[...] Pocos días después del alzamiento, al constituirse el nuevo ayuntamiento salmantino, Unamuno tomó posesión de su cargo de concejal, tras lo que pronunció un breve discurso en la Plaza Mayor:
Hay que salvar la civilización occidental, la civilización cristiana, tan amenazada. Bien de manifiesto está mi disposición de los últimos tiempos, en que los pueblos están regidos por los peores, como si buscaran los licenciados de presidio para mandar.
La idea de la salvación de la civilización fue uno de los motivos centrales de su apoyo a los alzados, como explicó en sus numerosos textos y declaraciones de aquellos meses bélicos. El 10 de agosto, por ejemplo, escribió una carta a su amigo el socialista belga Émile Vandervelde en la que, junto a dicha idea, le confesó su arrepentimiento por haber colaborado en el advenimiento de la República:
He llorado porque una tragedia ha caído sobre mi patria (...). Y yo, que creía trabajar por el bien de mi pueblo, también soy responsable de esta catástrofe. Fui uno de aquéllos que deseaban salvar la humanidad sin conocer al hombre (...). No me abochorna confesar que me he equivocado. Lo que lamento es haber engañado a otros muchos. De esto quiero dejar constancia y, si entraña una humillación, la aceptaré (...). La historia me había mostrado la imagen de una España grande y espléndida. Sentí el dolor de su decadencia. Creí necesario invocar la democracia socialista para levantarla. Creí que una antigua tradición de civilización cristiana podía sustituir impunemente, e incluso con provecho, por el más progresivo materialismo. Luché por esta reforma. Conocí la persecución y el exilio. Pero no cejé hasta llegar al fin. Un día saludé entusiasta la llegada de la República española. Amanecía una nueva era. ¡España revivía! Pero España estuvo a punto de perecer. En muy poco tiempo al marxismo dividió a los ciudadanos. Conozco la lucha de clases. Es el reino del odio y la envidia desencadenados. Conocimos un período de pillaje y crimen. Nuestra civilización iba a ser destruida.
Una semana más tarde concedía una entrevista al periodista norteamericano Hubert R. Knickerbocker en la que le explicó que <<Madrid está bajo el control del bandidaje y la licencia, y el mundo debe enterarse de que la guerra civil española no es una guerra entre liberalismo y fascismo, sino entre civilización y anarquía>>. Subrayó el singular peso del anarquismo en la izquierda española, mayor que el del comunismo a diferencia de los demás países europeos, a lo que añadió una curiosa reflexión racial sobre la que volvería en entrevistas posteriores:
Los españoles son esencialmente fatalistas. Quieren ir en todo hasta el límite; gustan de los extremismos. No olvidemos que la sangre que corre por sus venas no es sólo morisca y vasca, sino también gitana (...). Esos energúmenos declaran que tienen derecho a quemar iglesias porque las iglesias son feas, y llaman República libre a lo que quieren suprimir todas las libertades religiosas.
Según Knickerbocker , los reproches más ácidos los dedicó a unos dirigentes republicanos a los que acusó de haber desvanecido sus sueños de una República liberal. Su rencor llegó a sugerir a Azaña que se suicidara como acto patriótico. Y ante la pregunta sobre por qué se ponía del lado de los militares que pretendían acabar con una República que tanto había ayudado a crear, la respuesta de Unamuno fue la siguiente:
Porque el gobierno de Madrid y todo lo que representa se ha vuelto loco, literalmente lunático. Esta lucha no es contra una República liberal, es una lucha por la civilización.
Lo que representa Madrid no es socialismo, no es democracia, ni siquiera comunismo. Es la anarquía, con todos los atributos que esta palabra temible supone. Alegre anarquismo, lleno de cráneos y huesos de tibias y destrucción.
A principios de septiembre le tocó el turno al diario francés Le Matin:
No hay gobierno en Madrid; hay solamente bandas armadas, que cometen todas las atrocidades inimaginables. El poder está en manos de presidiarios que fueron liberados y se pasean blandiendo sus pistolas. Azaña nada representa (...). Él es el gran responsable de lo que acontece. Cuando el movimiento surgió, creyó que se trataba de un simple pronunciamiento. No comprendió que había un pueblo dispuesto a unirse al ejército )...). Los comunistas nunca tuvieron una noción de política constructiva. Los anarquistas no fueron rozados por tal idea. Esos hombres están atacados de delirio furioso. Tal vez se trate de una crisis de desesperación. Las iglesias que saquean e incendian, los Cristos que decapitan, los esqueletos que exhuman, acaso sean sólo gestos de desesperación; pero en todo esto debe de haber otra cosa de origen patológico (...). Felizmente, el Ejercito ha dado pruebas de gran prudencia. Franco y Mola tuvieron el supremo cuidado de no pronunciarse contra la República. Son dos hombres sensatos y reflexivos. Franco ha tenido la oportunidad de forjarse en Marruecos como un líder de primer orden. Militarmente, por lo menos, este soldado puede salvar a España.
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