las «coordinaciones» y «automatizaciones» se llevaron a cabo muy pronto y se convirtieron en algo del todo natural.

Otras expresiones adoptadas del ámbito de la electrotecnia son menos graves y menos inequívocas. Cuando aquí y allá se habla de corrientes de energía que confluyen en la naturaleza de un líder o que emanan de ella —tales cosas se pueden leer, con diversas variantes, sobre Mussolini y Hitler—, se trata de fórmulas metafóricas que remiten tanto a la electrotecnia como al magnetismo y se hallan, por consiguiente, próximas a la sensibilidad romántica. Esto llama la atención sobre todo en Ina Seidel, quien tanto en sus creaciones más puras como en su pecado más grave recurrió a la misma metáfora eléctrica..., pero Ina Seidel es un triste capítulo aparte.

Pero ¿puede calificarse de romántico que Goebbels, hablando de un viaje a las ciudades del oeste destruidas por los bombardeos, mienta patéticamente al decir que él, que pretendía dar ánimos a los afectados, se sentía «recargado» por su inquebrantable heroísmo?. No, en este caso solo actúa, sin duda, la costumbre de humillar al ser humano convirtiéndolo en aparato técnico.

Lo digo con toda determinación, por cuanto en las otras metáforas técnicas del ministro de Propaganda y del círculo de Goebbels la referencia directa a lo maquinal predomina sin ninguna reminiscencia de supuestas corrientes de energía. Las personas activas son comparadas una y otra vez con motores. Así, por ejemplo, sobre el gobernador de Hamburgo se afirma en el Reich que trabaja como «un motor que funciona al número máximo de revoluciones». La concepción básica mecanizante queda demostrada con mayor claridad y de forma mucho más grave que en esta comparación —que al menos traza una frontera entre la imagen y el objeto comparado por ella— en la siguiente frase de Goebbels: «En un tiempo no muy lejano funcionaremos al número máximo de revoluciones en una serie de ámbitos». O sea, ya no nos comparan con máquinas, sino que somos máquinas. Nosotros, esto es, Goebbels, el gobierno nazi, la totalidad de la Alemania hitleriana, que ha de recibir ánimos en una situación de grave miseria, de una terrible pérdida de sus fuerzas; y el elocuente predicador se compara y hasta se identifica a sí mismo e identifica a todos sus fieles con máquinas. Resulta imposible imaginar una mentalidad más desespiritualizada que la que aquí se revela.

Cuando el uso mecanizante de la lengua alcanza de manera tan directa a la persona, resulta lógico que procure asir también algo más próximo: los objetos situados fuera del ámbito técnico. No existe nada que no pueda ponerse en funcionamiento, que no pueda revisarse como una máquina al cabo de un tiempo prolongado de servicio, como un navío al cabo de un largo viaje, no existe nada que no pueda encauzarse en un sentido u otro y, por supuesto, —¡oh, lenguaje del incipiente Cuarto Reich!—, todo puede montarse. 

[...] Pero el lenguaje ¿lo saca realmente a la luz? No ceso de darle vueltas a una palabra que oigo una y otra vez ahora que los rusos procuran reconstruir nuestro sistema escolar destruido: se suele citar la frase de Lenin según la cual el maestro es el ingeniero del alma. También se trata, desde luego, de una imagen técnica, quizá de la más técnica de todas. Un ingeniero trabaja con máquinas y, si es considerado la persona adecuada para cuidar el alma, deberé concluir que se toma el alma por una máquina...

¿Debo llegar realmente a esta conclusión? Los nazis enseñaban siempre que el marxismo es materialismo y que el bolchevismo supera, en cuanto a materialismo, a la doctrina socialista, puesto que procura imitar los métodos industriales de los norteamericanos y adopta sus pensamientos y sentimientos tecnificados. ¿Qué hay de cierto en todo ello?

Todo y nada.

Sin duda, el bolchevismo aprende de la técnica de los norteamericanos y tecnifica su país con fervor, lo cual debe dejar una impronta significativa en su lenguaje. Pero ¿por qué tecnifica su país? Para procurar a sus habitantes una existencia digna de un ser humano, para ofrecerles la posibilidad de un ascenso espiritual, apoyándose en una base física mejorada y reduciendo la carga opresiva del trabajo. La cantidad nueva de términos técnicos en su lenguaje demuestra, pues, precisamente lo contrario de lo que demuestra en la Alemania de Hitler: se refiere a los medios con que se lucha por la liberación del espíritu, mientras que, en Alemania, las intrusiones de la técnica me llevan a inferir, necesariamente, la existencia de una esclavización del espíritu.

Cuando dos hacen lo mismo... Un adagio del todo trivial. En mis apuntes de un filólogo quiero hacer hincapié, sin embargo, en la fórmula propia de mi profesión: cuando dos personas emplean la misma forma de expresión, no necesariamente han de partir de la misma intención. Precisamente aquí y ahora quiero subrayarlo una y otra vez, con trazos bien gruesos, pues nos resulta sumamente necesario conocer el verdadero espíritu de los pueblos, de los cuales permanecimos durante mucho tiempo excluidos y sobre los cuales oímos tantas como sobre el pueblo ruso... Y nada nos acerca tanto al alma de un pueblo como su lenguaje... Así y todo: «coordinar» e «ingeniero del alma»..., expresiones técnicas en ambos casos, pero la metáfora alemana emite a la esclavitud, y la rusa, a la libertad. 

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