G.K. Chesterton (La utopía capitalista y otros ensayos)

 Introducción

Hay un dicho simpático, algo malvado, que dice que son muy pocos los abogados que están en el cielo... y que allí solo hay un periodista para contarlo. Quién sabe. Aunque hay muchos otros candidatos a ocupar la tan disputada plaza, este periodista bienaventurado y solitario bien puede ser nuestro Chesterton.

G.K. Chesterton (1874-1936) se consideró, en cuanto escritor, ante todo, un periodista. Pero era un periodista de una raza peculiar. No era un técnico del periodismo. No era experto en las cinco «w» del what, who, when, where, why. Tampoco fue «técnico» ni experto en las «w» en sus biografías, de ahí que nunca o casi nunca cite fechas en ellas, como si diese igual cuándo nació su personaje. 

[...] Utopia of usurers and other essays (que presentamos ahora por primera vez en español con el título de La utopía capitalista y otros ensayos) se publicó originalmente en Nueva York en 1917. Reunía nueve artículos bajo el título Utopia of usurers y otros diecisiete breves ensayos que fueron publicados en el Daily Herald, diario inglés de ideología socialista. 

[...] El elemento decisivo de las grandes empresas para Chesterton, decíamos, es que avanza hacia monopolios, y había que resistirlas. El pequeño comercio, la explotación familiar, el control de las máquinas... son temas que se apuntan brevemente aquí, pero que recibirán un desarrollo más sistemático en la futura controversia sobre el distribucionismo que Chesterton, Belloc y otros iban a emprender. Su empeño será conseguir la máxima distribución de la propiedad posible, especialmente la propiedad de la tierra. La propiedad era, para la tradición liberal del pensamiento, un firme baluarte frente a los excesos del poder, una salvaguarda de la libertad.

De ahí la importancia de resistir la tendencia al monopolio que preocupaba a Chesterton. Su propuesta de lograr una extensión de la propiedad tenía su fundamento explícito en la doctrina de León XIII expuesta en la encíclica Rerum novarum, que recogiendo las doctrinas del derecho natural consideraban que el hombre no solo tenía derecho a apropiarse de los frutos de la tierra, sino que podía apropiarse de la tierra [...]

Pablo Gutiérrrez Carreras
Club Chesterton CEU 

El nuevo hombre

Algo ha entrado en nuestra comunidad que es lo suficientemente fuerte como para salvarla, pero que aún no tiene nombre. Que nadie crea que confieso que no existe al confesar que no tiene nombre. La moralidad llamada puritanismo, la tendencia llamada liberalismo, la reacción llamada democracia tory, no solo habían sido poderosas por mucho tiempo, también habían hecho casi todo su trabajo, antes de que se les dieran esos nombres. Sin embargo, creo que sería bueno tener una forma cómoda de práctica para referirse a aquellos que piensan como nosotros en nuestra preocupación principal. Esto es, que los hombres de Inglaterra son regidos, en este mismo instante, por brutos que les niegan el pan, por mentirosos que les niegan noticias y por idiotas que no pueden gobernar, y que por ello desean someter.

Déjame explicar primero por qué no estoy satisfecho con la palabra comúnmente utilizada, que he utilizado yo mismo; y que, en algunos contextos, es la correcta. Me refiero a la palabra «rebelde». Obviaremos el hecho de que muchos que entienden la justicia de nuestra causa (y muchos en las universidades) todavía usan la palabra «rebelde» en su sentido estricto y antiguo como quien se levanta contra un reinado justo. Paso a una cuestión práctica. La palabra «rebelde» le resta importancia a nuestra causa. Es demasiado suave; absuelve a nuestros enemigos demasiado fácilmente. Hay una tradición en toda la vida occidental y en las letras de Prometeo retando a las estrellas; del hombre en guerra contra el universo y que sueña lo que la naturaleza nunca se atrevió a soñar. Pero nunca ha tenido nada que ver con nuestro caso; o más bien lo debilita. Los plutócratas estarán muy contentos si decimos que profesamos una nueva moralidad, por que saben perfectamente bien que han roto la antigua. Estarán más que contentos al poder decir que nosotros, según nuestra propia confesión, somos simplemente inquietos y negativos; excéntricos. Pero no es verdad; y no lo podemos conceder ni por un instante. El millonario modelo es más un excéntrico que el socialista, igual que Nerón era más excéntrico que los cristianos. Y la avaricia se ha vuelto loca en la clase gobernante hoy, igual que se enloqueció en el círculo de Nerón. Por todos los estándares ortodoxos de cordura, el capitalismo está loco. No le diría al señor Rockefeller «soy un rebelde». Le diría «soy un hombre respetable; y usted no».

