Nunca más solos
Repartidos un poco por todas partes, los detectores de nuestros actos y gestos abundan alrededor de nosotros, incluso como acabamos de ver, en nuestro televisor: sensores que registran la velocidad de nuestros desplazamientos o nuestros itinerarios; tecnologías de reconocimiento facial que memorizan la impronta de nuestro rostro y crean, sin que lo sepamos, bases de datos biométricos de cada uno de nosotros... Por no hablar de los nuevos chips de identificación por radiofrecuencia (RFID), que descubren automáticamente nuestro perfil de consumidor, como hacen ya las <<tarjetas de fidelidad>> que generosamente ofrece la mayoría de los grandes supermercados (Carrefour, Casino, Alcampo, Erozki) y las grandes marcas (FNAC, el Corte Inglés, Galeries Lafayette, Printemps).
Ya no estamos solos frente a la pantalla de nuestro ordenador. ¿Quién ignora a estas alturas que son examinados y filtrados los mensajes electrónicos, las consultas en la Red, los intercambios en las redes sociales? Cada clic, cada uso del teléfono, cada utilización de la tarjeta de crédito y cada navegación en Internet suministra excelentes informaciones sobre cada uno de nosotros, que se apresura a analizar un imperio en la sombra al servicio de corporaciones comerciales, de empresas publicitarias, de entidades financieras, de partidos políticos o de autoridades gubernamentales.
El necesario equilibrio entre libertad y seguridad corre, por tanto, el peligro de romperse. En la película de Michael Radford, 1984, basada en la novela de George Orwell, el presidente supremo, llamado Big Brother, define así su doctrina: <<La guerra no tiene por objetivo ser ganada, su objetivo es continuar>>; y: <<La guerra la hacen los dirigentes contra sus propios ciudadanos y tiene por objeto mantener intacta la estructura misma de la sociedad>>. Dos principios que, extrañamente, hoy están a la orden del día en nuestras sociedades contemporáneas. Con el pretexto de tratar de proteger al conjunto de la sociedad, las autoridades ven en cada ciudadano a un potencial delincuente. La guerra permanente contra el terrorismo les proporciona una coartada moral impecable, y favorece la acumulación de un impresionante arsenal de leyes y dispositivos para proceder al control social integral.
Y más teniendo en cuenta que la crisis económica aviva el descontento social que, aquí o allí, podría adoptar la forma de motines ciudadanos, levantamientos campesinos o revueltas en los suburbios. Más sofisticadas que las porras y las mangueras de las fuerzas de orden, las nuevas armas de vigilancia permiten identificar mejor a los líderes y ponerlos anticipadamente fuera de juego.
Sociedad de control
<<Habrá menos intimidad, menos respeto a la vida privada, pero más seguridad>>, nos dicen las autoridades. En nombre de ese imperativo se instala así, a hurtadillas, un régimen securitario al que podemos calificar de <<sociedad de control>>. En la actualidad, el principio del <<panóptico>> se aplica a toda la sociedad. En su libro Surveiller et punir, el filósofo Michel Foucault explica cómo el <<panopticon>> (<<el ojo que todo lo ve>>) es un dispositivo arquitectónico que crea una <<sensación de omnisciencia invisible>>, y que permite a los guardianes ver sin ser vistos dentro del recinto de una prisión. Los detenidos, expuestos permanentemente a la mirada oculta de los <<vigilantes>>, viven con el temor de ser pillados en falta. Lo cual les lleva a autodisciplinarse... De donde podemos deducir que el principio organizador de una sociedad disciplinaria es el siguiente: bajo la presión de una vigilancia ininterrumpida, la gente acaba por modificar su comportamiento. Como afirma Glenn Greenwald: Las experiencias históricas demuestran que la simple existencia de un sistema de vigilancia a gran escala, sea cual sea la manera en que se utilice, es suficiente por sí misma para reprimir a los disidentes. Una sociedad consciente de estar permanentemente vigilada se vuelve enseguida dócil y timorata.
Hoy día, el sistema panóptico se ha reforzado con una particularidad nueva en relación a las anteriores sociedades de control que confinaban a las personas consideradas antisociales, marginales, rebeldes o enemigas en lugares de privación de libertad cerrados: prisiones, penales, correccionales, hospitales psiquiátricos, asilos, campos de concentración... Sin embargo, nuestras contemporáneas sociedades de control dejan en libertad aparente a los sospechosos (es decir, a todos los ciudadanos), aunque los mantienen bajo vigilancia electrónica permanente. La contención digital ha sucedido a la contención física.