La revolución francesa y los irlandeses

Pasará mucho tiempos antes de que el veneno del sistema de partidos salga del cuerpo político. Algunos de sus efectos indirectos son los más peligrosos. Uno de ellos es este: que para la mayor parte de los ingleses el sistema de partidos falsifica la historia, y especialmente la historia de los revoluciones. Falsifica la historia porque simplifica. Lo pinta todo azul o rojo al estilo propio de la ridícula política circense; mientras que una revolución real tiene tantos colores como el amanecer o como el fin del mundo. Y, si no nos libramos de este error, nos equivocaremos seriamente sobre la revolución real que parece hacerse más y más probable, especialmente entre los irlandeses. Y cualquier familiaridad humana con la historia enseñará al hombre una cosa ante todo: que los partidos prácticamente no existen en una revolución real. Son un juego para tiempos tranquilos.

Si se coge a un chico que haya estado en uno de esos grandes colegios privados, mal llamados «colegios públicos», y a otro que haya ido a uno de los grandes colegios estales, mal llamados «colegios privados», notaremos entre los dos algunas diferencias. Sobre todo en el manejo de la voz. Pero encontraremos que ambos son ingleses de una forma especial y que su educación ha sido esencialmente la misma. Son ignorantes sobre los mismos temas. Nunca han escuchado las mismas sencillas verdades. Les han enseñado la misma respuesta equivocada a la misma pregunta confusa. Hay un elemento fundamental en la actitud con la que el maestro de Eton habla de «seguir las reglas del juego» y el profesor de primaria a cantar a los golfillos «¿cuán es el sentido del Día del Imperio?». Y el nombre de ese elemento es «ahistórico». Realmente no saben nada sobre Inglaterra, y muchos menos sobre Irlanda o Francia, y menos aún sobre nada que se parezca a la Revolución francesa. 

Revolución por clara división

¿Cuál es la noción general que el niño inglés, al que se le enseña a decir vaguedades con u otro acento, recibe y mantiene durante toda su vida sobre la Revolución francesa?  Es la idea de la Cámara de los Comunes de Inglaterra, con una mayoría radical a un lado de la mesa y una minoría tory en el otro; la mayoría votando en bloque por la República, y la minoría votando en bloque por la monarquía; dos equipos caminando por dos pasillos sin diferencia entre sus métodos y los nuestros excepto que (por un hábito peculiar a la Galia) de vez en cuando se entretienen con un revuelta o una masacre en lugar de con un whisky con soda o con una información confidencial a lo Marconi. Las novelas son más fiables que las historias en estos temas. Porque, aunque una novela inglesa sobre Francia no diga la verdad sobre Francia, sí dice la verdad sobre Inglaterra; aunque más de la mitad de estas historias nunca dicen la verdad sobre nada. Y la ficción popular muestra, me parece, la impresión general inglesa. La Revolución francesa es una clara división con el vuelco insólito de votos. Por una lado está el rey y la reina, que son buenos pero débiles, rodeados de nobles con espadas desenvainadas; algunos buenos, muchos malos, todos guapos. Contra ellos hay una masa humana sin forma, con gorros rojos y aparentemente locos, que siguen ciegamente a unos rufianes que también son oradores: algunos de los cuales mueren arrepentidos y otros sin arrepentirse después del cuarto acto. Los líderes de esta masa de hombres fundidos en uno se llaman Mirabeau, Robespierre, Danton, Marat y demás. Y se entiende que su común frenesí pueda haber sido provocado por los males del Antiguo Régimen.

Esa es, creo, la visión más común de los ingleses sobre la Revolución francesa; y no sobreviviría la lectura de dos páginas de cualquier discurso o carta de esa época. Estos hombres eran hombres, variados, complejos y variables. Pero el inglés rico, ignorante de las revoluciones, casi no te creería si le dijeras algunas de las sutilezas humanas comunes del caso. Dile que Robespierre tiró el gorro al suelo con desagrado, mientras que el rey se lo puso en la cabeza con una amplia sonrisa. Dile que Danton, el feroz fundador de la República del Terror, le dijo sinceramente a un noble: «Soy más monárquico que tú»; dile que el terror llegó a su fin sobre todo por los esfuerzos de personas que querían de forma particular que siguiera, y no creerá estas cosas. No las creerá porque no tiene humildad, y por tanto no tiene realismo. Nunca ha estado dentro de sí mismo, y por tanto no puede estar dentro de otro hombre [...]

Chesterton, Gilbert Keith (Lo que está mal en el mundo)

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